viernes, 1 de agosto de 2025

"ÉRASE UNA VEZ ANA MARÍA MATUTE: CIEN AÑOS DE UNA AUTORA EXTRAORDINARIA". Andrea Aguilar, El País 26 JUL 2025

MERCEDES DEBELLARD

Se celebra el centenario de una de las voces más particulares y brillantes de la narrativa española en el siglo XX. Ni su carrera ni su vida se ajustan al papel que tenían las mujeres en la España de su tiempo. Fabuladora nata, sus libros están marcados por un realismo despiadado y por la fantasía.

En la Barcelona de posguerra una muchacha adolescente se armó de valor y decidió acudir a la editorial Destino para llevar en persona, en un cuaderno manuscrito con cubiertas de hule negro, una novela. Acudió varios días, sobreponiéndose a su timidez, antes de lograr una reunión con el director del sello, quien, pacientemente y cabe imaginar que con notable paternalismo, la informó de que debía pasarlo a máquina antes de presentarlo. Así lo hizo y se lo llevó. Al editor le gustó la narración y le hizo un contrato que firmó su padre. Empezó entonces a publicar sus cuentos en la revista del sello, antes de que la novela del cuaderno de hule, Pequeño teatro, llegara a las librerías unos cuantos años más tarde: de hecho, fue la segunda que le publicaron y con ella obtuvo el premio Planeta. Este podría ser el érase una vez con el que arrancar la historia de una las escritoras más extraordinarias del siglo XX en España, solo que Ana María Matute (1925-2014) tuvo varios principios, con una carrera y una vida que no acaban de ajustarse a un bien delimitado esquema de planteamiento-nudo-desenlace, ni tampoco al papel que aquella España franquista tenía reservado a las mujeres.

Fue una creadora total, una fabuladora con un vasto mundo propio que volcó en cuentos y novelas ampliamente reconocidas. Cuando se alejó, con un parón editorial casi total que duró cerca de 20 años, llevó ese universo a las maquetas, “los pueblos” y castillos, o a las alhajas que construía con chapas, botellas y demás desechos; también a los dibujos e ilustraciones o a los locos banquetes que preparaba en su cocina de Sitges. Matute, con enorme libertad, inventaba y creaba sin remedio porque esa era su manera de ser y de estar. Su forma de entender y habitar el mundo.

“Es una gran escritora, dura como el más duro, creo que la mejor en España en el siglo XX por su profundidad y dominio de la lengua. Vivió la Guerra Civil de niña y eso fue muy importante, como para toda su generación. No lo tuvo fácil, era mujer y además con una vida rocambolesca”, afirma la escritora Milena Busquets. Ella la conoció desde niña, ya que Matute era una gran amiga de su madre, la editora Esther Tusquets, y por extensión de la familia, y mantuvieron un trato muy cercano. “Independiente, divertida, valiente, desinteresada. Todos los autores de su generación respetaban mucho su escritura y en lo personal era muy entrañable. Con 19 años entró de pleno en el círculo de los escritores y de la bohemia, un mundo canalla, bebedor y juerguista. Lo contaba con mucha gracia. Rechazaba de plano que hubiera una literatura de mujeres, decía que había libros buenos y malos”.

Matute, hija del dueño de una fábrica de paraguas, creció entre Barcelona y Madrid, pasó un año en Mansilla de la Sierra, el pueblo de su familia materna en La Rioja, algo que acercó su sensibilidad al mundo rural y a la naturaleza. Su tartamudez, según contaba, la volvió diferente. Escribió novelas en su infancia y obras para el guiñol. Y cuando las bombas caían en plena Guerra Civil y sacudían su hogar acomodado, en el que en cualquier caso ella siempre se sintió algo extraña, dejó de tartamudear y sacó su primera revista con cuentos y artículos, escrita y diseñada por ella misma para disfrute de sus primos y hermanos.

La ficción fue siempre el refugio y también el espejo distorsionado que le permitía sobreponerse a la realidad y retratarla. Realismo y fantasía. Cuentos nunca exentos de la crueldad y dureza que tiene la vida, porque los relatos edulcorados o moralizantes estuvieron radicalmente alejados de su literatura. Algo parecido ocurre con esa imagen de beatífica anciana de sus últimos años, un espejismo que opaca su inteligencia afilada y una visión cruda del mundo.

“Nací cuando mis padres ya no se querían”, es el arranque de Paraíso inhabitado, su último libro publicado en vida, al que vuelve Malcolm Otero Barral al teléfono para hablar de la fuerza de la escritura de Matute hasta su último aliento. La conoció de niño con su abuelo, Carlos Barral, en Calafell, como parte de ese grupo en el que también estaban Jaime Gil de Biedma y Juan Marsé, y la trató muchos años después cuando trabajaba como editor en Destino. “Era muy tímida pero una gran contadora de anécdotas. Te gustaba estar con ella. Era, en el sentido machadiano, una buena persona”, señala, y subraya que es una autora absolutamente reivindicable por jóvenes escritores que aún no la han descubierto en toda su dimensión. “Sus primeros libros tienen una ingenuidad imperfecta que es muy, muy buena”.

Si en los cuentos hay lobos que comen a los niños y madrastras malvadas, hechizos e injustas maldiciones, es porque en el mundo real también los hay. Es solo otro código con el que retratar las injusticias y males. Matute aplicaba este prisma también para hablar de su vida. Se refería a “el malo”, su primer marido —el escritor Ramón Eugenio Goicoechea— y padre de su único hijo, que llegó a empeñar el carrito del bebé, como él mismo contó en sus memorias, y luego la máquina de escribir con la que ella trabajaba y sostenía la economía familiar cuando vivían en Mallorca. Matute y su hijo encontraron refugio en casa de Camilo José Cela y su esposa Charo. Allí conoció a otra pareja de grandes amigos: José Caballero Bonald y su mujer Pepa.

Unos meses después la escritora, ya en Barcelona, se divorciaba de Goicoechea y perdía la custodia de su hijo, a quien solo podía ver los sábados gracias a la complicidad de su suegra. Dos años más tarde consiguió recuperar al niño y marchó a Estados Unidos como lectora de español. “El bueno” era Julio Brocard, su segundo esposo, con quien se instaló en Sitges cuando regresó. Allí vivió años muy felices, y también padeció una depresión, “el vacío”, como decía. Brocard falleció el 26 de julio de 1990 de un infarto tras llamar al timbre desde la calle para recogerla e ir a celebrar el cumpleaños de Matute. Un amargo y triste giro. CONTINUAR LEYENDO

jueves, 31 de julio de 2025

"EL SEMEJANTE". Un cuento de Miguel de Unamuno

«El semejante», cuento de Miguel de Unamuno, narra la historia de Celestino, apodado «el tonto», un hombre solitario y marginado por la sociedad que encuentra consuelo y compañía en la naturaleza y en su mundo interior. Un día, Celestino se encuentra con Pepe, otro solitario que refleja su misma inocencia y simplicidad, y entre ellos surge una amistad genuina y libre de prejuicios. Ambos comparten momentos de alegría y descubrimiento, apreciando las pequeñas maravillas de la vida cotidiana. A través de esta narrativa, Unamuno explora temas como la soledad, la amistad y la búsqueda de semejanza y comprensión en un mundo a menudo hostil y excluyente. (lecturia.org)

EL SEMEJANTE

COMO todos huían de Celestino el tonto, tomándole, cuando más, de dominguillo con que divertirse, el pobrecito evitaba a la gente paseándose solo por el campo solitario, sumido en lo que le rodeaba, asistiendo sin conciencia de sí al desfile de cuanto se le ponía por delante. Celestino el tonto sí que vivía dentro del mundo como en útero materno, entretejiendo con realidades frescos sueños infantiles, para él tan reales como aquéllas, en una niñez estancada, apegada al caleidoscopio vivo como a la placenta el feto, y, como éste, ignorante de sí. Su alma lo abarca todo en pura sencillez; todo era estado de su conciencia. Se iba por la mayor soledad de las alamedas del río, riéndose de los chapuzones de los patos, de los vuelos cortos de los pájaros, de los revoloteos trenzados de las parejas de mariposas. Una de sus mayores diversiones era ver dar la vuelta a un escarabajo a quien pusiera patas arriba en el suelo.

