jueves, 30 de septiembre de 2021

Annabel Lee, un poema de Edgar Allan Poe

Hace muchos, muchos años, en un reino junto al mar, 
habitaba una doncella cuyo nombre os he de dar,
y el nombre que daros puedo es el de Annabel Lee,
quien vivía para amarme y ser amada por mí.
Yo era un niño y era ella una niña junto al mar,
en el reino prodigioso que os acabo de evocar.
Más nuestro amor fue tan grande cual jamás yo presentí,
más que el amor compartimos con mi bella Annabel 
Lee,
Y los nobles de su estirpe de abolengo señorial
los ángeles en el cielo envidiaban tal amor,
los alados serafines nos miraban con rencor.
Aquel fue el solo motivo, ¡hace tanto tiempo ya!,
por el cual, de los confines del océano y más allá,
un gélido viento vino de una nube y yo sentí
congelarse entre mis brazos a mi bella Annabel Lee. 
La llevaron de mi lado en solemne funeral.
A encerrarla la llevaron por la orilla de la mar
a un sepulcro en ese reino que se alza junto al mar, 
los arcángeles que no eran tan felices cual los dos, 
con envidia nos miraban desde el reino que es de 
Dios.
Ese fue el solo motivo, bien lo podéis preguntar,
pues lo saben los hidalgos de aquel reino junto al mar, 
por el cual un viento vino de una nube carmesí 
congelando una noche a mi bella Annabel Lee. 
Nuestro amor era tan grande y aún más firme en su 
candor
que aquel de nuestros mayores, más sabios en el 
amor.
Ni los ángeles que moran en su cielo tutelar,
ni los demonios que habitan negros abismos del mar 
podrán apartarme nunca del alma que mora en mí, 
espíritu luminoso de mi
hermosa Annabel Lee.
Pues los astros no se elevan sin traerme la mirada 
celestial que, yo adivino, son los ojos de mi amada. 
Y la luna vaporosa jamás brilla baladí
pues su fulgor es ensueño de mi bella Annabel Lee.

Yazgo al lado de mi amada, mi novia bien amada, 
mientras retumba en la playa la nocturna marejada, 
yazgo en su tumba labrada cerca del mar rumoroso, 
en su sepulcro a la orilla del océano proceloso.

miércoles, 29 de septiembre de 2021

SOY LA MUERTE, un álbum ilustrado de Elisabeth Helland Larsen e ilustrado por Marine Schneider


Un delicado libro ilustrado sobre la inseparable unión entre vida y muerte. Una muerte representada en la figura de una joven mujer, con dulces rasgos, que visita a animales, ancianos, niños, aun aquellos que todavía no han nacido. Les guía en el viaje final y les habla de la vida, del amor y de la muerte.

Flores, brillantes insectos y juguetes acompañan a la muerte en sus visitas para contrarrestar la oscuridad con la que se suele representar. Un libro sobre la muerte, pero también un canto a la vida y al amor que todo lo puede transformar y que es parte de la vida como lo es de la muerte. La vida y yo habitamos juntas todos los cuerpos. La vida y yo estamos en todo lo que empieza y todo lo que se termina.

Soy la muerte aborda un tema, a veces, difícil de explicar, ¿por qué tenemos que morir?, con un lenguaje poético y sencillo, que ayuda a adultos y niños a afrontar el tema de la muerte o a superar la pérdida de un ser querido.



martes, 28 de septiembre de 2021

"Un Quijote vino a verme". Conferencia de Gonzalo Moure leída el 23 de julio de 2021 en el marco de la Feria Nacional del Libro de León, en Guanajuato, México.

Comienzo a escribir estas palabras con la misma idea con la que he escrito la mayoría de mis pequeños libros; es decir, con el compromiso conmigo mismo de no pronunciarla si al escribirla no descubro algo nuevo o, al menos, puedo intentar descubrirlo con todos ustedes. En otras palabras, no escribir por lo que ya sé, sino escribir para saber lo que aún no sé, o intuir algo que aún no sé; para que al menos intuyamos juntos, el oyente y yo, algo nuevo. Y si no lo consigo, si acabo de escribirla sin encontrar ese algo que me despierte, que nos despierte a todos, dejarla, incluso borrarla y volver a intentarlo, porque ¿qué aportaría entonces, si ya he ido contando en muchas ocasiones lo que ya sé y lo que otros saben, sin que a nadie pareciera importarle demasiado? ¿Para qué les haría perder cuarenta y cinco minutos a todos ustedes si yo fuera el primero en tener la sensación de irlos a perder, por no hablar del tiempo usado para escribirla, que es mucho más que una hora? Decía Isak Dinesen que escribía cada día sin esperanza, pero sin desesperanza. Yo matizaría su confesión; la matizo, y digo que escribo ahora desesperanzado y con esperanza. Desesperanzado porque lo que yo encuentre en este tiempo tampoco será importante. Poco o nada. Tomo una cita de T.S. Eliot usada por Carlo Frabetti en su libro El tigre de Tarzán: “No dejaremos de explorar y al final de nuestra búsqueda llegaremos al punto de partida y conoceremos el lugar por primera vez”. Pero esperanzado porque tal vez avance un centímetro, qué se yo, en un átomo de pensamiento nuevo. Como el preso que trata de limar los barrotes con un cepillo de dientes afilado sabiendo lo inútil de su empresa, pero con la esperanza de alcanzar algún día el horizonte, de salir de la celda. Un milímetro arrancado al hierro del barrote tras el que espera la libertad no es la libertad, hay que admitirlo, pero conduce hacia ella, por más despacio que sea. 

Eso, la libertad, me recuerda que contaba no hace mucho a un grupo de escolares españoles algo que se me ocurrió mientras hablaba con ellos de la importancia de la lectura para poder conocer al otro, para poder saber lo que hay en cada camino, tras cada puerta y cada ventana, porque no otra cosa son los libros: caminos, puertas y ventanas para “ser el otro”, aunque sea durante la lectura, y para, por fin, poder elegir el futuro y conquistar el presente: para ser libre. Era la historia de un potro que pasaba sus tristes días encerrado en una cuadra con otros caballos. Salía una hora o dos al día para obedecer a un tipo de dos pies que se montaba en él y le obligaba a hacer lo que él quería hacer. Que lo castigaba y golpeaba con una fusta y unas espuelas si no lo hacía, y si lo hacía también. Pero un día una puerta se quedó abierta y el potro salió de la cuadra al amanecer. Encontró un punto débil, o más bajo, en la valla que rodeaba las cuadras y la saltó sin dificultad. Probaba por primera vez en su vida algo parecido a la libertad, una sensación que dormía en el fondo de su memoria genética desde los tiempos en los que los caballos vivían en la Tierra sin más límite que la amenaza de los depredadores, antes de que apareciera el bípedo que lo domó y le privó de la libertad. El potro trotó por los campos cercanos hasta que encontró otro cercado en el que pastaba o dormitaba una yegua joven, una potrilla baya de aroma arrebatador. Se acercó a la valla y la llamó. Se olieron uno al otro, relincharon, hasta que el potro le enseñó a saltar la valla. La yegüita lo intentó varias veces, y al fin lo consiguió. Y entonces los dos, felices, sintiendo un millón de nuevas emociones, trotaron por los prados hasta llegar a una playa. En ella vivieron algo parecido a la aventura y al amor. Galoparon por la orilla, levantaron nubes de espuma con sus cascos, se rascaron mutuamente la cruz y el cuello con sus dientes, unieron sus ollares para exhalar y aspirar sus olores más profundos e íntimos. Fueron felices aquellas horas, hasta que llegaron los humanos buscándolos. Espantados, los caballos trataron de huir, pero fue inútil. Al final los acorralaron, los lazaron, los separaron, les gritaron, golpearon y castigaron, y los llevaron a cada uno de vuelta hasta su cercado, donde fueron atados, y de nuevo esclavizados.CONTINUAR LEYENDO

