martes, 31 de marzo de 2020

La canción desesperada, un poema de Pablo Neruda.

Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.
El río anuda al mar su lamento obstinado.

Abandonado como los muelles en el alba.
Es la hora de partir, oh abandonado!

Sobre mi corazón llueven frías corolas.
Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos!

En ti se acumularon las guerras y los vuelos.
De ti alzaron las alas los pájaros del canto.

Todo te lo tragaste, como la lejanía.
Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue
naufragio!

Era la alegre hora del asalto y el beso.
La hora del estupor que ardía como un faro.

Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego,
turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio!

En la infancia de niebla mi alma alada y herida.
Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!

Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo.
Te tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio!

Hice retroceder la muralla de sombra,
anduve más allá del deseo y del acto.

Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí,
a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto.

Como un vaso albergaste la infinita ternura,
y el infinito olvido te trizó como a un vaso.

Era la negra, negra soledad de las islas,
y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos.

Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta.
Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro.

Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme
en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos!

Mi deseo de ti fue el más terrible y corto,
el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.

Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas,
aún los racimos arden picoteados de pájaros.

Oh la boca mordida, oh los besados miembros,
oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.

Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo
en que nos anudamos y nos desesperamos.

Y la ternura, leve como el agua y la harina.
Y la palabra apenas comenzada en los labios.

Ése fue mi destino y en él viajó mi anhelo,
y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio!

Oh sentina de escombros, en ti todo caía,
qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron.

De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste
de pie como un marino en la proa de un barco.

Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes.
Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo.

Pálido buzo ciego, desventurado hondero,
descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!

Es la hora de partir, la dura y fría hora
que la noche sujeta a todo horario.

El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa.
Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros.

Abandonado como los muelles en el alba.
Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos.

Ah más allá de todo. Ah más allá de todo.

Es la hora de partir. Oh abandonado!

Pablo Neruda, 1924

Competencia oral y educación democrática. Guadalupe Jover

Si la educación lingüística no capacita para tomar la palabra en el ejercicio de una ciudadanía activa y responsable, es que algo estamos haciendo mal. Tres pilares pueden sustentar la contribución del desarrollo de la competencia oral a la educación democrática: el reconocimiento de la diversidad lingüística del alumnado y la superación de la vieja pretensión homogeneizadora de la escuela; el compromiso con la emancipación comunicativa de chicas y chicos a través de la ampliación de su repertorio comunicativo, el cultivo de su conciencia lingüística y el acceso a contextos reales y diversos que reclamen su participación; y la sustitución, en todas las áreas, del «conocimiento revelado» por uno socialmente construido que haga de la deliberación argumentada uno de los principales motores de aprendizaje.


lunes, 30 de marzo de 2020

La mirada del espejo. Un artículo de Irene Vallejo


Hipnotizan nuestros ojos con imágenes de exultante juventud, perfecta, triunfadora: falsa. Saben que caeremos

Después de la pregunta, unos instantes frondosos de silencio: la tentación de mentir. ¿Cuántos años tienes? Los niños pequeños, interrogados, levantan uno a uno los dedos con la ilusión de llegar a desplegar un día el abanico de las dos manos. Los adolescentes intentan atribuirse con voz ensayada los ansiados 18, el ábrete sésamo de la edad adulta. Casi todos los demás pronunciamos nuestra edad en tenue súplica, como quien contiene a un animal desbocado. Apenas dejamos de desear ser mayores, empezamos a lamentar no ser más jóvenes. Qué breve es el tiempo en el que vivimos reconciliados con nuestro tiempo.

Hoy no solo se nos exige convertirnos en triunfadores; además debemos alcanzar el éxito jóvenes, cuando aún podemos posar guapos y fotogénicos. Qué anclada está la prisa en nosotros, qué insólita se ha vuelto a cualquier edad la paciencia. Cuenta el historiador Suetonio que, con 33 años, Julio César desempeñaba un cargo administrativo menor en Hispania. En viaje oficial, llegó a Gades, nuestra actual Cádiz, a visitar el templo de Hércules. Allí se detuvo frente a una estatua del macedonio Alejandro Magno y, al verla, lloró. Derramó esas lágrimas porque, a su edad, Alejandro había muerto después de conquistar gran parte del mundo conocido, mientras que Julio César era solo un oscuro magistrado en Hispania. Con tres décadas a las ­espaldas, el futuro general se sentía ya demasiado envejecido para las hazañas que su ambición le exigía. Hay que decir que, a pesar de sus complejos, antes de ser asesinado a los 56 años, tuvo tiempo de montar un triunvirato, perpetrar masacres en las Galias, contribuir a una guerra civil, escribir varios ­libros clásicos, derrotar a sus enemigos con asombrosos despliegues tácticos y dejar su nombre al mes de julio y a la cesárea.

En el fondo, el problema no es la edad, sino la insatisfacción inducida. Julio César quería ser Alejandro, como en su momento Alejandro quiso ser Aquiles. Sin embargo, lo que en el pasado era exclusivo de los individuos más desmesuradamente ambiciosos, ahora es un síndrome generalizado. En la película El club de la lucha, adaptación de la novela de Palahniuk dirigida por David Fincher, el protagonista es un individuo corriente, con un trabajo seguro y vida cómoda, pero descontento de sí mismo y angustiado por el insomnio. Sintiéndose mediocre y anodino, acude a grupos de terapia colectiva para el cáncer, buscando en las catástrofes ajenas anestesia contra su desasosiego. En un avión, conoce un día al exuberante Tyler Durden, que le fascina instantáneamente por sus ideas, su carisma, su arrolladora seguridad en sí mismo. Pronto empieza a pelear a puñetazos con su nuevo amigo para desahogar la rabia, funda con enorme éxito el club de la lucha y se lanza a reclutar una especie de ejército anarcofascista con el que ejecutar el gran ­Proyecto Caos. Poco a poco, iremos descubriendo que Tyler no existe en realidad, es solo la proyección de lo que el protagonista siempre quiso ser: atractivo, seductor, desinhibido, poderoso, temido, inmune al miedo. El gran nihilista era una víctima más de los mismos complejos que nos inyectan a todos.

