martes, 2 de julio de 2024

"YO, EL LÁPIZ". Un cuento de Leonard E. Read. Introducción de Milton Friedman.

Yo soy un lápiz de grafito, el típico lápiz de madera tan conocido por todos los chicos, chicas y adultos que saben leer y escribir.

Escribir es al mismo tiempo mi vocación y mi distracción, eso es todo lo que hago. Ustedes se preguntarán por qué debo confeccionar mi árbol genealógico. Bueno, para empezar mi historia es interesante. Y además, yo soy un misterio, mayor aún que el que puede representar un árbol, un atardecer o un relámpago. Lamentablemente, quienes me utilizan dan por sentado que soy un mero incidente, carente de todo pasado. Esta actitud me relega al nivel de algo meramente trivial. La humanidad cae así en una especie de penoso error, con el cual no podrá persistir mucho tiempo sin peligrar.

Yo, el lápiz, si bien en apariencia soy algo sencillo, merezco vuestro asombro y admiración, por las razones que más adelante probaré. En realidad, si ustedes logran entenderme -lo que realmente es mucho pedir de alguien-, si consiguen darse cuenta del milagro que vengo a simbolizar, podrán ayudar a salvar la libertad que desgraciadamente la humanidad de a poco va perdiendo. Tengo una profunda lección que enseñar. Y puedo trasnmitirla mejor que lo que un automóvil, un aeroplano o una lavadora de platos podrían hacerlo, en virtud de ser aparentemente algo muy simple.

¿Simple? Sin embargo, ni una sola persona sobre la tierra sabe cómo hacerme. Esto suena fantástico ¿no es cierto?. Especialmente cuando se toma conciencia que alrededor de cien a cien millones y medio de unidades como yo son producidas en los Estados Unidos cada año.

Tómenme y obsérvenme. ¿Qué es lo que ven? Sus ojos no encontrarán gran cosa -hay un poco de madera, barniz, la etiqueta, la mina de grafito, algo de metal y una goma de borrar. CONTINUAR LEYENDO

lunes, 1 de julio de 2024

"ESCUELA". Un poema de León Felipe

Oí tocar a los grandes violinistas del mundo,
a los grandes «virtuosos».
Y me quedé maravillado.
¡Si yo tocase así!… ¡Como un «Virtuoso»!
Pero yo no tenía
escuela
ni disciplina
ni método…
Y sin estas tres virtudes
no se puede ser «Virtuoso».
Me entristecí.
Y me fui por el mundo a llorar mi desdicha.

Una día oí… en un lugar… no sé cuál…
«Sólo el virtuoso puede ver un día la cara de Dios».
Yo sé que la palabra «Virtuoso»
tiene un significado equívoco, anfibológico,
pero, de una o de otra manera, pensé,
yo no seré nunca un «Virtuoso»…
y me fui por el mundo a llorar mi desdicha.

Anduve… anduve… anduve…
descalzo muchas veces,
bajo la lluvia y sin albergue…
solitario.
Y también en el carro itinerario
más humilde de la farándula española.
Así recorrí España.
Vi entonces muchos cementerios,
estuve en humildes velorios aldeanos
y aprendí cómo se llora en los distintos pueblos españoles.
Blasfemé.
Viví tres años en la cárcel…
no como prisionero político,
sino como delincuente vulgar…
Comí el rancho de castigo con ladrones y grandes asesinos…
viajé en la bodega de los barcos
les oí contar sus aventuras a los marineros
y su historia de hambre a los miserables emigrantes.
He dormido muchas noches, años, en el África Central,
allá, en el Golfo de Guinea, en la desembocadura del Muni,
acordando el ritmo de mi sangre
con el golpe seco, monótono y tenaz
del tambor prehistórico africano
de tribus indomables…
He visto a un negro desnudo
recibir cien azotes con correas de plomo
por haber robado un viejo sombrero de copa
en la factoría del Holandés.
Vi parir a una mujer
y vi parir a una gata…
y parió mejor la gata;
vi morir a un asno
y vi morir a un capitán.
y el asno murió mejor que el capitán.
Y ese niño, ¿por qué ha llorado toda la noche ese niño?
No es un niño, es un mono ─me dijeron.
Y todos se rieron de mí.
Yo fui a comprobarlo
y era un mono pequeño en efecto,
pero lloraba igual que un niño,
más desgarrada, más dolorosamente que todos los niños
que yo había oído llorar en el mundo.
El Sargento me explicó:
—Anoche en el bosque matamos al padre y a la madre,
y nos trajimos al monito.
¡¡Cómo lloraba el monito!!

