[...] uno de los temas que más nos llamó la atención tanto en nuestra posición de capacitadores como en las formas en que los maestros se veían a sí mismos como mediadores de lectura, fue el modo en que se destacaba, ya sea explícita o implícitamente, el rol de la escucha en los vínculos pedagógicos que se generaban con sus alumnos a partir de la lectura.
Nos llamó mucho la atención que cuando los docentes reflexionaban sobre cómo llevaban adelante experiencias de lectura con sus alumnos, aparecía de múltiples maneras una nueva forma de posicionarse frente a lo que ellos traían, a lo que ellos decían. Algo así como que estaban comenzando a escucharlos de otro modo. Este descubrimiento tenía muchas coincidencias con el que vislumbrábamos nosotros cuando pensábamos tanto en el armado como en el efecto en nuestros alumnos de las clases del Postítulo y de otros lugares donde trabajábamos. También sentíamos que junto con ellos íbamos aprendiendo una postura de escucha que se caracteriza por una tensión, muchas veces incómoda quizás para los hábitos con que nos fuimos formando, pero sumamente desafiante, entre dos decisiones: una, la necesidad de suspender los prejuicios (o al menos revelar o dar a entender su carácter de provisorios) acerca de lo que un texto “debe” significar para los lectores y otra, la de habilitar, a través de la divulgación y circulación de saberes y aproximaciones teóricas, formas nuevas y diversas de pensar esos textos. Es decir, no es una escucha “light”, sin consecuencias, sino que se trata de una escucha cargada de interrogantes teóricos que no pretenden ser autorreferenciales o totalitarios, sino abiertos al diálogo con las formas en que los docentes construyen sentidos acerca de los textos literarios.
[...] Si atendemos a lo que nos muestra la experiencia didáctica, por ejemplo mirando muchas de las prácticas docentes, en una primera representación la escucha podría ser retratada en el gesto en el que uno suspende sus palabras para dar lugar a la palabra del otro. Sin embargo esto puede ser sólo una ilusión, una puesta en escena de la escucha, ya que no puede reducirse a la supuesta corrección de las formas, a la relación cordial de quien respeta los turnos de conversación. En diversas situaciones educativas todos pasamos por situaciones de intercambio donde alguien escucha para luego ejercer algún tipo de control sobre el otro. También suceden situaciones de escucha en las que subyace sólo el deseo de confirmar una verdad inamovible, previa, de quienes representan en apariencia el acto de escuchar. En esas situaciones parece que lo que uno piensa o dice ya está previsto en la decisión del otro, del que nos presta su oído o atención, aun cuando el otro crea o exprese que ha tendido un puente entre él y nosotros. En relación con esto es interesante traer lo que plantea Bajtín, quien en su análisis de cómo se expresa la subjetividad en los enunciados parece estar hablando todo el tiempo de la escucha, cuando dice “no se debe interpretar la comprensión como traducción de una lengua ajena a la propia”. Si relacionamos este planteo con nuestro tema, la escucha supondría no disolverse en el otro, sino el diálogo de dos culturas que “no se funden ni se mezclan, sino que cada una conserva su unidad e integridad abierta, pero las dos se enriquecen mutuamente”.
Desde esta visión dialógica de la escucha, podríamos afirmar que se trata fundamentalmente de un vínculo de dos conciencias que se reconocen. Sobre todo, lo que importa en la relación pedagógica es la forma en que el que escucha atiende a las circunstancias únicas y particulares en las que una voz, la voz escuchada, tiene lugar.
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