miércoles, 30 de abril de 2025

"LA ÚLTIMA BATALLA". Un cuento de Rosa Chacel

Los creyentes estaban agolpados en la falda de la colina alrededor del Profeta.

–Combatid a los infieles hasta que ni uno solo pueda dar lugar con su existencia a la tentación. Luchad olvidando los bienes de la tierra, porque mayores serán los que alcanzaréis muriendo por la fe. Él es misericordioso.

–¿Cómo sabremos que llegaremos hasta Él después de morir?

–Bien claro estáis viendo la raya del horizonte, donde el cielo y la tierra parecen telas de distintos colores, tan fuertemente cosidas que no se ven las puntadas. No obstante, ha bastado que un esclavo llegase de lejos, arrebatado por el terror, a deciros que los infieles vienen armados contra vosotros. ¡Esto ha bastado para que creáis! ¡Y no os basta que el Profeta os diga que el que está más allá de la raya de vuestro principio os espera más allá de la raya de vuestro fin!

–Danos una señal y creeremos.

Entonces el Profeta tomó cuatro aves. Eran un águila, un pavo, un cuervo y un gallo. Las cortó en pedazos, conservó consigo las cabezas y mandó que repartiesen los trozos por las colinas.

Las vísceras descuajadas, los miembros rotos, mal recubiertos por la miseria ensangrentada de las plumas, fueron arrojados lejos, en las cumbres. El Profeta los llamó por sus nombres, y tan pronto como sus nombres fueron pronunciados, se los vio venir con vuelo sereno y cierto a recobrar sus cabezas de la mano del Profeta.

La batalla fue breve. Cada creyente degolló cien infieles, sin que al volver a colgarse el sable a la cintura le quedase en el brazo el recuerdo de cien golpes.

El viento del desierto se llevó los siglos de sobre la tierra, innumerables e irreconocibles como la arena de las dunas.

Alrededor del Profeta volvieron a agolparse los creyentes en la falda de la colina.

–¿No lucharéis por la fe? ¿No seréis capaces de afrontar la muerte por alcanzar la infinita ventura que se os ha prometido?

–¿Cómo sabremos que esa ventura nos aguarda?

–¿Preguntasteis al salir del seno de vuestras madres qué bienes iba a ofreceros la vida? No, y sin embargo los obtuvisteis. Si en ese instante alguien os hubiera dicho los males que os aguardaban, no hubierais podido retroceder. Así será en el día de los días. Él premia y castiga.

–Danos una señal y creeremos.

Entonces el Profeta tomó cuatro aves: un águila, un pavo, un cuervo y un gallo. Las cortó en pedazos, guardó consigo las cabezas y mandó que los restos confundidos fuesen arrojados por los valles.

Así que la orden estuvo cumplida, llamó a las aves por sus nombres, y cuando los cuatro nombres fueron pronunciados se vio venir volando tres aves: el gallo, el cuervo y el pavo; el águila no volvió.

El Profeta les devolvió sus cabezas y se quedó con la del águila en la mano. CONTINUAR LEYENDO

martes, 29 de abril de 2025

"SE QUERÍAN". Un poema del Premio Nóbel Vicente Alexandre

Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,
labios saliendo de la noche dura,
labios partidos, sangre, ¿sangre dónde?
Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz.

Se querían como las flores a las espinas hondas,
a esa amorosa gema del amarillo nuevo,
cuando los rostros giran melancólicamente,
giralunas que brillan recibiendo aquel beso.

Se querían de noche, cuando los perros hondos
laten bajo la tierra y los valles se estiran
como lomos arcaicos que se sienten repasados:
caricia, seda, mano, luna que llega y toca.

Se querían de amor entre la madrugada,
entre las duras piedras cerradas de la noche,
duras como los cuerpos helados por las horas,
duras como los besos de diente a diente solo.

Se querían de día, playa que va creciendo,
ondas que por los pies acarician los muslos,
cuerpos que se levantan de la tierra y flotando…
Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.

Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,
mar altísimo y joven, intimidad extensa,
soledad de lo vivo, horizontes remotos
ligados como cuerpos en soledad cantando.

Amando. Se querían como la luna lúcida,
como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,
dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,
donde los peces rojos van y vienen sin música.

Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,
ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,
mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,
metal, música, labio, silencio, vegetal,
mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.

"LAS GRANDES AUTORAS LATINOAMERICANAS RESUCITAN". Andrea Aguilar, El País (Babelia) 26 ABR 2025

Ilustración de Fernando Vicente en la que aparecen retratadas
las escritoras Elena Garro, de pie, y sentadas, de izquierda
a derecha, Marta Lunch, Marvel Moreno y Maria Luisa Bombal.

Sellos grandes y pequeños recuperan las obras de Elena Garro, Marvel Moreno, María Luisa Bombal, Sara Gallardo, Armonía Somers, Marta Lynch, Rosario Castellanos, Alejandra Pizarnik o Albalucía Ángel, y reivindican el papel de las mujeres en el mapa literario en español del siglo XX

Algunas fueron contemporáneas y se conocieron, otras no, tampoco compartían nacionalidad, pero todas ellas tuvieron vocación y empeño literario en un tiempo en el que las mujeres con ambiciones artísticas se salían de la norma y estaban abocadas a ser la excepción. Sus biografías tienen un tinte de rebeldía que en muchos casos marcó trágicamente sus vidas. Pese a todo lograron publicar sus libros, recibieron algunos premios, fueron saludadas por sus contemporáneos y formaron parte de distintos círculos literarios a lo largo del siglo XX.

En algunos casos tuvieron notables éxitos de ventas, o con el correr de los años se convirtieron en autoras de culto para entendidos, pero sus obras, que casi siempre ocuparon los márgenes, quedaron irremisiblemente olvidadas. Quizá por eso su resurrección hoy resulta tan atronadora. En los últimos cinco años las mesas de novedades se han ido llenando con títulos de Elena Garro, Marvel Moreno, Sara Gallardo, Armonía Somers, María Luisa Bombal, Albalucía Ángel o Ámparo Dávila (un caso aparte es el de Alejandra Pizarnik, convertida en icono de masas). En este 2025 llegan la novela que transformó a Marta Lynch en un fenómeno en la Argentina de los años sesenta, La alfombra roja (Paripé Books); la antología poética de Rosario Castellanos, Mujer de buenas intenciones (Random); y dos libros de Elena Garro: Inés (Espinas), y Memorias de España 1937 (Bamba). CONTINUAR LEYENDO

domingo, 27 de abril de 2025

"UN CÉSPED". Un cuento de Sara Gallardo

En los jardines que van de Palermo a la Recoleta hay un cuadro de césped. Cierto año, los jardineros se olvidaron de cortarlo. El pasto creció a sus anchas.
Sara Gallardo

Cada media hora corría un tren, con hálito ferruginoso. Las raíces lo sentían pasar. Las lombrices interrumpían sus caminos.

A su antojo crecieron los pastos.

En otoño, los jugos atravesaron la tierra como la aguja del colchonero el espesor de la lana. Pastos y lombrices se sorprendieron con la novedad.

Al caer el sol, los porteros de los departamentos quemaban la basura. Aparecían trombas sobre los edificios. Revoloteando en las telas metálicas de las chimeneas, negros papeles se desmenuzaban en su afán por salir. Las chispas se entregaban al aire, desaparecían; los hollines ascendían. Otros hollines, salidos de otras casas, se encontraban con ellos. Juntos formaban nubes. Desbaratadas por un vuelo de pájaros, por el paso de un tren o un golpe de viento iban a aterrizar sobre el césped.

El césped. Junto a los semáforos de la avenida, colores amarillo, rojo o verde lo tenían según el orden de paso; y los autos le echaban una estela de humo.

No era un césped. Era casi un pastizal.

