viernes, 31 de mayo de 2024

"COPLAS A LA MUERTE DE SU PADRE". Un poema de Jorge Manrique recitado por Carlos Hipólito


COPLAS A LA MUERTE DE SU PADRE
I
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.

II

Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
mas que duró lo que vio,
pues que todo ha de pasar
por tal manera.

III

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir,
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos. CONTINUAR LEYENDO

"LAS UVAS DEL TIEMPO". Un poema de Andrés Eloy Blanco

Madre: esta noche se nos muere un año.
En esta ciudad grande, todos están de fiesta;
zambombas, serenatas, gritos, ¡ah, cómo gritan!;
claro, como todos tienen su madre cerca…
¡Yo estoy tan solo, madre,
tan solo!; pero miento, que ojalá lo estuviera;
estoy con tu recuerdo, y el recuerdo es un año
pasado que se queda.
Si vieras, si escucharas este alboroto: hay hombres
vestidos de locura, con cacerolas viejas,
tambores de sartenes,
cencerros y cornetas;
el hálito canalla
de las mujeres ebrias;
el diablo, con diez latas prendidas en el rabo,
anda por esas calles inventando piruetas,
y por esta balumba en que da brincos
la gran ciudad histérica,
mi soledad y tu recuerdo, madre,
marchan como dos penas.

Esta es la noche en que todos se ponen
en los ojos la venda,
para olvidar que hay alguien cerrando un libro,
para no ver la periódica liquidación de cuentas,
donde van las partidas al Haber de la Muerte,
por lo que viene y por lo que se queda,
porque no lo sufrimos se ha perdido
y lo gozado ayer es una pérdida.

Aquí es de la tradición que en esta noche,
cuando el reloj anuncia que el Año Nuevo llega,
todos los hombres coman, al compás de las horas,
las doce uvas de la Noche Vieja.
Pero aquí no se abrazan ni gritan: ¡FELIZ AÑO!,
como en los pueblos de mi tierra;
en este gozo hay menos caridad; la alegría
de cada cual va sola, y la tristeza
del que está al margen del tumulto acusa
lo inevitable de la casa ajena.

¡Oh nuestras plazas, donde van las gentes,
sin conocerse, con la buena nueva!
Las manos que se buscan con la efusión unánime
de ser hormigas de la misma cueva;
y al hombre que está solo, bajo un árbol,
le dicen cosas de honda fortaleza:
“¡Venid, compadre, que las horas pasan;
pero aprendamos a pasar con ellas!”
Y el cañonazo en la Planicie,
y el himno nacional desde la iglesia,
y el amigo que viene a saludarnos:
“feliz año, señores”, y los criados que llegan
a recibir en nuestros brazos
el amor de la casa buena.

Y el beso familiar a medianoche:
«La bendición, mi madre»
«Que el Señor la proteja…»
Y después, en el claro comedor, la familia
congregada para la cena,
con dos amigos íntimos, y tú, madre, a mi lado,
y mi padre, algo triste, presidiendo la mesa.
¡Madre, cómo son ácidas
las uvas de la ausencia!

¡Mi casona oriental! Aquella casa
con claustros coloniales, portón y enredaderas,
el molino de viento y los granados,
los grandes libros de la biblioteca
-mis libros preferidos: tres tomos con imágenes
que hablaban de los reinos de la Naturaleza-.
Al lado, el gran corral, donde parece
que hay dinero enterrado desde la Independencia;
el corral con guayabos y almendros,
el corral con peonías y cerezas
y el gran parral que daba todo el año
uvas más dulces que la miel de las abejas.

Bajo el parral hay un estanque;
un baño en ese estanque sabe a Grecia;
del verde artesonado, las uvas en racimos,
tan bajas, que del agua se podría cogerlas,
y mientras en los labios se desangra la uva,
los pies hacen saltar el agua fresca.

Cuando llegaba la sazón tenía
cada racimo un capuchón de tela,
para salvarlo de la gula
de las avispas negras,
y tenían entonces
una gracia invernal las uvas nuestras,
arrebujadas en sus talas blancas,
sordas a la canción de las abejas…

Y ahora, madre, que tan solo tengo
las doce uvas de la Noche Vieja,
hoy que exprimo las uvas de los meses
sobre el recuerdo de la viña seca,
siento que toda la acidez del mundo
se está metiendo en ella,
porque tienen el ácido de lo que fue dulzura
las uvas de la ausencia.

Y ahora me pregunto:
¿Por qué razón estoy yo aquí? ¿Qué fuerza pudo
más que tu amor, que me llevaba
a la dulce aninomia de tu puerta?
¡Oh miserable vara que nos mides!
¡El Renombre, la Gloria… pobre cosa pequeña!
¡Cuando dejé mi casa para buscar la Gloria,
cómo olvidé la Gloria que me dejaba en ella!

Y esta es la lucha ante los hombres malos
y ante las almas buenas;
yo soy un hombre a solas en busca de un camino.
Dónde hallaré camino mejor que la vereda
que a ti me lleva, madre; la verdad que corta
por los campos frutales, pintada de hojas secas,
siempre recién llovida,
con pájaros del trópico, con muchachas de la aldea,
hombres que dicen: “Buenos días, niño”,
¿y el queso que me guardas siempre para merienda?
Esa es la Gloria, madre, para un hombre
que se llamó fray Luis y era poeta.

¡Oh mi casa sin cítricos, mi casa donde puede
mi poesía andar como una reina!
Qué sabes tú de formas y doctrinas,
de metros y de escuela?
Tú eres mi madre, que me dices siempre
que son hermosos todos mis poemas;
para ti, soy grande; cuando dices mis versos,
yo no sé si los dices o los rezas…
¡Y mientras exprimimos en las uvas del Tiempo
toda una vida absurda, la promesa
de vernos otra vez se va alargando,
y el momento de irnos está cerca,
y no pensamos que se pierde todo!
¡Por eso en esta noche, mientras pasa la fiesta
y en la última uva libo la última gota
del año que se aleja,
pienso en que tienes todavía, madre,
retazos de carbón en la cabeza,
y ojos tan bellos que por mí regaron
su clara pleamar en tus ojeras,
y manos pulcras, y esbeltez de talle,
donde hay la gracia de la espiga nueva;
que eres hermosa, madre, todavía,
y yo estoy loco por estar de vuelta,
porque tú eres la Gloria de mis años
y no quiero volver cuando estés vieja!…

Uvas del Tiempo que mi ser escancia
en el recuerdo de la viña seca,
¡Cómo me pierdo, madre, en los caminos
hacia la devoción de tu vereda!
Y en esta algarabía de la ciudad borracha,
donde va mi emoción sin compañera,
mientras los hombres comen las uvas de los meses,
yo me acojo al recuerdo como un niño a una puerta.
Mi labio está bebiendo de tu seno,
que es el racimo de la parra buena,
el buen racimo que exprimí en el día
sin hora y sin reloj de mi inconsciencia.

Madre, esta noche se nos muere un año;
todos estos señores tienen su madre cerca,
y al lado mío mi tristeza muda
tiene el dolor de una muchacha muerta…
Y vino toda la acidez del mundo
a destilar sus doce gotas trémulas,
cuando cayeron sobre mi silencio
las doce uvas de la Noche Vieja.

jueves, 30 de mayo de 2024

"UN PACTO CON EL DIABLO". Un cuento de Juan José Arreola

En “Un pacto con el diablo”, cuento de Juan José Arreola publicado en el libro “Confabulario” (1952), un hombre llega tarde al cine y le pide a su vecino que le resuma la película que está viendo. El hombre, muy amablemente accede y pone al día al protagonista sobre la historia que se exhibe en pantalla. Esto sirve de excusa para que entre ambos se entable una conversación que adquiere un tono misterioso y a la vez fascinante: ¿qué haría usted si el diablo intentara comprar su alma? Un relato que nos hace cuestionarnos acerca del valor del dinero y el verdadero sentido de la vida.

UN PACTO CON EL DIABLO

AUNQUE me di prisa y llegué al cine corriendo, la película había comenzado. En el salón oscuro traté de encontrar un sitio. Quedé junto a un hombre de aspecto distinguido.

—Perdone usted —le dije—, ¿no podría contarme brevemente lo que ha ocurrido en la pantalla?

—Sí. Daniel Brown, a quien ve usted allí, ha hecho un pacto con el diablo.

—Gracias. Ahora quiero saber las condiciones del pacto: ¿podría explicármelas?

—Con mucho gusto. El diablo se compromete a proporcionar la riqueza a Daniel Brown durante siete años. Naturalmente, a cambio de su alma.