En nuestra galaxia mediática, invadida por pantallas, todos tenemos un doble cuidadosamente diseñado por las agencias de publicidad. Las marcas no solo quieren que compremos sus productos, además nos tientan para que deseemos ser otros. Hipnotizan nuestros ojos con imágenes de exultante juventud, perfecta, triunfadora: falsa. Saben que caeremos en la trampa de comprar lo que venden para intentar parecernos a ellos, a los otros, a esos espejismos radiantes. Y así seguiremos gastando, porque nunca lo conseguiremos: nuestra insatisfacción son sus beneficios. El capitalismo funciona inoculando el virus de la esquizofrenia, la obsesión por ser otros, más fascinantes que la imagen de nuestro espejo. Hasta que, de pronto, la vida nos descubre que nuestros cuerpos son frágiles y vulnerables. En un mundo que conspira para que desees ser la copia de alguien que no existe, lo heroico es ser quien eres.

El kamikaze, un cuento del autor polaco Slawomir Mrozek

El director nos llamó y dijo:

—Hay que poner en orden el Archivo de Asuntos Pendientes. ¿Algún voluntario?

Nadie dio un paso al frente.

—Entonces tendré que nombrarlo a dedo. Irá el compañero secretario.

—Tengo mujer e hijos —susurró el secretario.

—¿El compañero contable?

—Imposible. Yo incluso estoy eximido de participar en la manifestación del Primero de Mayo.

—¿El compañero becario?

El becario se tiró al suelo y abrazó al director por las rodillas.

—No me haga esta trastada —dijo, sollozando—. Soy joven, tengo toda la vida por delante.

Daba pena sacrificar una vida joven. De pronto, llegó desde el rincón la voz del compañero escribano.

—Ayer me plantó la novia. Todo me da igual.

Se fue, llevando consigo un termo y provisiones para tres días. Lo acompañamos hasta la mismísima puerta del archivo, donde nos despedimos.

Al principio lo veíamos encaramarse lentamente por la montaña de papeles. Los expedientes se hundían bajo sus pies, pero él seguía adelante, porfiado.

Al día siguiente el ordenanza aún pudo ver a través del ojo de la cerradura cómo, colgado de una cuerda, escalaba la pared de actas ordenando algo por el camino.

El tercer día desapareció de su campo de visión. Probablemente se había adentrado en la espesura.

El sexto día oímos un estrépito lejano. El viejo y aguerrido ordenanza opinó que una avalancha habría sepultado a nuestro colega. Debió de haberse metido imprudentemente bajo una cornisa, que se habría desprendido y lo habría aplastado.

Pensábamos organizar una expedición de socorro, pero las semanas se nos escurrían entre los dedos y, finalmente, archivamos el caso y arrojamos la carpeta en el Archivo de Asuntos Pendientes a través del conducto de ventilación del techo.

FIN

domingo, 29 de marzo de 2020

Leer en la adolescencia. Guadalupe Jover


(...) Pero es verdad que muchas niñas y muchos niños han  sido lectores voraces en su infancia. La narración oral de cuentos y mitos o la lectura en voz alta antes de dormir, la biblioteca de aula en la escuela, las colecciones y sagas interminables trazaban un itinerario que parecía no había de quebrarse nunca. Y sin embargo, apenas cruzado el umbral de los doce o trece años, a veces parece abrirse el vacío. Es cierto que nuestros adolescentes a menudo están zambullidos en una sopa mediática a la que no son ajenos los libros: películas, juegos de ordenador, series de televisión, páginas web que, antes o después, incorporan el objeto libro en su panoplia: en el momento de escribir estas líneas, ahí figuran El diario de Greg, Canciones para
Paula, Los juegos del hambre, y un largo etcétera. Libros que consiguen atrapar a los lectores, pero que en poco -intuimos- contribuyen a su educación literaria. Aunque en esto, es verdad, hay criterios contrapuestos. ¿Se trata de que los adolescentes  lean, lo que sea, pero que lean? ¿De que coman, lo que sea, pero que coman? Más allá de posturas apocalípticas o integradas, no debiera ser difícil llegar a puntos de acuerdo en torno a lo que dicta el sentido común.

sábado, 28 de marzo de 2020

Academia de ciencias, un cuento de Slawomir Mrozek.



Desde aquella montaña se divisaban los valles en toda su amplitud, y en el suelo había dos vigas cruzadas.
—Ahora túmbate —dijo el mayor.
—¿Y para qué me tengo que tumbar?
—Para descansar. La montaña es escarpada, te has cansado. No, no en el suelo, sobre las vigas.
—¿Por qué sobre las vigas?
—Porque la tierra está húmeda después de la lluvia, podrías coger un resfriado. Sí, eso es, y ahora abre los brazos.
—¿Por qué?
—Porque así se respira mejor. Y junta las piernas.
Me sujetaron las manos por las muñecas y las piernas por los tobillos; me los apretaron contra la madera. Sacaron un martillo y unos clavos y se pusieron a clavar.
—¿Por qué me están clavando?
—Para que no te caigas cuando te pongamos derecho. Podrías caer y golpearte, o hasta podrías herirte o romperte un brazo o una pierna. Y si te clavamos, los clavos te sujetarán. No te caerás.
—Pero, ¿para qué quieren ponerme derecho?
—Desde aquí, desde esta montaña hay muy buena vista, pero para ti, desde arriba, será todavía mejor. Porque estarás todavía más arriba.
Me levantaron tendido sobre las vigas, la viga vertical la clavaron en la tierra y la reforzaron con unas piedras.
—Ya está —dijeron. Estaban contentos con su trabajo.
—Bueno, pues nosotros ya nos vamos —dijo el mayor poniéndose el casco que se había quitado, pues había sudado mientras trabajaba—. Y tú te quedarás aquí.
—¿Y por qué tengo que quedarme aquí?
—Para que reflexiones sobre el sentido del sufrimiento. Es decir, para que descubras qué significa en el fondo el dolor. Cuando descubras algo, lo explicarás.
—Pero, ¿por qué tengo que descubrir algo?
—¿Qué pasa? ¿Te gustaría sufrir sin sentido? Está mal, hermano, está mal. Todo tiene que tener un sentido.
Empezaron a descender la montaña, alejándose hacia abajo.
—Pero, ¿a quién se lo voy a contar —les grité— si ustedes ya no estarán aquí?
No contestaron, porque ya no estaban.
FIN