Fuente: Fundación Cuatrogatos


lunes, 27 de septiembre de 2021

AKIM CORRE, un álbum ilustrado de Claude K. Dubois

 

La artista belga Claude K. Dubois intenta hacer comprensibles a los niños las traumáticas vivencias de la guerra y de la huida de la misma, una realidad para muchas personas, tomando como ejemplo la suerte del pequeño Akim.

Como una catástrofe de la naturaleza, la guerra llega a la sencilla vida del chico. Akim se queda en medio de un paisaje de desolación hasta que alguien lo lleva de la mano y es arrastrado por los que huyen.



domingo, 26 de septiembre de 2021

Abrir o cerrar mundos: la elección de un canon. Cecilia Bajour



Una interesante reflexión de la autora acerca del canon en la literatura infantil. Un asunto estrechamente relacionado con la selección y elección de libros para estos destinatarios. Un problema que se plantea con harta frecuencia en las y los mediadores de lecturas: bibliotecarios, profesorado, familias... Cecilia Bajour profundiza en este entorno y hace propuestas para pensar y repensar el canon literario.


(a partir de la página 29)

sábado, 25 de septiembre de 2021

"LA VERDADERA HISTORIA DE LOS TRES CERDITOS", un álbum ilustrado de de Jon Scieszka y Lane Smith"

"Me tendieron una trampa", ha declarado el lobo Silvestre en exclusiva al Diario Lobo. En este escandaloso libro por fin se va a saber la verdad. a prensa se lo inventó todo, porque en realidad los tres cerditos son unos maleducados, y el lobo Silvestre solo quería azúcar para hacer un pastel a su abuelita. este álbum de 1989 constituye una de las primeras revisiones de un cuento infantil realizada con conciencia narrativa y mediante una fuerte propuesta visual perpetrada por dos autores notoriamente gamberros.

Muy interesante el artículo de Cecilia Bajour que se centra en este álbum: "¿Quién es el dueño de la verdad? Los problemas de la ficción en ¡La verdadera historia de los tres cerditos! de Jon Scieszka y Lane Smith" y que se puede leer en la revista Imaginaria

martes, 21 de septiembre de 2021

EL SABIO, un cuento de Emilia Pardo Bazán

¡Honrad a Indra, el todopoderoso, y después recitad este poema, en el cual hay dulzores y amargores, la esencia de la vida humana!

Sabed que en la sagrada Benarés se celebraron con esplendor las bodas de la virgen Utara y el sabio Aryuna. Queriendo honrar a los novios dispuso el rey de los Matsias grandes festejos. Empezó por reunir toda su corte, y acudieron los dignatarios, reyezuelos y rajaes, cargados de

pedrerías, tan refulgentes, que la sala donde se congregaron parecía un firmamento esmaltado de estrellas. Ante aquel concurso lucidísimo se celebró según los ritos el desposorio; las caracolas, los gumuces, los atambores, resonaron estrepitosa y alegremente en torno del palacio; en la pagoda fueron inmoladas en sacrificio gacelas y vacas, y desfilaron ante el pórtico, en vistosa muestra, las tropas, carros, caballos, elefantes con sus torres, arqueros, infantes, el ejército entero del rey. El cual, así que se hubo celebrado el banquete a la puesta del sol, tomó de la mano a la desposada, y le dijo solemnemente:

«Hermosa eres, doncella: tu presencia, como un vino generoso, derrama embriaguez. Tus formas son de diosa; grandes son tus ojos, tus cejas parecen pétalos de loto, tu voz es como el gorjeo del kokila. El primer don de la mujer es la hermosura, y por eso a ti, milagro de belleza, he querido uncirte a Aryuna, único varón de esta tierra que te merece. Aryuna es piadoso, generoso, sabio, frecuentador de los sacrificios y firme en sus votos. Es el deber encarnado; es todo energía; su inteligencia domina a la naturaleza, sus mortificaciones le aproximan a las esferas celestes. Sabe de memoria el astra de los tres mundos, de las cosas móviles e inmóviles; y ni entre los demonios ni entre los dioses hay quien esté más versado que él en todo conocimiento. Es fuerte y verídico; ha vencido sus órganos y sus sentidos, y su gloria es como la del sol al amanecer. Regocíjate, virgen, de ser el loto que embalsama el jardín del corazón de Aryuna. Sólo una vez es entregada la virgen al esposo; sólo al esposo pertenece ya tu vida, divina Utara».

Juntando las manos en forma de copa, como se hace ante el altar, Utara reverenció la arenga del rey, y escoltada por otras doncellas se dirigió a la cámara donde ya esperaba Aryuna, sentado en el lecho de marfil que revestían densas pieles.

Se retiró la comitiva, y Utara, lentamente, avanzó hacia su esposo. Se la podía comparar a la luna, que en aquel mismo instante ascendía por el cielo, sombríamente azul, y cuyos rayos argentaban el mármol del pavimento y el ligero chorro del surtidor perfumado que caía en un piloncillo, en medio de la estancia. Su andar era rítmico; sus brazaletes resonaban con suave choque musical, y sus collares de perlas, escalonados sobre el seno desnudo, subían y bajaban como la blanda ola que la playa, alternativamente, rechaza y acoge. Bajo las perlas y el seno delicado, el corazón de Utara saltaba como gacela que escuchó al chacal rugir a corta distancia. Aryuna se levantó, y empujando sin violencia a su esposa, la hizo sentarse cerca de él, en un taburete. CONTINUAR LEYENDO


lunes, 20 de septiembre de 2021

UN GRAN ERROR, un cuento de Stephen Crane

Un italiano tenía un puesto de frutas en una esquina desde donde podía atraer a aquellos que bajaban de la estación elevada y a aquellos que pasaban por dos calles atestadas. El tendero se sentaba la mayor parte del día en un taburete que tenía colocado de manera estratégica.