—¿Siete nomás?

—El contrato puede renovarse. No hace mucho, Daniel Brown lo firmó con un poco de sangre.

Yo podía completar con estos datos el argumento de la película. Eran suficientes, pero quise saber algo más. El complaciente desconocido parecía ser hombre de criterio. En tanto que Daniel Brown se embolsaba una buena cantidad de monedas de oro, pregunté:

—En su concepto, ¿quién de los dos se ha comprometido más?

—El diablo.

—¿Cómo es eso? —repliqué sorprendido.

—El alma de Daniel Brown, créame usted, no valía gran cosa en el momento en que la cedió.

—Entonces el diablo…

—Va a salir muy perjudicado en el negocio, porque Daniel se manifiesta muy deseoso de dinero, mírelo usted.

Efectivamente, Brown gastaba el dinero a puñados. Su alma de campesino se desquiciaba. Con ojos de reproche, mi vecino añadió:

—Ya llegarás al séptimo año, ya.

Tuve un estremecimiento. Daniel Brown me inspiraba simpatía. No pude menos de preguntar:

—Usted, perdóneme, ¿no se ha encontrado pobre alguna vez?

El perfil de mi vecino, esfumado en la oscuridad, sonrió débilmente. Apartó los ojos de la pantalla, donde ya Daniel Brown comenzaba a sentir remordimientos, y dijo sin mirarme:

—Ignoro en qué consiste la pobreza, ¿sabe usted?

—Siendo así…

—En cambio, sé muy bien lo que puede hacerse en siete años de riqueza. CONTINUAR LEYENDO

martes, 28 de mayo de 2024

"DISTINTO". Un poema de Juan Ramón Jiménez por Asier Etxeandia.


DISTINTO

Lo querían matar
los iguales
porque era distinto.

Si veis un pájaro distinto,
tiradlo;
si veis un monte distinto,
caedlo;
si veis un camino distinto,
cortadlo;
si veis una rosa distinta,
deshojadla;
si veis un río distinto,
cegadlo…;
si veis un hombre distinto,
matadlo. 

¿Y el sol y la luna
dando en lo distinto?,
altura, olor, largor, frescura, cantar, vivir
distinto
de lo distinto;
lo que seas, que eres
distinto
(monte, camino, rosa, río, pájaro, hombre…):
si te descubren los iguales
huye a mí,
ven a mi ser, mi frente, mi corazón distinto.
27

lunes, 27 de mayo de 2024

Chickamauga. Un cuento de Ambrose Bierce.

En una tarde soleada de otoño, un niño perdido en el campo, lejos de su rústica vivienda, entró en un bosque sin ser visto. Sentía la nueva felicidad de escapar a toda vigilancia, de andar y explorar a la ventura, porque su espíritu, en el cuerpo de sus antepasados, y durante miles y miles de años, estaba habituado a cumplir hazañas memorables en descubrimientos y conquistas: victorias en batallas cuyos momentos críticos eran centurias, cuyos campamentos triunfales eran ciudades talladas en peñascos. Desde la cuna de su raza, ese espíritu había logrado abrirse camino a través de dos continentes y después, franqueando el ancho mar, había penetrado en un terreno donde recibió como herencia la guerra y el poder.

Era un niño de seis años, hijo de un pobre plantador. Este, durante su primera juventud, había sido soldado, había luchado en el extremo sur. Pero en la existencia apacible del plantador, la llama de la guerra había sobrevivido; una vez encendida, nunca se apagó. El hombre amaba los libros y las estampas militares, y el niño las había comprendido lo bastante para hacerse un sable de madera que el padre mismo, sin embargo, no hubiera reconocido como tal. Ahora llevaba este sable con gallardía, como conviene al hijo de una raza heroica, y separaba de tiempo en tiempo en los claros soleados del bosque para asumir, exagerándolas, las actitudes de agresión y defensa que le fueron enseñadas por aquellas estampas. Enardecido por la facilidad con que echaba por tierra a enemigos invisibles que intentaban detenerlo, cometió el error táctico bastante frecuente de proseguir su avance hasta un extremo peligroso, y se encontró por fin al borde de un arroyo, ancho pero poco profundo, cuyas rápidas aguas le impidieron continuar adelante, a la caza de un enemigo derrotado que acababa de cruzarlo con ilógica facilidad. Pero el intrépido guerrero no iba a dejarse amilanar; el espíritu de la raza que había franqueado el ancho mar ardía, invencible, dentro de aquel pecho menudo, y no era sencillo sofocarlo. En el lecho del río descubrió un lugar donde había algunos cantos rodados, espaciados a un paso o a un brinco de distancia; gracias a ellos pudo atravesarlo, cayó de nuevo sobre la retaguardia de sus enemigos imaginarios, y los pasó a todos a cuchillo. CONTINUAR LEYENDO

HUMOR LITERARIO

 


domingo, 26 de mayo de 2024

«DÍPTICO ESPAÑOL». Un poema de Luis Cernuda

A Carlos Otero

I. «Es lástima que fuera mi tierra»

Cuando allá dicen unos
Que mis versos nacieron
De la separación y la nostalgia
Por la que fue mi tierra,
¿Sólo la más remota oyen entre mis voces?
Hablan en el poeta voces varias:
Escuchemos su coro concertado,
Adonde la creída dominante
Es tan sólo una voz entre las otras.

Lo que el espíritu del hombre
Ganó para el espíritu del hombre
A través de los siglos,
Es patrimonio nuestro y es herencia
De los hombres futuros.
Al tolerar que nos lo nieguen
Y secuestren, el hombre entonces baja,
¿Y cuánto?, en esa escala dura
Que desde el animal llega hasta el hombre.

Así ocurre en tu tierra, la tierra de los muertos,
Adonde ahora todo nace muerto,
Vive muerto y muere muerto;
Pertinaz pesadilla: procesión ponderosa
Con restaurados restos y reliquias,
A la que dan escolta hábitos y uniformes,
En medio del silencio: todos mudos,
Desolados del desorden endémico
Que el temor, sin domarlo, así doblega.

La vida siempre obtiene
Revancha contra quienes la negaron:
La historia de mi tierra fue actuada
Por enemigos enconados de la vida.
El daño no es de ayer, ni tampoco de ahora,
Sino de siempre. Por eso es hoy
La existencia española, llegada al paroxismo,
Estúpida y cruel como su fiesta de los toros.

Un pueblo sin razón, adoctrinado desde antiguo
En creer que la razón de soberbia adolece
Y ante el cual se grita impune:
Muera la inteligencia, predestinado estaba
A acabar adorando las cadenas
Y que ese culto obsceno le trajese
Adonde hoy le vemos: en cadenas,
Sin alegría, libertad ni pensamiento.

Si yo soy español, lo soy
A la manera de aquellos que no pueden
Ser otra cosa: y entre todas las cargas
Que, al nacer yo, el destino pusiera
Sobre mí, ha sido ésa la más dura.
No he cambiado de tierra,
Porque no es posible a quien su lengua une,
Hasta la muerte, al menester de poesía.

La poesía habla en nosotros
La misma lengua con que hablaron antes,
Y mucho antes de nacer nosotros,
Las gentes en que hallara raíz nuestra existencia;
No es el poeta sólo quien ahí habla,
Sino las bocas mudas de los suyos
A quienes él da voz y les libera.

¿Puede cambiarse eso? Poeta alguno
Su tradición escoge, ni su tierra,
Ni tampoco su lengua; él las sirve,
Fielmente si es posible.
Mas la fidelidad más alta
Es para su conciencia; y yo a ésa sirvo
Pues, sirviéndola, así a la poesía
Al mismo tiempo sirvo.

Soy español sin ganas,
Que vive como puede bien lejos de su tierra
Sin pesar ni nostalgia. He aprendido
El oficio de hombre duramente,
Por eso en él puse mi fe. Tanto que prefiero
No volver a una tierra cuya fe, si una tiene, dejó de ser la mía,
Cuyas maneras rara vez me fueron propias,
Cuyo recuerdo tan hostil se me ha vuelto
Y de la cual ausencia y tiempo me extrañaron.

No hablo para quienes una burla del destino
Compatriotas míos hiciera, sino que hablo a solas
(Quien habla a solas espera hablar a Dios un día)
O para aquellos pocos que me escuchen
Con bien dispuesto entendimiento.
Aquellos que como yo respeten
El albedrío libre humano
Disponiendo la vida que hoy es nuestra,
Diciendo el pensamiento al que alimenta nuestra vida.

¿Qué herencia sino ésa recibimos?
¿Qué herencia sino ésa dejaremos?