«Ya nada podréis», un poema de Francisca Aguirre

Ya nada podréis,
porque la fuerza no estaba en vosotros,
estaba en mi debilidad.
Nada conseguiréis
abandonándome,
porque el vacío no era vuestra ausencia
sino mi necesidad de compañía.
Cuando llaméis
tendréis mi corazón a mano, como siempre.
Ahora
el mundo se ha amueblado
con la delicadeza de lo mínimo,
con la tierna disposición de lo posible.
Y todo es una patria extensa y manual,
un alfabeto misterioso
con el que estoy nombrando, recreando,
reviviendo de nuevo el universo.
Francisca Aguirre

viernes, 27 de marzo de 2020

Un anciano. Un poema de Constantino Cavaris.

En medio del bullicio del café,
encorvado a la mesa, está sentado un anciano,
con un periódico ante él, sin compañía.
Y en la vejez infame y desdeñosa,
piensa en qué poco disfrutó los años
cuando tenía fuerzas, elocuencia y belleza.
Sabe cuánto ha envejecido: lo percibe, lo ve.
Y todo ese tiempo en que era joven le parece
que fuera ayer. Qué breve, qué breve el intervalo.
Y piensa en cómo se le ha reído la Prudencia;
y cómo ─¡qué insensatez!─ confiaba en ella,
la mentirosa que decía: «Mañana. Aún tienes mucho tiempo».
Recuerda los impulsos contenidos, cuánta dicha
sacrificada. De esa necia cordura
cada ocasión perdida se está mofando ahora.
… Pero de tanto acordarse y tanto cavilar,
el anciano se embota, y cae dormido,
apoyado contra la mesa del café.
1897

Meter el diablo en el infierno, un cuento de Giovanni Boccaccio.

En la ciudad de Cafsa, en Berbería, hubo hace tiempo un hombre riquísimo que, entre otros hijos, tenía una hijita hermosa y donosa cuyo nombre era Alibech; la cual, no siendo cristiana y oyendo a muchos cristianos que en la ciudad había alabar mucho la fe cristiana y el servicio de Dios, un día preguntó a uno de ellos en qué materia y con menos impedimentos pudiese servir a Dios. El cual le repuso que servían mejor a Dios aquellos que más huían de las cosas del mundo, como hacían quienes en las soledades de los desiertos de la Tebaida se habían retirado. La joven, que simplicísima era y de edad de unos catorce años, no por consciente deseo sino por un impulso pueril, sin decir nada a nadie, a la mañana siguiente hacia el desierto de Tebaida, ocultamente, sola, se encaminó; y con gran trabajo suyo, continuando sus deseos, después de algunos días a aquellas soledades llegó, y vista desde lejos una casita, se fue a ella, donde a un santo varón encontró en la puerta, el cual, maravillándose de verla allí, le preguntó qué es lo que andaba buscando. La cual repuso que, inspirada por Dios, estaba buscando ponerse a su servicio, y también quién le enseñara cómo se le debía servir. El honrado varón, viéndola joven y muy hermosa, temiendo que el demonio, si la retenía, lo engañara, le alabó su buena disposición y, dándole de comer algunas raíces de hierbas y frutas silvestres y dátiles, y agua a beber, le dijo:

-Hija mía, no muy lejos de aquí hay un santo varón que en lo que vas buscando es mucho mejor maestro de lo que soy yo: irás a él.

Y le enseñó el camino; y ella, llegada a él y oídas de éste estas mismas palabras, yendo más adelante, llegó a la celda de un ermitaño joven, muy devota persona y bueno, cuyo nombre era Rústico, y la petición le hizo que a los otros les había hecho. El cual, por querer poner su firmeza a una fuerte prueba, no como los demás la mandó irse, o seguir más adelante, sino que la retuvo en su celda; y llegada la noche, una yacija de hojas de palmera le hizo en un lugar, y sobre ella le dijo que se acostase. Hecho esto, no tardaron nada las tentaciones en luchar contra las fuerzas de éste, el cual, encontrándose muy engañado sobre ellas, sin demasiados asaltos volvió las espaldas y se entregó como vencido; y dejando a un lado los pensamientos santos y las oraciones y las disciplinas, a traerse a la memoria la juventud y la hermosura de ésta comenzó, y además de esto, a pensar en qué vía y en qué modo debiese comportarse con ella, para que no se apercibiese que él, como hombre disoluto, quería llegar a aquello que deseaba de ella. SEGUIR LEYENDO

miércoles, 25 de marzo de 2020

Arachné, un cuento de Marcel Schwob

USTEDES ME LLAMAN LOCO y me han encerrado, pero yo me río de sus recelos y sus miedos. Puedo ser libre cuando yo lo quiera, y escaparé lejos de sus vigilantes y de sus puertas selladas por medio de un hilo de seda que me ha tendido Arachné. Pero la hora no ha llegado aún —está cerca, sin embargo; mi corazón se va apagando y mi sangre empalidece. Ustedes, que me creen loco, pronto tendrán que creerme muerto, y entonces yo estaré pendiendo del hilo de Arachné más allá de las estrellas.