Lo único que le inquietaba era la presencia del enemigo, del hombre. Al acercársele alguno, le miraba de vez en vez con una sonrisa en que quería decirle: «No me hagas nada, que no voy a hacerte mal», y cuando lo tenía próximo, bajo aquella mirada de indiferencia y sin amor, bajaba la vista al suelo, deseando achicarse tamaño de una hormiga. Si algún conocido le decía al encontrarle: «¡Hola, Celestino!», inclinaba con mansedumbre la cabeza y sonreía, esperando el pescozón. En cuanto veía a lo lejos chicuelos apretaba el paso; les tenía horror justificado: eran lo peor de los hombres.

Una mañana tropezó Celestino con otro solitario paseante, y al cruzarse con él y, como de costumbre, sonreírle, vio en la cara ajena el reflejo de su sonrisa propia, un saludo de inteligencia. Y al volver la cabeza, luego que hubieron cruzado, vio que también el otro la tenía vuelta, y tornaron a sonreírse uno a otro. Debía de ser un semejante. Todo aquel día estuvo Celestino más alegre que de costumbre, lleno del calor que le dejó en el alma el eco aquel que de su sencillez le había devuelto, por rostro humano, el mundo. CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 30 de julio de 2025

"DURO TIEMPO". Un poema de María Beneyto sobre la infancia en tiempos de guerra.

Nuestra niñez no ha sido protegida
por canciones de nácar,
por símbolos de azúcar inefable
o guirnaldas de estaño.
Nuestra infancia sabía a hierba amarga,
a guerra fratricida,
sin fábulas azules ni leyendas.
Enseguida supimos que la vida
─aquel tallo inocente─
nacía de una entraña ensangrentada
que indicaba el camino
hacia la luz, entre la carne rota.
Que las madres guardaban
recuerdos prenatales en su vientre.
A esquirlas de metralla, a realidades,
nos sacaron del mundo
en que era fácil y feliz ser niño.
Con obuses, con bombas
conocimos la atroz mitología
que izaban la palabras
del lívido alarido de la herida.
Hicimos colección de balas viejas
usadas por la muerte.
Nana feroz nos daban en la noche
las sirenas de alarma
y el agujero del terror oscuro
del refugio antiaéreo
que jugaba por el día con nosotros.
Lo mismo que asexuales criaturas
inventábamos juntos
iguales violencias. (Una niña
algunas veces vino,
se me subió a los ojos lentamente
y lloró en mis pupilas
inexplicables ríos infantiles)
Y ese ha sido el preludio,
la llegada a la tierra que vivo.
Los indicios apenas de la vida
repartida en dos seres
y desdoblada, separada, aparte.
La dura despedida
del otro ser que se quedó en la muerte.
Sin ser mujer, y sin tener infancia
allí, en tierra de nadie,
en tiempo neutro, en limbo sostenido,
la niñez compañera
era un capullo pálido, caído,
ahogado entre la sangre
en donde se perdió la niña muerta.
Pero siguió la muerte su camino
y los hermanos eran
allá en el frente, dioses luminosos,
de guerreros antiguos
resplandeciendo a un lado de la lucha,
en el duro combate,
en la carne mortal, herida y nuestra,
mientras iba cayendo eterna lluvia
en la herida infectada
de acuchillados campos. En el hueso
innumerable y joven
del múltiple cadáver, y algo hembra,
mujer, madre del luto,
algo llamado España sollozaba.

domingo, 27 de julio de 2025

"KIBÚ". Un álbum ilustrado de Paula Bombara con ilustraciones de Cecilia Varela




"RIQUEZA". Un poema de Gabriela Mistral

Tengo la dicha fiel
y la dicha perdida:
la una como rosa,
la otra como espina.
De lo que me robaron
no fui desposeída;
tengo la dicha fiel
y la dicha perdida,
y estoy rica de púrpura
y de melancolía.
¡Ay, qué amante es la rosa
y qué amada la espina!
Como el doble contorno
de dos frutas mellizas
tengo la dicha fiel
y la dicha perdida.

sábado, 26 de julio de 2025

"LA SALUD MENTAL DE LOS ADOLESCENTES: ". UN SÍNTOMA DE UNA SOCIEDAD VULNERABLE". Marino Pérez Álvarez (Psicólogo, académico y ensayista) Universidad de Oviedo, Theconversarion.com 21 JUL 2025

La crisis de salud mental es ya una característica del siglo XXI, identificado también como “el siglo de la soledad”. En un principio, las personas mayores eran quienes más sufrían las crisis de salud mental y soledad por razones que parecían obvias. También resultaba esperable en otras franjas de la vida adulta (los 30, 40 y 50 años); a cada década, su crisis: trabajos precarios, hipotecas, primeros divorcios, chequeos médicos, etcétera.

Sin embargo, hoy en día la crisis de salud mental por antonomasia se asocia principalmente con los niños, los adolescentes y jóvenes, edades cada vez más fluidas entre sí y las que peor están ahora (no en vano son conocidas como la “generación ansiosa”).

Los estudios muestran que del 35 % al 50 % de los escolares y estudiantes universitarios presentan síntomas de ansiedad y depresión. Otros problemas –como las adicciones, anorexia, bulimia, conductas autolesivas, ideas suicidas y suicidios o TDAH– van igualmente en aumento. La hospitalización de adolescentes por salud mental crece y empieza en edades más tempranas.

La crisis de salud mental que afecta a la infancia, la adolescencia y la juventud es doblemente paradójica. Por un lado, ocurre en la sociedad del bienestar y, por otro, aflige a las mejores edades de la vida, que reciben cuidados de bienestar emocional como nunca.

Una explicación común enfatiza el estrés al que, se supone, están sometidas las nuevas generaciones. Se suele invocar la presión escolar (tareas, exámenes, evaluaciones), el cambio climático (ecoansiedad) y las redes sociales.

Es difícil ver la presión escolar como explicación, ya que los contextos educativos cuidan de que nada perturbe el bienestar de los escolares, evitando correcciones y suspensos y, en su lugar, prodigando beneplácitos.

Las propias universidades se han convertido en “espacios seguros” para que nada contravenga las opiniones de los estudiantes, cuando debieran ser precisamente lugares “inseguros” para las opiniones previas en aras de nuevos conocimientos, incluidos aquellos que desafían lo dado por sabido.

La ecoansiedad –en realidad ansiedad ante las noticias, sin duda preocupantes, sobre el cambio climático– es también difícil de ver como explicación de la crisis de salud mental, pese a que la refieren el 84 % de los jóvenes de 16 a 25 años. La ecoansiedad es más una posición ética y política que propiamente un padecimiento psicológico.

Las redes sociales sí, efectivamente, están exacerbando el malestar psicológico de los niños, adolescentes y jóvenes notablemente desde 2012, cuando se generaliza su uso. Sin embargo, las redes sociales no explican la crisis, que ya venía de antes. La recrudecen, pero no la crean. CONTINUAR LEYENDO

viernes, 25 de julio de 2025

"UN CUENTO AFRICANO". Un cuento de Roald Dahl

Para Inglaterra, la guerra empezó en septiembre del año 1939. Los habitantes de la isla se enteraron enseguida y empezaron a prepararse. En lugares más apartados, la gente tardó un poco más en oír la noticia y también empezó a prepararse.