Mullido, atraía a los enamorados. A los chicos, que juegan al fútbol, o se tambalean, padres detrás. A los vendedores de helados, cuando ganaba el calor y se sentaban. Y a los que cargando termos de café trataban de hacerse oír por encima del paso de los trenes. Atraía a los pájaros, porque encontraban buena comida. Y a los insectos porque era una selva de refugios.

Atraía a los dueños de los perros.

Los perros eran lustrosos, ávidos de correr, de oler, de hacer necesidades.

Tenían dueños de todas clases. Confiados, soltaban las correas. Temerosos, corrían atados a ellos. Y si mujeres, iban torciéndose los tacos de los zapatos. Los perros sueltos y los perros atados se encontraban, gimiendo. Los libres disparaban, persiguiéndose, volvían al oír gritar sus nombres.

Hay una hora de la noche, cuando los enamorados se han ido a sus casas y los trenes paran, en que el rocío cae sobre el césped. El hollín resbala. Cada pasto guarda una gota.

Y los días de lluvia. Sólo agua, lavando, susurrando, mojando. Ni persona, ni perro. Callado, el pasto abre la boca.

Un día, el intendente municipal recorrió todos los jardines que van desde Palermo hasta la Recoleta. Un rey había anunciado su visita.

Llegaron los jardineros.

Cortaron todo el pasto. De norte a sur, y de este a oeste.

Y el pasto que moría cantó.

Cantó el aliento y el trepidar del tren, el hollín que baja, los jugos del otoño. Las lombrices. Los enamorados. Las luces del semáforo. Los vendedores de helados. Los insectos. Los perros atados y los perros desatados. Y los dueños de los perros. Los pájaros. Los vendedores de café. Los niños crecidos y los que aprenden a caminar. El rocío, el humo de los autos, la lluvia.

Cantó, esa voz de césped, ese olor de césped cortado.

FIN

sábado, 26 de abril de 2025

"NO COMPRENDO. LA SED DEL AGUA FRÍA...". Un poema de Carmen Jodra Davó

No comprendo. La sed del agua fría
se calma al tercer trago; la del vino,
otro tanto, y el paladar más fino
se cansa del manjar que requería.

El sueño acaba al empezar el día,
y la pereza al verse en el camino;
todo anhelo se va tal como vino
apenas toma lo que pretendía.

Y sin embargo hay una sed extraña
que mantiene sin fin toda su saña...
Quizá sean cosas de la adolescencia,

pero devoré anoche la manzana
y de nuevo me hallaba esta mañana
trémula toda de concupiscencia


viernes, 25 de abril de 2025

"DE LOS PUCHEROS A LOS LIBROS: cómo las amas de casa impulsaron los clubes de lectura en los 80". Ignacio Pato Lorente, elDiario.es 21 ABR 2025

En la imagen central, el Club de Lectura Ágora,
de las bibliotecas municipales de A Coruña
“Estaba harta de relacionarme solo con los pucheros mientras mi marido y mis hijos hacían su vida”. “Al principio me daba cargo de conciencia sentarme en una silla a leer un libro en vez de coser, planchar o limpiar”. “Nunca he tenido costumbre de leer, pero hace poco empecé a preparar el Graduado Escolar y decidí apuntarme a este taller para aprender a concentrarme en la lectura”. Así se expresaban, en un reportaje de El País a principios de los 90, algunas de las mujeres que participaban en una iniciativa que podría considerarse precursora de los actuales clubes de lectura.

Vayamos al año 1985. El Ministerio de Educación y Ciencia manejaba datos preocupantes. Con cálculos basados en el currículo escolar completado por los españoles, y siguiendo definiciones de la Unesco, podemos imaginar que al Gobierno le inquietaba que un 25,3% de la población pudiera ser analfabeta funcional, es decir, incapaz de valerse de “la lectura, la escritura y la aritmética al servicio de su propio desarrollo y el de la comunidad”. En las encuestas que analizaba aquel primer gabinete socialista, algunos números hablaban de una complicada relación de la ciudadanía con leer. Como que el español gastaba más dinero al año en tabaco que en libros, periódicos y revistas. O que el porcentaje de personas a las que les gustaría tener más tiempo para la lectura era la mitad de los que fantaseaban con más horas al día para sentarse frente al televisor.

Hubo quien, en ese último trimestre del 85, dio un paso adelante. No desde despachos gubernamentales, sino desde el tejido asociativo y las bibliotecas públicas madrileñas, llamadas entonces populares. “Un colectivo de animación sociocultural de mujeres planteó una necesidad basada en que las amas de casa no llegaban a las bibliotecas. Así nacieron los talleres de animación a la lectura”, afirma Marina Navarro, impulsora de aquella iniciativa desde su trabajo en la biblioteca de Moratalaz. Ese barrio y los de Canillejas, Hortaleza y Pan Bendito fueron los cuatro primeros que gozaron de unos talleres que después se extenderían a Aluche, Orcasitas o Usera y zonas más céntricas como Chamberí o Retiro. El lema del proyecto evidencia la conciencia social con la que nació: “Leer no cuesta dinero”.

“Se celebraban una vez a la semana y eran cinco sesiones. Primero para mujeres, pero más tarde para hombres, aunque apenas se apuntaban. Se proponían libros variados que tuvieran que ver con sus intereses. Si alguien no se había podido leer el libro entero, podía hablar de la parte que sí. Para que todas las personas tuvieran el material se creó un banco de libros: se compraban 30 ejemplares de cada título que rotaban entre las distintas bibliotecas. Empezamos con El hombrecito vestido de gris, de Fernando Alonso, que era de niños pero tenía que ver con los tiempos de ese color”, recuerda Navarro.

Las asistentes leyeron y comentaron obras de Antonio Buero Vallejo, Miguel Delibes, Emily Dickinson, Ana Diosdado, León Felipe, Federico García Lorca, Miguel Hernández, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Mercè Rodoreda o Virginia Woolf. Josefina Rodríguez Aldecoa, José Luis Sampedro y Gloria Fuertes llegaron a visitar y participar en los talleres. “Gloria Fuertes fue de las escritoras que más me impresionó en persona. Era directa y sus poesías conmovían y hablaban, por ejemplo, de sexualidad, que no era uno de los temas que más se verbalizasen en la época”, mantiene Navarro. CONTINUAR LEYENDO

jueves, 24 de abril de 2025

"HEMOS AMADO JUNTOS TANTAS COSAS". Un poema de Roberto Juarroz seleccionado y comentado por Andrea Villarrubia Delgado

Hoy comparto un poema de Roberto Juarroz, uno de los grandes poetas argentinos del siglo XX y del que este año se celebra el centenario de su nacimiento. Su primer libro se llamó ‘Poesía vertical’, título que mantuvo en sus restantes libros, en los que solo modificaba el correspondiente ordinal. En alguna ocasión declaró que le parecía que “una de las grandes exigencias de la poesía actual es sentirla como dimensión última del lenguaje, de la expresión del hombre en las cosas que no pueden decirse de otra manera”. Así en el poema que hoy he elegido, titulado ‘Hemos amado juntos tantas cosas’, perteneciente a su libro ‘Cuarta Poesía Vertical’, publicado en 1969. ¿Cómo entender el mundo cuando falta la persona junto a la que se ha amado, mirado y vivido todo? (Andrea Villarrubia Delgado)

HEMOS AMADO JUNTOS TANTAS COSAS
Hemos amado juntos tantas cosas
que es difícil amarlas separados.
Parece que se hubieran alejado de pronto
o que el amor fuera una hormiga
escalando los declives del cielo.
Hemos vivido juntos tanto abismo
que sin ti todo parece superficie,
órbita de simulacros que resbalan,
tensión sin extensiones,
vigilancia de cuerpos sin presencia.
Hemos perdido juntos tanta nada
que el hábito persiste y se da vuelta
y ahora todo es ganancia de la nada.
El tiempo se convierte en antitiempo
porque ya no lo piensas.
Hemos callado y hablado tanto juntos
que hasta callar y hablar son dos traiciones,
dos sustancias sin justificación,
dos sustitutos.
Lo hemos buscado todo,
lo hemos hallado todo,
lo hemos dejado todo.
Únicamente no nos dieron tiempo
para encontrar el ojo de tu muerte,
aunque fuera también para dejarlo.

