Hay mucha fantasía, muy interesada, en la historia de la divina Safo (Mitilene, isla de Lesbos, c. 630-c. 580 a.C.), mujer, poeta, docente, a quien se le saltaban las lágrimas contemplando el origen del mundo:
Amor: zarandea mis sentidos,
como el viento
en la montaña
acomete a las encinas.
Pues su vida, más conocida que su obra, de la que sólo nos han llegado dos odas y algunos fragmentos, nos ha sido transmitida por referencias, especialmente provenientes de los poetas cómicos, dada su gran popularidad, que llevó su efigie a estatuas y monedas. Lo que sugiere que la envidia no sería ajena a quien era considerada cumbre la de la poesía lírica griega, la décima Musa la llamó Platón y tercera poeta de la Grecia clásica, a decir de Indro Montanelli.
[...] Safo, que se había casado y tenido dos hijos en su exilio en Sicilia, cuando enviudó –“el industrial [su esposo] cumplió también con el postrero de sus deberes de buen marido: la dejó viuda y dueña de toda su hacienda. «Necesito del lujo como del sol», reconoció ella lealmente”, dice Montanelli–, volvió a Lesbos, fundó una escuela, o cofradía, thiasos o mouseion (μουσεῖον), consagrada a las Musas, en la que enseñaba sus artes, música, literatura, su gusto y sabiduría de la vida a las jóvenes aristócratas: compañeras a las que preparaba para sus cercanos casamientos y convivencia con los maridos. ACCEDER AL ARTÍCULO
Fuente: Anatomía de la Historia
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