Contaban los viejos, que alguna vez en el pueblo
hubo un dictador que no era un déspota,
sino un buen hombre, al que le dieron todo el poder,
porque era el mejor, por eso la gente
puso al pueblo en sus manos... pero al poco tiempo
se cansó de que todos le dieran la razón,
se cansó de aguantar a las reinas de la primavera,
se cansó de no tener con quien perder al póker...
Porque no lo dejaron renunciar,
lo mató la Soledad del Poder,
pero antes dejó estas hermosas Leyes,
Órdenes amorosas de un Hombre Bueno
que amaba las bellezas de la Vida. Dijo:
"Ordeno que en este pueblo
nada valga tanto como La Vida,
entonces La Verdad será
lo que buscaremos tomados de las manos.
Ordeno que cualquier día de la semana
tenga la luminosa categoría del Domingo.
Ordeno que haya flores en todas las ventanas
que permanecerán abiertas para que llegue a las casas
el verde canto de la Primavera.
Ordeno que el Hombre confíe en el Hombre
como el Día confía en la Noche
como la Noche confía en la Lluvia
y la Lluvia en el Viento.
Ordeno que los Hombres se liberen de las mentiras
y de la coraza del Silencio
para que puedan setarse con sus hermanos
a conversar la belleza y la justicia.
Ordeno que recuerden al Profeta Isaías...
'el lobo y el cordero pastarán juntos
y la comida de ambos tendrá
el mismo gusto a aurora'.
Ordeno que todo pan
tenga el sabor de la ternura.
Ordeno que la alegría sea la única
bandera del pueblo, y El Amor.
Su Única Arma.
Desde este momento,
el dinero tendrá fecha de vencimiento
para que nadie pueda acumularlo
para tener poder sobre sus hermanos."
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