II. Bien está que fuera tu tierra

Su amigo, ¿desde cuando lo fuiste?
¿Tenías once, diez años al descubrir sus libros?
Niño eras cuando un día
En el estante de los libros paternos
Hallaste aquéllos. Abriste uno
Y las estampas tu atención fijaron;
Las páginas a leer comenzaste
Curioso de la historia así ilustrada.

Y cruzaste el umbral de un mundo mágico,
La otra realidad que está tras ésta:
Gabriel, Inés, Amaranta,
Soledad, Salvador, Genara,
Con tantos personajes creados para siempre
Por su genio generoso y poderoso.
Que otra España componen,
Entraron en tu vida
Para no salir de ella ya sino contigo.

Más vivos que las otras criaturas
Junto a ti tan pálidas pasando,
Tu amor primero lo despertaron ellos;
Héroes amados en un mundo heroico,
La red de tu vivir entretejieron con la suya,
Aún más con la de aquellos tus hermanos,
Miss Fly, Santorcaz, Tilín, Lord Gray,
Que, insatisfechos siempre, contemplabas
Existir en la busca de un imposible sueño vivo.

El destino del niño ésos lo provocaron
Hasta que deseó ser como ellos,
Vivir igual que ellos
Y, como a Salvador, que le moviera
Idéntica razón, idéntica locura,
El seguir turbulento, devoto a sus propósitos,
En su tierra y afuera de su tierra,
Tantas quimeras desoladas
Con fe que a decepción nunca cedía.

Y tras el mundo de los Episodios
Luego el de las Novelas conociste:
Rosalía, Eloísa, Fortunata,
Mauricia, Federico Viera,
Martín Muriel, Moreno Isla,
Tantos que habría de revelarte
El escondido drama de un vivir cotidiano:
La plácida existencia real y, bajo ella,
El humano tormento, la paradoja de estar vivo.

Los bien amados libros, releyéndolos
Cuántas veces, de niño, mozo y hombre,
Cada vez más en su secreto te adentrabas
Y los hallabas renovados
Como tu vida iba renovándose;
Con ojos nuevos los veías,
Como iban viendo el mundo.
Qué pocos libros pueden
Nuevo alimento darnos
A cada estación nueva en nuestra vida.

En tu tierra y afuera de tu tierra
Siempre traían fielmente
El encanto de España, en ellos no perdido,
Aunque en tu tierra misma no lo hallaras.
El nombre allí leído de un lugar, de una calle
(Portillo de Gilimón o Sal si Puedes).
Provocaba en ti la nostalgia
De la patria imposible, que no es de este mundo.

El nombre de ciudad, de barrio o pueblo,
Por todo el español espacio soleado
(Puerta de Tierra, Plaza de Santa Cruz, los Arapiles,
Cádiz, Toledo, Aranjuez, Gerona),
Dicho por él, siempre traía,
Conocido por ti el lugar o desconocidp
Una doble visión: imaginada y contemplada
Ambas hermosas, ambas entrañables.

Hoy, cuando a tu tierra ya no necesitas,
Aún en estos libros te es querida y necesaria,
Más real y entresoñada que la otra:
No ésa, mas aquélla es hoy tu tierra.
La que Galdós a conocer te diese,
Como él tolerante de lealtad contraria,
Según la tradición generosa de Cervantes,
Heroica viviendo, heroica luchando
Por el futuro que era el suyo,
No el siniestro pasado donde a la otra han vuelto.

La real para ti no es esa España obscena y deprimente
En la que regentea hoy la canalla,
Sino esta España viva y siempre noble
Que Galdós en sus libros ha creado.
De aquélla nos consuela y cura ésta.

Luis Cernuda

sábado, 25 de mayo de 2024

"MATRIOSHKA". Un texto exclusivo del guatemalteco Eduardo Halfon

Tuve un sueño una noche de octubre de 2001, cuando apenas empezaba a escribir, a aprender el oficio literario. Me desperté sobresaltado, pero consciente de que había sido un sueño significativo, y de inmediato, antes de perderlo en la vigilia, lo anoté en un pequeño cuaderno espiral que en aquel tiempo mantenía en la mesa de noche, y que aún conservo:

«Madrugada del 31 de octubre de 2001. Son las cinco de la mañana, y me desperté angustiado. Recuerdo únicamente partes del sueño. Estaba escribiendo y leyendo un texto desordenado, incomprensible, en el cual cada capítulo (¿cuento, fragmento?) contenía la semilla del próximo. Ya más despierto, se me ocurrió una posible estructura literaria: la matryoshka. Muñecas dentro de muñecas dentro de muñecas. Ir creciéndola hacia afuera, para que el lector la lea hacia dentro. O al revés. Una sola historia fragmentada, escrita poco a poco, por entregas, y unida por la referencia a una estructura externa que explica su sistema, su sentido. Ansioso, entusiasmado, ya no pude dormir.»

Empecé a escribir y a publicar sin darme cuenta de la importancia de aquel sueño, por ratos casi olvidándolo, y también olvidando el cuaderno espiral con los primeros apuntes diarios de un soñador.

Hace más de veinte años de eso. He escrito ya suficientes libros para llenar una pequeña estantería, y aún no he llegado al centro o al final de la matryoshka. Sigo escribiendo historias que se abren a otras historias, cuentos independientes que a la vez dependen de los demás, libros que engendran otros libros. Como si mis libros, al igual que en aquel sueño, formaran una serie infinita de muñecas rusas. O más bien como si mis libros fuesen papeles sueltos que voy colocando en el suelo tras escribirlos, para que cada lector o cada lectora decida en qué orden quiere brincar de un libro a otro, de una historia a otra, y entonces ir armando así, con mis papeles esparcidos en el suelo, su propio juego de rayuela.

"POR QUÉ NO HAY HOMBRES EN LOS CLUBS DE LECTURA". Un artículo de Ana Ribera García-Rubio (El País 18 MAY 2024)

Hablo con amigos escritores y les pregunto por los clubes de lectura sobre sus libros en los que participan: “Solo hay mujeres”, me contestan al segundo

Me piden que escriba sobre por qué en los clubes de lectura, en los clubes de escucha de podcasts, en las presentaciones de libros o en los retiros creativos no hay hombres. “Bueno, eso es matizable”. Sí, voy a ser concreta: en un club de escucha que recientemente he organizado, en tres sesiones en las que nos hemos reunido entre 30 y 50 personas cada vez solo ha asistido un hombre. Hablo con amigos escritores y les pregunto por los clubes de lectura sobre sus libros en los que participan: “Solo hay mujeres”, me contestan al segundo. Hablo con otro amigo que recientemente ha organizado un retiro creativo: solo mujeres. Pregunto a otra amiga que ha organizado un máster para aprender a crear contenido: solo mujeres.

Bien, esto no es ciencia, pero hay un patrón, además de mis años de experiencia participando en este tipo de eventos y contando con los dedos de una mano la presencia de hombres. ¿Por qué ocurre esto? ¿Qué pasa?

Hay una famosísima frase de Margaret Atwood que dice: “Los hombres tienen miedo de que las mujeres se rían de ellos y nosotras tenemos miedo de que ellos nos maten”. Teniendo en cuenta que la segunda parte de esta frase es una verdad como un templo, puede que la primera parte también lo sea y la ausencia de hombres en clubes de lectura o escucha, retiros creativos o en cualquier otro tipo de foro en el que sea necesario poner en común lo que uno ha pensado, sentido o reflexionado, mostrar una parte personal, se deba a su miedo al ridículo, su temor a que las mujeres, nosotras, nos riamos de ellos o cuestionemos sus posturas.

Llevo semanas dándole vueltas y preguntando a casi cada hombre que encuentro en mi vida diaria. Todos escuchan podcasts, casi todos leen, tienen curiosidad, son cultos, interesantes, con conversación. Les sondeo, les pregunto. ¿Tú has ido a un club de lectura? ¿Irías a un club de escucha de podcasts? La respuesta es siempre la misma. “No”. La conclusión a la que hemos llegado ha sido bastante descorazonadora para mí y para ellos. “Me gustaría darte otra respuesta”. “Es triste, sí… pero si te dijera otra cosa te mentiría”. ¿Cuál es la razón?

Pues que no les interesa. Así, en crudo: “No me interesa”. Sin ambages, sin más desarrollo. Al presionarlos un poco la respuesta era “es que me da igual lo que opinen otros” y, con más presión por mi parte (¿irías a un club para comentar discos?), le pregunté a un amigo muy melómano. “Tampoco. No me interesa”.

