Yo oía sus pasos rampar en la nieve
y bajo el cielo implacable en la muerta ciudad,
donde me muevo al azar por el techo y el pan.
Y en todos los ojos brillan sus destellos,
ya sea como traición o como inocente miedo.
Yo no la temo, A cada nuevo desafío
hay en mí un responder sereno y digno.
Pero un día inevitable ya presagio,
en que al alba vendrán a casa los amigos
y mi más dulces sueño turbarán sus sollozos,
y sobre mi pecho frío pondrán un icono.
Ninguno la reconocerá cuando ella entre,
en mi sangre de ella la boca insaciable
no se cansará de contar ofensas irreales,
trenzará su voz con las oraciones funerales.
Y comenzarán a escuchar todo su vergonzoso delirio,
de modo que no levantarán la vista hacia el vecino,
de modo que mi cuerpo quedará en una terrible nada,
de modo que por última vez mi alma abrasada
de la terrestre flaqueza volará cuando lo oscuro albea,
y también de lástima salvaje por la abandonada tierra.
Estuvo casada con Nikolái Gumiliov en 1910, poeta y promotor del acmeísmo, corriente poética que se sumaba al renacimiento intelectual de Rusia a principios del siglo XX.
En 1962, estuvo nominada para el Premio Nobel de Literatura.
Murió en Domodédovo, cerca de Moscú, el 5 de marzo de 1966.
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