domingo, 20 de marzo de 2016

Blas de Otero, cien años de un niño derrotado. Un artículo de Francisco Javier Irazoki (El Cultural.

Se cumplen cien años del nacimiento de Blas de Otero (Bilbao, 1916 - Majadahonda, 1979). La influencia de sus versos se distingue aún en numerosos poetas españoles actuales. Con claridad podemos percibir un hilo rojo que une la biografía del escritor y su obra literaria.


Blas de Otero nace en una familia adinerada. Su abuelo paterno fue capitán de barco. El materno, médico con prestigio. El padre, instruido en Inglaterra, posee un negocio de metales y con la Primera Guerra Mundial aumentan sus ganancias. En un ambiente religioso, Blas de Otero cursa estudios en el colegio de María de Maeztu. Después ingresa en un centro dirigido por jesuitas y nos deja el testimonio de su primera herida: “Aquellos hombres me abrasaron, hablo / del hielo aquel de luto atormentado, / la derrota del niño y su caligrafía / triste”. A los diez años debe trasladarse con la familia a Madrid. Se hunden las finanzas de su padre. Aficionado a los toros, el adolescente acude a las clases taurinas de las Ventas y, en 1928, es uno de los pocos espectadores que salvan su vida en el incendio del teatro Novedades. También estos sucesos figuran en sus poemas. Pero para él Madrid representa sobre todo una conquista cultural: la lengua española aprendida en las páginas de los autores clásicos. Asimismo lee a sus contemporáneos Juan Ramón Jiménez y “Machado, el banderillero, que en mi Madrid de entonces me tornó pensativo con algunas estrofas del Ars Moriendi”. El joven ya escribe y corrige con un afán de perfección al que nunca renunciará. CONTINUAR LEYENDO

Hombre

Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.

Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.

Alzo la mano, y tú me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.

Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser -y no ser- eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!

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