Había un chiquillo que vivía cerca, cinco plantas por encima, y que consideraba a aquel italiano como un ser tremendo. El niño había investigado el puesto de frutas. Lo había impresionado como pocas cosas que hubiese visto antes en sus viajes. Allí, dispuestos en asombrosas hileras, se encontraban todos los manjares del mundo en lujuriosos montones. Cuando observaba al italiano sentado en medio de tesoro tan espléndido, el labio inferior se le descolgaba y alzaba los ojos, llenos de un profundo respeto, hacia el rostro del vendedor. Lo adoraba como si estuviese contemplando la omnipotencia.

El niño iba a menudo a la esquina, merodeaba el puesto y observaba cada detalle del negocio. Estaba fascinado por la tranquilidad del vendedor, su majestad de poder y posesión. A veces, estaba tan absorto en la contemplación del puesto, que la gente, a toda prisa, tenía que tener cuidado para no atropellarlo.

Nunca se había atrevido a acercarse demasiado. Tenía el hábito de acechar cautelosamente desde el bordillo. Incluso allí parecía un niño que contemplase, sin estar invitado, un banquete de dioses.

Un día, sin embargo, mientras el niño estaba absorto, el vendedor se alzó y pasando por la parte delantera del puesto, comenzó a dar brillo a las naranjas con un pañuelo rojo. El espectador, sin aliento, avanzó por la acera hasta que su rostro casi tocó la manga del vendedor. Con los dedos retorcía un pliegue de su traje.

Por fin, el italiano acabó con las naranjas y volvió a su taburete; de detrás de un racimo de plátanos sacó un periódico escrito en su idioma, se removió hasta conseguir una postura cómoda y clavó los ojos con fiereza en el periódico. El niño se quedó frente a frente con los innumerables dones del mundo.

Durante un rato fue un simple idólatra de aquel santuario dorado. Después se apoderaron de él unos deseos tumultuosos. Tenía sueños de conquista. Sus labios temblaron. Entonces se formó en su cabeza un pequeño plan.

Se acercó sigilosamente lanzando furtivas miradas al italiano. Luchó por mantener una actitud convencional, pero la conspiración estaba escrita en sus facciones.

Por fin se había acercado lo suficiente como para tocar la fruta. De debajo del andrajoso faldón sacó una manita sucia. Aún tenía los ojos clavados en el vendedor con el gesto totalmente rígido, excepto por el labio inferior, que mostraba un ligero aleteo. Extendió la mano.

Los trenes elevados atronaban de camino a la estación y la escalera derramaba gente sobre las aceras. Se podía oír un profundo rugido marino procedente de los pies y de las ruedas que pasaban sin cesar. Nadie parecía ver a aquel chico sumido en tan magnífica aventura.

El italiano dio la vuelta al periódico. De repente el pánico golpeó al niño. Bajó la mano y dejó escapar un suspiro de desesperanza. Durante un instante siguió mirando al vendedor. Era evidente que en su cabeza se producía un gran debate. Su intelecto infantil había definido al italiano. Sin duda era un hombre capaz de comerse a los niños que lo provocaran, y la alarma que le había producido el vendedor al girar el periódico le hizo ver con nitidez las consecuencias que acarrearía el ser detectado.

Pero en aquel momento, el vendedor emitió un gruñido de placer e inclinando el taburete contra la pared, cerró los ojos. El periódico cayó ignorado.

El niño dejó el escrutinio y de nuevo alzó la mano. Se movía con suprema precaución hacia la fruta, con los dedos doblados, como una garra, dominados por una codicia arrebatadora.

En un momento se detuvo y los dientes le castañearon convulsivamente pues el vendedor se movió en sueños. El chiquillo, con la mirada aún fija en el italiano, volvió a extender la mano y los rapaces dedos se cerraron sobre un fruto redondo.

Y estaba escrito que el italiano abriría en aquel instante los ojos. Atravesó al pequeño con una mirada inquisitiva y el niño, con una expresión en el rostro de profunda culpa, puso inmediatamente el fruto redondo en su espalda y comenzó a realizar una serie de enloquecidos y elaborados gestos declarando su inocencia.

El italiano aulló, se puso de pie de un salto, y en tres pasos alcanzó al niño. Lo zarandeó fieramente y de sus deditos arrancó un limón.

FIN

“A Great Mistake”,
The Philistine: A Periodical of Protest, 1896

domingo, 19 de septiembre de 2021

REFUGIADOS, un poema de Adam Zagajewski.

Encorvados por una carga
que a veces es visible, otras no,
avanzan por el barro, o arena del desierto,
inclinados, hambrientos,

hombres taciturnos con gruesos caftanes,
vestidos para las cuatro estaciones,
ancianas con caras llenas de arrugas
llevando algo, que puede ser un bebé, una lámpara
(familiar), o quizá la última hogaza.

Esto puede ser Bosnia, hoy,
Polonia en septiembre del 39, Francia
(ocho meses después), Turingia en el 45,
Somalia, Afganistán, Egipto.

Siempre hay un carro, o como mínimo un carretón
repleto de tesoros (colchas, tazas de plata,
y el aroma de casa que se evapora rápidamente),
un coche sin gasolina, abandonado en la cuneta,
un caballo (será traicionado), nieve, mucha nieve,
demasiada nieve, demasiado sol, demasiada lluvia,
y esta inclinación tan característica,
como hacia otro planeta mejor, un planeta
que tiene generales con menos ambición,
menos cañones, menos nieve, menos viento,
menos Historia (este planeta, por desgracia,
no existe, sólo existe la inclinación).

Arrastrando las piernas
van despacio, muy despacio
al país de Ningún Sitio,
a la ciudad Nadie
en la orilla del río Nunca.

PAULO FREIRE en Conferencia impartida en el Congreso de Pedagogía Crítica de Barcelona en 1994

En 1994 se celebró en Barcelona un Congreso de Pedagogía Crítica. Entre las personas que intervinieron estuvo Paulo Freire. Tuve la suerte de poder participar en dicho Congreso y escuchar en directo la conferencia de Paulo. Fue realmente emocionante. Han pasado algunos años y, a pesar del tiempo transcurrido, su mensaje sigue siendo tan actual, si no más, como siempre. Aquí os dejo esa intervención en la confianza de que disfrutaréis escuchándola y de que os ayudará en la reflexión para la acción.