Si estuviera loco, no sabría con tanta claridad lo que ha pasado; no recordaría con tanta precisión lo que ustedes llaman mi crimen, ni los argumentos de sus abogados ni la sentencia de su juez rojizo. Si estuviera loco no me reiría de los informes de sus médicos ni vería a través del techo de mi celda la cara lampiña, el saco negro y la corbata blanca del imbécil que me ha declarado inimputable. No…, no los vería —pues los locos no tienen ideas puntuales; en cambio, yo sigo mis argumentos con una lógica precisa y una claridad tan extraordinaria que yo mismo debo sorprenderme. Y, además, los locos sufren dolores en la parte superior del cráneo; los pobres desgraciados, los locos, creen que columnas de humo, arremolinándose, les brotan del occipucio. En cambio mi cerebro es tan ligero que a menudo me parece tener la cabeza vacía. Las novelas que he leído, y que me gustaban en el pasado, ahora las capturo de un sólo golpe de vista y las juzgo en su exacto valor, descubriendo cada uno de sus múltiples defectos —en cambio, la simetría de mis invenciones es tan perfecta que ustedes caerían pasmados si se las expusiera.

Pero es tal mi desprecio por ustedes, que estoy seguro que no entenderían nada. Por ello, sólo les dejo estas líneas como testimonio final de la burla que me inspiran y para que vean su propia locura cuando encuentren mi celda vacía.

Ariane, la pálida Ariane con quien he sido encontrado, era bordadora. Y ésta fue la causa de su muerte, y ésta también la causa de mi salvación. Yo la amaba con una gran pasión. Era morena, y ágil con los dedos. Sus besos eran pinchazos de agujas; sus caricias, bordados excitantes. Pero las bordadoras llevan una vida estéril y pueden ser tan inconstantes que le pedí que abandonara su oficio. Ella se resistió, y yo me encolericé al ver a los jóvenes pretenciosos que la acechaban al salir del taller. Mi rabia era tan grande que me impuse regresar de lleno a los estudios que en otro tiempo me habían hecho feliz. SEGUIR LEYENDO

domingo, 22 de marzo de 2020

Después. Un poema de Mario Bendetti.

El cielo de veras que no es éste de ahora
el cielo de cuando me jubile
durará todo el día
todo el día caerá
como lluvia de sol sobre mi calva.

Yo estaré un poco sordo para escuchar los árboles
pero de todos modos recordaré que existen
tal vez un poco viejo para andar en la arena
pero el mar todavía me pondrá melancólico
estaré sin memoria y sin dinero
con el tiempo en mis brazos como un recién nacido
y llorará conmigo y lloraré con él
estaré solitario como una ostra
pero podré hablar de mis fieles amigos
que como siempre contarán desde Europa
sus cada vez más tímidos contrabandos y becas.

Claro estaré en la orilla del mundo contemplando
desfiles para niños y pensionistas
aviones
eclipses
y regatas
y me pondré sombrero para mirar la luna
nadie pedirá informes ni balances ni cifras
y sólo tendré horario para morirme
pero el cielo de veras que no es éste de ahora
ese cielo de cuando me jubile
habrá llegado demasiado tarde.

¡Cómo de entre mis manos te resbalas! Un poema de Francisco de Quevedo.

¡Cómo de entre mis manos te resbalas!
¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!
¡Qué mudos pasos traes, oh muerte fría,
pues con callado pie todo lo igualas!

Feroz de tierra el débil muro escalas,
en quien lozana juventud se fía;
mas ya mi corazón del postrer día
atiende el vuelo, sin mirar las alas.

¡Oh condición mortal! ¡Oh dura suerte!
¡Que no puedo querer vivir mañana,
sin la pensión de procurar mi muerte!

¡Cualquier instante de la vida humana
es nueva ejecución, con que me advierte
cuán frágil es, cuán mísera, cuán vana.

La cruzada de los niños, un cuento (¿historia?) de Marcel Schwob

Relato del goliardo

Yo, pobre goliardo, clérigo miserable errabundo por los bosques y los caminos para mendigar, en nombre de Nuestro Señor, mi pan cotidiano, vi un espectáculo piadoso, y oí las palabras de los niñitos. Sé que mi vida no es muy santa, y que he cedido a las tentaciones bajo los tilos del camino. Los hermanos que me dan vino bien se dan cuenta de que estoy poco acostumbrado a beber. Pero no pertenezco a la secta de los que mutilan. Hay mentecatos que les sacan los ojos a los pequeñuelos, les cortan las piernas y les atan las manos, con el objeto de exhibirlos y de implorar la caridad. He aquí por qué tengo miedo al ver todos estos niños. Sin duda, los defenderá Nuestro Señor. Hablo al acaso, porque estoy lleno de alegría. Río de la primavera y de lo que vi. No es muy fuerte mi espíritu. Recibí la tonsura de clérigo a la edad de diez años, y he olvidado las palabras latinas. Soy semejante a la langosta: porque salto, aquí y allá, y zumbo, y a veces abro las alas de color, y mi cabeza menuda está transparente y vacía. Dicen que San Juan se alimentaba de langosta en el desierto. Sería necesario comer muchas. Pero San Juan de ningún modo era un hombre como nosotros. 
Estoy lleno de adoración por San Juan, porque era vagabundo y decía palabras incoherentes. Me parece que debieron ser más suaves. Este año, también es suave la primavera. Nunca tuvo tantas flores pálidas y rosadas. Las praderas están lavadas recientemente. Por todas partes resplandece la sangre de Nuestro Señor en los setos. Nuestro Señor Jesús es color de azucena, pero su sangre es bermeja. ¿Por qué? No lo sé. Esto debe de estar en algún pergamino. Si yo hubiese sido experto en letras, tendría pergamino, y escribiría en él. De este modo comería muy bien todas las noches. Iría a los conventos a rogar por los hermanos muertos e inscribiría sus nombres en mi rollo. Transportaría mi rollo de los muertos, de una abadía a la otra. Es una cosa que agrada a nuestros hermanos. Pero ignoro los nombres de mis hermanos muertos. Puede ser que Nuestro Señor tampoco se cuide mucho de saberlos. Me pareció que todos estos niños no tenían nombres. Es seguro que los prefiere Nuestro Señor Jesús. Llenaban el camino como un enjambre de abejas blancas. No sé de dónde venían. Eran pequeños peregrinos. Tenían bordones de avellano y de álamo. Llevaban la cruz a la espalda; y todas estas cruces eran de innumerables colores. Las vi verdes, que debieron de estar hechas con hojas cosidas. Son niños salvajes e ignorantes. Vagan no sé hacia donde. Tienen fe en Jerusalén. Pienso que Jerusalén está lejos, y que Nuestro Señor debe estar más cerca de nosotros. No llegarán a Jerusalén. Pero Jerusalén llegará a ellos. Como a mí. El fin de todas las cosas santas radica en la alegría. Nuestro Señor está aquí, en esta espina enrojecida, y en mi boca, y en mi pobre palabra. Porque pienso en él y su sepulcro está en mi pensamiento. Amén. Me acostaré aquí bajo el Sol. Es un sitio santo. Los pies de Nuestro Señor santificaron todos los lugares. Dormiré. Que Jesús haga dormir en la noche a todos estos niñitos blancos que llevan la cruz. En verdad, yo se lo digo. Tengo mucho sueño. Yo se lo digo, en verdad, porque tal vez él no los ha visto, y debe velar por los niñitos. La hora del mediodía pesa sobre mí. Todas las cosas son blancas. Así sea. Amén. SEGUIR LEYENDO