En África oriental, en la colonia de Kenia, vivía un joven cazador blanco que adoraba las sabanas, los valles y las noches frescas en las laderas del Kilimanjaro. También él se enteró de la guerra y empezó a prepararse. Atravesó el país para llegar a Nairobi y alistarse en las fuerzas aéreas británicas. Les pidió que le hicieran piloto. Fue aceptado y empezó su formación en el aeropuerto de Nairobi. Le dieron un pequeño Tiger Moth y se convirtió en un buen piloto.

A las cinco semanas casi fue llevado ante un consejo de guerra porque en vez de despegar y practicar picados y virajes, como se le había ordenado, llevó su pequeño avión hacia las praderas de Nakuru para ver los animales salvajes. En el camino le pareció ver un antílope sable y, como se trata de un animal poco común, se emocionó y voló más bajo para verlo mejor. Por mirar al antílope a su izquierda no pudo ver la jirafa a su derecha. El borde delantero del ala de estribor chocó contra el cuello de la jirafa justo debajo de su cabeza y lo seccionó limpiamente. Así de baja era la altura a la que estaba volando. El ala sufrió daños, pero el piloto consiguió volver hasta Nairobi. Y, como ya he dicho, casi le llevan ante un consejo de guerra, porque se puede explicar una abolladura en el ala por haber chocado contra un ave grande, pero no si hay pellejos y pelos de jirafa pegados en el ala.

Después de seis semanas, le permitieron realizar solo el primer vuelo de larga distancia desde Nairobi hasta un lugar llamado Eldoret, un pequeño pueblo a dos mil cuatrocientos metros de altura en la montaña. Pero de nuevo tuvo mala suerte. Esta vez fue por un fallo del motor durante el camino, ocasionado por el agua que había entrado en los depósitos de combustible. Conservó la cabeza fría e hizo un aterrizaje forzoso muy bonito sin dañar el avión, cerca de una pequeña casa en el altiplano, lejos de cualquier población. El altiplano es una tierra muy solitaria.

Se acercó a la casa y se encontró con un viejo que vivía solo, sin más posesiones que un pequeño terreno para plantar batatas, unas gallinas marrones y una vaca negra.

El viejo le trató bien. Le ofreció comida y leche, y un lugar para dormir. El piloto se quedó dos días y dos noches. Después de ese tiempo, un avión de rescate de Nairobi descubrió su avión en el suelo, aterrizó a su lado, encontró el fallo, volvió a marcharse y le trajo combustible limpio para que pudiese por fin despegar de nuevo y regresar.

Durante su estancia en la casa del viejo, que se sentía muy solo y no había visto a nadie en muchos meses, éste le agradeció mucho la compañía y la oportunidad de hablar con alguien. Él hablaba y el piloto escuchaba atentamente. Habló de la vida solitaria, de los leones que le visitaban por la noche, del pícaro elefante que vivía al otro lado de las colinas al oeste, del calor durante el día y del silencio que llegaba con el frío de medianoche. CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 23 de julio de 2025

"¿QUÉ ES LO MÁS AMERICANO DE TI?". Un poema de Hala Alyan, poeta y narradora palestino-estadounidense

Mi boca, mis nervios. Los seis acentos de mi acento.
Mi forma de cruzar la calle sin mirar dos veces.
De llenar una maleta sin mirar dos veces.
De despertar al alba y a la nada.
Mi forma de contar la matanza por meses.
Uno, dos, tres, cuatro.
Mi boca. Seguir creyendo que me puede sacar de un lío.
Que cuando un soldado pregunta de dónde
yo digo de aquí y luego de aquí y luego de ningún sitio.
Que cuando un soldado me toca el pelo
y dice quién sabe lo que llevas ahí escondido
yo digo sí, digo lo siento me lo dio una mujer,
no se preocupe, está muerta, arrasasteis su pueblo.
Cinco, seis, siete, ocho.
Cuántos meses hay en un cuerpo.
Cuántas cunas en una estirpe.
Un padre camina por las calles y dice:
Esto es un niño. Esto es un niño. Esto es un niño.
Mi boca.
Cómo confiesa lo que nadie ha pedido.
Cómo olvida las palabras para jasra, jayyal, istislaam.
Cómo siempre está contando una historia.
Hubo una vez un hombre. Un anillo. Una frontera rasgada como el papel.
Una vez un ejército prohibió los vestidos de boda
y las manzanas y los pianos y los niños se convirtieron en datos
y el ruido asoló la tierra
y Lorca dice mi casa no es ya mi casa
y Darwish dice olvidé, como tú, de morir.
Y ¿cómo no ir a hacerse la foto?
¿Cómo llamar al agua que nadie puede beber?
¿Qué es lo más americano de ti?
Mi boca. Mi voz alta. Mi dólar.
Cómo va por los bolsillos hasta el misil,
se aloja en la costilla de un chico.
Mi río, mi árbol, mi anillo.
Cómo sigo amando la luna
aun cuando el dron,
aun cuando el checkpoint,
aun cuando los niños coman eso que comen.
Ay, pero la luna.
Una vez brilló sobre Ŷubayl.
Una vez llevé vestido y entré en una habitación con música.

Una vez devolví un anillo.
Lo siento. Olvida el anillo. Olvida la luna.
Un padre camina en las calles y dice:
Esto es un país. Esto es un país. Esto es un país.
En Manhattan es un mes nuevo
y ella, antes de morir, no muere.
Antes de morir dice ‘ahora los demás debéis vivir’.
Así que vivimos y vivimos y vivimos.
Nos reunimos en la iglesia junto al parque, a escuchar su voz.
Decimos ‘esto es vivir’.
Decimos sí. Decimos yo amo, yo amo, yo amo.

Una vez un hombre dijo
le voy a meter fuego al inglés de tu boca
y lo que quería decir era
soy como tú,
soy peligroso y finjo no serlo.
Olvida a ese hombre.
Digo que quiero rehacerme: en una terminal en Belfast,
en una manifestación con diez mil personas,
en una cama en Greenpoint,
que me toquen hasta olvidar mi propio nombre.
Lorca dice solo tu corazón caliente.
Darwish dice deseo del amor solo el principio.

Así que esta es mi memoria americana.
Corta, como una canción.
Aquí está el mar de mi abuela:
se mueve y centellea, como un rumor,
visible desde todas las ventanas.
Oh, tierra interrupta,
oh, road trip al pasado.
Olvida el pasado.
Lo que intento decir es que me encantan los interrogatorios.
Lo que intento decir es que hicieron de los vestidos un crimen.
¿Quién recuerda la música?
¿Quién respira a través del escombro?
Una vez un lugar explotó
y mi padre se hizo ficción.
No me hables de septiembre.
He olvidado, ¿de quién era marido ese tipo?
¿Mío? No, mío no.
Quién nació dónde. De quién es
el soldado que me apuntó con un arma y me espetó
tú, guapa, siéntate.
¿Qué es lo más americano de ti?
¿Era tu pelo o tu cuchillo?
¿Tu podredumbre o tu metáfora?

Una vez hice autoestop desde una azotea hasta el mar.
Me marché durante la guerra.
Volví, dormí en un banco, dormí un año entero
y las paredes eran amarillas y las
bombas hacían temblar las ventanas y nadie murió.
¿Qué crees que haría yo con un misil?
Mis rodillas a tierra.
Mi dios en la cuerda floja,
y no puedo dejar de soñar con esos vestidos,
con las palas,
con los niños,
cómo un nombre dijo que moriría
pero vivió y luego marchó.