ROBERTO JUARROZ

miércoles, 23 de abril de 2025

¿CUÁNTA TIERRA NECESITA UN HOMBRE? Un cuento de Lev Tolstoi

«¿Cuánta tierra necesita un hombre?», cuento de Lev Tolstói, es un relato cautivador que explora la ambición humana y sus consecuencias. La historia sigue a Pajom, un campesino ruso que, insatisfecho con su porción de tierra, se embarca en una búsqueda insaciable por adquirir más. El diablo, siempre atento a aprovecharse de los deseos humanos, decide satisfacerlo y darle toda la tierra que Pajom cree necesitar. Considerado por James Joyce como el mejor cuento jamás escrito, a lo largo de él, Tolstói examina la esencia de la codicia y cómo esta puede cegar a los individuos, llevándolos a despreciar lo que tienen en pos de un deseo nunca saciado. (lectura.org)

¿CUÁNTA TIERRA NECESITA UN HOMBRE?

La hermana mayor, que estaba casada con un comerciante y residía en la ciudad, fue a la aldea a visitar a su hermana menor, mujer de un campesino. Mientras tomaban el té, la mayor no hacía más que elogiar la vida de la ciudad; vivía allí con sus hijos en una casa limpia y espaciosa, comía dulces, bebía lo que le gustaba y solía ir de paseo y frecuentar los teatros.

La hermana menor, sintiéndose dolorida, comenzó a despreciar la vida de los comerciantes, realzando la de los campesinos.

—No cambiaría mi vida por la tuya. Nuestra existencia es gris, pero no conocemos el miedo. Bien es verdad que vosotros vivís mejor; sin embargo, si unas veces vendéis mucho, otras estáis expuestos a arruinaros. Bien dice el refrán: “Las ganancias y las pérdidas, hermanas gemelas.” A veces suele suceder que uno es rico hoy y mañana tiene que mendigar. La vida de los campesinos es más segura; nunca seremos ricos; pero siempre tendremos qué comer.

— ¡Pero cómo! ¡En compañía de cerdos y terneros! Vivís sin ninguna comodidad; y, por más que se afane tu hombre, moriréis entre el estiércol que os rodea. Y vuestros hijos tampoco verán otra cosa —replicó la hermana mayor.

— ¡Qué le vamos a hacer! Nuestro oficio lo exige. En cambio, no tenemos que doblegarnos ante nadie y a nadie tememos. En la ciudad vivís entre una serie de tentaciones. Hoy estáis bien, pero quizá mañana tiente el diablo a tu marido con las cartas, el vino o cualquiera otra cosa por el estilo. Entonces, todo irá manga por hombro. ¿Acaso no suceden estas cosas?

Pajom, el marido de la hermana menor, sentado en la estufa, escuchaba la charla de las mujeres.

—Es la purísima verdad —exclamó—. Cuando uno se acostumbra desde pequeño a trabajar la madrecita tierra, ninguna materia puede sorberle el seso. Lo único malo es que tenemos pocas tierras. Si tuviésemos todas las que queremos, no temeríamos ni al diablo.

Después de tomar el té, las mujeres hablaron de trajes, recogieron los cacharros y se fueron a acostar.

El diablo estaba tras de la estufa y había oído esa conversación. Se alegró de que la mujer del campesino indujera a éste a jactarse de que, si tuviera tierras, no temería al diablo.

“Está bien; te daré mucha tierra y así podré apoderarme de ti”, pensó. CONTINUAR LEYENDO

lunes, 21 de abril de 2025

“LAS PREGUNTAS SON PELIGROSAS PORQUE ALTERAN EL ORDEN ESTABLECIDO”. Entrevista a Alberto Manguel

Si algo define a Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948) es su capacidad para indagar en los aspectos menos evidentes de la cultura, de las formas del libro a las metáforas que se han usado a lo largo del tiempo para describir al lector. Títulos como Breve guía de lugares imaginarios o su ya indispensable Una historia de la lectura dan cuenta de un espíritu al que no intimidan las grandes preguntas ni muestra desprecio por las pequeñas. Su libro más reciente (Curiosidad. Una historia natural, Almadía, 2015) es una exploración –amplia, documentada y libre, en más de un sentido– de ese deseo de saber que nos identifica como seres humanos.

"Las preguntas son peligrosas porque alteran el orden establecido. Por eso en los dogmas políticos y religiosas, toda pregunta tiene su respuesta absoluta. Preguntar es levantar la tapa de la caja de secretos, abrir la puerta prohibida. La curiosidad nos hace transgredir para avanzar. Una sociedad en la que no se hacen preguntas es una sociedad muerta. Es la definición de Auschwitz que el guarda le dio a Primo Levi: “Aquí no hay porqué.”

ACCEDER A LA ENTREVISTA Y AL ARTÍCULO "CURIOSIDAD" DE A. MANGUEL

Fuente: Blog Letras Libres

domingo, 20 de abril de 2025

"AQUÍ SE RESPIRA BIEN". Un cuento de Mario Benedetti

—¿Nos sentamos en este? —pregunta el Viejo.

—Mejor aquél. Tiene más sombra.

Por más que nadie intenta arrebatárselo, Gustavo se cree obligado a correr para asegurarse el usufructo del banco. El padre llega después, sin apuro, con el saco en el brazo.

—Se respira bien en este rinconcito—dice, y para demostrarlo resopla ostensiblemente. Luego se acomoda, saca la tabaquera y arma un cigarrillo entre las piernas abiertas.

A las diez de la mañana de un miércoles, el Prado está tranquilo. Tranquilo y desierto. Hay momentos tan calmos que el ruido más cercano es el galope metálico de un tranvía de Millán. Luego un viento cordial hace cabecear dos pinos gemelos y arrastra algunas hojas sobre el césped soleado. Nada más.

—¿Cuándo empezás a trabajar?

—Mañana.

El padre humedece la hojilla y sonríe para sí mismo, distraído.

—Si estuvieras siempre en casa… como estos días…

—¿Te gustaría estar con el Viejo, eh?

Gustavo recoge como un premio el tono de camaradería. Una bocanada de ternura lo obliga a decir algo, cualquier cosa.

—¿Qué hacés en la oficina?

—Y… trabajo.

—Pero… ¿en qué trabajás?

—Informo expedientes, firmo resoluciones.

Por un instante, Gustavo imagina a su padre trepado en un alto pupitre, firmando resoluciones, informando expedientes, todos voluminosos como la Historia Sagrada. Pero en seguida acomoda la imagen en su modesta realidad.

—Entonces… ¿sos un jefe?

—Claro.

El muchacho se echa hacia atrás, con las manos en la cintura, recorriendo posesivamente el cinturón de elástico azul. A menudo el Viejo le trae regalitos. Siempre adivina cuál es la menudencia que él desea con máximo fervor.

—Cuando pase el examen de ingreso, podría entrar en tu oficina.

El padre ríe, complacido.

—Estás loco. A tu edad no se puede. Y además, yo quiero que estudies.

El Viejo mira los pinos gemelos y echa humo por la nariz. Gustavo sabe con absoluta precisión qué se espera de él.

—¿Qué materia te gusta más?

—Historia.

Mentira. Le gustan las cuentas. Pero confesarlo equivale a seguir arquitectura. O ingeniería, como le pasó al hermano del Tito.