DIÁLOGOS SELVÁTICOS, un artículo de Irene Vallejo. El País. 13 septiembre 2021

Mientras atardece, en el parque observas a tu hijo acercarse a otros niños. Desde la distancia contemplas intrigada sus pequeñas victorias, sus titubeos al vencer la timidez. De pronto, alguien lanza una propuesta y, como en un conjuro mágico, traspasan juntos el umbral imaginario del juego. Sutilmente, el presente del verbo se vuelve pretérito: “¿Vale que éramos detectives?”. Hay que repartir papeles, elegir disfraces, dibujar mapas de territorios inexistentes. Alguna voz se rebelará, surgirán debates y relatos alternativos —somos vampiros o superhéroes—, y por fin emprenderán la aventura con su extraña mezcolanza de ingredientes. “Esta piedra era la puerta de mi castillo”, “aquí había un avión”, “en esta baldosa empezaba la selva”. La diversión infantil nace de un laborioso pacto urdido entre fantasías.

Has sido una charlatana irreductible desde la cuna, pero, al escuchar esa orquesta de algarabía, voces y exclamaciones, intuyes —quizás por primera vez— que la comunicación tiene una cadencia musical. Conversar es acompasar: precisa tonalidad, ritmo y sincronía. Los neurólogos sostienen que el lenguaje agresivo nos impide comprender, ya que nuestra atención se centra en esquivar golpes. Por el contrario, cuando las ideas se expresan con emoción, suavidad y empatía, abrimos un caudal de confianza que fortalece el sentido de las palabras. Nos conviene hablar bien y atender mejor, sin tratar de escudriñar en el prójimo el rostro de nuestras convicciones. Los antiguos griegos, parlanchines incansables, convirtieron el diálogo socrático en género literario. En el Protágoras, de Platón, dos grandes maestros debaten sobre la educación de los jóvenes: Protágoras cree que la virtud es una ciencia y, por tanto, se puede enseñar, mientras Sócrates piensa que tal cosa es imposible. Al final de la reñida —y elegante— pugna verbal descubrimos que ambos han intercambiado las posiciones de partida, y defienden la tesis del contrario con la misma pasión que al comienzo volcaban en la suya. Nunca llegan a reconocer que el contrincante tiene razón, pero son capaces de suplantarlo y asumir su punto de vista.

Hablar con los demás exige combinar atención y contención. Si nos sentimos agresivos o malhumorados, es preferible alejarnos del terreno de juego para no esparcir por el universo nuestras miserias y debilidades. En Casa desolada, de Charles Dickens, conocemos al señor Jarndyce, un rico heredero enredado en un pleito interminable. Cuando se siente arisco suele decir que “sopla el viento del este” y se retira para refunfuñar a solas en el “gruñidero”, un cuarto donde nadie más puede entrar. En nuestro presente nervioso, que amplifica los discursos más fieros y selváticos, las redes sociales y el debate público corren el peligro de convertirse en gruñideros. Todos perdemos el rumbo si la agresividad imperante expulsa a quienes podrían aportar ideas valiosas, y solo los más encrespados permanecen.

Ahora que la confrontación parece conducirnos al borde mismo del apocalipsis, tal vez sea momento de rescatar el viejo arte de las palabras. Como escribió Marco Aurelio en sus Meditaciones, “la amabilidad, si es genuina y no burlona ni hipócrita, es invencible; porque ¿qué te va a hacer el más insolente si continúas benévolo con él?”. En la película La llegada, de Denis Villeneuve, 12 naves espaciales amenazan nuestro planeta. Asediado por la emergencia extraterrestre, el mundo recurre —como no podía ser de otra manera— a una filóloga experta en lenguas antiguas. Su misión consiste en descifrar el lenguaje de las inquietantes criaturas tentaculares, que dibujan sus mensajes con una especie de tinta flotante. Tras infructuosos intentos, el diálogo nace cuando la protagonista logra establecer un lazo emocional con los alienígenas, uno de ellos próximo a morir, y se pone en su piel de calamar gigante. Ahora que, debido a la invasión vírica, tenemos menos contacto, necesitamos hablarnos con más tacto. En el fondo no se trata de convencer, sino —como en los juegos pactados de los niños— de disfrazarse momentáneamente del otro y divertirse. ¿Vale que éramos gente elegante?

jueves, 16 de septiembre de 2021

EL JARDÍN ENGAÑOSO (1647), un cuento de María de Zayas y Sotomayor, escritora del Siglo de Oro

No ha muchos años que en la hermosísima y noble ciudad de Zaragoza, divino milagro de la naturaleza y glorioso trofeo del Reino de Aragón, vivía un caballero noble y rico, y él por sus partes merecedor de tener por mujer una gallarda dama, igual en todo a sus virtudes y nobleza, que este es el más rico don que se puede alcanzar. Diole el cielo por fruto de su matrimonio dos hermosísimos soles, que tal nombre se puede dar a dos bellas hijas: la mayor llamada Constanza, y la menor Teodosia; tan iguales en belleza, discreción y donaire, que no desdecía nada la una de la otra. Eran estas dos bellísimas damas tan acabadas y perfectas, que eran llamadas, por renombre de riqueza y hermosura, las dos niñas de los ojos de su patria.

Llegando, pues, a los años de discreción, cuando en las doncellas campea la belleza y donaire, se aficionó de la hermosa Constanza don Jorge, caballero asimismo natural de la misma ciudad de Zaragoza, mozo, galán y rico, único heredero en la casa de sus padres, que aunque había otro hermano, cuyo nombre era Federico, como don Jorge era el mayorazgo, le podemos llamar así.

Amaba Federico a Teodosia, si bien con tanto recato de su hermano, que jamás entendió de él esta voluntad, temiendo que como hermano mayor no le estorbase estos deseos, así por esto como por no llevarse muy bien los dos.

No miraba Constanza mal a don Jorge, porque agradecida a su voluntad le pagaba en tenérsela honestamente, pareciéndole, que habiendo sus padres de darle esposo, ninguno en el mundo la merecía como don Jorge. Y fiada en esto estimaba y favorecía sus deseos, teniendo por seguro el creer que apenas se la pediría a su padre, cuando tendría alegre y dichoso fin este amor, si bien le alentaba tan honesta y recatadamente, que dejaba lugar a su padre para que en caso de que no fuese su gusto el dársele por dueño, ella pudiese, sin ofensa de su honor dejarse de esta pretensión.

No le sucedió tan felizmente a Federico con Teodosia porque jamás alcanzó de ella un mínimo favor, antes le aborrecía con todo extremo, y era la causa amar perdida a don Jorge, tanto que empezó a trazar y buscar modos de apartarle de la voluntad de su hermana, envidiosa de verla amada, haciendo eso tan astuta y recatada que jamás le dio a entender ni al uno ni al otro su amor.

