lunes, 4 de abril de 2016

¿CÓMO SE CONSTRUYE UN LECTOR?

¿Sirven para algo las campañas de lectura? ¿Repetirles a quienes mantienen con los libros una relación distante que leer es un placer, que leer construye como ciudadano y que, sea como sea, hay que leer? Alberto Manguel, Tomás Abraham, Guillermo Jaim Etcheverry, Hugo Salas y Michèle Petit dan su parecer.

En un artículo publicado hace más de diez años en el periódico The Guardian, Michael Cunningham, autor del libro Las horas, contaba que la primera vez que se acercó a un libro no fue por haberse sentido persuadido de que la lectura es una actividad saludable, o de que leer lo iba a formar como un ciudadano crítico, o de que es una actividad indispensable para “ser alguien” en la vida: digamos, en resumen, que no fue por ninguno de esos clisés con los que se atormenta a diario a los niños. El motivo, por supuesto, era menos abstracto: quería impresionar a una chica, levantársela. Eso era todo. Los altos niveles de libido, se sabe, suelen ser más persuasivos que los eslóganes, y así llegó a Mrs. Dalloway: un libro cuyo significado se le escapaba, pero no la lengua: “Virginia Woolf hacía con la lengua lo que Jimi Hendrix con la guitarra”, descubre.

En verdad, cómo es que alguien llega a ser lector –siempre hablando de los que no tuvieron el privilegio de provenir de una familia de lectores– todavía sigue siendo un misterio. Acaso una de las cosas que se podrían aventurar con cierta seguridad es que las razones suelen ser más concretas o vitales de las que suponen las ONG: puede ser por cortejar a alguien, como en Cunningham; o porque se es gordo, como cuenta Juan Guinot; o para desmarcarse de un grupo de adolescentes hostiles o salvajes. A veces se buscan grandes motivos, o se rememora una experiencia de lectura precoz: tal libro “me partió la cabeza”, se dice; pero luego resulta que, en realidad, uno se hace lector por un problema en el pito, o en el páncreas, o quizás acontece que el encuentro con el libro no es más que uno de los tantos efectos del asma, como en Proust; o de la tartamudez, como en el caso de Tomás Abraham, que cuenta también que, en el fondo, leía para que no lo invadieran y para que lo respetaran: “Por lo general, la gente no te grita cuando estás leyendo”, dice.

Fuente: perfil.com

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