Lorca dice por qué nací entre espejos.
Darwish dice si tiene que haber luna, que esté alta.
Una vez, mi abuela dejó un pueblo
y en su lugar construyeron un parque acuático.
Una vez dejé mi nombre en la boca de un hombre
y creo que ha llegado el momento de recuperarlo.
Olvida la luna. Estoy diciendo que quiero vivir.
Quiero oír la voz de ella cada mañana.
Quiero música. Quiero vino.
Quiero el acento equivocado, el mar equivocado,
las manos equivocadas en mi garganta.
Eso quiero.
Quiero lo que quiero
y eso es lo más americano de mí.
Estoy diciendo olvida mis manos.
No hay ningún checkpoint cerca.
Yo soy la medianoche pasada,
dos kilómetros al oeste, hacia el agua,
y desde aquí este río podría casi ser un mar
y este país podría casi ser un país.
Y ¿cómo me atrevo a hablar del amor?
¿Dónde están los vestidos ahora?
¿Quién les hace su dobladillo de encaje?
¿Qué manos remiendan el blanco?
¿Qué manos contarán los cuerpos?
¿Quién recordará lo que hicieron?
¿Quién vivirá toda esta vida?

martes, 22 de julio de 2025

"CASTIGAR CON EL SILENCIO HACE DAÑO: CÓMO EVITAR LA 'LEY DEL HIELO' EN LA CRIANZA". Sylvie Pérez Lima (Universitat Oberta de Catalunya), theconversation.com 9 julio 2025

No existe relación humana sin comunicación y, por eso, cuando dos amigos se enfadan decimos que “no se hablan”: que alguien nos retire la palabra es la representación más extrema y tangible de que no nos quiere en su vida. Pero cuando el enfado se produce en el seno familiar, cuando un hijo o una hija hace algo que nos altera, nos molesta o incluso nos enfurece, ¿es buena idea ignorarlo, dejar de comunicarnos con él, y “congelar” nuestra relación, aunque sea por unas horas?

Una cosa es tomarse un respiro en un momento de conflicto: esto puede ser una herramienta útil en la crianza. Una pausa breve, consciente, que permita regular las emociones y retomar el diálogo desde la calma. Pero cuando el silencio se convierte en una forma de castigo, repetida y mantenida en el tiempo, aplicamos lo que se conoce como la “ley del hielo”: una práctica relacional que rompe el vínculo y puede dejar huella en la salud emocional de niños y adolescentes.

Tratamiento de silencio y maltrato emocional

Entre adultos, cuando el silencio se impone de forma sistemática como respuesta a un conflicto, genera desconcierto, inseguridad y dolor. Pero en la infancia, el impacto puede ser aún mayor. Ignorar deliberadamente a un niño o niña tras un conflicto –dejar de hablarle, de mirarle, de nombrarle– no es una pausa: es una exclusión. No se le ofrece una explicación ni una vía de reparación, bloqueando cualquier posibilidad de reconstrucción y enviando el mensaje: “Ya no existes”.

Por eso, cuando este patrón se repite, hablamos de una forma de maltrato emocional, definido por la negación reiterada del afecto y atención del cuidador, lo que vulnera el derecho del niño a ser escuchado, expresar su opinión y, por tanto, de entender qué ha ocurrido.

De hecho, la exclusión emocional activa las mismas zonas cerebrales asociadas al dolor físico: la corteza cingulada anterior y la ínsula anterior, particularmente sensibles a la exclusión social en la infancia. El rechazo y la ignorancia generan también dolor.

Consecuencias a medio y largo plazo

Los niños expuestos habitualmente a este tipo de castigo aprenden a asociar el afecto con la aprobación condicional y el silencio con la amenaza o el rechazo. Es decir, aprenden que el afecto está condicionado a aquello que hagan o no hagan y que cuando alguien se calla delante de ellos es porque los rechazan o castigan.

El “tratamiento de silencio” familiar se asocia con menor satisfacción relacional en adultos y baja autoestima. Además, se transmite de generación en generación: si nuestros padres lo usaron con nosotros, es probable que a nosotros nos surja esa reacción de manera espontánea cuando nos enfadamos. Esto último nos recuerda cómo nunca dejamos de ser modelos y ejemplo de lo que los niños serán en el futuro.

Este patrón de crianza que se basa en ignorar al menor cuando no cumple con nuestras expectativas puede generar ya desde la infancia:
  • Baja autoestima y sensación de no ser suficiente.
  • Dificultades para establecer relaciones seguras y confiables.
  • Miedo al conflicto, evitación emocional o respuestas desproporcionadas en crisis.
  • Problemas de comunicación emocional, mostrando incapacidad para expresar o identificar sentimientos.
Un daño que se produce sin pensar

Uno de los aspectos más insidiosos de la “ley del hielo” es que los padres, madres o cuidadores que la aplican no suelen ser conscientes de estos efectos tan devastadores.

A menudo, no se realiza con intención voluntaria de dañar. Surge de la frustración, el agotamiento o la falta de recursos educativos. Muchos adultos, desbordados por conflictos diarios, optan por el silencio como forma de imponer autoridad sin enfrentarse al diálogo. Pero aunque no haya intención, el daño está ahí.

Alternativas para gestionar el enfado

Distinguir entre una pausa reguladora y un silencio castigador es fundamental. Parar para afrontar de manera más asertiva la resolución del conflicto es saludable. En cambio, si el silencio impide la reparación del vínculo y excluye emocionalmente al niño o niña, no es educativo: es destructivo.

Educar implica acompañar los conflictos de forma respetuosa y sana. El apoyo emocional continuo y el contacto positivo actúan como amortiguadores frente a los efectos del maltrato emocional. Algunas estrategias eficaces para evitar la sistematización del silencio pueden ser:

  • Nombrar lo que sentimos, poner palabras antes del silencio y limitarlo en el tiempo: “Estoy muy enfadada, necesito unos minutos para calmarme y después hablamos”.
  • Retomar el diálogo siempre, para que el vínculo no sufra. Esto no implica mantener largas conversaciones donde el niño fácilmente puede desconectar. Permitir hablar, ser escuchado y posteriormente poder argumentar desde la protección y el límite sin fisuras.
  • Cuidar el tono relacional: a veces, el acto de ignorar proviene del lenguaje no verbal (mirada, gesto, postura). Se debe tener en cuenta para evitar dolor innecesario y para reforzar el modelo de conducta que queremos ofrecer a los pequeños.
  • Separar conducta de persona: recordar que el menor no es malo o un desastre o torpe; en todo caso será aquello que ha hecho lo que no está bien.
  • Prever y anticipar consecuencias con los menores: avisarles y explicarles qué ocurrirá si se transgrede una norma, los ayuda a autorregularse pero también sirve a los adultos para no tener que improvisar castigos o silencios impulsivos.
  • Distribuir el cuidado y la gestión de las dificultades: otro adulto puede contener cuando el principal está desbordado.
Y en caso necesario, buscar apoyo externo y soporte profesional.

No podemos obviar que cuando el silencio daña, es violencia emocional. Negar la palabra, la mirada o el acompañamiento emocional no es una técnica educativa, es una forma de violencia psicológica que provoca angustia, confusión y vulnera derechos fundamentales. Como adultos, nuestra responsabilidad incluye proteger, acompañar y asegurarnos de que nuestros hijos y alumnos puedan equivocarse sin perder su espacio emocional, ni sentir la pérdida del vínculo sin entender por qué.

lunes, 21 de julio de 2025

"EL MURO". Un cuento de Jean Paul Sartre

«El muro» (Le mur), cuento de Jean-Paul Sartre publicado en 1939, relata la historia de tres prisioneros durante la Guerra Civil Española. Pablo Ibbieta, Tom Steinbock y Juan Mirbal están encarcelados por el régimen franquista y se enfrentan a una ejecución inminente. A lo largo de una tensa noche, los personajes luchan contra la realidad de su situación y exploran sus pensamientos, miedos y reflexiones sobre la vida y la muerte. Sartre utiliza esta premisa para examinar temas existencialistas como la libertad, la responsabilidad y el absurdo de la condición humana. La narrativa cruda y directa sumerge al lector en la atmósfera opresiva de la celda mientras los protagonistas se enfrentan a sus últimas horas y cuestionan el significado de sus vidas ante la certeza de la muerte. (lecturia.org)

Nos arrojaron en una gran sala blanca y mis ojos parpadearon porque la luz les hacía mal. Luego vi una mesa y cuatro tipos detrás de ella, algunos civiles, que miraban papeles. Habían amontonado a los otros prisioneros en el fondo y nos fue necesario atravesar toda la habitación para reunimos con ellos. Había muchos a quienes yo conocía y otros que debían ser extranjeros. Los dos que estaban delante de mí eran rubios con cabezas redondas; se parecían; franceses, pensé. El más bajo se subía todo el tiempo el pantalón: estaba nervioso.