Andaba con estos disfavores don Federico tan triste, que ya era conocida, si no la causa, la tristeza. Reparando en ello Constanza, que por ser afable y amar tan honesta a don Jorge no le cabía poca parte a su hermano; y casi sospechando que sería Teodosia la causa de su pena por haber visto en los ojos de Federico algunas señales, la procuró saber y fuele fácil, por ser los caballeros muy familiares amigos de su casa, y que siéndolo también los padres facilitaba cualquiera inconveniente.

Tuvo lugar la hermosa Constanza de hablar a Federico, sabiendo de él a pocos lances la voluntad que a su hermana tenía y los despegos con que ella le trataba. Mas con apercibimiento que no supiese este caso don Jorge, pues, como se ha dicho, se llevaban mal.

Espantose Constanza de que su hermana desestimase a Federico, siendo por sus partes digno de ser amado. Mas como Teodosia tuviese tan oculta su afición, jamás creyó Constanza que fuese don Jorge la causa, antes daba la culpa a su desamorada condición, y así se lo aseguraba a Federico las veces que de esto trataban, que eran muchas, con tanto enfado de don Jorge, que casi andaba celoso de su hermano, y más viendo a Constanza tan recatada en su amor, que jamás, aunque hubiese lugar, se lo dio de tomarle una mano.

Estos enfados de don Jorge despertaron el alma a Teodosia a dar modo como don Jorge aborreciese de todo punto a su hermana, pareciéndole a ella que el galán se contentaría con desamarla, y no buscaría más venganza, y con esto tendría ella el lugar que su hermana perdiese. Engaño común en todos los que hacen mal, pues sin mirar que le procuran al aborrecido, se le dan juntamente al amado.

Con este pensamiento, no temiendo el sangriento fin que podría tener tal desacierto, se determinó decir a don Jorge que Federico y Constanza se amaban, y pensado lo puso en ejecución, que amor ciego ciegamente gobierna y de ciegos se sirve; y así, quien como ciego no procede, no puede llamarse verdaderamente su cautivo. CONTINUAR LEYENDO


martes, 14 de septiembre de 2021

LA SOMBRA, un minicuento del colombiano Luis Vidales

Yo quería estar solo. Subí las escaleras que conducen a mi habitación y tras de mí cerré la puerta para que nadie pudiese importunarme. ¡Qué supremo deleite! ¡Qué saludable alegría la de reunirme solo! Por un instante me sentí el más feliz de los hombres. Pero fue solo un instante. Luego, de reojo, noté que a mi lado había algo que alentaba acompasadamente con mis ademanes. Giré súbitamente sobre los talones y allí, sobre la pared de mi cuarto, se destacaba mi sombra, ¡como una segunda persona de mí mismo, como un ente que se nutría de mi propia vida!

Empezó entonces mi batalla. Hice un ademán de desesperación, y la sombra, con inaudito descaro, manifestó su vitalidad levantando los brazos en la misma actitud de los míos. Me escondí tras la cortina, y ella se escondió conmigo. Di vueltas en redondo del cuarto, y ella me siguió como un relámpago negro. Ya no hubo en mi cerebro campo a la reflexión. Los nervios se me volvieron nudos debajo de la piel. Lleno de ira, empuñé el férreo cortapapel que reposaba tranquilo sobre mi escritorio, y con un paso lento, de asesino, me aproximé a mi sombra, inmensamente agrandada sobre el muro, y la cosí a puñaladas. ¡No exhaló la más leve queja! ¡Aquello fue como si mi mano hubiese asesinado al silencio!

Desde aquella noche, abandoné para siempre la casa donde se desarrolló mi primer crimen. ¡Tal vez allí, contra la pared de mi cuarto —como una mariposa de la media noche— esté todavía clavada la sombra muerta!

FIN

lunes, 13 de septiembre de 2021

EL EXTRANJERO, una composición del poeta cubano José Ángel Buesa

«Mirad: Un extranjero…» Yo los reconocía,

siendo niño, en las calles por su no sé qué ausente.
Y era una extraña mezcla de susto y de alegría
pensar que eran distintos al resto de la gente.

Después crecí, soñando, sobre los libros viejos;
corrí, de mapa en mapa, frenéticos azares,
y al despertar, a veces, para viajar más lejos,
inventaba a mi antojo más tierras y más mares.

Entonces yo envidiaba, melancólicamente,
a aquellos que se iban de verdad, en navíos
de gordas chimeneas y casco reluciente,
no en viajes ilusorios como los viajes míos.

Y hoy, que quizás es tarde, con los cabellos grises,
emprendo, como tantos, el viaje verdadero;
y escucho que los niños de remotos países
murmuran al mirarme: «Mirad: Un extranjero…»

domingo, 12 de septiembre de 2021

LIGEIA, un cuento de Edgar Allan Poe

Y allí se encuentra la voluntad, que no fenece. ¿Quién
conoce los misterios de la voluntad y su vigor? Pues Dios es una gran voluntad que penetra todas las cosas por la naturaleza de su atención. El hombre no se rinde a los  ángeles, ni por entero a la muerte, salvo únicamente por la flaqueza de su débil voluntad.
JOSETH GLANVILL
No puedo, por mi alma, recordar ahora cómo, cuándo, ni exactamente dónde trabe por primera vez conocimiento con Lady Ligeia. Largos años han transcurrido desde entonces, y mi memoria es débil porque ha sufrido mucho. O quizá no puedo ahora recordar aquellos extremos porque, en verdad, el carácter de mi amada, su raro saber, la singular aunque plácida clase de su belleza, y la conmovedora y dominante elocuencia de su hondo lenguaje musical se han abierto camino en mi corazón con paso tan constante y cautelosamente progresivo, que ha sido inadvertido y desconocido. Creo, sin embargo, que la encontré por vez primera, y luego con mayor frecuencia, en una vieja y ruinosa ciudad cercana al Rin. De seguro, le he oído hablar de su familia. Está fuera de duda que provenía de una fecha muy remota. ¡Ligeia, Ligeia! Sumido en estudios que por su naturaleza se adaptan más que cualesquiera otros a amortiguar las impresiones del mundo exterior, me bastó este dulce nombre —Ligeia— para evocar ante mis ojos, en mi fantasía, la imagen de la que ya no existe. Y ahora, mientras escribo, ese recuerdo centellea, sobre mí, que no he sabido nunca el apellido paterno de la que fue mi amiga y mi prometida, que llegó a ser mi compañera de estudios y al fin, la esposa de mi corazón. ¿Fue aquello una orden mimosa por parte de mi Ligeia? ¿O fue una prueba de la fuerza de mi afecto lo que me llevó a no hacer investigaciones sobre ese punto? ¿O fue más bien un capricho mío, una vehemente y romántica ofrenda sobre el altar de la más apasionada devoción? Si sólo recuerdo el hecho de un modo confuso, ¿cómo asombrarse de que haya olvidado tan por completo las circunstancias que le originaron o le acompañaron? Y en realidad, si alguna vez el espíritu que llaman novelesco, si alguna vez la brumosa y alada Ashtophet del idólatra Egipto, preside, según dicen los matrimonios fatídicamente adversos, con toda seguridad presidió el mío.

