Cuando se incorpora en la arena, dobla cuidadosamente la toalla, respira con fruición, camina hasta la orilla y se introduce lentamente en el mar, siente que no ha dejado nada a la improvisación. Allá arriba, sobre la almohada, en la habitación 512 del Hotel Cóndor, está el sobre con las cinco palabras en rojo: Para entregar a Paula Acosta. Lo recogerá la mucama cuando llegue, como siempre, a las doce. Le ha costado tres meses la decisión, pero a esta altura es irreversible. Francamente, ya no se soporta, hay que concluir. No tiene por qué apurarse, sin embargo. Cuando el agua le enfría los tobillos, sabe que ha comenzado el último capítulo. Uno de los primeros se remonta a otra playa, Atlántico por medio, con su madre y el padrastro, Víctor, caminando enlazados por la dura arena de Portezuelo, Joaquín tocando en la armónica una milonga cualquiera, y Mastín, minúsculo y húmedo, ladrando como siempre el bochorno de su nombre. Tiempos de candidez o de sordera, de inocencia o de soberbia, no lo sabe bien. Tiempos de acomodar sus diez o doce años saludables en el compacto bienestar, en las lenguas de sol, en la bocanada salitrosa, en las rocas limpísimas. Su madre y Víctor, tan jóvenes entonces y sin embargo (para él) tan antiguos. Y el padre que nadie menciona y a quien nunca conoció, aunque sí logró juntar pedacitos de su confusa historia a través de las revelaciones del primo José Carlos. La inesperada fuga, poco menos que delictiva, a algún lugar del extranjero, sin explicaciones ni carta, sólo noticias indirectas, desprendiéndose sin pudor de la mujer y el hijo. Imágenes de la madre llorando por horas y semanas, y también recuerdos de su recuperación seis años después, gracias a Víctor, que es atlético y bueno pero antiguo. En realidad, todos eran antiguos menos José Carlos y Paula, sus pares. Después de todo, se trata de un repaso consciente. No va a esperar la tradicional y vertiginosa película del ahogado promedio. Para qué. Tiene todo el tiempo disponible para ver la historia con calma. De modo que cuando el Mediterráneo roza sus rodillas, puede elegir el tramo adolescente, con sus notas brillantes y los veranos plácidos y la sincera alegría de Víctor, casi un padre, cuando él triunfa en los 800 metros llanos a nivel lineal, corriendo rezagado hasta los 600 para mostrar entonces toda su garra y pasar a los otros como a postes en el sprint final. Tiempo de lecturas, de primeros libros importantes y formativos. CONTINUAR LEYENDO
-"No es posible crecer en la intolerancia. El educador coherentemente progresista sabe que estar demasiado seguro de sus certezas puede conducirlo a considerar que fuera de ellas no hay salvación. El intolerante es autoritario y mesiánico. Por eso mismo en nada ayuda al desarrollo de la democracia." (Paulo Freire). - "Las razones no se transmiten, se engendran, por cooperación, en el diálogo." (Antonio Machado). - “La ética no se dice, la ética se muestra”. (Wittgenstein)
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