Esto duró cerca de tres horas; yo estaba embrutecido y tenía la cabeza vacía; pero la pieza estaba bien caldeada, lo que me parecía muy agradable: hacía veinticuatro horas que no dejábamos de tiritar. Los guardianes llevaban los prisioneros uno después de otro delante de la mesa. Los cuatro tipos les preguntaban entonces el nombre y la profesión. La mayoría de las veces no iban más lejos, o bien, a veces les hacían una pregunta suelta: “¿Tomaste parte en el sabotaje de las municiones?”, o bien: “¿Dónde estabas y qué hacías el 9 por la mañana?”. No escuchaban la respuesta o por lo menos parecían no escucharla: se callaban un momento mirando fijamente hacia adelante y luego se ponían a escribir. Preguntaron a Tom si era verdad que servía en la Brigada Internacional: Tom no podía decir lo contrario debido a los papeles que le habían encontrado en la ropa. A Juan no le preguntaron nada, pero, en cuanto dijo su nombre, escribieron largo tiempo.

—Es mi hermano José el que es anarquista —dijo Juan—. Ustedes saben que no está aquí. Yo no soy de ningún partido, no he hecho nunca política.

No contestaron nada. Juan dijo todavía:

—No he hecho nada. No quiero pagar por los otros.

Sus labios temblaban. Un guardián le hizo callar y se lo llevó. Era mi turno:

—¿Usted se llama Pablo Ibbieta?

Dije que sí.

El tipo miró sus papeles y me dijo:

—¿Dónde está Ramón Gris?
—No lo sé.
—Usted lo ocultó en su casa desde el 6 al 19.
—No.

Escribieron un momento y los guardianes me hicieron salir. En el corredor Tom y Juan esperaban entre dos guardianes. Nos pusimos en marcha. Tom preguntó a uno de los guardianes:

—¿Y ahora?
—¿Qué? —dijo el guardián.
—¿Esto es un interrogatorio o un juicio?
—Era el juicio, dijo el guardián.
—Bueno. ¿Qué van a hacer con nosotros?

El guardián respondió secamente:

—Se les comunicará la sentencia en la celda.

En realidad lo que nos servía de celda era uno de los sótanos del hospital. Se sentía terriblemente el frío debido a las corrientes de aire. Toda la noche habíamos tiritado y durante el día no lo habíamos pasado mejor. Los cinco días precedentes había estado en un calabozo del arzobispado, una especie de subterráneo que debía datar de la Edad Media: como había muchos prisioneros y poco lugar se les metía en cualquier parte. No eché de menos mi calabozo: allí no había sufrido frío, pero estaba solo; lo que a la larga es irritante. En el sótano tenía compañía. Juan casi no hablaba: tenía miedo y luego era demasiado joven para tener algo que decir. Pero Tom era buen conversador y sabía muy bien el español. En el subterráneo había un banco y cuatro jergones. Cuando nos devolvieron, nos reunimos y esperamos en silencio. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 20 de julio de 2025

"TIEMPO". Un poema de Dulce María Loinaz

1

El beso que no te di
se me ha vuelto estrella dentro…
¡Quién lo pudiera tornar
-y en tu boca… -otra vez beso!

2

Quién pudiera como el río
ser fugitivo y eterno:
Partir, llegar, pasar siempre
y ser siempre el río fresco…

3

Es tarde para la rosa.
Es pronto para el invierno.
Mi hora no está en el reloj…
¡Me quedé fuera del tiempo!…

4

Tarde, pronto, ayer perdido…
mañana inlogrado, incierto
hoy… ¡Medidas que no pueden
fijar, sujetar un beso!…

5

Un kilómetro de luz,
un gramo de pensamiento…
(De noche el reloj que late
es el corazón del tiempo…)

6

Voy a medirme el amor
con una cinta de acero:
Una punta en la montaña
La otra… ¡clávala en el viento!

sábado, 19 de julio de 2025

"LA POESÍA NO VENDE MOTOS". Juan José Millás, El Correo de Andalucía 8 JUL 2025

A veces me pregunto por qué la poesía no tiene la capacidad de penetración de la prosa. Si la poseyera, el mundo sería mejor. No se sabe de ningún código penal que se haya escrito con intenciones de carácter lírico. ¿Por qué? Quizá porque la lírica busca la absolución más que el castigo, aunque pocas personas se castiguen tanto como los poetas. De hecho, son dados (y dadas) a las migrañas. Silvia Plath habla en uno de sus versos de un “huracán de migrañas”. Piénsenlo bien, “huracán de migrañas”. Si una sola te puede amargar el día, cómo será recibirlas en forma de tormenta. Reparen, sobre todo, en el ojo del huracán, que en las migrañas suele ser tu propio ojo.

La poesía tiene esa capacidad de atravesarte. Dice Darío Jaramillo en otro verso: “Son las dos de la tarde / y el sol hierve transparente a 30 grados”. ¡Qué sencillez!, ¿no? Son dos versos tan simples, tan descriptivos, que podrían pasar por pura prosa. Pero uno los lee en el metro y tiene que levantar la vista del libro porque ha sabido de repente lo que significa que sean las dos de la tarde y que el sol hierva a 30 grados. Lo había experimentado desde la infancia, pero había ignorado su sentido hasta el momento de leerlo. A ningún juez se le ocurriría firmar una sentencia con esta precisión: “En Madrid, a 7 de julio de 2024. Son las dos de la tarde y el sol hierve a 30 grados”. Si alguno se atreviera a hacerlo, lo sacaríamos a hombros, incluso el condenado se prestaría a participar del homenaje.

¡Ah, la poesía! Dice Louise Glück: “Mi alma / hecha añicos por el esfuerzo / de intentar ser parte de la tierra…”.

“Mi alma hecha añicos por intentar ser parte de la tierra…”. Jamás le he escuchado algo semejante a un ecologista. La ecología no penetra porque está hecha en prosa.

Me pregunto con qué palabras dictaría una sentencia de muerte un juez poeta. Y me contesto que o dejaría de ser poeta o dejaría de ser juez. La judicatura es compatible con casi todo, menos con la lírica. Puedes ser juez y albañil, juez y mecánico, juez y atleta, incluso juez y parte, pero no puedes ser juez y bardo al mismo tiempo como no se puede ser a la vez mosca y araña.

¿Por qué (vuelvo al principio) la poesía tiene menos capacidad de penetración que la prosa? ¿Por qué no es habitual redactar en octosílabos un contrato de compraventa de una moto, o en alejandrinos un certificado de defunción? Porque la poesía es peligrosa. No vende motos y tiene el poder de resucitar a los muertos.

viernes, 18 de julio de 2025

"DENTRO DE UNA ESMERALDA". Un cuento de José Emilio Pacheco

Remota herencia y tradición familiar, allí estaba con sus aristas y sus planos. Opaca, dormida o traslúcida, viva al ponerla a contraluz para que revelase sus abismos, sus mares yespesuras de piedra. Un día, pasados muchos años de no verla, la reencontré al buscar unos papeles en los arcones del desván. Yo estaba solo, mi mujer y mis hijos habían salido. Acaricié la esmeralda, la puse como siempre a contraluz. Vi en su interior la miniatura perfecta de una mujer desnuda que alzaba los brazos para suplicarme que la liberase de su prisión.