En una comida con buen vino dedujimos que un hombre, cuando termina un libro o un podcast, da por terminado lo que esa lectura o esa escucha le puede ofrecer. Se ha forjado una opinión, buena o mala, y no siente la necesidad de compartirla, contrastarla o profundizar sobre ella en compañía de otros. Además, no le interesa la opinión que otros puedan tener sobre esa obra. No se plantean que al compartir su experiencia puedan aprender, ampliar su visión, comprender aspectos que otros han visto y que ellos no han percibido.

Es así de sencillo, ni se lo plantean. No les interesa el concepto, les resulta tan ajeno que ni siquiera quieren probarlo. Es como si les plantearas algo absolutamente descabellado. Si en algún momento quieren comentar cualquier cosa prefieren hacerlo con amigos, con gente cercana, de confianza, lo que me lleva otra vez a la frase de Margaret Atwood. ¿les asustan los desconocidos, las desconocidas?

Esto ya es bastante triste pero es que aún hay más. No quieren compartir su opinión con nadie más, con un grupo, salvo si la obra es suya. Hay muchísimos autores que van a clubes de lectura de sus propios libros o hosts de podcasts que tienen encuentros con sus oyentes. Ahí sí van, primero por la promoción y segundo porque no están en una posición de igual a igual con el resto del grupo. Lo que ellos tengan que opinar sobre su obra está un escalón (o media docena o cien, dependiendo del autor) por encima de lo que tengan que decir los demás. Compartir esos momentos, escuchar los pareceres de otros sobre su obra es un peaje al que obliga ser un autor con cierto éxito. Si ya eres muy muy exitoso esto puedes saltártelo.

Hay una vuelta más de tuerca y es que, a pesar de que los hombres no sienten la necesidad de compartir sus opiniones dentro de un grupo, sí que son mayoría imponiéndola desde las columnas, la crítica especializada, etc. Hasta hace muy poco, la casi totalidad de los críticos literarios, musicales, cinematográficos de este país eran hombres. Ahora las mujeres nos vamos haciendo un pequeño hueco, vamos poniendo el pie en la puerta para que no nos la cierren y colarnos en el reducido y selecto grupo de gente cuya opinión sobre un libro o un producto cultural se considera merecedora de apreciación. Aún así, seguimos siendo minoría como voces autorizadas mientras que como lectoras somos mayoría aplastante.

Además de todo esto, que ya es bastante triste, hay un componente machista muy claro hacia este tipo de encuentros. Como solo vamos mujeres, se da por supuesto que lo que sea que vamos a comentar es “de mujeres” o “para mujeres”. Algunos hombres me han confesado que es que ellos están convencidos de que en los clubes de lectura no se comentan más que bestsellers intrascendentes (“premios Planeta”, me dijeron). Cuando les comenté que eso no es cierto, que los hay de todo tipo y con cualquier tipo de literatura o que los clubes de podcasts son sobre contenidos narrativos de historia, política, etc, me miraron con incredulidad, con cara de “sí, pero… sigue sin interesarme”.

Ninguno dijo “eso es para mujeres”, pero lo pensaron. No querían pensarlo pero lo pensaron sin decírmelo, sin pronunciarlo en voz alta porque todos ellos son conscientes de que eso es un sesgo machista que, si bien no van a intentar superar, tampoco quieren reconocer.

Las estadísticas dicen que nosotras leemos más, dicen que en la escucha de podcasts vamos a la par pero parece evidente que leemos y escuchamos mejor. La cultura para nosotras no es algo solitario e individual. Puede serlo en ocasiones pero, en otras, queremos compartir nuestro entusiasmo por lo que hemos leído o las razones por las que nos ha decepcionado, encabronado o emocionado. Necesitamos saber qué opinan otras sobre algo que nos ha perturbado, indignado o enamorado. Un libro, para nosotras, no acaba cuando llegas a la última línea, y un podcast no se termina cuando escuchas los créditos del último episodio. A veces, nosotras nos quedamos dándole vueltas, rumiando, sabiendo que eso que hemos escuchado o leído nos ha cambiado por la razón que sea y necesitamos compartirlo porque sabemos que, de alguna manera, nos enriquecerá. Y queremos que enriquezca a otros. No voy a asegurar ahora que en cualquiera de estos encuentros siempre vas a salir habiendo aprendido algo, pero a nosotras no nos da miedo compartir nuestras opiniones y queremos escuchar las de otras. Siguiendo este hilo de pensamiento, es probable que la ausencia de hombres nos dé libertad y seguridad para compartir todo eso sin sentirnos juzgadas, menospreciadas o ignoradas.

Todo esto es triste y me gustaría que fuera de otra manera. Me encantaría ir a un club de lectura o de escucha y que hubiera hombres con ganas de compartir de manera sincera y sin miedo su opinión, que estuvieran dispuestos a escuchar el sentir de los demás sin juicios de valor y con la mente abierta para decir “pues es verdad, esto no lo había pensado y es así”. Que no pensaran que están perdiendo el tiempo o que nos vamos a reir de ellos.

Me encantaría que les interesara, que sintieran esa curiosidad.

Sería mejor para todos y todas pero me temo que no va a ser.

viernes, 24 de mayo de 2024

"EL NIÑO". Un poema de José Hierro

Unos dedos de plata
estremecen las copas de los álamos.
Unos dedos de cobre
llameando entre las acacias
y los castaños de noviembre.
Y una mano –de quién será– que ofrece a los gorriones
migas de azul, granos de otoño,
me arrebata a otro reino y me convierte en ave,
ave de piedra, piedra de río, río de estrellas,
estrellas olorosas, olorosas hogueras,
hogueras de piedra, de río, de estrellas, de ave…

De quién será esta mano. Me refiero
a esta mano de carne y hueso
que se apoya en mi hombro y deshace el hechizo
y restituye el mundo a su recinto natural,
a su archivador impasible.
Y mientras trepan, brazo arriba, mis ojos
hasta fondear en otros ojos que los miran,
reconozco la voz que escucharé cuando caigan los años,
hirviente de palabras rencorosas.
Reconozco la voz que aún no ha sonado
en esta voz de niño, en el cuerpo del niño
que sonríe ante mí.
La voz que un día me dirá: “Voy a matarte con mis propias manos”,
en este instante suena con desamparo y lágrimas,
y las palabras aún no hieren:
“Aúpame, quiero coger esa hoja verde.”
Alzo en mis brazos, para que no llore,
a mi asesino.

miércoles, 22 de mayo de 2024

"AMA DE CASA BUSCA TIEMPO PARA ESCRIBIR CUENTOS". Un artículo de Elvira Lindo (El País 19 MAY 2024

A partir de los años setenta, Alice Munro se convierte en una especie de símbolo nacional por haber levantado un universo literario donde nadie había previsto, en la tierra más pobre y más olvidada

Alice Munro murió esta semana en una residencia con la mente perdida en no se sabe qué senderos, tal vez los mismos que transitaba en sus primeros cuentos y que nunca abandonó del todo, los de su infancia en el Ontario rural y miserable de la gran depresión. Su extrema coherencia la ha llevado a morir como una más de sus personajes, como esos ancianos a los que una hija visita con una mezcla de amor y remordimiento. Con la excusa de preparar una conferencia, he estado unos meses inmersa en su obra, redescubriéndola, porque si Munro pensaba que “en cada década ves el pasado de manera diferente” también las lecturas cambian con la edad. Ahora puedo comprender mejor que antes el devenir de las mujeres a lo largo de sus vidas. A la escritora le molestaba que se la definiera como retratista de la gente corriente. Tenía un problema con esa palabra, corriente, porque no se ajustaba a la consideración que ella sentía hacia sus personajes: todas las vidas son extraordinarias, solía decir; y aunque algunas están sujetas a ocupaciones no precisamente emocionantes, son personas que viven en contra de sus deseos, pero que no por ello carecen de mundo interior. Tampoco estaba de acuerdo con la idea que los pueblos son opresivos. Si ella situó a sus personajes en zonas rurales, como su Wingham natal, fue porque consideraba que en pequeñas comunidades encontraba una destilación de las actitudes humanas.