Hay un tema dilecto, empero, sobre el cual no falla mi memoria. Es este la persona de Ligeia. Era de alta estatura, algo delgada, e incluso en los últimos días muy demacrada. Intentaría yo en vano describir la majestad, la tranquila soltura de su porte o la incomprensible ligereza y flexibilidad de su paso. Llegaba y partía como una sombra. No me daba cuenta jamás de su entrada en mi cuarto de estudio, salvo por la amada música de su apagada y dulce voz, cuando posaba ella su marmórea mano sobre mi hombro. En cuanto a la belleza de su faz, ninguna doncella la ha igualado nunca. Era el esplendor de un sueño de opio, una visión aérea y encantadora, más ardorosamente divina que las fantasías que revuelan alrededor de las almas dormidas de las hijas de Delos. Con todo, sus rasgos no poseían ese modelado regular que nos han enseñado falsamente a reverenciar con las obras clásicas del paganismo. "No hay belleza exquisita —dice Bacon, Lord Verulam—, hablando con certidumbre de todas las formas y genera de belleza, sin algo extraño en la proporción." No obstante, aunque yo veía que los rasgos de Ligeia no poseían una regularidad clásica, aunque notaba que su belleza era realmente "exquisita", y sentía que había en ella mucho de "extraño", me esforzaba en vano por descubrir la irregularidad y por 
perseguir los indicios de mi propia percepción de "lo extraño". Examinaba el contorno de la frente alta y pálida —una frente irreprochable: ¡cuán fría es, en verdad, esta palabra cuando se aplica a una majestad tan divina!—, la piel que competía con el más puro marfil, la amplitud imponente, la serenidad, la graciosa prominencia de las regiones que dominaban las sienes; y luego aquella cabellera de un color negro como plumaje de cuervo, brillante, profusa, naturalmente rizada, y que demostraba toda la potencia del epíteto homérico, "¡jacintina!". Miraba yo las líneas delicadas de la nariz, y en ninguna parte más que en los graciosos medallones hebraicos había contemplado una perfección semejante. Era la misma tersura de superficie, la misma tendencia casi imperceptible a lo aguileño, las mismas aletas curvadas con armonía que revelaban un espíritu libre. Contemplaba yo la dulce boca. Encerraba el triunfo de todas las cosas celestiales: la curva magnifica del labio superior, un poco corto, el aire suave y voluptuosamente reposado del interior, los hoyuelos que se marcaban y el color que hablaba, los dientes reflejando en una especie de relámpago cada rayo de luz bendita que caía sobre ellos en sus sonrisas serenas y plácidas, pero siempre radiantes y triunfadoras. Analizaba la forma del mentón, y allí también encontraba la gracia, la anchura, la dulzura, la majestad, la plenitud y la espiritualidad griegas, ese contorno que el dios Apolo reveló sólo en sueños a Cleómenes, el hijo del ateniense. Y luego miraba yo los grandes ojos de Ligeia. CONTINUAR LEYENDO

viernes, 10 de septiembre de 2021

La leche de la muerte, un cuento de Marguerite Yourcenar

La larga fila beige y gris de turistas se extendía por la calle principal de Ragusa; las gorras tejidas, los ricos sacos bordados, se mecían con el viento a la entrada de las tiendas, encendían los ojos de los viajeros en busca de regalos baratos o disfraces para los bailes de a bordo. Hacía tanto calor como solo hace en el Infierno. Las montañas desnudas de Herzegovina mantenían a Ragusa bajo fuegos de espejos ardientes. Philip Mild se metió a una cervecería alemana donde unas moscas gordas zumbaban en una semioscuridad sofocante. Paradójicamente, la terraza del restorán daba al Adriático, que volvía a aparecer ahí en plena ciudad, en el lugar más inesperado, sin que este súbito pasaje azul sirviera para otra cosa que para añadir un color más al abigarramiento de la plaza del mercado. Un hedor subía de un montón de desperdicios de pescados que algunas gaviotas casi insoportablemente blancas hurgaban. Ningún viento de alta mar llegaba a soplar. El compañero de camarote de Philip, el ingeniero Jules Boutrin, bebía sentado a la mesa de un velador de zinc, a la sombra de un quitasol color fuego que de lejos parecía una enorme naranja flotando en el mar.

-Cuéntame otra historia, viejo amigo -dijo Philip desplomándose pesadamente en una silla-. Necesito un whisky y un buen relato frente al mar… La historia más bella y menos verosímil posible, que me haga olvidar las mentiras patrióticas y contradictorias de algunos periódicos que acabo de comprar en el muelle. Los italianos insultan a los eslavos, los eslavos a los griegos, los alemanes a los rusos, los franceses a Alemania y casi tanto a Inglaterra. Supongo que todos tienen razón. Hablemos de otra cosa… ¿Qué hiciste ayer en Scutari, donde tanto te interesaba ir a ver con tus propios ojos no sé qué turbinas?

-Nada -dijo el ingeniero-. Aparte de echar un vistazo a dudosos trabajos de embalse, dediqué la mayor parte de mi tiempo a buscar una torre. He escuchado a tantas viejas serbias narrarme la historia de la Torre de Scutari, que necesitaba localizar sus deteriorados ladrillos e inspeccionar si no tienen, como se afirma, una marca blanca… Pero el tiempo, las guerras y los campesinos de los alrededores, preocupados por consolidar los muros de sus granjas, lo demolieron piedra por piedra, y su memoria solo vive en los cuentos. A propósito, Philip ¿eres tan afortunado de tener lo que se llama una buena madre?

-Qué pregunta -dijo negligentemente el joven inglés-. Mi madre es bella, delgada, maquillada, resistente como el vidrio de una vitrina. ¿Qué más te puedo decir? Cuando salimos juntos, me toman por su hermano mayor.

-Eso es. Eres como todos nosotros. Cuando pienso que algunos idiotas suponen que a nuestra época le falta poesía, como si no tuviera sus surrealistas, sus profetas, sus estrellas de cine y sus dictadores. Créeme, Philip, de lo que carecemos es de realidades. La seda es artificial, los alimentos detestablemente sintéticos se parecen a esas copias de alimentos con que atiborran a las momias, y ya no existen las mujeres esterilizadas contra la desdicha y la vejez. Solo en las leyendas de los países semibárbaros aún se encuentran criaturas de abundante leche y lágrimas de las que uno estaría orgulloso de ser hijo… ¿Dónde he oído hablar de un poeta que no podía amar a ninguna mujer porque en otra vida había conocido a Antígona? Un tipo como yo… Algunas docenas de madres y enamoradas, me han vuelto exigente frente a esas muñecas irrompibles que se hacen pasar por ser la realidad.