Imposible reducir mi tamaño, descender a su encuentro, escalar los muros y los farallonesde roca verde. Sólo podía romper, hendir la esmeralda para rescatar a quien desesperadamente lo suplicaba. Quizá el diamante de mi anillo podía cortar la gema. Al precio de arruinar el engarce, lo desmonté con unas pinzas. Presa de un frenesí cercano a la demencia, hice muchos intentos de penetrar en el abismo de esa piedra. Cuando lo conseguí al fin, la punta agudísima del diamante cortó en dos el cuerpo de la mujer.

El tajo fue perfecto. No hubo sangre. Se escuchó el lamento más doloroso que se ha oído jamás. Entre llantos y gritos traté en vano de unir las dos mitades frágiles de la muchacha. Regresó mi familia. Al encontrarme en medio de las joyas destruidas, advirtió en mí el estallido de la locura por tanto tiempo enjaulada como dentro de una esmeralda. Al día siguiente me encerraron en esta celda verde traslúcida. Y permaneceré entre sus paredes de piedra hasta que un día alguien venga librarme con un tajo que divida en dos mitades mi cuerpo.

jueves, 17 de julio de 2025

"CANCIÓN DE LA PROSITUTA". Un poema de Beltort Brech

1
Señores míos, con diecisiete años
llegué al mercado del amor
y mucho he aprendido.
Malo hubo mucho,
pero ése era el juego.
Aunque hubo Cosas que sí me molestaron
(al fin y al cabo también yo soy persona).
Gracias a Dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿Dónde están las lágrimas de anoche?
¿Dónde la nieve del año pasado?

2
Claro que con los años una va
más ligera al mercado del amor
y los abraza por rebaños.
Pero los sentimientos
se vuelven sorprendentemente fríos
si se escatiman tanto
(al fin y al cabo no hay provisión que no se acabe).
Gracias a Dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿Dónde están las lágrimas de anoche?
¿Dónde la nieve del año pasado?

3
Y aunque aprendas bien el trato
en la feria del amor,
transformar el placer en calderilla
nunca resulta fácil.
Pero, bien, se consigue.
Aunque también envejeces mientras tanto
(al fin y al cabo no siempre se tienen diecisiete.)
Gracias a Dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿Dónde están las lágrimas de anoche?
¿Dónde la nieve del año pasado?

miércoles, 16 de julio de 2025

"LECTURA PROFUNDA EN TIEMPOS DE 'SCROLL': CÓMO VOLVERA LEER CON INTENCIÓN. Nélida Dávila Espuela. Universidad Europea Theconversation.com 26 junio 2025

Vivimos rodeados de estímulos. Nuestros móviles vibran constantemente, las plataformas compiten por nuestra atención y leer un texto completo parece, para muchos jóvenes (y no tan jóvenes), una proeza.

Como profesora universitaria, observo con frecuencia que muchos estudiantes no comprenden bien lo que se les pide, no por incapacidad, sino porque no leen con atención las instrucciones. A menudo pasan por alto aspectos clave de un enunciado, ignoran condiciones explícitas o entregan tareas incompletas.

Este patrón no es anecdótico: se repite en todas las asignaturas de diferentes cursos y parece formar parte de una tendencia generacional. Un ejemplo reciente: hace unas semanas proyecté en clase el famoso vídeo del gorila invisible, un experimento clásico de la psicología. Aunque en los estudios originales solo alrededor del 42 % de los participantes detecta al gorila, en mi clase lo vieron el 90 %.




A simple vista, esto podría interpretarse como una mejora en la capacidad de atención dividida. Sin embargo, la observación cualitativa sugiere lo contrario: la mayoría no había escuchado bien las instrucciones iniciales (“cuenta la cantidad de pases que el equipo de camisa blanca se hace entre sí. Debes permanecer atento y tener en cuenta tanto los pases aéreos, como los pases que se dan por rebote”).

Solo los alumnos que habitualmente prestan atención en clase, y que no vieron al gorila, habían seguido el objetivo de la tarea. Una vez más, el problema no es solo de atención sostenida, sino de atención inicial y consciente.

Lectura superficial y dispersión cognitiva

Numerosos estudios coinciden en señalar una pérdida de capacidad de concentración lectora en la Generación Z, especialmente en entornos académicos. Los expertos observan que los estudiantes actuales “leen velozmente, pero no con eficacia”. La lectura profunda se ve obstaculizada por la multitarea, la fatiga informativa y la preferencia por contenidos breves, visuales y multimodales (texto, vídeo, música).

Pero no solo ellos. Todos estamos hoy expuestos a un ecosistema de información fragmentada, donde prevalece la inmediatez sobre la reflexión. Un informe interno de Microsoft Canadá de 2015 comprobó que la capacidad de atención sostenida había bajado 4 segundos (de 12 a 8). Otro estudio posterior del New York Times con expertos del Laboratorio de Interacciones entre Humanos y Máquinas de la Universidad Carnegie Mellon comprobó que las personas a las que se interrumpe a menudo dan un 20 % más de respuestas incorrectas. CONTINUAR LEYENDO

lunes, 14 de julio de 2025

"TARDE DE AGOSTO". Un cuento de José Emilio Pacheco

«Tarde de agosto», cuento de José Emilio Pacheco, narra la historia de un adolescente de catorce años que vive solo con su madre y pasa los días entre lecturas de guerra y la televisión. Una tarde el joven se ve obligado a acompañar a su prima y a su novio en un paseo en coche. Durante el viaje, el muchacho experimenta emociones intensas de celos y aislamiento, que culminan en un revelador incidente en un bosque, que lo afecta profundamente.

Nunca vas a olvidar esa tarde de agosto. Tenías catorce años, ibas a terminar la secundaria. No recordabas a tu padre, muerto al poco tiempo de que nacieras. Tu madre trabajaba en una agencia de viajes. Todos los días, de lunes a viernes, te despertaba a las seis y media. Quedaba atrás un sueño de combates a la orilla del mar, ataques a los bastiones de la selva, desembarcos en tierras enemigas. Y entrabas en el día en que era necesario vivir, crecer, abandonar la infancia. Por la noche miraban la televisión sin hablarse. Luego te encerrabas a leer las novelas de una serie española, la Colección Bazooka, relatos de la Segunda Guerra Mundial que idealizaban las batallas y te permitían entrar en el mundo heroico que te gustaría haber vivido.

El trabajo de tu madre te obligaba a comer en casa de su hermano. Era hosco, no te manifestaba ningún afecto y cada mes exigía el pago puntual de tus alimentos. Pero todo lo compensaba la presencia de Julia, tu inalcanzable prima hermana. Julia estudiaba ciencias químicas, era la única que te daba un lugar en el mundo, no por amor, como creíste entonces, sino por la compasión que despertaba el intruso, el huérfano, el sin derecho a nada.

Julia te ayudaba en las tareas, te dejaba escuchar sus discos, esa música que hoy no puedes oír sin recordarla. Una noche te llevó al cine, después te presentó a su novio, el primero que pudo visitarla en su casa. Desde entonces odiaste a Pedro. Compañero de Julia en la universidad, se vestía bien, hablaba de igual a igual con tu familia. Le tenías miedo, estabas seguro de que a solas con Julia se burlaba de ti y de tus novelitas de guerra que llevabas a todas partes. Le molestaba que le dieras lástima a tu prima, te consideraba un testigo, un estorbo, desde luego nunca un rival.