Biblioteca de autor dedicada al poeta chileno, Nicanor Parra, ganador de prestigiosos premios internacionales y candidato al Premio Nobel de Literatura. La página, preparada por especialistas de la Universidad del Bío-Bío, aborda su obra tanto desde su faceta literaria como desde su faceta plástica, presentando gran variedad de materiales iconográficos.


El chuico y la damajuana,un poema de Nicanor Parra.

El chuico y la damajuana
después de muchos percances
para acabar con los chismes
deciden matrimoniarse.

Subieron a una carreta,
tirada por bueyes verdes
uno se llamaba ¡Chicha!
y el compañero ¡Aguardiente!

Como era pleno invierno
y había llovido tanto
tuvieron que atravesar
un río de vino blanco.

Tan bien se sentía el Chuico
juntito a su damajuana
que el sauce llorón reía
y el cactus acariciaba.

En la puerta de la Iglesia
hallaron al señor cura
que estaba rezando un credo
con un rosario de uvas.

Como no invitaron más
que gente de la familia
el padrino fue un barril
y la madrina una pipa.

Cuando volvieron del pueblo
salieron a recibirlos
un odre de vino blanco
y un fudre de vino tinto.

Todo estaba preparado
y para empezar a la gresca
un vaso salió a bailar
un vals con una botella.

La fiesta fue tan movida
y tuvo tal duración
que según cuenta un embudo
duró hasta que se acabó.


sábado, 21 de marzo de 2020

Serenata para la tierra de uno, un poema, una canción de María Elena Walsh, poeta argentina.


Porque me duele si me quedo
Pero me muero si me voy,
Por todo y a pesar de todo, mi amor,
Yo quiero vivir en vos

Por tu decencia de vidala*
Y por tu escándalo de sol,
Por tu verano con jazmines, mi amor,
Yo quiero vivir en vos

Porque el idioma de infancia
Es un secreto entre los dos,
Porque le diste reparo
Al desarraigo de mi corazón.

Por tus antiguas rebeldías
Y por la edad de tu dolor,
Por tu esperanza interminable, mi amor,
Yo quiero vivir en vos.

Para sembrarte de guitarra,
Para cuidarte en cada flor
Y odiar a los que te castigan, mi amor,
Yo quiero vivir en vos

* La Vidala es una forma de composición poética que generalmente se la acompaña con guitarra o caja y se canta a una voz.

El corazón delator, un cuento de Edgar Allan Poe

¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.

Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.

Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio... ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado... con qué previsión... con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría... ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente... muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente... ¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches... cada noche, a las doce... pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía. CONTINUAR LEYENDO

Como la Cigarra. Un poema, una canción de María Elena Walsh, poeta argentina, interpretada por Mercede Sosa



Tantas veces me mataron
Tantas veces me morí
Sin embargo estoy aquí resucitando
Gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal
Porque me mató tan mal
Y seguí cantando
Cantando al sol como la cigarra
Después de un año bajo la tierra
Igual que sobreviviente 
Que vuelve de la guerra
Tantas veces me borraron
Tantas desaparecí
A mi propio entierro fui sola y llorando
Hice un nudo del pañuelo pero me olvidé después 
Que no era la única vez 
Y seguí cantando
Cantando al sol como la cigarra
Después de un año bajo la tierra
Igual que sobreviviente 
Que vuelve de la guerra
Tantas veces te mataron
Tantas resucitarás 
Cuántas noches pasarás desesperando
Y a la hora del naufragio y a la de la oscuridad 
Alguien te rescatará
Para ir cantando
Cantando al sol como la cigarra
Después de un año bajo la tierra
Igual que sobreviviente 
Que vuelve de la guerra

viernes, 20 de marzo de 2020

UNA LITERATURA SIN ATRIBUTOS, un artículo de Juan José Saer.

El trabajo de un escritor no puede definirse de antemano. Aun en el caso de que el escritor parezca perfectamente identificado y conforme con la sociedad de su tiempo, de que su proyecto sea el de ser ejemplar y bien pensante, si es un gran escritor su obra será modificada, en primer lugar en la escritura y después en las lecturas sucesivas, por la intervención de elementos específicamente poéticos que sobrepasan las intenciones ideológicas. 

Se sabe que Sófocles fue descrito por uno de sus contemporáneos como uno de los hombres más felices de su tiempo; amigo personal de Pericles, soldado inteligente y victorioso, alcanzó una vejez serena y sin sufrimientos. El objetivo de sus versos trágicos sería más bien el de mostrar los desastres que puede causar la desmesura en los pobres humanos. Si observamos atentamente, esta intención es oficial y conservadora (al menos esa sería la opinión de cualquier intelectual contemporáneo). Y sin embargo, por una vía inesperada, no son los peligros del incesto, sino, en definitiva, su atracción lo que Sófocles nos revela y, al mismo tiempo, nos dice que el destino trágico no está hecho sólo de desmesura sino que es también la culminación del peso irresistible de la objetividad. 