El primero que la comparó con Chéjov fue su segundo marido, Gerald Fremlin, cuando leyó los cuentos de aquella chica de pueblo publicados en revistas estudiantiles. Aunque haya coincidencias con el cuentista ruso en un estilo puro y preciso, a mi juicio lo que ambos tienen en común es una incorruptible fidelidad a su origen humilde que los distingue de otras vidas literarias. La peripecia de Alice Munro transcurre paralela a sus cuentos: de la chica de pueblo que sueña con escribir y huir de los lazos que la atan a la madre enferma a la mujer moderna de los sesenta que, aun siendo ama de casa, se deja seducir por la irrupción de la contracultura; de la madre negligente que se abandona a una pasión extramatrimonial a la mujer madura que observa cómo los hijos se convierten en extraños. La marca del origen se aprecia hasta en la manera en que encaró el oficio: tantas veces escuchó en la sociedad luterana en la que se crio aquello de “no te hagas la lista”, “no destaques” o el célebre “quién te crees que eres”, que durante años ocultó su pasión por la escritura por no parecer arrogante ante sus vecinas. Eran los primeros sesenta cuando un periódico tituló así una entrevista con ella: “Ama de casa saca tiempo para escribir cuentos”, un desdén propio de la época que pudo haberla desalentado si no hubiera sido por su tozuda autenticidad. A partir de los setenta se convierte en una especie de símbolo nacional por haber levantado un universo literario donde nadie había previsto, en la tierra más pobre y más olvidada. Este paralelismo entre vida y obra está contado de la mejor manera en la singular biografía que su hija Sheila le dedicó, Growing Up with Alice Munro. La unanimidad ante la importancia de su obra no cambió su manera de vivir; y aunque el paisaje urbano se hiciera presente en el devenir de sus personajes siempre había en sus cuentos un tiempo para volver a los viejos caminos. En el último párrafo que escribió, este sí confesional, escuchamos su voz y parece la de cualquiera de las mujeres que inventó: “No fui a ver a mi madre en la última fase de su enfermedad, tampoco a su entierro. Tenía dos niñas pequeñas y nadie en Vancouver con quien dejarlas. No podía permitirme el viaje y mi marido sentía un desprecio por los formalismos. ¿Por qué habría de culparle? Yo era igual. Son cosas que no pueden ser perdonadas o que no nos perdonamos a nosotros mismos. Pero las hacemos. Las hacemos todo el tiempo”.

"EL AMOR DE UNA MUJER GENEROSA". Cuentos de Alice Munro

Alice Munro, escritora canadiense y Premio Nobel de Literatura 2013, fallecida el 13 de mayo de este año. Munro es especialmente reconocida por haber cultivado el relato breve. Estos ocho descarnados cuentos sobre la vida de un puñado de mujeres, recogidos en el volumen «El amor de una mujer generosa», son muestra de la prosa limpia y lúcida de la talentosa escritora.

Desde esos pequeños mundos que se concentran en Ontario, Alice Munro compone uno de las colecciones de cuentos más crudos y luminosos de la literatura contemporánea. Sutiles obras maestras, arte del mínimo detalle, en los que una de las mejores autoras de la literatura universal explora esas vidas cohibidas de mujeres marcadas por la invisibilidad y la renuncia, encerradas en la conformidad y un jardín de rutinas, que cuidan a esposos o a padres enfermos. Mujeres de múltiples edades que buscan la pasión que dejaron atrás. Mujeres que dudan, que huyen, que abandonan, que se desbocan. Mujeres frías, a veces infieles, otras insensatas. Mujeres que reinventan su propia adolescencia y que ven la muerte de cerca. Munro postula para todas ellas, sin embargo, una esperanza, una vía de escape, común en las ocho historias de este maravilloso volumen contra la amenaza de la rutina y el confinamiento de los sueños.

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martes, 21 de mayo de 2024

"AMOR DE MIS ENTRAÑAS, VIVA MUERTE". Un poema de Federico García Lorca


Amor de mis entrañas, viva muerte,
en vano espero tu palabra escrita
y pienso, con la flor que se marchita,
que si vivo sin mí quiero perderte.

El aire es inmortal. La piedra inerte
ni conoce la sombra ni la evita.
Corazón interior no necesita
la miel helada que la luna vierte.

Pero yo te sufrí. Rasgué mis venas,
tigre y paloma, sobre tu cintura
en duelo de mordiscos y azucenas.

Llena pues de palabras mi locura
o déjame vivir en mi serena
noche del alma para siempre oscura.
Fuente: Conde Nast Traveler y RAE.
Se comparte sin ánimo de lucro y con propósito educativo. Esta página carece de ingresos económicos derivados de la monetización de vídeos u otros conceptos.

lunes, 20 de mayo de 2024

"PIEL DE ASNO Y OTROS CUENTOS". Charles Perrault

LOS CUENTOS DE ANTAÑO (1697), de Charles Perrault, son una mínima parte de su producción, que comprende en total 46 obras. Como era un cortesano cuyo rango y prebendas dependían del rey, su pluma se empleó primordialmente en escribir odas, loas, panegíricos y mil variedades de exaltaciones a Luis XIV. Perrault (1628-1703) era lo que hoy podría llamarse un ministro de propaganda o director de imagen del régimen absolutista y centralizado que encabezó este rey autoritario, expansionista y a la vez protector de las artes.

CUENTOS:

Piel de Asno
Cenicienta
Pulgarcito
La bella durmiente del bosque
Las hadas
Riquet, el del copete

domingo, 19 de mayo de 2024

"RIQUETE EL DEL BONETE". Un cuento de Charles Perrault

Había una vez una reina que dio a luz un hijo tan feo y tan contrahecho que mucho se dudó si tendría forma humana. Un hada, que asistió a su nacimiento, aseguró que el niño no dejaría de tener gracia pues sería muy inteligente, y agregó que en virtud del don que acababa de concederle él podría darle tanta inteligencia como la propia a la persona que más quisiera.

Todo esto consoló un poco a la pobre reina que estaba muy afligida por haber echado al mundo un bebé tan feo. Es cierto que este niño, no bien empezó a hablar, decía mil cosas lindas, y había en todos sus actos algo tan espiritual que irradiaba encanto. Olvidaba decir que vino al mundo con un copete de pelo en la cabeza, así es que lo llamaron Riquet-el-del-Copete, pues Riquet era el nombre de familia.

Al cabo de siete u ocho años, la reina de un reino vecino dio a luz dos hijas. La primera que llegó al mundo era más bella que el día; la reina se sintió tan contenta que llegaron a temer que esta inmensa alegría le hiciera mal. Se hallaba presente la misma hada que había asistido al nacimiento del pequeño Riquet-el-del-Copete, y para moderar la alegría de la reina le declaró que esta princesita no tendría inteligencia, que sería tan estúpida como hermosa. Esto mortificó mucho a la reina; pero algunos momentos después tuvo una pena mucho mayor pues la segunda hija que dio a luz resultó extremadamente fea.

-No debe afligirse, señora -le dijo el hada- su hija tendrá una compensación: estará dotada de tanta inteligencia que casi no se notará su falta de belleza.

-Dios lo quiera -contestó la reina-; pero, ¿no había forma de darle un poco de inteligencia a la mayor que es tan hermosa?

-No tengo ningún poder, señora, en cuanto a la inteligencia, pero puedo todo por el lado de la belleza; y como nada dejaría yo de hacer por su satisfacción, le otorgaré el don de volver hermosa a la persona que le guste.

A medida que las princesas fueron creciendo, sus perfecciones crecieron con ellas y por doquier no se hablaba más que de la belleza de la mayor y de la inteligencia de la menor. Es cierto que también sus defectos aumentaron mucho con la edad. La menor se ponía cada día más fea, y la mayor cada vez más estúpida. O no contestaba lo que le preguntaban, o decía una tontería. Era además tan torpe que no habría podido colocar cuatro porcelanas en el borde de una chimenea sin quebrar una, ni beber un vaso de agua sin derramar la mitad en sus vestidos.

Aunque la belleza sea una gran ventaja para una joven, la menor, sin embargo, se destacaba casi siempre sobre su hermana en las reuniones. Al principio, todos se acercaban a la mayor para verla y admirarla, pero muy pronto iban al lado de la más inteligente, para escucharla decir mil cosas ingeniosas; y era motivo de asombro ver que en menos de un cuarto de hora la mayor no tenía ya a nadie a su lado y que todo el mundo estaba rodeando a la menor. La mayor, aunque era bastante tonta, se dio cuenta, y habría dado sin pena toda su belleza por tener la mitad del ingenio de su hermana. CONTINUAR LEYENDO

1936. Un poema de Luis Cernuda recitado por Almudena Grandes

 

Recuérdalo tú y recuérdalo a otros,
cuando asqueados de la bajeza humana,
cuando iracundos de la dureza humana:
este hombre solo, este acto solo, esta fe sola.
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros.