Estuve en una guerra sangrienta,
tal vez la más sangrienta de todas.
Viví en muchas ciudades bombardeadas,
caminé bajo bombas enemigas que me perseguían,
vi varios palacios derruidos, sepultando
entre sus escombros niños y mujeres inocentes.
Una noche conté cientos de cadáveres
buscando a un amigo muerto.
Viví en manicomios y hospitales.
Estuve en un leprosario
(junto al lago petrolífero y sofocante de Maracaibo),
me senté a la misma mesa con los leprosos.
Y un día, al despedirme,
les di la mano a todos
sin guantelete, como el Cid…
no tenía otra cosa que darles.
He dormido sobre el estiércol de las cuadras,
en los bancos municipales
he recostado mi cabeza en la soga de los mendigos,
y me ha dado limosna ─Dios se lo pague─
una prostituta callejera.
Si recordase su nombre lo dejaría escrito aquí orgullosamente
en este mismo verso endecasílabo.
¿oh que alegría!, poder pagar una letra,
una deuda, una limosna de amor
a los cincuenta años vencida.

Y esta llaga que llevo aquí escondida
—desde mozo, hace 60 años—,
que sangra, que supura, no se cierra
y no puedo enseñarla por pudor.
No es herida gloriosa de guerra…
¡Pero hay llagas redentoras!

Una vez… alguien me llevó ciego
a un lugar de pesadilla… de bicéfalos monstruos.
¿Alguien?… ¿o fue el veneno antiguo y poderoso de mi sangre
que está ahí, agazapado como un tigre,
se levanta a veces, deforma el Amor
y me deja sin defensa
en un mundo subyugante, satánico y angélico a la vez,
donde se pierde al fin la voluntad
y uno ya no puede decir quién quiere que venza,
si la luz o la sombra?
Sin embargo,
aquella vez vencieron y me salvaron los ángeles…
Pero yo no fui un soldado valiente.
¡Oh el amor, el amor…! ¡Qué formas toma a veces!
¿Por qué ha de ser así?
¿Por qué este veneno de la sangre está ahí siempre,
agazapado como un tigre, y no se va,
y a veces se levanta, y lucha… y, ¡ay!, puede más que los ángeles?

Volví a blasfemar.
Quiero contarlo todo.
Que vengan el pregonero,
el cura
el psiquiatra,
el albañil…
Quiero que sepa todo el mundo
cómo
y de qué
está construida mi casa.
Otra vez,
desesperado,
quise escaparme por la puerta maldita y condenada
y mi ángel de la guarda me tomó por los hombros
y me dijo severo: no es hora todavía…
hay que esperar.
Y esperé.
Y sufrí,
y lloré otra vez.
He visto llorar a mucha gente en el mundo
y he aprendido a llorar por mi cuenta.
El traje de las lágrimas
le he encontrado siempre cortado a mi medida.

Viví en Norteamérica seis años, buscando a Whitman,
y no lo encontré. Nadie le conocía.
Hoy tampoco le conocen.
¡Pobre Walt!, tu palabra «Democracy»
la ha pisoteado el Ku-Klux-Klan…
y «aquella guerra», ¡ay!, aquella guerra la perdisteis los dos:
Lincoln y tú.

Llegué a México montado en la cola de la Revolución.
Corría el año 23…
y aquí planté mi choza,
aquí he vivido muchos años,
aquí he vivido,
he llorado,
he gritado,
he protestado
y me he llenado de asombro.
He presenciado monstruosidades y milagros:
aquí estaba cuando mataron a Trotsky
y cuando asesinaron a Villa,
cuando fusilaron a 40 generales juntos…
y aquí he visto a un indito,
a todo México
arrodillado llorando ante una flor.

He acompañado a la muerte muchas veces:
la vi a la cabecera de mi madre,
de mi compañera,
de amigos innumerables…
He sufrido y sufro el destierro…
Y soy hermano de todos los desterrados del mundo.

Tengo un amigo judío que estuvo en Auschwitz
y me ha enseñado las cicatrices del látigo alemán.
He estado en el infierno.
En un infierno que Dante y Virgilio no soñaron siquiera.
Salí del infierno… y he rezado mucho después.
Me sepultaron vivo
y me escapé de la tumba.

He vivido largos años
y he llegado a la vejez
con un saco inmenso,
lleno de recuerdos,
de aventuras,
de cicatrices,
de úlceras incurables,
de dolores,
de lágrimas,
de cobardías y tragedias…
y ahora… de repente,
a los 80 años
me doy cuenta de que sé tocar muy bien el violín…
que soy un «Virtuoso»,
que puedo tocar en los grandes conciertos del mundo.
(El hombre y el poeta
son un mismo y único instrumento.)
Me gusta haber dado con mi almendra
antes de morirme
Me gusta haber llegado a la vejez
siendo un gran violinista…
un Virtuoso.
Pero… con esta definición
que oí cierta vez en un lugar… no sé cuál:
«Sólo el Virtuoso puede ver un día la cara de Dios».