“Isolda por amante, y por hermana la hermosa Aude… Sí, pero la que yo hubiera querido por madre es una muchacha de una leyenda albanesa, la mujer de un reyezuelo de por aquí…

“Eran tres hermanos, que trabajaban construyendo una torre desde donde pudieran acechar a los saqueadores turcos. Ellos mismos se habían aplicado al trabajo, ya porque la mano de obra fuera rara, o costosa, o porque como buenos campesinos no se fiaran más que de sus propios brazos, y sus mujeres se turnaban para llevarles de comer. Pero cada vez que lograban avanzar lo suficiente como para colocar un montón de hierbas sobre el tejado, el viento de la noche y las brujas de la montaña tiraban su torre como Dios hizo que se derrumbara Babel. Existen muchas razones por las cuales una torre no se mantiene en pie, se puede atribuirlo a la torpeza de los obreros, a la mala disposición del terreno, o a la falta de cemento entre las piedras. Pero los campesinos serbios, albaneses o búlgaros no reconocen a este desastre más que una causa: saben que un edificio se derrumba si no se ha tenido el cuidado de encerrar en sus cimientos a un hombre o a una mujer cuyo esqueleto sostendrá hasta el día del Juicio Final esa pesada carga de piedras. CONTINUAR LEYENDO


jueves, 9 de septiembre de 2021

"Palabras para Julia", un poema de José Agustín Goytisolo



PALABRAS PARA JULIA

Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.

Hija mía es mejor vivir
con la alegría de los hombres
que llorar ante el muro ciego.

Te sentirás acorralada
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido.

Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto
que es un asunto desgraciado.

Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.

La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor.

Un hombre solo, una mujer
así tomados, de uno en uno
son como polvo, no son nada.

Pero yo cuando te hablo a ti
cuando te escribo estas palabras
pienso también en otra gente.

Tu destino está en los demás
tu futuro es tu propia vida
tu dignidad es la de todos.

Otros esperan que resistas
que les ayude tu alegría
tu canción entre sus canciones.

Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti
como ahora pienso.

Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino, nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.

La vida es bella, tú verás
como a pesar de los pesares
tendrás amor, tendrás amigos.

Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.

Perdóname no sé decirte
nada más pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino.

Y siempre siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.

José Agustín Goytisolo





Hombre preso que mira a su hijo. Un poema de Mario Benedetti en su voz.


martes, 7 de septiembre de 2021

El encaje roto, un cuento de Emilia Pardo Bazán

Convidada a la boda de Micaelita Aránguiz con Bernardo de Meneses, y no habiendo podido asistir, grande fue mi sorpresa cuando supe al día siguiente -la ceremonia debía verificarse a las diez de la noche en casa de la novia- que ésta, al pie mismo del altar, al preguntarle el obispo de San Juan de Acre si recibía a Bernardo por esposo, soltó un «no» claro y enérgico; y como reiterada con extrañeza la pregunta, se repitiese la negativa, el novio, después de arrostrar un cuarto de hora la situación más ridícula del mundo, tuvo que retirarse, deshaciéndose la reunión y el enlace a la vez.

No son inauditos casos tales, y solemos leerlos en los periódicos; pero ocurren entre gente de clase humilde, de muy modesto estado, en esferas donde las conveniencias sociales no embarazan la manifestación franca y espontánea del sentimiento y de la voluntad.

Lo peculiar de la escena provocada por Micaelita era el medio ambiente en que se desarrolló. Parecíame ver el cuadro, y no podía consolarme de no haberlo contemplado por mis propios ojos. Figurábame el salón atestado, la escogida concurrencia, las señoras vestidas de seda y terciopelo, con collares de pedrería; al brazo la mantilla blanca para tocársela en el momento de la ceremonia; los hombres, con resplandecientes placas o luciendo veneras de órdenes militares en el delantero del frac; la madre de la novia, ricamente prendida, atareada, solícita, de grupo en grupo, recibiendo felicitaciones; las hermanitas, conmovidas, muy monas, de rosa la mayor, de azul la menor, ostentando los brazaletes de turquesas, regalo del cuñado futuro; el obispo que ha de bendecir la boda, alternando grave y afablemente, sonriendo, dignándose soltar chanzas urbanas o discretos elogios, mientras allá, en el fondo, se adivina el misterio del oratorio revestido de flores, una inundación de rosas blancas, desde el suelo hasta la cupulilla, donde convergen radios de rosas y de lilas como la nieve, sobre rama verde, artísticamente dispuesta, y en el altar, la efigie de la Virgen protectora de la aristocrática mansión, semioculta por una cortina de azahar, el contenido de un departamento lleno de azahar que envió de Valencia el riquísimo propietario Aránguiz, tío y padrino de la novia, que no vino en persona por viejo y achacoso -detalles que corren de boca en boca, calculándose la magnífica herencia que corresponderá a Micaelita, una esperanza más de ventura para el matrimonio, el cual irá a Valencia a pasar su luna de miel-. En un grupo de hombres me representaba al novio algo nervioso, ligeramente pálido, mordiéndose el bigote sin querer, inclinando la cabeza para contestar a las delicadas bromas y a las frases halagüeñas que le dirigen...

Y, por último, veía aparecer en el marco de la puerta que da a las habitaciones interiores una especie de aparición, la novia, cuyas facciones apenas se divisan bajo la nubecilla del tul, y que pasa haciendo crujir la seda de su traje, mientras en su pelo brilla, como sembrado de rocío, la roca antigua del aderezo nupcial... Y ya la ceremonia se organiza, la pareja avanza conducida con los padrinos, la cándida figura se arrodilla al lado de la esbelta y airosa del novio... Apíñase en primer término la familia, buscando buen sitio para ver amigos y curiosos, y entre el silencio y la respetuosa atención de los circunstantes.... el obispo formula una interrogación, a la cual responde un «no» seco como un disparo, rotundo como una bala. Y -siempre con la imaginación- notaba el movimiento del novio, que se revuelve herido; el ímpetu de la madre, que se lanza para proteger y amparar a su hija; la insistencia del obispo, forma de su asombro; el estremecimiento del concurso; el ansia de la pregunta transmitida en un segundo: «¿Qué pasa? ¿Qué hay? ¿La novia se ha puesto mala? ¿Que dice «no»? Imposible... Pero ¿es seguro? ¡Qué episodio!... « CONTINUAR LEYENDO

domingo, 5 de septiembre de 2021

Medidas contra la violencia, en "Historias del señor Keuner", de Beltort Brecht

 
El señor Keuner, el Pensador, se pronunciaba contra la violencia en una sala pública, cuando se percató de que su auditorio se apartaba de él y se alejaba. Miró en torno suyo y vio que, de pie, a sus espaldas, se hallaba… la Violencia.