En 1961 y en ciudad extraña,
más de un cuarto de siglo
después. Trivial la circunstancia,
forzado tú a pública lectura,
por ella con aquel hombre conversaste:
un antiguo soldado
en la Brigada Lincoln.

Veinticinco años hace, este hombre,
sin conocer tu tierra, para él lejana
y extraña toda, escogió ir a ella
y en ella, si la ocasión llegaba, decidió apostar su vida,
juzgando que la causa allá puesta al tablero
entonces, digna era
de luchar por la fe que su vida llenaba.

Que aquella causa aparezca perdida,
nada importa;
que tantos otros, pretendiendo fe en ella
sólo atendieran a ellos mismos,
importa menos.
lo que importa y nos basta es la fe de uno.

Por eso otra vez hoy la causa te aparece
como en aquellos días:
noble y tan digna de luchar por ella.
Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido
a través de los años, la derrota,
cuando todo parece traicionarla.
Mas esa fe, te dices, es lo que sólo importa.

Gracias, compañero, gracias
por el ejemplo. Gracias porque me dices
que el hombre es noble.
Nada importa que tan pocos lo sean:
uno, uno tan sólo basta
como testigo irrefutable
de toda la nobleza humana.



viernes, 17 de mayo de 2024

"EL FUTURO". Un poema de Julio Cortázar

Y sé muy bien que no estarás.
No estarás en la calle
en el murmullo que brota de la noche
de los postes de alumbrado,
ni en el gesto de elegir el menú,
ni en la sonrisa que alivia los completos en los subtes
ni en los libros prestados,
ni en el hasta mañana.
No estarás en mis sueños,
en el destino original de mis palabras,
ni en una cifra telefónica estarás,
o en el color de un par de guantes
o una blusa.
Me enojaré
amor mío
sin que sea por ti,
y compraré bombones
pero no para ti,
me pararé en la esquina
a la que no vendrás
y diré las cosas que sé decir
y comeré las cosas que sé comer
y soñaré los sueños que se sueñan.
Y sé muy bien que no estarás
ni aquí dentro de la cárcel donde te retengo,
ni allí afuera
en ese río de calles y de puentes.
No estarás para nada,
no serás mi recuerdo
y cuando piense en ti
pensaré un pensamiento
que oscuramente trata de acordarse de ti.

miércoles, 15 de mayo de 2024

"RADICALES LIBRES". Un cuento de Alice Munro, Premio Nóbel de Literatura 2013

Al principio la gente llamaba por teléfono para cerciorarse de que Nita no estaba demasiado deprimida, ni demasiado sola, ni comía demasiado poco o bebía demasiado. (Había sido una bebedora de vino tan diligente que muchos olvidaban que tenía completamente prohibido beber.) Ella mantenía las distancias, sin parecer ni dignamente afligida ni anormalmente animada, ni distraída ni confundida. Decía que no necesitaba que le hicieran la compra, que se las arreglaba con lo que tenía a mano. Tenía las medicinas que le habían recetado y suficientes sellos para las cartas de agradecimiento.

Sus mejores amigos probablemente sospechaban la verdad: que no se molestaba en comer mucho y que si llegaba alguna carta de pésame la tiraba a la basura. Ni siquiera había escrito a personas que vivían lejos, para evitar dichas cartas. Ni siquiera a la anterior esposa de Rich, que vivía en Arizona, ni al hermano, que vivía en Nueva Escocia y del que estaba bastante distanciado, a pesar de que ellos quizá entenderían mejor que la gente más cercana por qué había seguido adelante con el no funeral como lo había hecho.

Rich le gritó que se iba al pueblo, a la ferretería. Eran como las diez de la mañana; había empezado a pintar la verja de la terraza. Es decir, estaba raspándola para pintarla y la vieja rasqueta se le rompió en las manos.

A Nita no le dio tiempo a pensar por qué tardaba Rich. Él se inclinó sobre el cartel que había en la acera, delante de la ferretería, que anunciaba cortacéspedes de oferta. No le dio tiempo ni a entrar en la tienda. Tenía ochenta y un años y buena salud, salvo una leve sordera en el oído derecho. El médico le había hecho un reconocimiento hacía solo una semana. Nita se enteraría de que el reciente reconocimiento, el certificado médico favorable, se repetía en un sorprendente número de los casos de muerte súbita con que se encontró de repente. Casi te da por pensar que habría que evitar tales visitas, dijo.

Solamente debería haber hablado en esos términos con sus malhabladas amigas Virgie y Carol, sus íntimas, mujeres casi de su misma edad, sesenta y dos años. A los más jóvenes ese lenguaje les parecía indecoroso y ambiguo. Al principio estaban más que dispuestos a formar una piña alrededor de Nita. No llegaron a hablar del proceso de duelo, pero Nita se temía que empezaran en cualquier momento.

En cuanto se metió con los preparativos, todos menos los más fieles y fiables se replegaron, naturalmente. La caja más barata, a enterrarlo de inmediato, sin ceremonia de ninguna clase. En la funeraria dieron a entender que a lo mejor era ilegal, pero Nita y Rich lo tenían muy claro. Se habían informado hacía casi un año, cuando a Nita le dieron el diagnóstico definitivo. CONTINUAR LEYENDO

martes, 14 de mayo de 2024

"VIVIR CONTANDO Y CONTAR VIVIENDO". Discurso de Luis Mateo Díez por el Premio Cervantes 2024: "La infancia encaminó mi destino de escritor"

He tenido la suerte en mi vida, entre tantas otras como la que aquí me trae esta mañana, que es sin duda la más importante de todas, de haber sido dueño de una infancia que, aunque suene un poco exagerado, encaminó mi destino de escritor.

La infancia, decía Cesare Pavese, es el tiempo mítico del hombre, lo que a cada uno corresponde de esa edad originaria en que todo nos llega y sucede por vez primera, el asombro de la luz en la inocencia, sentimientos y emociones que van a marcarnos de forma indeleble, el patrimonio de lo primigenio, la experiencia de lo primordial.

Fui un niño de posguerra y el lastre de ese tiempo histórico detalla en la memoria atmósferas y sucesos que la empañan, de manera que una infancia en esos años puede destilar un apego de tristeza y desolación, lo que tantas pérdidas suponen entre las familias y los vecindarios y, sin embargo, la geografía y el paisanaje de mi niñez no llegaban a enturbiarse del todo, supongo que porque la suerte de los afectos se sobreponía a la desgracia de tantas desdichas.

Decir que la infancia encaminó mi destino de escritor quiere expresar una curiosa suerte de reconocimiento, ya que en ella, en los años primerizos, mi necesidad de escribir para contar lo más ajeno a lo que a mi me sucedía, si es que en la niñez hay sucesos reseñables, me producía un efecto beneficioso, como si hacerlo con las mínimas habilidades de que pudiera disponer, supusiese una curiosa satisfacción.

Un niño escritor no me parece el ejemplo de nada particularmente valorable, si tal condición conlleva sin remedio el riesgo de aquel repelente niño Vicente, que en la deliciosa novela de Rafael Azcona hacía redacciones sobre la vituperable vida de las moscas.

Lo mío tenía intenciones menos vituperables y más secretas, ya que tardó mucho en apreciarse, y correspondía a una especie de tensión, bastante emotiva, por cierto, que me había convertido en un diminuto ser embelesado por lo que escuchaba en las veladas nocturnas, propias de las costumbres vecinales de mi Valle, fuentes de la oralidad y cercanas a una cierta antropología de las culturas populares como llegué a saber, y lo que algunos de mis maestros nos leían a sus alumnos en el aula por las mañanas.

Escuchar lo que la voz cuenta, el relato de lo ancestral y folklórico, lo que con el tiempo ordenaría en su justa medida leyendo La rama dorada de Frazer, y lo que la voz lee, libro en mano y en la dimensión en la que, entre otras cosas, lo anónimo cede a la escritura y al autor de la creación propiamente literaria.

Mi destino de escritor, nada menos, ya ven ustedes con que facilidad la vida me encaminaba y encandilaba, con el sustrato primitivo de una fascinación y un embeleso, de tal modo que escuchar y escribir unían lo que leer y contar tenían de aliciente y acicate.

Un maravilloso entretenimiento que daría razón de ser a ese destino irremediable, si ustedes consideran la vicisitud en que ahora mismo me encuentro, intentando dar cuenta de dónde proviene el narrador que les habla y que, sin remedio, llegó a comprender como contrapartida en cuanto adquirió la lógica distancia aquello que afirma Rilke de que la infancia es la patria perdida del hombre. CONTINUAR  LEYENDO

"HUMOR LITERARIO"

 

lunes, 13 de mayo de 2024

"LA RAZÓN Y LA FUERZA". Un cuento de Adela Zamudio (Bolivia)

La Razón y la Fuerza se presentaron un día ante el tribunal de la Justicia a resolver un reñido litigio. La Justicia se declaró en favor de la Razón. La Fuerza alegó sus glorias que llenan la historia y su innegable preponderancia universal en todas las épocas; pero la Justicia se mostró inflexible.

