Chimamanda Ngozi Adichie (Enugu, Nigeria, 1977) recuerda su operación de apendicitis, cuando tenía unos 10 años, como unos días de fiebre escritora en los que se merendaba los cuadernos en un abrir y cerrar de ojos. Criada en Nigeria y hoy afincada en la ciudad estadounidense de Columbia (Maryland), empezó a una edad muy precoz a leer y construir historias, personajes que tenían nombre en inglés aunque vivieran en Nigeria porque así eran los personajes que leía. A las novelas La flor púrpura, que ahora recupera Random House, y Medio sol amarillo (editadas por el mismo sello) y los cuentos agrupados en Algo alrededor de tu cuello le seguiría Americanah, en 2013, que le valió el premio de los críticos en Estados Unidos. Si hay un hilo conductor en su obra es Nigeria y la negación de la historia única, que es como Chimamanda denomina lo que sería el pensamiento único, el estereotipo dominante, la versión única de las cosas.
PREGUNTA. La protagonista de Americanah no se da cuenta de que es negra hasta que se muda a Estados Unidos (EE UU). La raza, para ella, no es un tema hasta que nota que se la trata de forma diferente. ¿Es algo que también le ocurrió a usted?
RESPUESTA. Sí, cuando vivía en Nigeria nunca pensé en mí misma como negra, no tuve que hacerlo porque casi todo el mundo era negro. Crecí pensando en mí misma como igbo [etnia nigeriana] o como católica…, pero nunca como negra. Y eso no significa que, al mirarme al espejo, no viera que mi piel era de color chocolate, algo que me gusta mucho, sino que yo no le otorgaba un valor. Pero al llegar aquí me di cuenta de que en América sí le añade un valor, que la gente tiene asunciones sobre ti solo por el color de la piel. Me pareció muy curioso, y también molesto, ver que la gente negra no era considerada inteligente.
Fuente: Babelia. El país
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