martes, 22 de septiembre de 2015

Sobre un nuevo poema de Safo de Lesbos. Ignacio Fontes de Garnica

Hay mucha fantasía, muy interesada, en la historia de la divina Safo (Mitilene, isla de Lesbos, c. 630-c. 580 a.C.), mujer, poeta, docente, a quien se le saltaban las lágrimas contemplando el origen del mundo:

Amor: zarandea mis sentidos,
como el viento
en la montaña
acomete a las encinas. 

Pues su vida, más conocida que su obra, de la que sólo nos han llegado dos odas y algunos fragmentos, nos ha sido transmitida por referencias, especialmente provenientes de los poetas cómicos, dada su gran popularidad, que llevó su efigie a estatuas y monedas. Lo que sugiere que la envidia no sería ajena a quien era considerada cumbre la de la poesía lírica griega, la décima Musa la llamó Platón y tercera poeta de la Grecia clásica, a decir de Indro Montanelli.

[...] Safo, que se había casado y tenido dos hijos en su exilio en Sicilia, cuando enviudó –“el industrial [su esposo] cumplió también con el postrero de sus deberes de buen marido: la dejó viuda y dueña de toda su hacienda. «Necesito del lujo como del sol», reconoció ella lealmente”, dice Montanelli–, volvió a Lesbos, fundó una escuela, o cofradía, thiasos o mouseion (μουσεῖον), consagrada a las Musas, en la que enseñaba sus artes, música, literatura, su gusto y sabiduría de la vida a las jóvenes aristócratas: compañeras a las que preparaba para sus cercanos casamientos y convivencia con los maridos. ACCEDER AL ARTÍCULO
Fuente: Anatomía de la Historia


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