—No hay ninguna carrera que se base en la historia.

—Por eso mismo… lo mejor será que me emplee en tu oficina.

El padre suelta una carcajada. Evidentemente está encantado con la maniobra.

—Así que historia, ¿eh…? Si no supiera que multiplicás y dividís como una maquinita…

Gustavo se pone colorado. No le hace gracia el elogio. Él quiere entrar en la oficina, colocarse junto al enorme pupitre del padre, alcanzarle los expedientes para que los autorice y pasar el secante sobre la firma.

—No te recomiendo la oficina —dice el Viejo, que después de muchas maniobras ha conseguido escupir una hebra de tabaco. CONTINUAR LEYENDO

sábado, 19 de abril de 2025

"SELF-CARE". Un poema de Mayte Gómez Molina extraído del libro ‘Circuito cerrado de vigilancia’

SELF-CARE

Me obligan a cuidar de mí misma
todo es “self-care” cuidarse cuidarme
mi cara mi cuerpo yo exfoliada
Me parezco a mi piedra “gua sha”
translúcida, soy un corazón deforme
En realidad, la obsesión por cuidar de una misma
el imperativo por mejorarse
es una dictadura
tras la que se esconden dos tristezas grandes:
la primera, que soy una empresa
la segunda, que he perdido la esperanza
de que los demás también puedan cuidarme
No es que sean malos: no tienen tiempo
Por mucho que lo intente
el retinol al 3% no puede frenar
a la anciana que me crece dentro y me asusta
no puedo borrar de mi cara el tiempo
La lucha por no arrugarse es
una lucha por carecer de memoria
y una persona sin biografía
o un país sin historia
son pequeñas gacelas que no alcanzan a ver
al león entre el trigo

Pienso que cuidarse puede suceder
al margen de las tarjetas de crédito
el amor es lo único capaz de descentralizarse
operar al margen de la ley y ser la ley

MAYTE GÓMEZ MOLINA

Self-Care: "autocuidado" o "cuidado personal".
“gua sha”: masajeador facial

viernes, 18 de abril de 2025

"NECESIDAD DE LA LITERATURA". Emiliio Lledó, El País 21 DIC 2002

Emiliio Lledó

Si nos acostumbramos a ser inconformistas con las palabras, acabaremos siendo inconformistas con los hechos. Ambas actitudes son, sin embargo, formas de libertad. Y la libertad no admite conformismo alguno. Vivir, para los humanos, sobre todo en nuestros tiempos, ha sido siempre una sucesión de conformidades, de aceptaciones y sumisiones. Aceptamos el lenguaje; aceptamos, con él, sentidos, referencias y todo ese monótono universo de ecos que los medios de transmisión de imágenes, sonidos y letras codifican y propagan. Esta abundancia de comunicaciones ofrece, sin duda, una extraordinaria posibilidad de enriquecimiento, de amplitud y libertad; pero también, por los intereses políticos que las dominan y orientan, pueden hacer que la inteligencia resbale por significaciones y perspectivas, para embotarse y enajenarse. Porque los cauces por los que confluyen las imágenes y las palabras nos conforman a sus semejanzas -a las determinadas semejanzas que nos agobian- y nos hacen conformistas. Ser conformista supongo que debe querer decir algo así como conformarse con lo que hay e, incluso, aceptar que "no hay quien dé más". Pero conformarse añade también otro matiz. Conformarse es perder, en parte, la forma propia, para sumirse, liquidarse, en la ajena. Y esa pérdida de la propia forma, si es que la tenemos, si es que, como decía el filósofo, "hemos llegado a construir nuestra propia estatua", es pérdida de ser, pérdida de la sustancia que nos pertenece o nos debiera pertenecer, para derramarla hacia cauces ajenos.

A veces esta pérdida de sustancia tiene origen en la opacidad de cada consciencia individual, donde sólo el lenguaje interior con el que acompañamos a cada uno de los instantes de la vida presta la suficiente luz para reconocernos y explicarnos. Pero este lenguaje que nos constituye y nos conforma, en una época tan abundante de monótonos mensajes y tan retumbante de comunicaciones, puede, efectivamente, conformarnos con desvirtuadas virtualidades que colaboran al creciente oscurecimiento de la consciencia. Y esa falta de luz es, al mismo tiempo, falta de libertad. Tal vez, por las resonancias marxistas -hoy tan olvidadas-, apenas utilizamos el concepto de "alineación" (entfremdung) para expresar un constante fenómeno de la cultura contemporánea.

Esa excesiva información que los medios de comunicación nos ofrecen, a través de sus distintos lenguajes, colabora, muchas veces, a encastillarnos en un reducto donde emergen nuestros miedos, nuestras alimentadas obsesiones; donde aparecen también los "imaginarios" con los que esos medios elaboran la sustancia de la realidad en los derroteros de intereses económicos: intereses de poder. Nunca ha sido más arrolladora la maquinaria para crear alienación, para aniquilar. Alienación quiso decir, en toda la historia del idealismo alemán, desde Guillermo de Humboldt, la disolución del vigor intelectual y sentimental de la cultura en un conglomerado de tensiones, obsesiones, ideas y realidades insustanciales que nos vacían y cosifican.

Nos convertimos así en pequeños bloques ideológicos o, mejor dicho, en insignificantes maquinarias a las que incorporamos, como si realmente fuesen estímulos mentales, una serie de estereotipos virtuales sin idealidad y libertad. Lenguajes falsos, pues, que nos llenan con la terrible lógica de la falsedad. Porque esa lógica se hace de los retazos que sostienen pasiones egoístas, soluciones incompletas a los problemas de la vida y de la sociedad. Una lógica de la incoherencia que, sin embargo, cohesionamos con los quebrados fragmentos de la "publicidad" política e ideológica que nos sirven, efectivamente, para la total enajenación. Todo esto nos conduce a un hecho fundamental de la sociedad de nuestros días. Los individuos que componen esa sociedad no pueden ser personas, seres autónomos y reales, si no tienen posibilidad de desarrollar su propio pensamiento por muy modesto que sea. Un pensamiento que sólo se nutre de libertad. CONTINUAR LEYENDO

jueves, 17 de abril de 2025

"UNA MEDIDA TEMPORAL". Un cuento de Jhumpa Lahiri

El aviso les informó de que la medida era temporal: durante cinco días les cortarían la electricidad por espacio de una hora, a partir de las ocho de la noche. La última tormenta de nieve había producido una avería en el suministro y los empleados de la compañía iban a acometer la reparación a primera hora de la noche, cuando el clima fuese algo más clemente. La reparación iba a afectar solamente a las casas de la tranquila calle arbolada, cercana a una hilera de tiendas con fachadas de ladrillo y una parada de tranvía, en la que Shoba y Shukumar habían vivido durante tres años.

“Está bien que nos avisen,” admitió Shoba después de leer el aviso en voz alta, más para sí misma que para Shukumar. Dejó que la correa de su bolso de cuero, repleto de documentos, resbalara de sus hombros, y lo dejó en el pasillo mientras caminaba hacia la cocina. Llevaba un abrigo azul, pantalones grises y zapatillas blancas; se veía, a los treinta y tres, como el tipo de mujer al que alguna vez juró que nunca se parecería.

Venía del gimnasio. El carmín rojo se podía apreciar sólo en la comisura de su boca, y el delineador había dejado manchas de carbón bajo sus pestañas inferiores.

Solía verse así a veces, pensó Shukumar, en las mañanas después de una fiesta o de una noche en el bar, cuando ella tenía demasiada flojera para lavarse la cara (y estaba) demasiado ávida de entregarse a sus brazos. Ella dejó caer la correspondencia en la mesa sin mirarla. Sus ojos estaban todavía fijos en el aviso que tenía en las manos. “Deberían hacer esto durante el día”, dijo.

