jueves, 3 de marzo de 2016

Somos diálogo. Un artículo de la filósofa y catedrática de Ética Adela Cortina.

Uno de los obstáculos para crear sociedades justas y convivencia pacífica es la intolerancia que se expresa en las palabras, y no sólo en las acciones. Algunos grupos se sienten autorizados para desacreditar a otros, porque estos últimos cuentan con una característica que los intolerantes consideran especialmente despreciable, digna del repudio generalizado y la exclusión. La actitud del intolerante suele reconocerse con el sufijo “fobia”, y es tan vieja como la humanidad.

La xenofobia, la aversión al extranjero, es, por desgracia, bien conocida, pero también la homofobia, el odio a las personas homosexuales, la fobia hacia gentes que practican una religión, como judíos, musulmanes o cristianos; y la gran desconocida, aunque universalmente practicada, es la aporofobia, el odio al pobre, y más si es indigente y vulnerable.

[...] Afortunadamente, la razón humana no es monológica, sino dialógica, incluso los monólogos que vamos rumiando por la calle son diálogos internalizados. Sabemos de nosotros mismos preguntándonos y contestándonos, y también hablando con otros, porque, como bien decía Hölderlin, “somos un diálogo”. Negarse a hablar con otros, condenándolos a la exclusión, sin preocupación por conocer ni sus razones ni sus sentimientos, es enfermar de inhumanidad. Que es una enfermedad grave, si las hay.

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Fuente: El País

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