Históricamente, la literatura infantil ha sido el género de los seres subordinados. Por eso mismo busca la libertad. La palabra «infante» viene de fante (servidor, criado).
«Nepote» que en español significa «pariente
protegido», viene del griego nepion: «el que
no habla».
Criaturas sin voz, reducidas a una condición de obediencia, los niños fueron vistos durante siglos como desaliñados prólogos de la edad adulta. Si la idea de individuo comienza cabalmente en el Renacimiento, la idea del niño como sujeto independiente es más tardía y apenas se vislumbra en la Ilustración. Un largo proceso cultural transformó a los seres de orejas sucias y pelo revuelto, con la cabeza llena de ideas desmedidas y palabras que no
existen en los diccionarios, en personas ya
realizadas.
En las barricadas de Los miserables, el
pequeño Gavroche explica los motivos de la
insurrección: «La culpa es de Rousseau». Se
refiere a que la noción de justicia y su autoridad
para proclamarla provienen del Emilio.
Rousseau, padre impaciente que mandó a
todos sus hijos al orfanatorio de La Inclusa,
se dedicó al acto compensatorio de entender
la infancia, no como una preparación para la
madurez, sino como un singular momento de
llegada. Al igual que tantos hombres de letras,
fue más justo en las ideas que en las acciones.
Emilio logró en la escritura una vindicación
de los derechos de los niños que el autor no
concedió a los suyos, abultando la estadística
de grandes pensadores que han sido pésimos
padres
De Rousseau a Piaget y Bettelheim, el niño
pudo ser pensado en sus propios términos. La literatura infantil ha sido la bitácora de viaje de
esta tarea liberadora. No es casual que Esopo,
uno de los fundadores del género, fuera un
esclavo al que se le asignaron tareas de educador
y que se convertiría en liberto gracias a la
palabras. Las fábulas, las leyendas y los cuentos
de hadas surgieron de los cuartos secundarios
donde los menores convivían con los sirvientes. CONTINUAR LEYENDO
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