La obra de un escritor tampoco debe definirse por sus intenciones sino por sus resultados. Considero que actualmente, por razones económicas, políticas y sociales, el lector está condicionado de antemano y que los contenidos de tal o cual literatura le son impuestos a través de elementos extraliterarios. En la cubierta de los libros, en los artículos de los periódicos, en la publicidad, en el chantaje de la superioridad numérica de las obras más vendidas, se escamotea la realidad material del texto, cuyo valor objetivo pasa a segundo plano. El lector cree saber de antemano lo que debe encontrar en un libro —y que lo encuentre o no, no tiene finalmente ninguna importancia. Se podría decir, me parece, que se trata de una maquinación de carácter represivo destinada a abolir la experiencia estética que es un modo radical de libertad. 

Se dice que cuando Sófocles presentó su obra en la Olimpíada, fue un tal Filocles, sobrino de Esquilo, el premiado. Puede pensarse que lo que disgustó en su trilogía fue justamente la desmesura que pretendía criticar y que es en realidad el fundamento poético gracias al cual ha llegado hasta nosotros. Sófocles nos vuelve un poco más conscientes de nuestra animalidad. Él veía el mundo con los ojos de un poeta trágico, a despecho de las reglas sociales que defendía sinceramente y que sin duda había perfectamente interiorizado. La poesía, especie de acto fallido, obedecería en cierta medida a los mecanismos del lapsus linguae, tal como Freud lo describe en El chiste y su relación con el inconsciente. Buscando la forma de un discurso social inteligible, el poeta corre el riesgo de poner al desnudo, desnudándose a sí mismo, aspectos insospechados de la condición humana y de la relación del hombre con el mundo. 

Las reglas de conducta y de pensamiento en la sociedad contemporánea se objetivan bajo la forma de instituciones. El poder político, la censura, el periodismo, los imperativos de rentabilidad, el trabajo de promoción de las editoriales y los medios audiovisuales suministran las consignas que debe seguir el producto estético para que no solamente el artista sino también el consumidor se adecuen a ellas. Vivimos, como dice justamente Nathalie Sarraute, en «la era del recelo». Todo debe ser definido de antemano para que nada, ni siquiera la experiencia estética que es tan personal, escape al control social. 

Es así como ciertas designaciones que deberían ser simplemente informativas y secundarias se convierten, por el solo hecho de existir, en categorías estéticas. Es lo que ocurre, por ejemplo, con la expresión «literatura latinoamericana». Esta expresión, corriente en los medios de difusión y en la obediente crítica universitaria, no se limita a informar sobre el origen de los autores, sino que está cargada de intenciones estéticas y además es portadora de valores; su empleo presupone temas, estilos y una cierta relación estética entre autor y sociedad. Se le atribuyen a la literatura latinoamericana la fuerza, la inocencia estética, el sano primitivismo, el compromiso político. La mayoría de los autores —a sabiendas o no— cae en la trampa de esta sobredeterminación, actuando y escribiendo conforme a las expectativas del público (por no decir, más crudamente, del mercado). Como en la edad de oro de la explotación colonial, la mayoría de los escritos latinoamericanos procura al lector europeo ciertos productos que, como pretenden los expertos, escasean en la metrópoli y recuerdan las materias primas y los frutos tropicales que el clima europeo no puede producir: exuberancia, frescura, fuerza, inocencia, retorno a las fuentes. 

Además, es necesario que todo producto tenga una apariencia decentemente latinoamericana y que las obras editadas conserven cierto aire de familia. La literatura latinoamericana debe cumplir así, no una praxis iluminadora, sino una simple función ideológica. 

Es inútil decir que los grandes escritores latinoamericanos del siglo XX —Rubén Darío, César Vallejo, Macedonio Fernández, Vicente Huidobro, el Neruda de los años treinta y cuarenta, Jorge Luis Borges, Juan L. Ortiz, Felisberto Hernández, etc.— son en su mayoría casi desconocidos en Europa y mal leídos en su propio continente. Además, cuando nos familiarizamos con sus obras, descubrimos que no sólo tienen poco o nada en común, sino que también se oponen violentamente los unos a los otros. Todos, sin embargo, poseen en sus escritos un elemento que no se encuentra más que en los textos mayores de la literatura moderna: la voluntad de construir una obra personal, un discurso único, retomado sin cesar para ser enriquecido, afinado, individualizado en cuanto al estilo, hasta el punto de que el hombre que está detrás se convierte en su propio discurso y termina por identificarse con él. Todas las fuerzas de su personalidad, conscientes o inconscientes, se encuentran en una imagen obstinada del mundo, en un emblema que tiende a universalizar su experiencia personal. Que la sociedad mercantil se ilusione en seguida con la recuperación de esas obras mayores oficializándolas, es un fenómeno que merece ser estudiado en detalle, pero podemos afirmar desde ya que estas obras siguen siendo de cierta manera secretas y escapan siempre al juego de la oferta y la demanda, y que sólo el amor y la admiración pueden penetrar en su aura viviente y generosa. 

Por todas estas razones, creo que un escritor en nuestra sociedad, sea cual fuere su nacionalidad, debe negarse a representar, como escritor, cualquier tipo de intereses ideológicos y dogmas estéticos o políticos, aun cuando eso lo condene a la marginalidad y a la oscuridad. Todo escritor debe fundar su propia estética —los dogmas y las determinaciones previas deben ser excluidas de su visión del mundo. El escritor debe ser, según las palabras de Musil, un «hombre sin atributos», es decir un hombre que no se llena como un espantapájaros con un puñado de certezas adquiridas o dictadas por la presión social, sino que rechaza a priori toda determinación. Esto es válido para cualquier escritor, cualquiera sea su nacionalidad. En un mundo gobernado por la planificación paranoica, el escritor debe ser el guardián de lo posible. 