Julia cumplió veinte años esa tarde de agosto. Al terminar el almuerzo, Pedro le preguntó si quería pasear en su coche por los alrededores de la ciudad. Ve con ellos, ordenó tu tío. Sumido en el asiento posterior te deslumbró la luz del sol y te calcinaron los celos. Julia reclinaba la cabeza en el hombro de Pedro, Pedro conducía con una mano para abrazar a Julia, una canción de entonces trepidaba en la radio, caía la tarde en la ciudad de piedra y polvo. Viste perderse en la ventanilla las últimas casas y los cuarteles y los cementerios. Después (Julia besaba a Pedro, tú no existías hundido en el asiento posterior) el bosque, la montaña, los pinos desgarrados por la luz llegaron a tus ojos como si los cubrieran para impedir el llanto. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 13 de julio de 2025

"RIMA XXX: ASOMABA A SUS OJOS UNA LÁGRIMA". Un poema de Gustavo Adolfo Bécquer


Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.

Yo voy por un camino; ella, por otro;
pero, al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: ¿Por qué callé aquel día?
Y ella dirá: ¿Por qué no lloré yo?

viernes, 11 de julio de 2025

"LA IMPERFECTA CASADA". Un cuento de Leopoldo Alas "Clarín"

Mariquita Varela, casta esposa de Fernando Osorio, notaba que de algún tiempo a aquella parte se iba haciendo una sabia sin haber puesto en ello empeño, ni pensado en sacarle jugo de ninguna especie a la sabiduría. Era el caso, que, desde que los chicos mayores, Fernandito y Mariano, se habían hecho unos hombrecitos y se acostaban solos y pasaban gran parte del día en el colegio, a ella le sobraba mucho tiempo, después de cumplir todos sus deberes, para aburrirse de lo lindo; y por no estarse mamo sobre mano, pensando mal del marido ausente, sólo ocupada en acusarle y perdonarle, todo en la pura fantasía, había dado en el prurito de leer, cosa en ella tan nueva, que al principio le hacía gracia por lo rara.

Leía cualquier cosa. Primero la emprendió con la librería del oficioso esposo, que era médico; pero pronto se cansó del espanto, de los horrores que consiente el padecer humano, y mucho más de los escándalos técnicos, muchos de ellos pintados a lo vivo en grandes láminas de que la biblioteca de Osorio era rico museo.

Tomó por otro lado, y leyó literatura, moral, filosofía, y vino a comprender, como en resumen, que del mucho leer se sacaba una vaga tristeza entre voluptuosa y resignada; pero algo que era menos horroroso que la contemplación de los dolores humanos, materiales, de los libros de médicos.

Llegó a encontrar repetidas muestra de literatura cristiana, edificante; y allí se detuvo con ahínco y empezó a tomar en serio la lectura, porque comenzó a ver en ella algo útil y que servía para su estado; para su estado de mujer que fue hermosa, alegre, obsequiada, amada, feliz, y que empieza a ver en lontananza la vejez desgraciada, las arrugas, las canas y la melancólica muerte del sexo en su eficacia. Lejos todavía estaba ese horror, pero mal síntoma era ir pensando tanto en aquello. Pues sus lecturas morales, religiosas, la ayudaban no poco a conformarse. Pero le sucedió lo que siempre sucede en tales casos: que fue más dichosa mientras fue neófita y conservó la vanidad pueril de creerse buena, nada más que porque tenía buenos pensamientos, excelentes propósitos, y porque prefería aquellas lecturas y meditaciones honradas; y fue menos dichosa cuando empezó a vislumbrar en qué consistía la perfección sin engaños, sin vanidades, sin confianza loca en el propio mérito. Entonces, al ver tan lejos (¡oh, mucho más lejos que la vejez con sus miserias!), tan lejos la virtud verdadera, el mérito real sin ilusión, se sintió el alma llena de amargura, en una soledad de hielo, sin mí, sin vos y sin Dios, como decía Lope, sin mí, es decir, sin ella misma, porque no se apreciaba, se desconocía, desconfiaba de su vanidad, de su egoísmo; sin vos, es decir, sin su marido, porque ¡ay! El amor, el amor de amores, había volado tiempo hacía; y sin Dios, porque Dios está sólo donde está la virtud, y la virtud real, positiva, no estaba en ella. Valor se necesitaba para seguir sondando aquel abismo de su alma, en que al cabo de tanto esfuerzo de humildad, de perdón de las injurias, de amor a la cruz del matrimonio, que llevaba ella sola, se encontraba que todo era presunción, romanticismo disfrazado de piedad, histerismo, sugestión de sus soledades, paliativos para conllevar la usencia del esposo, distraído allá en el mundo... El mérito real, la virtud cierta, estaba lejos, mucho más lejos. CONTINUAR LEYENDO


jueves, 10 de julio de 2025

"TE ESTOY LLAMANDO". Un poema d Idea Vilariño


Amor 
desde la sombra
desde el dolor
amor
te estoy llamando
desde el pozo asfixiante del recuerdo
sin nada que me sirva ni te espere.

Te estoy llamando
amor
como al destino
como al sueño
a la paz
te estoy llamando
con la voz
con el cuerpo
con la vida
con todo lo que tengo
y que no tengo
con desesperación
con sed
con llanto
como si fueras aire
y yo me ahogara
como si fueras luz
y me muriera.

Desde una noche ciega
desde olvido
desde horas cerradas
en lo solo
sin lágrimas ni amor
te estoy llamando
como a la muerte
amor
como a la muerte.

miércoles, 9 de julio de 2025

"CUÉNTAME NOVELAS". Antonio Muñoz Molina, El País 05 JUL 2025

FRAN PULIDO
Imaginar lo nunca imaginado es tarea de narradores y de reformadores sociales

Aquel pariente mío, que había hecho fortuna en la vida, me pedía que le aconsejara libros para que leyeran sus hijas, a punto ya de salir de la infancia: “Pero que sean libros con fundamento, no novelas ni cosas así”. Mi tío había alcanzado su posición sin necesidad de leer ningún libro, pero aún así tenía ideas muy firmes sobre los que no les convenía leer a sus hijas, y no ya por la antigua sospecha de la inmoralidad de las novelas, en particular para las mujeres, sino por un recelo particular contra la ficción. ¿Para qué sirve leer historias inventadas sobre gente que no existe? Ahora me acuerdo de mi pobre tío porque voy leyendo aquí y allá informes y análisis sobre la creciente indiferencia, y hasta el abierto rechazo, de los hombres hacia las novelas, en particular varones jóvenes o en la primera madurez. Lo que ahora detectan con tanta agudeza los expertos lo ha sabido siempre cualquier escritor que dedica libros a una fila de lectores, da una conferencia o acepta la invitación de un club de lectura. Estadísticamente, el lector es lectora, igual que el enfermero es enfermera. Hay excelentes lectores varones, lo mismo que hay enfermeros magníficos, pero desde que hacia mediados del siglo XVIII se generalizó la lectura de novelas ya se observó que su público mayoritario estaba entre las mujeres, lo cual fue visto muchas veces como una prueba de la baja consistencia intelectual de esa forma de literatura. Algunas mujeres, sobre todo en Inglaterra y en Francia, pudieron hacerse una carrera literaria porque, según Virginia Woolf, era la más barata de todas las profesiones. Hasta una señorita viviendo en la decorosa pobreza de Jane Austen podía permitirse los pocos materiales que incluso en nuestra época necesarios para escribir: tinta, papel, pluma, algo de indolencia.

Hay otro ingrediente imprescindible, aunque gratuito: la curiosidad hacia la vida de los otros, y la facultad de la imaginación que permite observar la propia vida desde dentro y desde fuera, y de contar las experiencias de otros como si uno mismo las hubiera vivido, estuviera viviéndolas. Esa facultad del novelista tiene su equivalente exacto en la que permite al lector vivir imaginariamente las vidas de los personajes de ficción; no a ciegas, desde luego, ni confundiéndolos con personas reales, sino por ese sofisticado mecanismo que el poeta Coleridge llamó la suspensión temporal o condicional de la incredulidad. Yo sé que ni el príncipe Andréi Bolkonsky ni Frédéric Moreau existieron nunca: pero cuando Bolkonsky, gravemente herido en la batalla de Austerlitz, mira bocarriba al cielo muy azul y siente la melancolía de morir tan joven, o cuando Frédéric Moreau se despide del amor de su vida, Madame Arnoux, y la ve alejarse con andar lento y pelo blanco, en esos dos momentos de Guerra y paz y La educación sentimental me sube desde la garganta una congoja que no puedo ni quiero dominar y que me humedece los ojos. La literatura, la música, el arte, dice Marcel Proust, son la única forma que tenemos de saber cómo es el alma de los otros, selladas para nosotros detrás de los signos siempre inciertos de las palabras y los gestos.

