- ¿Qué beneficios ofrece la lectura para el desarrollo y el proceso de formación de niños y jóvenes?
- ¿Qué actitudes puedo utilizar para fomentar el hábito de la lectura en mi hijo o en mi hija, desde la primera infancia a la adolescencia?
lunes, 7 de septiembre de 2020
Esperando a los bárbaros. Un poema de C.P. Cavafis.
-¿Qué esperamos congregados en el foro?
Es a los bárbaros que hoy llegan.
-¿Por qué esta inacción en el Senado?
¿Por qué están ahí sentados sin legislar los Senadores?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
¿Qué leyes van a hacer los senadores?
Ya legislarán los bárbaros, cuando lleguen.
-¿Por qué nuestro emperador madrugó tanto
y en su trono, a la puerta mayor de la ciudad,
está sentado, solemne y ciñendo su corona?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
Y el emperador espera para dar
a su jefe la acogida. Incluso preparó,
para entregárselo, un pergamino. En él
muchos títulos y dignidades hay escritos.
-¿Por qué nuestros dos cónsules y pretores salieron
hoy con rojas togas bordadas;
por qué llevan brazaletes con tantas amatistas
y anillos engastados y esmeraldas rutilantes;
por qué empuñan hoy preciosos báculos
en plata y oro magníficamente cincelados?
Porque hoy llegarán los bárbaros;
y espectáculos así deslumbran a los bárbaros.
-¿Por qué no acuden, como siempre, los ilustres oradores
a echar sus discursos y decir sus cosas?
Porque hoy llegarán los bárbaros y
les fastidian la elocuencia y los discursos.
-¿Por qué empieza de pronto este desconcierto
y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!)
¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían
y todos vuelven a casa compungidos?
Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.
Algunos han venido de las fronteras
y contado que los bárbaros no existen.
¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?
Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.
Es a los bárbaros que hoy llegan.
-¿Por qué esta inacción en el Senado?
¿Por qué están ahí sentados sin legislar los Senadores?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
¿Qué leyes van a hacer los senadores?
Ya legislarán los bárbaros, cuando lleguen.
-¿Por qué nuestro emperador madrugó tanto
y en su trono, a la puerta mayor de la ciudad,
está sentado, solemne y ciñendo su corona?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
Y el emperador espera para dar
a su jefe la acogida. Incluso preparó,
para entregárselo, un pergamino. En él
muchos títulos y dignidades hay escritos.
-¿Por qué nuestros dos cónsules y pretores salieron
hoy con rojas togas bordadas;
por qué llevan brazaletes con tantas amatistas
y anillos engastados y esmeraldas rutilantes;
por qué empuñan hoy preciosos báculos
en plata y oro magníficamente cincelados?
Porque hoy llegarán los bárbaros;
y espectáculos así deslumbran a los bárbaros.
-¿Por qué no acuden, como siempre, los ilustres oradores
a echar sus discursos y decir sus cosas?
Porque hoy llegarán los bárbaros y
les fastidian la elocuencia y los discursos.
-¿Por qué empieza de pronto este desconcierto
y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!)
¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían
y todos vuelven a casa compungidos?
Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.
Algunos han venido de las fronteras
y contado que los bárbaros no existen.
¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?
Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.
viernes, 4 de septiembre de 2020
El monstruo redondo, un cuento de Alberto Moravia
Leí a Platón hace ya veinte años, cuando era estudiante de medicina y estaba a punto de terminar la carrera. De esa lectura recuerdo especialmente la fábula del andrógino, según la cual, en los orígenes de la humanidad, hubo un monstruo redondo, con dos cabezas, cuatro brazos, cuatro piernas, dos traseros y dos sexos. Zeus, preocupado por la vitalidad del monstruo, decidió debilitarlo y lo partió en dos mitades, de la misma manera —como dice Platón— que se parte un huevo duro con una cerda cortante. Desde entonces estas dos mitades, una de sexo femenino y la otra de sexo masculino, van por el mundo, anhelantes, buscando a la otra mitad de sexo diferente que las complete y les permita restablecer al monstruo redondo de los orígenes. ¿Por qué se me ha quedado esta fábula en la memoria? Porque, por lo menos en lo que a mí toca, no se trata de una fábula, sino de una verdad. No obstante mi profesión, mi cultura, mi inteligencia de mi mitad masculina. Esta búsqueda continua y desesperada me hace cometer verdaderas locuras, como ahora, por ejemplo, que trepo por las escaleras de un caserón popular, en busca de un cierto Mario, un joven camarero que trabaja en un balneario, en brazos del cual me he sentido completa hace apenas diez días, mientras vacacionaba en un hotel del Circeo.
