miércoles, 27 de enero de 2016

Literatura en las aulas: entre el placer y el trabajo. Un artículo de Luciana Vázquez para el periódico La Nación

¿Cómo se enseña en la primaria y en la secundaria? ¿Qué autores se frecuentan? El mercado del libro juvenil crece al mismo tiempo que a los alumnos les cuesta cada vez más leer por obligación; dilemas de un desencuentro que parece insoluble.

Un niño de diez años, de quinto grado, de escuela bilingüe con bachillerato internacional, que en su casa, bajo influencia paterna, lee en inglés Farenheit 451, de Ray Bradbury, o Percy Jackson and the Olympians, la saga de Rick Riordan (cinco tomos de unas cuatrocientas páginas cada uno) me dice, cuando le pregunto qué libros de literatura en castellano leen en la escuela: "Caídos del Mapa [de María Inés Falconi]. Me gustó porque no es escolar. Les habla a los chicos. El secreto del tanque de agua [también de Falconi] no me gustó. Es muy formal. Muy para la escuela".

Houston, tenemos un problema. Y no es sólo argentino. ¿Qué leen los chicos en la escuela? ¿Cómo lo leen? ¿Cómo se enseña o cómo se "usa" la literatura? ¿Qué output produce? Los dilemas que la literatura plantea, una vez traspasado el umbral de los ministerios, las escuelas y las aulas, siguen irresueltos. Mientras el mercado juvenil crece sin parar gracias al fenómeno del género fantasy (esa mezcla de novela romántica con terror, misterio, mitología, esoterismo), la literatura infantil llega a éxitos de ventas de primer mundo de la mano de Gaturro, y a los expertos hispanohablantes en el área les alcanza con decir "LIJ" como santo y seña para hablar de algo de cuya existencia nadie duda -eso: la "literatura infantil y juvenil"-, el sistema escolar se sigue preguntando qué hacer con la literatura en la escuela. La cuestión afecta a los sistemas públicos pero también a la escuela privada. A la primaria pero, sobre todo, a la secundaria.

¿Libros vivos, insuflados de oxígeno en cada voltereta de creatividad pergeñada por el maestro esforzado, mejorado en cada perfeccionamiento docente, o libros muertos, aplastados, hechos papilla, disecados por las propuestas cansinas, por más onda que les pongan, de maestros y profesores bajo los techos de la institución escolar? ¿Alumnos aburridos con los libros del "programa", del "curriculum", o esos casi ángeles, futuros lectores, de largo plazo, entusiastas y críticos y conscientes, moralmente elevados, comprometidos con la ciudadanía con los que sueña -o delira- la política, la academia, los maestros y profesores, los padres -y sí, también "él": el mercado-, que saldrán de quinto año corriendo en tropel, ansiosos, hacia la librería para seguir construyendo sus bibliotecas personales, reales o virtuales, dispuestos a robarles unas horas al texteo, sexeo, twitteo o a la Play, que sí es para toda la vida? CONTINUAR LEYENDO

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