Extraído de: El Concepto de Ficción, Seix Barral ed. 1997

domingo, 15 de marzo de 2020

20cuentos20. Selección de lecturas realizada por "La casa de Tomasa" para este 2020.


Como cada año La casa de Tomasa, tras largas deliberaciones ha consensuado para este años los 20 de Tomasa. La lista más querida por las familias, la más buscada por maestras y maestros del mundo de habla hispana: 20cuentos20de2020. Y aquí las razones por las que los hemos elegido: argumentos20de2020.

Ellas comentan: si hay algo que destaca en nuestra lista de este año es el rescate de algunos clásicos (Sapo y Sepo, Soy el más guapo, Vicky el vikingo) y la abundancia de novelas enmarcadas en el paso de la adolescencia a la edad adulta, cinco joyas. También queremos remarcar que el cómic cada vez ocupa más espacio en nuestra lista, este año contamos con 5 títulos. Estamos muy contentas del auge que está teniendo en los últimos tiempos. Algunas editoriales generalistas, que nunca antes habían publicado cómic, se han puesto las pilas y han abierto una nueva línea de trabajo dedicada a este género; y también editoriales como Astiberri que ha lanzado una colección para niñas y niños a partir de 6 años. Otro ejemplo, Francia ha declarado el año 2020 como el año del cómic.

Como sabéis nuestro objetivo con la lista es facilitar a familias y coles la selección ante la ingente cantidad de novedades que se publican cada año, 9.000 aproximadamente. Y por supuesto dar más visibilidad a la Literatura Infantil y Juvenil. Sabemos que madres y padres acudís a la librería con nuestra lista, el día del libro o cualquier otro día; y también muchas bibliotecas escolares recurren a ella para incrementar su fondo. Os agradecemos a todas y todos la confianza y somos muy conscientes de la responsabilidad. Esperamos críticas, comentarios y cualquier duda, escribidnos. Encarga ahora en tu librería local, tu librería de confianza, los libros que regalarás o te regalarás el día del libro, el próximo 23 de abril! ¡No compres a lo tonto!

Lo fatal, un poema de Rubén Darío.

Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror…
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!…



sábado, 14 de marzo de 2020

Padre Nuestro, un poema de Nicanor Parra

Padre nuestro que estás en el cielo
lleno de toda clase de problemas
con el ceño fruncido
como si fueras un hombre vulgar y corriente
no pienses más en nosotros.

Comprendemos que sufres
porque no puedes arreglar las cosas.
sabemos que el Demonio no te deja tranquilo
destruyendo lo que tú construyes.

Él se ríe de ti
pero nosotros lloramos contigo:
no te preocupes de sus risas diabólicas.

Padre nuestro que estás donde estás
rodeado de ángeles desleales

Sinceramente: no sufras más por nosotros
tienes que darte cuenta
de que los dioses no son infalibles
y que nosotros perdonamos todo.

viernes, 13 de marzo de 2020

Mumú, un cuento de Iván Turguéniev

En una de las calles periféricas de Moscú había en otro tiempo una casa gris con columnas blancas, entresuelo y balcón algo torcido, en la que vivía una viuda atendida por numerosa servidumbre. Sus hijos habían entrado en la administración de Petersburgo y sus hijas se habían casado; la señora apenas salía de casa y pasaba en completa soledad los últimos años de su triste y sombría vejez. Sus días de luz, más bien grises y desapacibles, habían pasado hacía tiempo; pero la tarde de su vida era más negra que la noche.

De sus numerosos domésticos el más notable era el portero Guerásim, hombre de talla gigantesca, complexión hercúlea y sordomudo de nacimiento. La señora lo había sacado de la aldea, donde vivía solo en una pequeña isba separado de sus vecinos, y donde estaba considerado el más laborioso de sus tributarios. Dotado de una fuerza excepcional, trabajaba por cuatro y despachaba con soltura las faenas; daba gusto verlo cuando araba un campo; con las enormes palmas apoyadas en el arado, se diría que él solo, sin la ayuda de su caballejo, abría el blando seno de la tierra; cuando, en torno al día de san Pedro, manejaba vigorosamente la guadaña, parecía que iba a segar a ras de tierra un bosquecillo de jóvenes abedules; y cuando, armado de un enorme mayal, trillaba el cereal sin tregua ni desmayo, los músculos oblongos y duros de sus hombros se levantaban y bajaban como una palanca. Su inquebrantable mutismo confería a su infatigable labor un aire de solemne gravedad. Era un mujik¹ excelente, y de no haber sido por su desgracia, cualquier muchacha lo habría aceptado de buen grado por marido… Pero un buen día lo llevaron a Moscú, le compraron unas botas, le confeccionaron un caftán para el verano y un abrigo de piel de cordero para el invierno, le pusieron en la mano una escoba y una pala, y lo nombraron portero.

En un principio no le gustó nada su nueva vida. Desde la infancia estaba acostumbrado a las labores del campo y a la aldea. Apartado por su desdicha del trato con los hombres, el mudo creció robusto como un árbol en tierra fértil… Trasplantado a la ciudad, se sentía desorientado, acosado por la perplejidad y la nostalgia, como un toro joven y fuerte al que de pronto sacan del pastizal donde la jugosa hierba le llega hasta el vientre, lo meten en un vagón de ferrocarril y lo llevan Dios sabe dónde en medio de un estrépito ensordecedor, nubes de humo, chispas y oleadas de vapor. En comparación con las duras faenas del campo, las obligaciones del nuevo cargo le parecían un juego; en media hora lo tenía todo hecho. Entonces se quedaba plantado en medio del patio, mirando con la boca abierta a los transeúntes, como si esperara que le aclarasen el enigma de su situación; o de pronto se retiraba a algún rincón y, arrojando la pala y la escoba, se tumbaba en el suelo boca abajo y pasaba horas enteras inmóvil, como una bestia en una trampa. CONTINUAR LEYENDO


miércoles, 4 de marzo de 2020

Menos tu vientre, un poema de Miguel Hernández musicado por Joan Manuel Serrat.


