lunes, 11 de enero de 2016

La bella y la bestia o la herida demasiado grande. Un cuento de Clarice Lispector

Comienza:
Bien, entonces salió del salón de belleza por el ascensor del hotel Copacabana Palace. El chófer no estaba ahí. Miró el reloj: eran las cuatro de la tarde. Y de repente se acordó: le había dicho al «señor» José que la viniera a recoger a las cinco, no habiendo calculado que no se arreglaría las uñas de los pies ni de las manos, solamente masaje. ¿Qué debía hacer? ¿Tomar un taxi? Pero tenía consigo un billete de quinientos cruceiros y el taxista no tendría cambio. Había traído dinero porque el marido le había dicho que nunca se debe andar sin nada. Se le ocurrió volver al salón de belleza y pedir dinero. Pero... —pero era una tarde de mayo y el aire fresco era una flor abierta con su perfume—. De esta manera pensó que era maravilloso e inusitado permanecer de pie en la calle, con el viento que movía sus cabellos. No se acordaba de cuándo había sido la última vez que había estado sola consigo misma. Tal vez nunca. Siempre estaba ella con otros, y en esos otros ella se reflejaba y los otros se reflejaban en ella. Nada era... era puro —pensó sin entenderse—. Cuando se vio al espejo —la piel trigueña por los baños de sol hacía resaltar las flores doradas cerca del rostro en los cabellos negros—, se contuvo para exclamar un «¡Ah!» —pues ella era una entre cincuenta millones de unidades de gente bonita—. Nunca hubo —en todo el pasado del mundo— alguien que fuera como ella. Y después, en tres trillones de trillones de años, no habría una chica exactamente como ella. CONTINUAR LEYENDO

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