Es posible que nadie me crea, pero una noche vi, en Génova, un rascacielos salir del mar como un transatlántico. Estaba en la terraza del hotel mirando en dirección al puerto. Allí un transatlántico, alto como un rascacielos, iluminaba con sus miles de luces la multitud de mercantes, remolcadores y barcos de vapor.
Ululó una sirena, desde algún punto de aquella inmensa maraña de aparejos, chimeneas y oscuros e inmóviles cascos.
No se puede oír ese sonido sin desear partir para ver el mundo, sin salir al encuentro de la inmensidad del mar y del cielo. Es un deseo vehemente, que llena el cuerpo y el alma. Se siente incluso en los pies. Estaba a punto de decir, “en las raíces”. Dan ganas de arrancar las propias raíces e ir a plantarse en algún otro lugar, lejos, muy lejos.
En Génova nunca he podido dormir tranquilo por la noche.
Por eso estaba en la terraza y la sirena llamaba, llamaba.
¿Los rascacielos tienen orejas para oír?. No lo sé, no me los preguntéis a mí. En la cima, justo en la cabeza, sobre el último piso, tienen un bosque: las antenas de la televisión. Captan las ondas electromagnéticas. ¿Por qué no habrían de captar el reclamo de una sirena?
La sirena llamaba, llamaba….
El rascacielos se liberó de sus raíces.
Como hacer un argumento de este texto
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