Creía Azorín que el dolor es bello («él da al hombre el más intenso estado de conciencia; le hace meditar; él nos saca de la perdurable frivolidad humana». La voluntad, 1902) y, dado su carácter, resulta natural que le atrajera el misticismo. Pensaba que en los místicos castellanos se palpa mejor que en nadie la conciencia dolorosa del implacable pasar del tiempo, algo para él profundamente vinculado a lo castellano.
Unamuno insiste en una idea parecida, cuando escribe: «Por su mística castiza es como puede llegarse a la roca viva del espíritu de esta casta» (En torno al casticismo). Él busca la explicación de esa comunión entre el alma castellana y Dios en este yermo y hosco paisaje que nos envuelve en Castilla.
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