Cada uno vive confinado en su propia vida, en un ámbito escaso de personas y lugares, en el tiempo breve que se le ha concedido en este mundo. Yo no creo que las novelas nos consuelen de la mediocridad de lo real, ni que permitan disfrutar emociones más intensas o verdaderas de las que ofrece la vida; y desde luego hay novelas malas, y novelas detestables, y novelas que en algunos casos pueden tener un efecto dañino, en momentos o edades de mucha fragilidad. Pero estoy convencido de que el hábito de leerlas, y de educarse crítica y fervorosamente en el ejercicio de la lectura, nos puede iluminar sobre nosotros mismos y sobre los otros, no sin olvidar su cualidad de entretenimiento saludable y barato, pues, como escribió Isaac Bashevis Singer, “en literatura, una verdad aburrida no es una verdad”. Este mundo de ahora, que parece regalarnos perspectivas ilimitadas sobre todas las cosas, nos encierra en el caparazón de lo semejante y lo tribal: tu identidad sexual, tu catecismo ideológico, tu generación con su mayúscula clasificatoria. Una buena novela te educa en los matices infinitos de lo particular y lo irreductible, y en la fraternidad profunda que puede unirlo a uno con quien parecería más ajeno, personas de otra época y otro sexo, de otra clase y de otro idioma, en las que de golpe te reconoces con una identificación que rara vez encuentras en tus contemporáneos, en los miembros del grupo en el que te ves incluido, por voluntad propia, o por conformidad, o a la fuerza.

Hay historiadores que hablan de un tiempo, que comienza aproximadamente con la Ilustración, en el que sucedió una “ampliación del círculo moral”. Casualidad o no, es también el comienzo de la edad de oro de la novela. Personas o grupos a los que se les había negado la plena humanidad, o designado como inferiores, empezaban a ser reconocidas como iguales. Exploradores y comerciantes sometían a pueblos originarios en nombre de la superioridad del hombre blanco, pero había ilustrados, como Diderot y tantos otros, muchas mujeres entre ellos, que desde el principio condenaron la explotación y la violencia colonial, denunciaron la esclavitud, imaginaron que esas personas de otro color de piel y otras maneras de vivir merecían ser incluidas en un círculo moral en el que hasta entonces solo gozaban derecho de admisión los varones blancos de un cierto poder económico. Jean Jacques Rousseau, novelista igual que filósofo, defendió la igualdad de los hombres, y Mary Wollstonecraft les recordó a los roussonianos de la Revolución Francesa que la declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano solo sería de verdad universal si incluía a las mujeres. Fue su hija, Mary Shelley, tan bravía como ella, quien retrató en Frankenstein la humanidad trágica del mayor excluido del círculo moral, la criatura monstruosa de la que ha renegado con espanto hasta su mismo creador. La lucha política contra la esclavitud ganó todavía más fuerza cuando a los argumentos teóricos se sumaron los relatos veraces de esclavos fugitivos que al contar en primera persona su servidumbre y su rebeldía y coraje forzaban a la imaginación de los lectores a ponerse en el lugar de los perseguidos, y a reconocerse como en un espejo inquietante en las figuras de quienes habían sido clasificados como inferiores. La ciencia, escandalosamente, solo se liberó del todo de las fantasías racistas tras el terrible escarmiento del nazismo: fue la mejor literatura la que despertó a los lectores a la evidencia de la igualdad de los seres humanos, y a la singularidad de cada uno de ellos.

Nosotros hemos asistido con nuestros propios ojos al ensanchamiento del círculo moral, en las leyes y en la vida cotidiana, en nuestras mismas familias, donde lo hasta hace no muchos años inimaginable ahora es común, las opciones vitales y sexuales de cada uno, los antiguos tabús tan extinguidos que ya ni se recuerdan. Imaginar lo nunca imaginado es tarea de novelistas y de reformadores sociales. Y precisamente porque nosotros sí recordamos la fealdad estética y moral de un pasado de prejuicios nos espanta más estar viendo cómo él círculo moral ahora vuelve a estrecharse, en las fronteras tajantes entre los nuestros y los otros, las fronteras mentales que las novelas ayudaron a derribar y las fronteras físicas que vuelven a levantarse, con toda la virulencia del oscurantismo político y de la tecnología. En Gaza, en Ucrania, en El Salvador, en las minas infernales del Congo, en Afganistán, en las jaulas rodeadas de caimanes de Florida, a las personas se las atormenta y se las elimina mejor si no se sabe o no se quiere imaginar que son seres humanos.

martes, 8 de julio de 2025

"VIAJE ALREDEDOR DEL PORVENIR". Un cuento de César Vallejo

A eso de las dos de la mañana despertó el administrador en un sobresalto. Tocó el botón de la luz y alumbró. Al consultar su reloj de bolsillo, se dio cuenta de que era todavía muy temprano para levantarse. Apagó y trató de dormirse de nuevo. Hasta las tres y media podía dar un buen sueño. Su mujer parecía estar sumida en un sueño profundo. El administrador ignoraba que ella le había sentido y que, en ese momento, estaba también despierta. Sin embargo, los dos permanecían en silencio, el uno junto al otro, en medio de la completa oscuridad del dormitorio.

Pero pasados unos minutos, no le volvía el sueño al administrador, y su mujer, sin saber por qué, tampoco podía ya dormir, siguiendo con el oído los movimientos que, de cuando en cuando, hacía su marido en la cama y hasta el ritmo de su respiración y el parpadeo de sus ojos. Hacía dos años que eran casados. Una hijita de tres meses dormía en su cuna, en la habitación contigua, a cargo de una nodriza. El administrador casó con Eva, no porque la quisiera, sino por conveniencia, pues esta tenía un lejano parentesco con don Julio, patrón de la hacienda. El administrador hizo, en efecto, un buen negocio: apenas se casaron, el patrón lo había ascendido de simple mayordomo de campo, con 60 soles de sueldo y una simple ración de carne y arroz, a administrador general de la hacienda, con 150 soles mensuales y tres raciones diarias. De otro lado, aun cuando el parentesco en cuestión no contaba mucho a los ojos del patrón —hombre duro, vanidoso y avaro— con el matrimonio cambió en parte el tratamiento que le daba a su exmayordomo de campo. Tenía para él una sonrisa, por lo menos, a la semana. Solía también a veces dar a sus instrucciones, delante de los obreros y los otros empleados, repentinas entonaciones de deferencia. Una vez al mes, les estaba acordado al administrador y a su mujer, ir de visita a la casa-hacienda y comer en la mesa de los parientes pobres del patrón. Por último, el 28 de julio de cada año, día de la fiesta nacional, recibía el cajero orden de dar al administrador un sueldo gratis. Mas la dádiva mayor no había sido todavía recibida, aunque ya estaba prometida.

El día en que nació la hija del administrador, la mujer del patrón le dijo a su marido, a la hora de cenar:

—¿Sabes una cosa?

El patrón, cuyo despotismo y frialdad no exceptuaba ni a su mujer, movió negativamente la cabeza.

—Eva ha dado a luz esta mañana —añadió la patrona— y la criatura es mujercita.

—¡Zonza! —argumentó el patrón en tono de burla—. No sabe hacé hico. ¿Po qué no hacé uno muchacho hombre? CONTINUAR LEYENDO