“Cuando yo estoy aquí, quieres decir,” dijo Shukumar. Puso la tapa de vidrio en una olla con cordero, ajustándola de tal modo que ni siquiera el vapor pudiese escapar. Desde enero, él había estado trabajando en casa, intentando terminar los capítulos finales de su tesis doctoral sobre las revueltas agrarias en la India. “¿Cuándo empiezan las reparaciones?”.

“Dice que el 19 de marzo. ¿Hoy es 19?” Shoba se dirigió al corcho enmarcado y colgado en la pared junto al refrigerador, vacío salvo por un calendario con motivos decorativos sacados del papel pintado de William Morris. Ella lo miró como si lo viera por primera vez, estudiando cuidadosamente el diseño en la parte superior, antes de permitir que sus ojos descendieran a la trama numerada de la parte de abajo. Un amigo les había enviado por correo el calendario como regalo navideño, aunque Shoba y Shukumar no hubieran celebrado la Navidad aquel año.

“Es hoy, entonces” anunció Shoba. “Por cierto, tienes una cita con el dentista el viernes que viene.”

Él pasó su lengua por la parte superior de sus dientes. Había olvidado cepillárselos esa mañana. No era la primera vez. No había salido de casa en todo el día, ni el día anterior. Cuanto más estaba Shoba fuera de casa, cuanto más comenzaba ella a hacer horas extras y a tomar trabajos adicionales, más quería él quedarse en casa, sin salir siquiera para ir por el correo o comprar fruta o vino que estaban en las tiendas junto a la parada del tranvía. CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 16 de abril de 2025

"MUERTE EN EL OLVIDO". Un poema de Ángel González signado por Eugenia Eiriz


Yo sé que existo
porque tú me imaginas.
Soy alto porque tú me crees
alto, y limpio porque tú me miras
con buenos ojos,
con mirada limpia.
Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla
ternura, yo soy también sencillo
y bondadoso.
Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
-oscuro, torpe, malo- el que la habita...

martes, 15 de abril de 2025

"ELOGIO DE LA LECTURA". Helena Farré, ABC 07/02/2025

NIETO
 La lectura es un puente que se tiende entre nosotros y nuestras emociones, entre nosotros y nuestros antepasados, pero también entre nosotros y nuestros coetáneos, porque la literatura nos hermana

A mediados del siglo pasado, Vladímir Nabókov dio a sus alumnos de la Universidad de Cornell un consejo para leer los libros previstos en el plan de estudios de uno de los cursos que impartía. Según les comentó, lo único que necesitaban para entender y apreciar las grandes novelas de la literatura europea, aparte de un diccionario de bolsillo y buena memoria, era su propia espina dorsal. La explicación era sencilla. La lectura de los autores seleccionados –Tolstói, Gogol, Proust, Joyce, Austen, Kafka, Flaubert o Stevenson– les iba a provocar un cosquilleo que recorrería su espalda y no hacía falta nada más para detectar el valor de lo que tenían entre las manos. Sencillamente, debían atender a la emoción que les embargaba.

Recuerdo con frecuencia esta anécdota cuando alguien me pregunta por qué o para qué leer. Cuando alguien reclama una razón que justifique estar durante un tiempo prolongado, en silencio, quieto y sin ningún estímulo, más allá de unas letras negras sobre un fondo blanco. Recuerdo con frecuencia esta anécdota porque en ella se encuentra uno de los pilares de toda gran lectura: la emoción.

Desde los mitos, las fábulas y las epopeyas hasta la novela moderna, resulta difícil imaginarse un mundo en el que nuestros antepasados no compartieran relatos sobre viajes y persecuciones, luchas y triunfos, sobre experiencias de honor y tristeza y esperanza. Contamos historias porque somos humanos, pero también somos más humanos porque contamos historias. Porque necesitamos poner nombres y dedicar palabras a lo que nos acontece para darle sentido. Aparte de deleitar y provocar, de consolar y entretener, los relatos tenían una última razón de ser: la de construir dinastías de significado. Y es por esto que leemos. Para entender de dónde venimos y qué suponemos los unos para los otros.

El cosquilleo que describe Nabókov no es solo el cosquilleo de una emoción superficial, meramente física. Es el cosquilleo de saberse reconocido, de saberse acompañado. Es la experiencia de un encuentro. Con otros, con nosotros mismos. De reparar en que nuestro dolor y nuestra angustia no nos pertenecen, que nuestra felicidad y alegría no nos son exclusivas, sino que nos vinculan con quienes alguna vez habitaron esta tierra. La lectura consigue el prodigio de despojarnos de nuestra soledad a la vez que convencernos de que no somos los primeros. Como escribió Stefan Zweig, «desde que existe el libro nadie está ya completamente solo sin otra perspectiva que la que le ofrece su propio punto de vista, pues tiene al alcance de su mano el presente y el pasado, el pensar y el sentir de toda la humanidad».

¿Quieres saber lo que es vengar la muerte de un amigo? Coge la lanza junto a Aquiles y enfréntate a Héctor. ¿Quieres emprender la aventura de regresar a casa? Embárcate con Ulises e inicia el camino de vuelta a Ítaca. ¿Quieres sentir lo que conlleva una obsesión? Sube al Pequod y persigue con el capitán Ahab a la ballena blanca. ¿Quieres saber lo que son las almas gemelas? Vive en tu propia carne la tensión trágica que une a Catherine y Heathcliff. ¿Conocer la desesperanza? Camina junto a Anna Karénina por las vías del tren. ¿Habitar la amistad? Reúnete con Harry, Ron y Hermione en las inmediaciones de Hogwarts. ¿Quieres entender qué es la justicia? ¿Experimentar la lealtad? Atticus Finch, y Athos, Porthos y Aramis te mostrarán el camino.

Leemos grandes historias porque son la puerta de entrada a la verdad. De quiénes hemos sido, pero también de quiénes queremos ser. Enmascaradas en una mentira y cubiertas por el velo de la ficción, son portadoras de una verdad que ayuda a tomar decisiones. A fundamentar opiniones. A desestabilizar creencias y abrir las puertas de la libertad, porque solo al leer, da igual dónde, da igual cuándo, da igual en qué condiciones, habitamos la independencia de nuestra propia mente. No sé si peores, pero sin lugar a dudas seríamos más pobres sin los buenos libros que hemos leído y que forman parte de nuestra biografía humana. Más conformistas y perezosos, más sumisos, menos idealistas. Como dijo Mario Vargas Llosa en su discurso al recibir el Nobel de Literatura, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Y lo es por una razón: porque nos permite vivir de otra manera, en otro lugar, en otro momento. Nos muestra alternativas y nos posibilita existir de distintas formas, aunque sea por unas horas.

Leer nos permite elegir y leer nos permite sentir. La euforia de estar de fiesta con Gatsby en West Egg. La desolación de ver cómo Europa se desmorona en 'El mundo de ayer'. La esperanza del amor que vence a los defectos de carácter de Elisabeth Bennet y Emma Woodhouse. El entusiasmo de pasear a Belmonte a hombros por las calles de Sevilla. El desamparo de ser prisionero con Edmond Dantès en el castillo de If. La melancolía de abandonar nuestro origen con Daniel el Mochuelo. El miedo de vivir la batalla de Stalingrado junto a la familia Sháposhnikov o el optimismo de intercambiar cartas sobre primeras ediciones con el librero de '84, Charing Cross Road'. Podemos sentir la perplejidad de hasta dónde llega la locura de los sueños e ideales con Don Quijote y el tedio ante la realidad con Madame Bovary y el coraje y la astucia que requiere sobrevivir a unas condiciones pésimas con Oliver Twist y Jack Dawkins.