—Tus triunfos no significan para mí más que barbarie; sólo sentenciaré a tu favor cuando te halles de acuerdo con la Razón, le dijo.

Las dos litigantes se retiraron, cada cual por su lado, y en el camino, la Fuerza se encontró con la Hipocresía y le contó el fracaso que acababa de sufrir.

—Has declarado tus ambiciones con demasiada franqueza, díjole ésta. — Si te hubieses revestido de los atributos de tu enemiga, el resultado hubiera sido distinto.

La Fuerza aprovechó el consejo: aguardó a que la Razón estuviese dormida o descuidada, le robó sus vestiduras, se disfrazó con ellas, y adoptando sus maneras y lenguaje, se presentó a la Justicia con su memorial en la mano.

—Leedlo, señora, le dijo. Todo lo que pido es en nombre de la Patria, de la Humanidad, de la Religión.

La Justicia que es algo cegatona, se colocó los anteojos, puso su visto bueno al documento y le imprimió el sello augusto de su ministerio.

La Fuerza se fue en busca de la Hipocresía.

—Eres hábil, le dijo, y me conviene tomarte a mi servicio; pero la vileza repugnante de tu aspecto podría perjudicarme. Es necesario que cambies de traje.

La Hipocresía se dirigió a casa de la Prudencia.

—Vecina, dijo, hágame el favor de prestarme uno de sus trajes, el más decente. Me propongo una loable empresa. La Prudencia mantiene su lámpara encendida y goza de muy buena vista, pero el papel había estado tan bien representado que se engañó: creyó en las buenas intenciones de aquella vecina y le confió un traje de diplomático.

Desde entonces, cuando la Fuerza no puede realizar por sí sola alguna de sus hazañas, se asocia a la Hipocresía y casi siempre logra triunfar.

FIN

"ABYA YALA: CUENTOS LATINOAMERICANOS".


Esta Antología de cuentos nos brinda la oportunidad de descubrir cómo era la casa de América Latina después de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX; cómo se pensaban a los hombres y las mujeres en ese tiempo, qué valores sociales se ponían en pugna; cuáles temas eran de mayor preocupación y cómo a través de los cuentos se revelaba eso que llamamos la condición humana en las nacientes naciones latinoamericanas.

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Autor(es)

Zamudio Rivero, Adela
Bello López, Andrés de Jesús
Machado de Assis, Joaquim María
Quiroga Forteza, Horacio Silvestre
Figueroa Lillo, Baldomero
Ramos Sucre, José Antonio
Lugones, Leopoldo Antonio
Wilde, José Eduardo
Güiraldes, Ricardo
Del Casal y de la lastra, Julián
Del Campo Valle, Ángel Efrén
Nervo, Amado
Darío, Rúben
Gómez Carillo, Enrique
Payró, Roberto Jorge

"SIGNOS EN EL POLVO". Un poema de Rafael Guillén

Como el dedo que pasa sobre la superficie polvorienta
del mueble abandonado y deja un surco
brillante que acentúa la tristeza
de lo que ya está al margen de la vida,
de lo que sigue vivo y ya no puede
participar de nuevo, ni aun con esa
pasiva y tan sencilla
manera de estar limpio allí, dispuesto
a servir para algo; como el dedo
que traza un vago signo, ajeno a todo
significado, sólo
llevado por la inercia del impulso
gratuito y que deja
constancia así en el polvo de un inútil
acto de voluntad, así, con esa
dejadez, inconsciencia casi, siento
que alguien me pasa por la vida, alguien
que, mientras piensa en otra cosa, traza
conmigo un surco, se entretiene
en dibujar un signo incomprensible
que el tiempo borrará calladamente,
que recuperará de nuevo el polvo
aún antes de que pueda interpretarse
su cifrado sentido, si es que tuvo
sentido, si es que tuvo
razón de ser tan pasajera huella.

domingo, 12 de mayo de 2024

""QUIÉN VIVIRÁ DENTRO DE LOS LIBROS?" Un artículo de Leonardo Padura, Premio Princesa de Asturias de las Letras en 2015 (El País 14 ABR 2024)

MARTÍN ELFMAN
José Saramago creía que los escritores vivían dentro de sus libros. El premio Nobel portugués pensaba que, al tomar un libro en nuestras manos, debíamos pasar el dedo por el lomo con un gesto cómplice y luego abrirlo con cuidado, pues entre esas páginas impresas vivía el creador, con toda su sensibilidad, su inteligencia, acompañado por cada uno de los grandes y sutiles ingredientes que hacen que ese objeto, muchas veces maravilloso, esa obra concebida por su morador, sea única e irrepetible. Jugando con una concepción animista, Saramago aseguraba que en los estantes de su biblioteca vivía gente.

Un siglo y medio antes, Gustave Flaubert había sido atacado por los críticos de su momento pues había escogido como heroína de su novela Madame Bovary a una mujer adúltera. En su defensa, Flaubert argumentó que, a través de sus personajes, él “solo quería llegar al alma de las cosas”.

Más recientemente, Eugenio Fuentes, reflexionando sobre novelas, nos ha recordado que este “prodigioso género literario (…) desde el siglo XIX nos ha dicho de todas las formas posibles, en todos los lugares, de qué materia estamos hechos y ha mostrado, mejor que ningún otro (discurso), la infinita variedad de motivos, pasiones, grandezas, debilidades, humillaciones, ofensas, amores, odios de un millón de personajes, las pasiones que todo el mundo conoce y ha sentido”.

Como simple y común lector siempre sufro una sensación agobiante, que me agrede sin piedad, cuando entro en una biblioteca o en una librería bien surtida. Y es la incontestable certeza de que el tiempo de la vida no me alcanzará para conocer a tantas de las gentes que viven dentro de esos libros y merecerían que los conociera, y poder asomarme al vislumbre del alma de tantas cosas, a las pasiones de ese millón de personajes.

Y es que la experiencia de la lectura —y eso lo sabemos todos— es única e irrepetible no solo como placer estético o medio de aprendizaje, no solo como forma de apropiación de historias, personajes, de adquirir información de todo tipo, sino como medio para, conociendo a otros, conocernos mejor a nosotros mismos. Para vivir otras vidas.

Los escritores que habitan dentro de los libros dejan en esas páginas encuadernadas unas formas de ver la vida, de interpretar la realidad, que suelen ser el fruto de una necesidad expresiva y, también, de un deseo de comunicarnos una peculiar visión de un mundo. Y, si de literatura artística se trata, debe resultar un empeño por atrapar la densidad inconmensurable de los entresijos de la condición humana y, por añadidura, con la intención de manifestarlo con belleza. Tal vez por eso fue que Hemingway solía repetir que escribir (literatura), y hacerlo bien, nunca ha sido fácil. CONTINUAR LEYENDO

sábado, 11 de mayo de 2024

"HUMOR LITERARIO"


