Alain Badiou no teme bajar al ruedo para enfrentar los demonios de este tiempo, los nuevos totalitarismos, los prejuicios, la falta de ideas, la alienación, para demostrar que no hemos llegado “al fin de ninguna historia”, más bien a un “nuevo comienzo” que se inicia justo cuando se piensa que todo está ya dicho. La labor de un intelectual: nunca dejar de hacerse preguntas. Convencido que parte de nuestros males provienen del fracaso histórico del comunismo y de la dominación ideológica de una sola forma de entender el mundo (la mercancía, la ganancia, la acumulación de riqueza), su trayectoria es accidentada, muchas veces agredida por sus detractores, aunque él se mantiene fiel al tema fundamental que ocupa gran parte de su trabajo, el sujeto. En un mundo sin contornos, plano, por donde rueda la moneda fatua del capital, el sujeto padece el ruido ensordecedor del canto de sirena. Filósofo, hijo de padres normalistas, una de los centros de producción de la elite francesa, Badiou, a sus 79 años, no puede evitar involucrarse en el devenir acelerado de nuestro tiempo para ubicarse del lado de los excluidos del sistema (por vocación y elección, escribe) y luchar contra la vulgata instalada: no hay otra forma de vida más que la propone el capitalismo, la propiedad privada es sagrada. La propiedad privada es un robo, escribió Proudhon.
Aunque Badiou es de un pensamiento matemático y sus libros mantengan las reglas clásicas del discurso, toca todos los temas, desde el amor, en su Elogio del amor, hasta el tema fundamental de su último libro (La vraie vie, Fayard 2016), ¿qué es la verdadera vida, cómo accedemos a la vida buena? De ahí podremos deducir que si elegimos lo que sería verdadero, podríamos estar en el proceso de una transformación fundamental. Si para Marx la filosofía no solo debía explicar el mundo sino transformarlo, para Badiou solo se transforma si nosotros lo hacemos con él. Es el tema de sus reflexiones, “filosofar es buscar, dentro de las circunstancias de una época, el tema obsesivo de la verdad”. De hecho, la modernidad en Occidente rompió con la tradición, aquella del mundo antiguo, de castas, noblezas, monarquías heredadas, obligaciones religiosas, ritos iniciáticos de la juventud y sometimiento de mujeres iniciado en el Renacimiento, consolidado en el Siglo de las luces, y materializado con esta larga profusión de tecnología y medios de comunicación que libran un combate político entre el capitalismo globalizado y las ideas colectivistas y comunistas que han abortado varias veces.
La ruptura radical con la tradición rompió, apenas en tres siglos, miles de años de organización de la sociedad, dando lugar a “una crisis subjetiva”, cuyo aspecto más visible es la incapacidad de la juventud para saber orientarse en su tiempo, explica Badiou. Estamos en un mundo donde el 10% de la población mundial posee el 86% del capital disponible, 50 millones no posee estrictamente nada. La famosa frase thacheriana (no podemos hacerlo de otra manera) es una tautología que condena al ostracismo a la población mundial. Para Badiou, lo que este “monstruoso capitalismo” pretende es que una persona consuma mientras pueda, y sino, que se quede quieta. Esta verdad de polichinela impone a los más viejos a ser eternamente jóvenes (“para consumir se necesita estar siempre jugando con objetos nuevos”) a mujeres y hombres, (síndrome Peter Pan o la prematura vejez de un Rimbaud) al desarraigo. Las mujeres somos adultas desde la niñez, señala Badiou, objetos sexuados desde la pubertad, encerradas en una inmanencia castradora que no desaparece ni siquiera con el matrimonio, un rito iniciático que ha perdido todo su valor simbólico. El hombre está también atrapado por su parte en esa figura absoluta del Único, que sirve para consolidar un sujeto autista, pasivo, incapaz de pasar a la edad adulta. En cambio, el “devenir mujer”, tema del que también trata este libro, aunque con pinzas, es devenir la “parte maldita” de la existencia como decía Bataille, encerrada en la noción binaria de madre-puta, ser mujer es muchas veces una necesidad de amor, entre lo puro y lo impuro, el eterno femenino y la construcción constante de identidad. Este proceso se enfrenta a las fauces del capitalismo devorador, empujando a las mujeres a imitar al Único, al gran hermano, con la misma voracidad consumista y el mismo ánimo de competencia. Una vida desprovista de Idea, sin ideas, que busca aturdir y sumir a la gente en un sopor continuo, necesita según Badiou, hacer que desaparezca de la vida todo ejercicio del pensamiento, la gratuidad del gesto que no encuentra su lugar donde solo el valor mercantil. Una vida sin creatividad, con un mundo simbólico fagocitado, sin poesía, repetitivo, es en suma, el resultado de esta homogenización planetaria. Por eso, todo nuevo punto de partida no será para Badiou biológico, ni social, ni jurídico (las mujeres que consideramos suficiente que se dicten leyes), sino que deberá estar ligado a la creación simbólica, a un cambio de subjetividad, pero sobre todo, será un gesto ligado a las aventuras de la filosofía y el pensamiento. Las mujeres, que deberán inscribir la maternidad en un plano que no sea solo la animalidad reproductiva, evitar caer en el misticismo, son las invitadas a este banquete platónico que se puede celebrar si somos capaces de asistir a esta aventura. Para Badiou serán justamente las mujeres las que trazarán el camino entre la tradición y lo contemporáneo dominante, abrirán brecha entre el matorral. Una nueva mujer que quizás sea un nuevo comienzo para una vida distinta en el planeta.
Fuente: El País
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