La lectura es un puente que se tiende entre nosotros y nuestras emociones, entre nosotros y nuestros antepasados, pero también entre nosotros y nuestros coetáneos, porque dentro de las diferencias y particularidades que caracterizan a cada cultura, la literatura nos hermana. La angustia o el asombro, el temor o el deseo que experimentamos al leer 'Los hermanos Karamázov' o 'Siddhartha' o 'Rayuela' se percibe con la misma intensidad en una gran ciudad que en una pequeña aldea.

Cada libro es una expedición y cada lectura, un camino del que sabemos dónde comienza, pero casi nunca dónde ni cuándo llegará a su fin. Si al cerrar el libro, si pasadas varias décadas. Tampoco sabemos cómo lo acabaremos nosotros. Por eso leer requiere de una predisposición particular, de hacerlo con las ganas de quien funda un mundo. Con ese ímpetu, con esa pasión conquistadora. Porque leer es una forma de vivir que pone al alcance de nuestra imaginación el universo entero, el universo de la literatura y también el universo de las emociones, de lo visible y palpable, pero también de aquello que hasta ese instante no había sido nombrado.

El cosquilleo que describe Nabókov es la manifestación de un impulso primitivo, de un deseo elemental: es el anhelo de vida. Y es por esto que leemos. Porque los grandes libros nos dan ganas de vivir.

lunes, 14 de abril de 2025

"LOS JEFES". Un cuento de Mario Vargas Llosa

Javier se adelantó por un segundo:

—¡Pito! —gritó, ya de pie.

La tensión se quebró violentamente, como una explosión. Todos estábamos parados: el doctor Abásalo tenía la boca abierta. Enrojecía, apretando los puños. Cuando, recobrándose, levantaba una mano y parecía a punto de lanzar un sermón, el pito sonó de verdad. Salimos corriendo con estrépito, enloquecidos, azuzados por el graznido de cuervo de Amaya, que avanzaba volteando carpetas.

El patio estaba sacudido por los gritos. Los de cuarto y tercero habían salido antes, formaban un gran círculo que se mecía bajo el polvo. Casi con nosotros, entraron los de primero y segundo; traían nuevas frases agresivas, más odio. El círculo creció. La indignación era unánime en la Media. (La Primaria tenía un patio pequeño, de mosaicos azules, en el ala opuesta del colegio.)

—Quiere fregarnos, el serrano.

—Sí. Maldito sea.

Nadie hablaba de los exámenes finales. El fulgor de las pupilas, las vociferaciones, el escándalo indicaban que había llegado el momento de enfrentar al director. De pronto, dejé de hacer esfuerzos por contenerme y comencé a recorrer febrilmente los grupos: «¿nos friega y nos callamos?». «Hay que hacer algo». «Hay que hacerle algo».

Una mano férrea me extrajo del centro del círculo.

—Tú no —dijo Javier—. No te metas. Te expulsan. Ya lo sabes.

—Ahora no me importa. Me las va a pagar todas. Es mi oportunidad, ¡ves? Hagamos que formen.

En voz baja fuimos repitiendo por el patio, de oído en oído: «formen filas», «a formar, rápido».

—¡Formemos las filas! —El vozarrón de Raygada vibró en el aire sofocante de la mañana. Muchos, a la vez, corearon:

—¡A formar! ¡A formar!

Los inspectores Gallardo y Romero vieron entonces, sorprendidos, que de pronto decaía el bullicio y se organizaban las filas antes de concluir el recreo. Estaban apoyados en la pared, junto a la sala de profesores, frente a nosotros, y nos miraban nerviosamente. Luego se miraron entre ellos. En la puerta habían aparecido algunos profesores; también estaban extrañados. El inspector Gallardo se aproximó:

—¡Oigan! —gritó, desconcertado—. Todavía no…

—Calla —repuso alguien, desde atrás—. ¡Calla, Gallardo, maricón!

Gallardo se puso pálido. A grandes pasos, con gesto amenazador, invadió las filas. A su espalda, varios gritaban: «¡Gallardo, maricón!».

—Marchemos —dije—. Demos vueltas al patio. Primero los de quinto.

Comenzamos a marchar. Taconeábamos con fuerza, hasta dolernos los pies. A la segunda vuelta —formábamos un rectángulo perfecto, ajustado a las dimensiones del patio—Javier, Raygada, León y yo principiamos:

—Ho-ra-rio; ho-ra-rio; ho-ra-rio…

El coro se hizo general.

—¡Más fuerte! —prorrumpió la voz de alguien que yo odiaba: Lu—. ¡Griten!

De inmediato, el vocerío aumentó hasta ensordecer.

—Ho-ra-rio; ho-ra-rio; ho-ra-rio…

Los profesores, cautamente, habían desaparecido cerrando tras ellos la puerta de la Sala de Estudios. Al pasar los de quinto junto al rincón donde Teobaldo vendía fruta sobre un madero, dijo algo que no oímos. Movía las manos, como alentándonos. «Puerco», pensé. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 13 de abril de 2025

"MANUEL NO ES SUPERMAN". Un cuento de Paula Bombara sobre el secuestro de bebés durante la Dictadura Argentina

Manuel con su hija Martina y su abuela Matilde
¿Tu papá y tu mamá saben quiénes son? Manuel sí. Ahora sabe. No ahora ahora. Hace un tiempo que sabe. Pero no lo supo siempre. Yo tampoco lo supe siempre. Me enteré hace poco de la historia de Manuel. Me la contó mi amiga Martina. Y te la quiero contar porque... me sigue sonando adentro la voz de Martina. No sé bien por qué. Durante 19 años Manuel Gonçalves estaba seguro de que era Claudio. Claudio Novoa. Y una tarde le contaron que no, que no era Claudio Novoa, que era Manuel Gonçalves. Así nomás.

Paf.

Y se tuvo que hacer el documento otra vez. Y le preguntaron con cuál nombre se quería quedar. ¿Raro eso, no? Yo, entre Claudio y Manuel, también hubiera elegido Manuel.

Me gusta el nombre Manuel.

A Martina también le gusta. Y mientras me seguía contando yo pensaba en la historia de Superman.

Viste que Superman nació en otro planeta, uno que estaba por explotar. Kryptón, se llamaba. Entonces sus papás lo metieron en una cápsula espacial para salvarle la vida. Lo mandaron al planeta Tierra y cayó cerca de la casa de unos granjeros, los Kent. Ellos le pusieron el nombre Clark. Clark Kent. Y le dijeron que no era hijo de su sangre, que era adoptado. Claro, con los superpoderes que desarrolló no les quedó otra que decirle eso. Pero después, cuando pidió más detalles, se les complicó. “Caíste del cielo’’, le dijeron. Era la verdad. Después él averiguó que venía de Kryptón. Y que su nombre real era Kal-El. De más grande averiguó.

Bueno, Manuel no es Superman.

Pero su mamá lo envolvió en unas mantas para salvarlo. Y lo escondió en un placard, lleno de almohadas. Hizo eso mientras militares y policías lanzaban granadas y gases tóxicos adentro de la casa de San Nicolás donde estaban escondidos con unos amigos. Valiente, la mamá. Ana se llamaba. CONTINUAR LEYENDO


sábado, 12 de abril de 2025

"AHORA DE PUEBLO EN PUEBLO". Un poema de León Felipe

Ahora de pueblo en pueblo
errando por la vida,
luego de mundo en mundo errando por el cielo
lo mismo que esa estrella fugitiva…
¿Después?… Después…
ya lo dirá esa estrella misma,
esa estrella romera
que es la mía,
esa estrella que corre por el cielo sin albergue
como yo por la vida.