Menos tu vientre,
todo es confuso.

Menos tu vientre,
todo es futuro
fugaz, pasado
baldío, turbio.

Menos tu vientre,
todo es oculto.

Menos tu vientre,
todo inseguro,
todo postrero,
polvo sin mundo.

Menos tu vientre,
todo es oscuro.

Menos tu vientre
claro y profundo.

martes, 3 de marzo de 2020

La ley de la vida, un cuento de Jack London

El viejo Koskoosh escuchaba ávidamente. Aunque no veía desde hacía mucho tiempo, aún tenía el oído muy fino, y el más ligero rumor penetraba hasta la inteligencia, despierta todavía, que se alojaba tras su arrugada frente, pese a que ya no la aplicara a las cosas del mundo. ¡Ah! Aquélla era Sit-cum-to-ha, que estaba riñendo con voz aguda a los perros mientras les ponía las correas entre puñetazos y puntapiés. Sit-cum-to-ha era la hija de su hija. En aquel momento estaba demasiado atareada para pensar en su achacoso abuelo, aquel viejo sentado en la nieve, solitario y desvalido. Había que levantar el campamento. El largo camino los esperaba y el breve día moría rápidamente. Ella escuchaba la llamada de la vida y la voz del deber, y no oía la de la muerte. Pero él tenía ya a la muerte muy cerca.

Este pensamiento despertó un pánico momentáneo en el anciano. Su mano paralizada vagó temblorosa sobre el pequeño montón de leña seca que había a su lado. Tranquilizado al comprobar que seguía allí, ocultó de nuevo la mano en el refugio que le ofrecían sus raídas pieles y otra vez aguzó el oído. El tétrico crujido de las pieles medio heladas le dijo que habían recogido ya la tienda de piel de alce del jefe y que entonces la estaban doblando y apretando para colocarla en los trineos.

El jefe era su hijo, joven membrudo, fuerte y gran cazador. Las mujeres recogían activamente las cosas del campamento, pero el jefe las reprendió a grandes voces por su lentitud. El viejo Koskoosh prestó atento oído. Era la última vez que oiría aquella voz. ¡La que se recogía ahora era la tienda de Geehow! Luego se desmontó la de Tusken. Siete, ocho, nueve... Sólo debía de quedar en pie la del chaman. Al fin, también la recogieron. Oyó gruñir al chaman mientras la colocaba en su trineo. Un niño lloriqueaba y una mujer lo arrulló con voz tierna y gutural. Era el pequeño Koo-tee, una criatura insoportable y enfermiza. Sin duda, moriría pronto, y entonces encenderían una hoguera para abrir un agujero en la tundra helada y amontonarían piedras sobre la tumba, para evitar que los carcayús desenterrasen el pequeño cadáver. Pero, ¿qué importaban, al fin y al cabo, unos cuantos años de vida más, algunos con el estómago lleno, y otros tantos con el estómago vacío? Y al final esperaba la Muerte, más hambrienta que todos.

¿Qué ruido era aquél? ¡Ah, sí! Los hombres ataban los trineos y aseguraban fuertemente las correas. Escuchó, pues sabía que nunca más volvería a oír aquellos ruidos. Los látigos restallaron y se abatieron sobre los lomos de los perros. ¡Cómo gemían! ¡Cómo aborrecían aquellas bestias el trabajo y la pista! ¡Allá iban! Trineo tras trineo, se fueron alejando con rumor casi imperceptible. Se habían ido. Se habían apartado de su vida y él se enfrentó solo con la amargura de su última hora. Pero no; la nieve crujió bajo un mocasín; un hombre se detuvo a su lado; Una mano se apoyó suavemente en su cabeza. Agradeció a su hijo este gesto. Se acordó de otros viejos cuyos hijos no se habían despedido de ellos cuando la tribu se fue. Pero su hijo no era así. Sus pensamientos volaron hacia el pasado, pero la voz del joven lo hizo volver a la realidad.

-¿Estás bien? - le preguntó.
Y el viejo repuso:
-Estoy bien.
-Tienes leña a tu lado -dijo el joven-, y el fuego arde alegremente. La mañana es gris y el frío ha cesado. La nieve no tardará en llegar. Ya nieva.
-Sí, ya nieva.
-Los hombres de la tribu tienen prisa. Llevan pesados fardos y tienen el vientre liso por la falta de comida. El camino es largo y viajan con rapidez. Me voy. ¿Te parece bien?
-Sí. Soy como una hoja del último invierno, apenas sujeta a la rama. Al primer soplo me desprenderé. Mi voz es ya como la de una vieja. Mis ojos ya no ven el camino abierto a mis pies, y mis pies son pesados. Estoy cansado. Me parece bien. CONTINUAR LEYENDO

lunes, 2 de marzo de 2020

Del cero al infinito. Una selección de libros para niñas y niños de 0 a 3 años (Club Kiriko)



¿Por qué los libros desde la cuna?

Antes de ir a la escuela, antes de aprender formalmente a leer, los niños pueden participar en escenarios de lectura. Contar cuentos, cantar, jugar con las palabras, señalar las ilustraciones, son experiencias emocionales que hacen que los niños se vinculen con los libros, construyan sentido y experimenten el gozo de compartir palabras que van allá de lo cotidiano, llegando hasta otros lugares a los que solo alcanza la literatura.


domingo, 1 de marzo de 2020

El viaje, un poema de la poeta argentina María Elena Walsh.

Ilustración de Josefina Schargorodsky
Sólo quiero tu casa de ternura,
vivir en su calor.
Eres el mar y la orilla segura
porque el único viaje es el amor.

Reconocer tu alma, qué aventura
de mágico sabor.
Allí tendré profundidad y altura
porque el único viaje es el amor.

Besos desconocidos como puertos
esperan bajo un cielo de mirada.
-Lo demás es dolor.

Hoy vuelvo de países que están muertos,
después de un mar que no me dijo nada,
porque el único viaje es el amor.