domingo, 15 de enero de 2017

"El negrito de los ojos azules". Un cuento de Ana Mª Matute

Una noche nació un niño.
Supieron que era tonto porque no lloraba y estaba negro como el cielo. Lo dejaron en un cesto, y el gato le lamía la cara. Pero, luego, tuvo envidia y le sacó los ojos. Los ojos eran azul oscuro, con muchas cintas encarnadas. Ni siquiera entonces lloró el niño, y todos lo olvidaron.

El niño crecía poco a poco, dentro del cesto, y el gato, que le odiaba, le hacía daño. Mas él no se defendía porque era ciego.
Un día llegó a él un viento muy dulce. Se levantó, y con los brazos extendidos y las manos abiertas, como abanicos, salió por la ventana.
Fuera, el sol ardía. El niño tonto avanzó por entre una hilera de árboles, que olían a verde mojado y dejaban sombra oscura en el suelo. Al entrar en ella, el niño se quedó quieto, como si bebiera música. Y supo que le hacían falta, mucha falta, sus dos ojos azules.
—Eran azules —dijo el niño negro
—. Azules, como chocar de jarros, el silbido del tren, el frío. ¿Dónde estarán mis ojos azules? ¿Quién me devolverá mis ojos azules?
Pero tampoco lloró, y se sentó en el suelo. A esperar, a esperar.
Sonaron el tambor y la pandereta, los cascabeles, el frufrú de las faldas amarillas y el suave rastreo de los pies descalzos. Llegaron dos gitanas, con un oso grande. Pobre oso grande, con la piel agujereada. Las gitanas vieron al niño tonto y negro. Le vieron quieto, las manos en las rodillas, las cuencas de los ojos rojas y frescas, y no le creyeronvivo. Pero el oso, al mirar su cara negra, dejó de bailar. Y se puso a gemir y llorar por él.
Las gitanas hostigaron al animal: le pegaron, y le maldijeron sus palabras de cuchillo. Hasta que sintieron en el espinazo un aliento de brujas y se alejaron, con pies de culebra. Ataron una cuerda al cuello del oso y se lo llevaron a rastras, llenas de polvo.
Cayeron todas las hojas de los árboles, y, en lugar de la sombra, bañó al niño tonto el color rojo y dorado. Los troncos se hicieron negros y muy hermosos. El sol corría carretera adelante cuando apareció, a lo lejos, un perro color canela que no tenía dueño. El niño sintió sus pasos cerca y creyó oír que le daba vueltas a la cola, como un molino. Pensó que estaba contento.
—Dime, perro sin amo, ¿viste mis dos ojos azules?
El perro puso las patas en sus hombros y lamió su cabeza de uvas negras. Luego, lloró largamente, muy largamente. Sus ladridos se iban detrás del sol, ya escondido en el país de las montañas.
Cuando volvió el día, el niño dejó de respirar. El perro, tendido a sus pies toda la noche, derramó dos lágrimas. Tintinearon, como pequeñas campanillas. Acostumbrado a andar en la tierra, con las uñas hizo un hondo agujero que olía a lluvia y a gusanitos partidos, a mariquitas rojas punteadas de negro. Escondió al niño dentro. Bien escondido, para que nadie, ni los ocultos ríos, ni los gnomos, ni las feroces hormigas, le encontraran.
Llegó el tiempo de los aguaceros y del aroma tibio, y florecieron dos miosotis gemelos en la tierra roja del niño tonto y negro.
FIN

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