León Felipe

viernes, 11 de abril de 2025

"LEER FICCIÓN NOS HACE MÁS EMPÁTICOS". Marya G. Nieto, El País 20 JUL 2016

Un estudio asegura que se puede aprender sobre las emociones al explorar la vida interior de los personajes ficticios

Leer ficción fomenta la empatía. Los lectores pueden formarse ideas sobre las emociones, las motivaciones y las ideas de los otros y trasladar esas experiencias a la vida real. Así lo afirma Keith Oatley, psicólogo y novelista, en una revisión de un estudio sobre los beneficios de la lectura para la imaginación que publica hoy en Trends in Cognitive Sciences.

En este nueva investigación se aportan fundamentalmente dos estudios que apoyan la tesis de Oatley. En el primero de ellos se pedía a varios participantes que imaginasen una escena a partir de escuetas frases, tales como “una alfombra azul oscuro” o “un lápiz de rayas naranjas”, mientras permanecían conectados a una máquina de resonancia magnética. La escena que debían imaginar, a raíz de las pistas que les iban dando, era la de una persona que ayuda a otra a la que se le ha caído un lápiz al suelo. Oatley explica que con tan solo escuchar tres frases se produjo en los participantes la mayor activación del hipocampo, una región del cerebro asociada con el aprendizaje y la memoria. “Los escritores no necesitan describir escenarios de forma exhaustiva, solo tienen que sugerir una escena y la imaginación del lector hará el resto”, añade.

La teoría de Oatley, que es profesor emérito de psicología aplicada y desarrollo humano en la Universidad de Toronto, se basa en que la ficción simula una especie de mundo social que provoca comprensión y empatía en el lector. “Cuando leemos ficción nos volvemos más expertos en la comprensión de las personas y sus intenciones”, explica el investigador. Esta respuesta también se encuentra en las personas que ven ficciones televisivas o que juegan a videojuegos con una historia narrativa en primera persona. Lo que es común a todas las modalidades de la ficción es la comprensión de las características que asignamos a los personajes, según Oatley.

El otro experimento aportado a la revisión del estudio consistía en que los participantes debían adivinar lo que otras personas estaban pensando o sintiendo a partir de fotografías de sus ojos. Para ello podían elegir entre cuatro términos que describían estados de ánimo, por ejemplo, reflexivo o impaciente. La conclusión fue que las respuestas de los lectores de ficción dieron lugar a términos más aproximados que los lectores de ensayos y libros de no ficción. Además de estos dos estudios realizados por Oatley, el psicólogo también aporta otras investigaciones que apoyan sus conclusiones, como uno realizado por Frank Hakemulder, investigador de lengua y literatura en el Institute for Cultural Inquiri (ICON), de la Universidad de Utrecht. Hakemulder afirma que la complejidad de los personajes literarios ayuda a los lectores a tener ideas más sofisticadas acerca de las emociones de los demás.

Todos estos experimentos se enmarcan en un momento de creciente interés por los estudios sobre las imágenes del cerebro. Hace unos años, en 2009, cuando el mismo autor publicó el primer estudio sobre esta cuestión, no había tanta disposición y expectación ante estos temas. El giro de la comunidad científica hacia este tipo de investigaciones es algo que se ha producido en los últimos años. “Los investigadores están reconociendo ahora que en la imaginación hay algo importante que estudiar”, señala Oatley.

La característica más importante del ser humano es la sociabilidad, asegura Oatley. “Lo distintivo es que los humanos socializamos con otras personas de una forma que no está programada por instinto, como es el caso de los animales”, explica el psicólogo, para quien la ficción puede aumentar la experiencia social y ayudar a entenderla.

jueves, 10 de abril de 2025

"EL SPINOZA DE LA CALLE MARKET". Un cuento de Isaac Bashevis Singer

El doctor Nahum Fischelson andaba de un extremo a otro de su habitación, un tabuco sito en la calle Market, en Varsovia. El doctor Fischelson era un hombre bajo, encorvado, de barba grisácea; sería completamente calvo si no le quedaran unos mechones de cabello en el cogote. Tenía la nariz ganchuda como un pico y sus ojos, grandes y oscuros, parpadeaban como los de un pajarraco. Era un caluroso atardecer de verano, pero el doctor Fischelson llevaba una levita negra que le llegaba hasta las rodillas y cuello duro con corbata de lazo. Caminaba despacio desde la puerta a la buhardilla, abierta en lo alto de la inclinación del techo, y de ésta otra vez a la puerta. Había que subir unos peldaños para mirar hacia afuera. Sobre la mesa, ardía una vela en un candelabro de cobre, y diversos insectos zumbaban alrededor de la llama. De cuando en cuando, uno de los bichitos volaba demasiado cerca del fuego y se le chamuscaban las alas, otro ardía por un instante sobre el pabilo. En estos casos el doctor Fischelson hacía una mueca; su rostro arrugado se estremecía; hasta se mordía los labios por debajo de su alborotado bigote. Luego, sacaba el pañuelo del bolsillo y lo agitaba ante los insectos.

—¡Apartaos de aquí, locos, imbéciles! —decía—. Aquí no os calentaréis, sólo conseguiréis quemaros.

Los insectos se dispersaron pero, un segundo después, regresaron y volvieron a girar alrededor de la llama. El doctor Fischelson se secó el sudor de la frente y suspiró: «Son como los hombres, que sólo desean el placer del momento». Sobre la mesa había un libro abierto escrito en latín, y en los anchos márgenes de sus páginas se veían anotaciones y comentarios escritos con la letra menuda del doctor Fischelson. El libro de la Ética de Spinoza, que el doctor Fischelson llevaba estudiando desde hacía treinta años. Conocía de memoria cada proposición, cada prueba, cada corolario, cada anotación. Cuando quería encontrar un punto determinado, generalmente abría el libro en dicho punto sin tener necesidad de buscarlo. No obstante, continuaba estudiando la Ética durante horas cada día, con una lente de aumento en su huesuda mano, murmurando y moviendo la cabeza afirmativamente. Lo cierto era que cuanto más estudiaba, más frases desconcertantes, párrafos confusos y observaciones encontraba. Cada frase contenía alusiones que no habían sospechado ninguna de los discípulos de Spinoza. En realidad, el filósofo se había anticipado a todas las críticas de la razón pura que habían hecho Kant y sus seguidores. El doctor Fischelson estaba escribiendo un comentario sobre la Ética. Tenía cajones llenos de notas y borradores, pero nada parecía indicar que llegara nunca a ser capaz de terminar su trabajo. La enfermedad de estómago que le martirizaba desde años atrás, se agudizaba de día en día. Ahora, después de unas pocas cucharadas de sopa de avena, empezaban los dolores de estómago.

—¡Dios del Cielo, es difícil, muy difícil! —exclamaba empleando la misma entonación de su padre, el difunto rabino de Tishvitz—. ¡Es muy, muy pesado!

El doctor Fischelson no temía morir. En primer lugar, ya no era joven. En segundo lugar, un hombre libre en lo que menos piensa es en la muerte y su sabiduría reside no en la meditación de la muerte, sino en la de la vida, según se lee en la cuarta parte de la Ética. Y, en tercer lugar, se dice también que la mente humana no puede destruirse, absolutamente, con el cuerpo, sino que hay parte de la misma que perdura eternamente. No obstante, la úlcera (o quizá fuera un cáncer) seguía preocupando al doctor Fischelson. Tenía siempre la lengua sucia. Eruptaba con frecuencia y su aliento era siempre diversamente fétido. Sufría de ardores y calambres. A veces, tenía ganas de vomitar; otras, deseaba enormente comer ajos, cebollas y frituras. Hacía mucho tiempo que había dejado de tomar las medicinas recetadas por los médicos y se había buscado sus propios remedios. Descubrió que le sentaba bien tomar rábanos rallados después de las comidas y echarse en la cama boca abajo, con la cabeza colgando a uno de los lados; pero esos remedios caseros sólo le ofrecían un alivio pasajero. Algunos de los médicos consultados insistían en que no tenía nada.
—Nervios, y nada más —le decían—. Puede vivir hasta los cien años.
Pero en ese preciso anochecer de verano, el doctor Fischelson sintió que las fuerzas se le iban. Le temblaban las rodillas y tenía el pulso débil; se sentó para leer y la vista se le nubló. Las letras de las páginas se transformaron de verdes en doradas; las líneas ondulaban y saltaban una sobre otra, dejando espacios en blanco, como si el texto hubiera desaparecido de forma misteriosa. El calor, que caía de lleno del tejado de zinc, era intolerable; el doctor Fischelson tuvo el efecto de hallarse dentro de un horno. Varias veces subió los cuatro peldaños de la buhardilla para sacar la cabeza al fresco de la brisa nocturna; luego, permanecía en aquella posición hasta que se le doblaban las rodillas.

