Fui lapidada por adúltera. Mi esposo, que tenía manceba en casa y fuera de ella, arrojó la primera piedra, autorizado por los doctores de la ley y a la vista de mis hijos.
Me arrojaron a los leones por profesar una religión diferente a la del Estado.
Fui condenada a la hoguera, culpable de tener tratos con el demonio encarnado
en mi pobre cuzco* negro, y por ser portadora de un lunar en la espalda, estigma
demoníaco.
Fui descuartizado por rebelarme contra la autoridad colonial.
Fui condenado a la horca por encabezar una rebelión de siervos hambrientos. Mi
señor era el brazo de la Justicia.
Fui quemado vivo por sostener teorías heréticas, merced a un contubernio
católico-protestante.
Fui enviada a la guillotina porque mis Camaradas revolucionarios consideraron
aberrante que propusiera incluir los Derechos de la Mujer entre los Derechos
del Hombre.
Me fusilaron en medio de la pampa, a causa de una interna* de unitarios.
Me fusilaron encinta, junto con mi amante sacerdote, a causa de una interna de
federales.
Me suicidaron por escribir poesía burguesa y decadente.
Fui enviado a la silla eléctrica a los veinte años de mi edad, sin tiempo de
arrepentirme o convertirme en un hombre de bien, como suele decirse de los embriones
en el claustro materno.
Me arrearon a la cámara de gas por pertenecer a un pueblo distinto al de los
verdugos.
Me condenaron de facto por imprimir libelos subversivos, arrojándome semivivo
a una fosa común.
A lo largo de la historia, hombres doctos o brutales supieron con certeza qué delito
merecía la pena capital. Siempre supieron que yo, no otro, era el culpable.
Jamás dudaron de que el castigo era ejemplar. Cada vez que se alude a este escarmiento
la Humanidad retrocede en cuatro patas.
*Cuzco: Perro
*Interna: Lucha intestina dentro de una organización o grupo. (Gerras civiles argentinas entre unitarios y federalistas)
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