Cuando me enteré que Mary Beard, una desconocida para mí, había ganado el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, me puse a buscar información sobre ella en la red, encontrándome con una gran mujer, muy sabia, amén de afable, cercana, amena y divertida. De entre toda su bibliografía, seleccioné un libro que me pareció que podía ser un buen comienzo para iniciar el camino de acercamiento a su obra. Era el titulado: El mundo clásico: Una breve introducción, escrito junto con John Henderson. Y he de confesar que no me ha defraudado en absoluto. Además, me ha servido para seguir profundizando en la literatura clásica y en eso que algunos llaman pomposamente: "Literatura Clásica Universal".
He de confesar que algunos de los libros que van predicando por ahí algunos sacerdotes de la verdad como ejemplos casi únicos de literatura de los que no se puede prescindir no han llegado a ganar mi corazón. Uno de los que aparecen en esa apología sacerdotal de la literatura clásica es el de La Odisea. He de confesaros que cuando lo leí no me gustó nada, no como valor literario, sino como lector. Me parece un texto de una épica brutal, desmedido en cuanto a la violencia, absolutamente despreciativo con respecto a las mujeres, fundamentalmente con Penélope, y, en cuanto al héroe, Odiseo, veo una persona que en ciertos momentos, los menos, es astuta y en otros un protegido de Palas Atenea, por la que logra llevar a buen término gran parte de sus hazañas. Sin embargo, Odiseo, para los latinos Ulises, es considerado por la mayoría de los expertos (?) como uno de los grandes héroes de la épica griega y muestra de una elevada literatura. Aunque, si uno profundiza en otros autores, como Ovidio, u otras obras de la época, se va dando cuenta de que no todo el mundo tenía esa gran opinión sobre el héroe.
De todas formas, me seguía sorprendiendo que a distintos autores y críticos literarios que me sirven de guía por este intrincado mundo de la Literatura, no a los referido sacerdotes, les siguiese encandilando esta obra y escribiesen cosas muy bonitas sobre ella. Véase por ejemplo la poesía Ítaca del poeta Constantino Cavafis. Y me sigo refiriendo desde el punto de vista del lector, que para el literario ya he leído Poética de Aristóteles. Ante esto tan sólo encontraba una explicación posible: que lo que escribían no era de la obra en sí, sino de la lectura que habían hecho de ese texto. Lectura que, como es sabido, es fruto de la interacción dinámica entre el texto y el lector. Tal como dice Louise M. Rosenblatt en su libro La literatua como exploración: "El lector interpreta el poema o la novela tal como el violinista interpreta la sonata. Pero el instrumento en el que interpreta el lector, y del cual evoca la obra es... él mismo." (pág. 299).
Parte de esas dudas se han ido aclarando con la lectura del libro de Mary Beard y John Henderson. Todo es recomendable, pero para lo que nos ocupa baste como ejemplo un par de citas.
"Ese ejemplo ahonda en la idea de que estudiar el mundo clásico no se limita a un pasado remoto, oportunamente separado de nosotros, por dos mil años, pues las sucesivas reacciones y reelaboraciones que, a lo largo de la historia, la amplísima comunidad de sus lectores genera, hace que las obras del arte y la literatura clásicas sean cada vez más ricas, que nunca dejen de ver su sentido transformado y renovado." (pág. 162)
"El estudio del mundo clásico pone con frecuencia en complejas encrucijadas valorativas como esta. Normalmente el adjetivo "clásico" se sigue usando, todavía hoy, para expresar que algo -cualquier cosas, desde novelas a coches- se aprueba o se admira, pero al mismo tiempo hay abierto un gran debate sobre cuáles de las obras artísticas o literarias que conservamos del mundo antiguo son las mejores, y las posturas que se adoptan están muy influidas por los cambios habidos en nuestra propia cultura contemporánea. Por ejemplo: cuando a comienzos del siglo XX, el arte abstracto gozaba de especial predicamento,, había también una tendencia a otorgar mucho valor a las fases iniciales de la escultura griega (la de los siglos VII y VI a. C., con sus formas rotundas, convencionales, casi abstractas); la chispa irreverente del genio de Ovidio, objeto de admiración en la últimas décadas, en tiempos anteriores se condenaba firmemente por su frivolidad impredecible y autocomplaciente; y los poetas épicos posteriores a Virgilio, a quienes se solía despreciar por su exagerado histrionismo, producto de una época decadente, hoy resultan atractivos a ojos de muchos lectores por su estentórea denuncia de los horrores de la guerra civil, así como por el coraje político que suponía atreverse a hablar en el contexto de la autocracia represora del Imperio romano." (pág. 133)
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