Naturalmente, el elevador está descompuesto; y así, cuando llego al sexto piso después de haber subido doce tramos de escaleras, tengo que descansar, por lo menos un minuto, frente a la puerta de su apartamento recuperando el aire. Sobre la placa de latón está escrito, en caracteres cursivos, “Eldamoda”, tal vez para dar una impresión de elegancia. Elda es el nombre de la madre de Mario, y esa placa presuntuosa e ingenua contrasta con la modestia de la puerta de madera mal pintada de gris, con el rellano estrecho y bañado por un sol cruel, con la escalera angosta y sucia, como todo el edificio. Ya recobré el aliento. Extiendo la mano y toco el timbre.
La puerta se abre inmediatamente, como queriendo denotar la pequeñez del apartamento. Bajo el umbral aparece una mujer con mandil negro, de sastre, una cinta métrica de caucho sobre el hombro y muchas hebras de hilo blanco en el pecho; es sin duda la madre de Mario. Es una mujer todavía guapa, pero derrotada y ceñuda. La maternidad, el trabajo y la mala comida la han deformado. Debe tener más o menos mi edad, tal vez algunos años menos, pero yo parezco ciertamente más joven, dado que me tiño el cabello, y el de ella tiene ya muchas canas. CONTINUAR LEYENDO
jueves, 3 de septiembre de 2020
Librerías de barrio, espacios para el alma, un artículo de Pilar Perea publicado en eldiario.es
Las librerías que sobreviven en nuestros barrios hacen que también el propio barrio sobreviva. Las necesitamos, necesitamos esos lugares de conversación y de encuentro
"De noche iremos, de noche sin luna iremos, sin luna que para encontrar la fuente sólo la sed nos alumbra"
La ciudad se hace amable y pierde ese tono áspero de prisa y de asfalto en los rincones sencillos como en la sombra de un árbol (y mejor si hay un banco), en las fuentes (ahora apagadas) donde calmar la sed o en la librería de barrio donde también el alma encuentra un respiro.
Las librerías cercanas, las de barrio, son lugares donde alguien ha colocado libros y más libros, volúmenes y volúmenes en estanterías; de manera cuidadosa o en ese desorden casi delicado donde los libros esperan el día -es cierto que a veces nunca llega- en el que recuperar su sitio. Las librerías son espacios familiares que tienen una historia con personas, venturas y apuros. O así nos lo parece a quienes entramos en ellas con la sensación de habernos colado en el salón de la casa de alguien.
Son espacios donde se habla de libros, donde se entiende de libros. Lugares de encuentro en donde apaciguar la sed, a veces de conocimiento, otras de aventuras o de poesía. O la sed elemental, de quienes transitamos por la ciudad abrumados por el asfalto, el ruido y la prisa o por nuestros propios ruidos y prisas.
Si no tienen el libro que buscamos, lo piden; si no sabemos qué regalar, aconsejan; si dudamos, nos ofrecen algunas pistas, nos dejan deambular por sus estanterías. Podemos curiosear en las entrañas de este salón de amigo, recorrer los estantes poniéndonos de puntillas o agachándonos. Podemos, incluso, terminar en el suelo, como quien lee en un prado. Me encanta cuando encuentro a alguien sentado en el suelo leyendo. Lo observo y siento que todo el peso de su día ha cedido y que ha ganado la lectura.
Yo entro muchas veces en estas librerías por el puro placer de escapar del ruido exterior y de mi ruido interior y, en ese momento, cobra todo el sentido ese verso que dice algo así como que la sed guía el camino hacia la fuente. Casi siempre salgo como nueva y con una pila de libros que palpita y me pide tiempo. Los libros reclaman atención, por eso suelo repartirlos entre amistades y familia, me gusta que esos libros se hagan grandes en otras manos que puedan atenderlos mejor que yo, como merecen.