—¡Qué buena brisa! —murmuraba—. Deliciosa de verdad.

Y recordaba que, según Spinoza, la moralidad y la felicidad eran idénticas y que el acto más moral que podía realizar un hombre era permitirse algún placer que no fuera contrario a la razón. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 6 de abril de 2025

"CARMEN". Un poema de Mayte Gómez Molina seleccionado y comentado por Andrea Villarubia Delgado

He leído recientemente ‘Circuito cerrado de vigilancia’ de la poeta Mayte Gómez Molina y me ha maravillado. Ya en 2023 otro libro suyo, ‘Los trabajos sin Hércules’, obtuvo el Premio Nacional de Poesía Miguel Hernández, señal de una promesa en ciernes. Me atrevo a afirmar ahora que Mayte Gómez Molina es una de las nuevas voces poéticas más interesantes de nuestro país. Forma parte de una nueva generación de poetas a la que habría que leer con mucha atención. Su poesía está impregnada del sentimiento de derrota e incertidumbre que atenaza a tantos jóvenes, sin seguridades, sin utopías en las que creer. No ha sido fácil elegir un poema, pero al final me he decantado por el poema ‘Carmen’ dedicado a su abuela, aunque en el fondo también a todas aquellas personas que, aun compartiendo espacios y lenguaje con los jóvenes, parecen estar muy lejos, muy ajenos, muy desorientados.
CARMEN
(A mi abuela)
Mi abuela se llama Carmen
como la protagonista de la ópera y como
muchas mujeres de aquí,
donde hace tanto calor
Veíamos la televisión por la noche
se dibujó en la pantalla
un laberinto blanco y negro
‘escanee el QR para más información’

- ¿Qué es un QR?
- Una imagen que al escanearla con la cámara del móvil
te manda a una página web
Eso dije
en vez de decir:
‘abuela, realmente
no lo sé’

No quería ser pedante quería
que sintiese que podía ayudarla
que ella no sabía, pero yo sí y podía
dibujarle el mundo

Pero todas las palabras que uso para explicarle las cosas
son diferentes a las que nacieron con ella
Su ‘luz’ y mi ‘luz’ no significan lo mismo
‘chocolate’ no es igual
para mí que lo tengo que para ella que
lo anhelaba

Mientras tanto, duerme mi abuelo
fascinado a los seis años cuando
un hombre trajo a su pueblo de posguerra
un gran bloque de hielo porque
- Cuando era pequeño el hielo
no existía

Llevaré conmigo hasta que me muera
la cara de mi abuela
cuando se giró para mirarme
insatisfecha por mi explicación

‘Cada vez entiendo menos cosas del mundo’

Aunque yo actualizo mi sistema operativo con diligencia
puede que un día me canse
que enferme y no tenga fuerzas
para aprender otra cosa nueva

es posible

Yo también seré vieja y no entenderá las cosas
dependeré de la paciencia de los demás
en esta sociedad olvidada de la muerte
(los muertos no pagan
suscripciones mensuales a cosas no
cotizan no se van de vacaciones a
los resorts todo incluido no generan datos)

Cuando sea vieja recordaré
a mi abuela y a mi madre
rodeada de robots que sabrán cuidarme
pero no quererme
como ellas hacían

MAYTE GÓMEZ MOLINA

sábado, 5 de abril de 2025

"LITERATURA SIN MUJERES... ¿TODAVÍA?". La columna de Yolanda Reyes en El tiempo (05 de febrero 2023)

Hay tipos de novela que ya no se escriben: las de espías o las de mar. Tal vez porque corresponden a experiencias del pasado”, escribió Santiago Gamboa en su reciente columna de ‘El Espectador’, y organizó una ruta de tendencias literarias en torno a lo que considera “el predominio de dos formas: la novela negra y sus matices intermedios, y las novelas de autoficción, engastadas en historias (…) de ‘formación’ literaria o de retratos familiares”.

Aunque descreo de las taxonomías literarias casi tanto como de las listas de libros más vendidos, me interesó entender cómo veía reflejadas el autor “las experiencias del presente” en la escritura, y a medida que él iba rastreando paternidades literarias y trazando rutas desde Cervantes, Rilke, Joyce y Borges hasta Knausgård, Vila-Matas, Fresán o Abad, yo me sorprendía al ver que las mujeres estaban tan ausentes de la lista como las novelas de espías.

La excepción de los tres renglones finales, en los que salían “los (sic) que escriben novelas de toda la vida” y se mencionaban a la “gran” Almudena Grandes y la italiana Elena Ferrante”, parecía confirmar el sesgo. No entendí si esa mención de dos escritoras de “novelas de toda la vida” –¿qué significa?– era una generalidad que excusaba el no poder decir algo más específico sobre sus obras, o si se trataba de una “galantería” condescendiente. Comoquiera que sea, la mención es diciente: en el caso de Ferrante, que es un seudónimo, el escritor fantasma puede ser varón. Y en el de Grandes, de cuya obra se puede decir tanto, ya no escribirá más porque se ha muerto.

Me interesa la “lista” de Gamboa porque las bibliotecas, reales e imaginarias, son cartografías para intentar comprender el mundo y darle un orden. Y puesto que las representaciones humanas, transformadas en palabras y símbolos, van creando metáforas de las ideas y de las emociones, y abren –o cierran– mundos posibles, esas taxonomías ilustran los sistemas de clasificación imperantes durante siglos, con sus sesgos invisibles e inconscientes.

Por citar un ejemplo obvio, recuerdo la bibliografía que recibí en la universidad (quizás la misma leída por Gamboa), en la que no figuraban, más que como excepciones meritorias, un par de mujeres. Si como dice Rebecca Solnit, “las bibliotecas contienen todas las historias que se han contado, existen bibliotecas fantasma con todas las historias que no se han contado”, y “los fantasmas superan a los libros por una cifra inimaginablemente vasta”.

Sirve poco de consuelo saber que en todos los oficios fue igual y que los rescates de algunas mujeres borradas de los oficios, las ciencias y las artes es una tarea arqueológica, con muchas huellas perdidas o simplemente inexistentes. Ese es el pasado, a pesar de los esfuerzos para darle otras lecturas, y hace parte inevitable del presente: de lo que somos (o no fuimos). Sin embargo, así como nos enseña Kuhn sobre los paradigmas científicos que hacen crisis y son reemplazados por otros que reorganizan paulatinamente la experiencia, ningún sistema de clasificación está a salvo de la experiencia cambiante y compleja que es la vida, y que se refleja, cada vez de formas más hermosas y diversas, en la literatura.

Si, como afirma Siri Hustvedt, dividimos, clasificamos y creamos fronteras, a menudo inconscientes, conviene interrogar las listas para rastrear los órdenes simbólicos que nos impiden ampliar nuestras miradas, y sospechar, con toda la curiosidad intelectual, de lo que encaje en taxonomías inamovibles.

En tiempos de fronteras cambiantes y porosas, la literatura está abriendo rutas que expanden nuestras formas de escribir y de leernos, y que están explorando, es importante decirlo, las mujeres.