—¿Qué estabas diciendo? —le preguntó la Violencia.

—Me estaba pronunciando en favor de la violencia -res-pondió el señor Keuner.

Cuando el señor Keuner se hubo marchado, sus discípulos le preguntaron donde había quedado su valor. —No tengo valor para romper a porrazos —dijo el señor Keuner— porque precisamente quiero vivir más tiempo que la vio-lencia.

Y el señor Keuner relató la siguiente historia:

«Eran los tiempos de la ilegalidad cuando un día llegó a la casa del señor Egge, el que había aprendido a decir No, un agente exhibiendo un certificado expedido en nombre de aquellos que dominaban la ciudad; en él se decía que al agente le pertenecía toda casa en la que pusiera sus pies; también debía pertenecerle toda la comida que pidiese y asimismo tenía que servirle fielmente toda persona que se cruzara en su camino.

»El agente tomó asiento en una silla, pidió de comer, se lavó, se acostó y, antes de dormirse, con la cara apoyada contra la pared, preguntó: —¿Quieres servirme de criado?

»El señor Egge le cubrió con una manta, espantó las moscas y veló su sueño, y como ese día le siguió obedeciendo durante siete años. Mucho sería lo que hizo por él, pero de una cosa se abstuvo: de pronunciar una sola palabra. Pasa-dos los siete años, el agente, que había engordado de tanto comer, dormir y mandar, murió. El señor Egge lo enrolló con la deteriorada manta, lo arrastró fuera de la casa, limpió la estancia, blanqueó las paredes, respiró y dijo: —¡No!».


viernes, 3 de septiembre de 2021

En 'El Reino', la ficción también es mentira. Un artículo de Claudia Piñero

Acabo de ver la serie de ocho capítulos (Netflix) "El reino", que trata sobre la influencia de la Iglesia Evangelista en Latinoamérica. 

Me ha parecido interesante porque plantea una cuestión de actualidad y que está teniendo reflejo en distintos países latinos. Claro que entrar en estos asuntos desde una perspectiva de análisis, acarrea, aunque ese análisis sea ficcional, la crítica de determinados estamentos que se ven, según su criterio, mal reflejados o vilipendiados. 

Pero más allá de la serie, me ha interesado la reflexión que hace Claudia Piñero, una de las guionistas, en un artículo publicado en elDiario.es. Un artículo que reflexiona, al hilo de esas críticas, sobre la ficción literaria (ella también es escritora). Y sin entrar en el contenido de la serie, me ha parecido interesante su aportación al ámbito literario, y es por esto, por lo que lo publico en el blog.

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Celebro que 'El Reino' haya abierto un debate sobre ciertas iglesias y su relación con el poder. Sobre todo, acerca de cómo algunos partidos de derecha, desde Estados Unidos al sur del continente americano, han unido agenda con algunas iglesias para obtener beneficios que nada tienen que ver con la fe religiosa genuina de sus propios fieles, ajenos a esta manipulación


Escribo ficción. Y la ficción es mentira. Puede ser una mentira verosímil o no, entretenida o no, que abre debates en la sociedad o no. Pero siempre mentira. Aunque una mentira que no pretende engañar, como sí lo hace otro tipo de discursos, porque advierte que lo es y se define a sí misma en el contrato ficcional. Quien está del otro lado acepta o no ese contrato.

Con Marcelo Piñeyro, director de cine con una trayectoria y un prestigio que no hace falta que recuerde en esta columna, escribimos una serie de ocho capítulos, El Reino, que puede verse en la plataforma Netflix en más de 190 países. Aunque pasaron apenas dos semanas del estreno, tuvo un éxito de espectadores que no tiene antecedentes ni en nuestro país, ni en muchos otros sitios. Se escuchan personas hablando de El Reino por la calle, en los bares, en programas de radio o tevé (de espectáculos, políticos o deportivos). Se le han dedicado infinidad de notas de todo tipo en los medios gráficos, circulan memes con frases y personajes de la serie, caricaturas, reels en IG o TikTok. Netflix acaba de anunciar una segunda temporada y los fans de la serie invadieron las redes pidiendo precisiones sobre la fecha de estreno.

El Reino abrió un debate. Tal vez, ése sea uno de sus mayores e impensados logros: que a partir de lo que esta ficción cuenta, se haya habilitado en la sociedad una discusión que permita pensar en voz alta algo que estaba latente, que necesitaba hablarse puertas afuera, entre todos, discutirse. No sé si se le puede pedir mucho más a una ficción. Un escritor, como cualquier otra artista, ejerce su tarea con libertad. La libertad creativa es un derecho que, felizmente, hoy no sólo no se discute sino que, ante ataques, nuestra sociedad defiende como un valor que no estamos dispuestos a perder. CONTINUAR LEYENDO

jueves, 2 de septiembre de 2021

No es que muera de amor, un poema de Jaime Sabines

 

No es que muera de amor, muero de ti.
Muero de ti, amor, de amor de ti,
de urgencia mía de mi piel de ti,
de mi alma, de ti y de mi boca
y del insoportable que yo soy sin ti.

Muero de ti y de mi, muero de ambos,
de nosotros, de ese,
desgarrado, partido,
me muero, te muero, lo morimos.

Morimos en mi cuarto en que estoy solo,
en mi cama en que faltas,
en la calle donde mi brazo va vacío,
en el cine y los parques, los tranvías,
los lugares donde mi hombro
acostumbra tu cabeza
y mi mano tu mano
y todo yo te sé como yo mismo.

Morimos en el sitio que le he prestado al aire
para que estés fuera de mí,
y en el lugar en que el aire se acaba
cuando te echo mi piel encima
y nos conocemos en nosotros,
separados del mundo, dichosa, penetrada,
y cierto , interminable.

Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos
entre los dos, ahora, separados,
del uno al otro, diariamente,
cayéndonos en múltiples estatuas,
en gestos que no vemos,
en nuestras manos que nos necesitan.

Nos morimos, amor, muero en tu vientre
que no muerdo ni beso,
en tus muslos dulcísimos y vivos,
en tu carne sin fin, muero de máscaras,
de triángulos oscuros e incesantes.

Muero de mi cuerpo y de tu cuerpo,
de nuestra muerte, amor, muero, morimos.
En el pozo de amor a todas horas,
inconsolable, a gritos,
dentro de mí, quiero decir, te llamo,
te llaman los que nacen, los que vienen
de atrás, de ti, los que a ti llegan.
Nos morimos, amor, y nada hacemos
sino morirnos más, hora tras hora,
y escribirnos y hablarnos y morirnos.