Las librerías que sobreviven en nuestros barrios hacen que también el propio barrio sobreviva. Las necesitamos. Necesitamos esos espacios, ese tiempo que se dilata entre libros, esos lugares de conversación y de encuentro, ese suelo donde dejarnos caer, esa fuente en donde calmar la sed aunque sea un rato, para seguir después, nuestro camino.
Son como nuestros ambulatorios para el alma y aún sin saberlo, son también parte de las vigas invisibles (pilas y pilas de libros) que sostienen nuestras ciudades.
Dicen que no hablan las plantas, un poema de Rosalía de Castro recitado por Aitana Sánchez-Gijón
Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso,
de mí murmuran y exclaman:
Ahí va la loca soñando
con la eterna primavera de la vida y de los campos,
y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.
Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
con la eterna primavera de la vida que se apaga
y la perenne frescura de los campos y las almas,
aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.
Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?
martes, 1 de septiembre de 2020
CÓMO HACER NATILLAS | ENTREVISTA A MARÍA TERESA ANDRUETTO
De un castellano preñado de piamontés e italiano, y el de la llanura cerealera de Córdoba; de la melancolía de un pueblo que añora un tiempo ido, antepasado, nace la lengua de María Teresa Andruetto, una lengua madre poblada de mujeres madres, hijas, abuelas, e interpelada siempre por los otros.
Teresa nació en Arroyo Cabral, Provincia de Córdoba, en 1954. Publicó novela, cuento, ensayo, literatura infantil. En Poesía: Palabras al rescoldo (Argos, 1993), Pavese (Argosos, 1998), Kodak (Argos, 2001), Beatriz (Argos, 2005), Sueño americano (Caballo Negro, 2008), Tendedero (CILC, 2010), Cleofé (Caballo Negro, 2017), Rembrandt/Beatriz (Viento de Fondo, 2018). En 2019, Ediciones en Danza aúna su Poesía reunida, con prólogo de Jorge Monteleone, y una selección de fotos a modo de coda.
En su obra versátil abunda el relato, la historia familiar, la genealogía, y una poética que es diálogo, oralidad, fusión de nombres, voces, versos. Pavese, el feminismo, Beatriz Vallejos, la fotografía, el tiempo que en ella se detiene, y la melancolía, y las recetas que pasan de generación en generación: “Mejor / que la leche pase / tibia, / por obra de tus manos, / desde la vaca / al cuenco / asentado en tu vientre. / Si es así, / sólo bastará espesarla / a fuerza de harina / o de fécula, / mareando la blancura / con una vara / de madera. / No olvides perfumarla / con naranja seca, / con limón, / con ramas de canela. / Y volverás a ser niño / cuando la comas / bajo la luna llena”.
La condena. Un cuento de Franz Kafka.
Era domingo por la mañana en lo más hermoso de la primavera. Georg Bendemann, un joven comerciante, estaba sentado en su habitación en el primer piso de una de las casas bajas y de construcción ligera que se extendían a lo largo del río en forma de hilera, y que sólo se distinguían entre sí por la altura y el color. Acababa de terminar una carta a un amigo de su juventud que se encontraba en el extranjero, la cerró con lentitud juguetona y miró luego por la ventana, con el codo apoyado sobre el escritorio, hacia el río, el puente y las colinas de la otra orilla con su color verde pálido.
Reflexionó sobre cómo este amigo, descontento de su éxito en su ciudad natal, había literalmente huido ya hacía años a Rusia. Ahora tenía un negocio en San Petersburgo, que al principio había marchado muy bien, pero que desde hacía tiempo parecía haberse estancado, tal como había lamentado el amigo en una de sus cada vez más infrecuentes visitas.
De este modo se mataba inútilmente trabajando en el extranjero, la extraña barba sólo tapaba con dificultad el rostro bien conocido desde los años de la niñez, rostro cuya piel amarillenta parecía manifestar una enfermedad en proceso de desarrollo. Según contaba, no tenía una auténtica relación con la colonia de sus compatriotas en aquel lugar y apenas relación social alguna con las familias naturales de allí y, en consecuencia, se hacía a la idea de una soltería definitiva. CONTINUAR LEYENDO
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