Leer es un riesgo. Leer, querer leer y saber leer son costumbres cada vez menos garantizadas. Leer libros no es algo natural y necesario como caminar, comer, hablar o usar los cinco sentidos. No es una actividad vital, ni en el plano fisiológico ni en el social. Viene después, implica una atención especialmente consciente y voluntaria hacia uno mismo. Leer literatura, filosofía y ciencia, si no se hace por trabajo, es un lujo, una pasión noble o ligeramente perversa, un vicio que la sociedad no censura. Es tanto un placer como un propósito de mejora. Requiere cierto grado y capacidad de introversión y concentración. Es una forma de salirse de uno mismo y del ambiente que nos rodea, pero también es un medio para conocerse mejor, para ser más conscientes de nuestro orden y desorden mental.
La lectura es todo esto y quién sabe cuántas cosas más. Sin embargo, constituye apenas uno de los medios a través de los cuales nos abstraemos y nos concentramos, reflexionamos sobre lo que nos pasa, adquirimos conocimientos y nos procuramos sosiego y distancia. Además, el acto de la lectura ha gozado en sí mismo de un prestigio extraordinario, de un aura especial a lo largo de los siglos, desde que existe la escritura. Durante mucho tiempo y de forma repetida, por motivos distintos que podían ser económicos, religiosos, intelectuales, políticos, estéticos y morales, la lectura de ciertos textos tuvo algo de ritual. Los textos que se pasaban de mano en mano, como los libros sagrados, los códigos de leyes y las obras literarias, se conservaban y se legaban escrupulosamente para poder ser usados de nuevo. La sociedad occidental moderna transformó y reinventó, en cierta medida, los motivos y los tipos de lectura. Sin embargo, en las últimas décadas el acto de leer, su valor reconocido, su calidad y hasta sus condiciones materiales y técnicas, parecen estar amenazadas. Habló de ello Italo Calvino medio en broma, pero sinceramente preocupado, en el íncipit de una de sus últimas novelas:
Estás a punto de comenzar a leer la nueva novela Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino. Relájate. Concéntrate. Aleja de ti todo pensamiento. Deja que el mundo que te rodea se difumine en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; tras ella siempre está la televisión encendida. Díselo ya a todo el mundo: «¡No, no quiero ver la tele!». Levanta la voz si no te oyen: «¡Estoy leyendo! ¡No quiero que moleste nadie!». Quizá no te hayan oído, con todo ese jaleo; dilo más fuerte, grita [...].
Se trata de los riesgos que corre la lectura. Después están los riesgos que corren quienes leen, sobre todo los que leen literatura, filosofía e historia, en especial la que se ha escrito en Europa y América en los dos últimos siglos. Desde que existe eso que llamamos Modernidad —es decir, la cultura de la independencia individual, del pensamiento crítico, de la libertad de conciencia, de la igualdad y de la justicia social, de la organización y de la productividad, así como de su rechazo político y utópico—, desde entonces leer supone correr riesgos. Es un acto social y culturalmente ambiguo: permite e incrementa la socialización de los individuos, pero, por otra parte, pone en riesgo la voluntad individual de entrar en la red de los vínculos sociales renunciando a una cuota de tu propia autonomía y singularidad. CONTINUAR LEYENDO
ALGUNAS CITAS:
ALGUNAS CITAS:
[Leer] Es tanto un placer como un propósito de mejora. Requiere cierto grado y capacidad de introversión y concentración. Es una forma de salirse de unos mismo y del ambiente que nos rodea, pero también es un medio para conocerse mejor, para ser más consciente de nuestro orden y desorden mental. (21)
Nosotros estamos espoleados, obsesionados e intoxicados por la idea de Historia y por el afán de superar, demoler, desbancar y declarar obsoleto el pasado. Leer lo que nos dice ese pasado se ha convertido, por tanto, en una actividad exclusiva para historiadores y filólogos: se estudia para mantenerlo a distancia, no para ser leído con identificación. (25)
[...] todo lector apasionado (no solo de novelas) hace que sus lecturas predilectas formen parte de la construcción de su identidad. La lectura permite establecer vías de comunicación entre el yo profundo -con su caos- y el yo social que debe enfrentarse a las normas del mundo. (25)
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