Esto se podía leer recientemente en la sección de anuncios de un diario catalán. En medio de un modelo social que les aparca, los casi seis millones de españoles mayores de 65 años se están empezando a ofrecer como voluntarios para todo. Cuidar personas necesitadas, guiar visitas de museos, arreglar trámites o asesorar a otros con su experiencia. La motivación se encuentra a medio camino entre la solidaridad y la realización personal, porque, como dice un recién jubilado, llega una edad en la que, “de lo que decidamos hacer va a depender alargar o acortar nuestro ciclo vital”.
Se suele contar el chiste de los dos modelos de viejos: el viejo lapa, que está pegado al médico buscándose los dolores todo el día, y el del viejo capullo, hiperprotegido e invalidado por los miedos de la familia. “Nosotros no queremos ser ninguno de los dos”, dice el recién jubilado citado, que hoy es un guía de museo.
Durante dos días a la semana este jubilado se echa a sus espaldas por las rutas del arte precolombino a grupos de escolares. Y eso a cambio de nada. O de mucho, según se mire. Ha encontrado un hobby: ha recuperado el estímulo de aprender y la energía que emplea en ayudar a los demás, dice, que retorna redoblada. Dice que el más beneficiado por el trabajo voluntario es el que lo ejecuta. Y añade: “estás creando futuro y el que tiene futuro tiene ganas de vivir”.
Llegó hasta este momento como llega la mayoría en medio del “bullicio mental” que sigue a la jubilación. Y lo explicó en unas jornadas sobre voluntariado de la personas mayores organizadas por el Imserso.
“Los primeros tiempos de la jubilación son de progresivo vacío. Si no se reacciona a tiempo, el jubilado verá disminuir sus facultades físicas y psíquicas, y acabará estando a un paso de la depresión”, dijo.
Fue la depresión la que reclutó a Pilar para el voluntariado. A ella lo que le jubiló fue la vida. Parecía haberse acabado cuando, en poco tiempo, fallecieron su marido y su única hija. Pero se ha recuperado con creces. A sus 71 años esta madrileña ayuda dos días semanales a un matrimonio de 91 años. “A veces vamos a otras casas a coser ropa”. Está encantada. “Es por el bien mío y el de otros”, dice.
Pilar coincide con Juan en una asociación de tercera edad. Juan lo tiene claro: no es tercera edad: “soy juventud acumulada”.
Empezó el voluntariado arreglando papeles a una anciana. Ahora, con su mujer que le acompaña, atienden a esa anciana y a otras. Se plantean hacer a otros lo que algún día tal vez deseen que les hagan a ellos.
El voluntariado ha enganchado a personas de todas las condiciones. Muchas de las cosas que se pueden hacer en el voluntariado permiten estar al día, aprender y servir a los demás. A cualquier edad hay parcelas de la personalidad que se identifican con la ayuda a los demás.
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