"LAS CRIADAS". Un cuento de Augusto Monterroso

Amo a las sirvientas por irreales, porque se van, porque no les gusta obedecer, porque encarnan los últimos vestigios del trabajo libre y la contratación voluntaria y no tienen seguro ni prestaciones; porque como fantasmas de una raza extinguida llegan, se meten a las casas, husmean, escarban, se asoman a los abismos de nuestros mezquinos secretos leyendo en los restos de las tazas de café o de las copas de vino, en las colillas, o sencillamente introduciendo sus miradas furtivas y sus ávidas manos en los armarios, debajo de las almohadas, o recogiendo los pedacitos de los papeles rotos y el eco de nuestros pleitos, en tanto sacuden y barren nuestras porfiadas miserias y las sobras de nuestros odios cuando se quedan solas toda la mañana cantando triunfalmente; porque son recibidas como anunciaciones en el momento en que aparecen con su caja de Nescafé o de Kellog’s llena de ropa y de peines y de mínimos espejos cubiertos todavía con el polvo de la última irrealidad en que se movieron; porque entonces a todo dicen que sí y parece que ya nunca nos faltará su mano protectora; porque finalmente deciden marcharse como vinieron pero con un conocimiento más profundo de los seres humanos, de la comprensión y la solidaridad; porque son los últimos representantes del Mal y porque nuestras señoras no saben qué hacer sin el Mal y se aferran a él y le ruegan que por favor no abandone esta tierra; porque son los únicos seres que nos vengan de los agravios de estas mismas señoras yéndose simplemente, recogiendo otra vez sus ropas de colores, sus cosas, sus frascos de crema de tercera clase ocupados ahora con crema de primera ahora un poquito sucia, fruto de sus inhábiles hurtos. Me voy, les dicen vigorosamente llenando una vez más sus cajas de cartón. Pero por qué. Porque sí. (Oh libertad inefable.) Y allá van, ángeles malignos, en busca de nuevas aventuras, de una nueva casa, de un nuevo catre, de un nuevo lavadero, de una nueva señora que no pueda vivir sin ellas y las ame; planeando una nueva vida, negándose al agradecimiento por lo bien que las trataron cuando se enfermaron y les dieron amorosamente su aspirina por temor de que al otro día no pudieran lavar los platos, que es lo que en verdad cansa, hacer la comida no cansa. Amo verlas llegar, llamar, sonreír, entrar, decir que sí; pero no, siempre resistiéndose a encontrar a su Mary Poppins-Señora que les resuelva todos los problemas, los de sus papás, los de sus hermanos menores y mayores, entre los cuales uno las violó en su oportunidad; que por las noches les enseñe en la cama a cantar do-re-mi, do-re-mi hasta que se queden dormidas con el pensamiento puesto dulcemente en los platos de mañana sumergidos en una nueva ola de espuma de detergente fa-sol-la-si, y les acaricie con ternura el cabello y se aleje sin hacer ruido, de puntillas, y apague la luz en el último momento antes de abandonar la recámara de contornos vagamente irreales.

viernes, 10 de mayo de 2024

"NADA MÁS HERMOSO". Un poema de la poeta marroquí Touria Madouline

Hoy quiero compartir el descubrimiento reciente de la poeta marroquí Touria Majdouline y de su libro ‘Memoria del corazón’. De los varios poemas que me hubiera gustado dar a conocer me he decidido por ‘Nada más hermoso’, cuyo titulo ya anuncia la pasión amorosa que lo atraviesa. Una mujer escribe en la noche, insomne, anhelante, colmando con palabras el vacío del cuerpo ausente, lamentando los adioses, deseando un reencuentro que no conduzca necesariamente al naufragio. Ningún verso, por elaborado que esté, puede sustituir la presencia real de la persona amada. (Andrea Villarubia Delgado. https://www.facebook.com/andrea.villarrubiadelgado)

NADA MÁS HERMOSO
Pongo la noche al borde de la memoria
y adrede me caigo
en tu sueño.
En mi mano, un paquete de luz
y sombras densas
de una mujer
que no duerme.
Puedes ir ahora
al cielo del poema
y atrapar lo que quieras:
el jugo del anhelo,
el fuego de la imaginación,
la vid del significado…
Puedes ir
detrás de las palabras
y regar con tus ojos
la hierba de la interpretación.
Pero lo más hermoso
sería que vinieras,
para que terminemos juntos una vieja noche
y para que te cuente
lo que no te dijo el poema
sobre ti.
Nada más hermoso que
repetir los comienzos:
me siento cerca de ti
mientras la luna se sienta asombrada en la ventana,
celosa de la luz de mi cuerpo
y el cielo,
de alegría, enciende sus estrellas
y abraza nuestros corazones
como una madre.

*******
¡Ven!
Hagamos otro comienzo,
eliminemos todos los motivos del adiós,
recolectemos juntos las rosas de la imaginación,
abramos nuestras noches a la alegría,
aprendamos a olvidar,
y no me digas:
mi cielo es una pared azul
y mi corazón es un exilio frondoso.

*******
¡Conviértete en mi tiempo futuro!
¿Conviértete en mi copa llena de probabilidades!
¡Y ven!
¡Apaguemos las luces del mundo!
¡Alumbremos juntos esta noche!
Nada más hermoso
que los murmullos del cuerpo que
presagia la tormenta…
TOURIA MAJDOULINE
Traducción de Rajaa Dakir

jueves, 9 de mayo de 2024

"DICCIONARIO DEL DIABLO". Ambrose Bierce


El Diccionario del Diablo, construido a lo largo de más de treinta años, lleva hasta el extremo esa filosofía cínico-humorística que ya empezó a profesar de joven. Catálogo implacable de fallas morales que corroen a los seres humanos, por sus páginas desfilan ejemplos diversos de inmoralidad, egomanía, hipocresía, avaricia, estupidez, falsedad, intolerancia, lascivia, gula, pereza, cobardía, envidia, orgullo o egoísmo.

Como el progreso existe, si Bierce viviera hoy, ciento treinta y seis años después de presentar la primera entrega del Diccionario, no solo no corregiría su visión sino que aprovecharía para enriquecerla con conceptos tan creativos y oportunos como posverdad y hechos alternativos.


miércoles, 8 de mayo de 2024

"LA LEGIÓN DE LOS DESPOSEIDOS". Un cuento de Txibinski, participante de la Tertulia Literaria Dialógica de la Prisión Araba.

En la prisión hay muchas personas que escriben. La pérdida de libertad lleva en ocasiones a mirar hacia adentro y a plasmar en palabras lo que se lleva rumiando en las entrañas. Aquí os dejo un ejemplo de ese andar escarbando. Es un escrito de Txibinski, uno de los tertulianos más veteranos de este grupo de lectornautas que se siguen escapando del encierro por medio de las palabras. Un buen texto para volar y compartir lecturas, palabras y sentimientos en una tertulia literaria.

LA LEGIÓN DE LOS DESPOSEÍDOS
Txibinski

Entre los despojos. Entre las turbas sin alma, todavía había gente a la que le quedaban atisbos de humanidad. Allí encontró a sus hermanos. Aquellos que sentían como él. Con los que llegó a la conclusión de que no encajaban en ningún sitio, y, ¡claro está!, si éste no era su mundo, ¿dónde tendrían cabida ellos?, ¿dónde estaba el error?, ¿dónde habían equivocado el camino?

Tal vez nacieron cuando Dios miraba hacia otro lado.

Su vida anterior carecía de sentido y no tenían futuro. Pero seguían luchando día a día.

¿Cuál era esa fuerza que les hacía continuar hacia ninguna parte?

Había enfermos terminales que se arrastraban y pugnaban por seguir vivos una jornada más. Cargados de medicación, con fiebre por su adicción a todo tipo de drogas y, sin embargo, cada amanecer era un triunfo para ellos. Como si de plagas bíblicas se tratara, tenían los cuerpos marchitos, llenos de llagas y con enfermedades incurables; pero en sus ojos febriles brillaba aún la luz de la esperanza.

Allí comprendió que el infierno en vida existe. Era aquel el único sitio donde los vivos envidiaban la suerte de los muertos.

No obstante se refugió dentro de sí mismo, pero no dejaba de pensar cuándo dejaría de vagar por aquellos yermos páramos donde el alma se le desgarraba continuamente.

Y sobre todo aquella rueda que por más que la girasen, nunca les llevaba a ningún sitio…

Aquel día la dosis que le suministraron fue enorme. Su cuerpo no pudo responder. Notó cómo la muerte le reclamaba y no tuvo fuerzas para discutir.

En el rincón donde yacían sus recuerdos más queridos encendió su pira fúnebre. Se abandonó al dulce placer del sueño sin sueños y del añorado olvido.

A la mañana siguiente, el encargado del laboratorio encontró al hámster muerto al lado de la puerta de la jaula.

FIN

"AL OTRO LADO". Un cuento/álbum ilustrado de Alejandro Aura con ilustraciones de Marcos Lí­menes



 

lunes, 6 de mayo de 2024

"CONTRA LOS IDIOTAS". Un artículo de la escritora Nuria Barrios (El País 16 MAR 2024)

La lectura de la ‘Ilíada’ conformó la identidad de todos nosotros. Hay libros que resuenan con tal poder que nos resulta imposible olvidarlos

En 1967, un ejemplar de la Ilíada, la obra de Homero, salió de la biblioteca del instituto madrileño de San Isidro en préstamo. Aunque el plazo era de 15 días, el libro no regresó. Pero con Homero siempre hay que esperar un retorno, aunque este se demore años. Odiseo llegó a Ítaca 10 años después de que los griegos vencieran a los troyanos. La demora en el retorno y llegar cuando ya nadie te espera son cualidades homéricas. Así ha sucedido de nuevo. Como el protagonista de la Odisea, el ejemplar de la Ilíada también ha regresado a casa. En esta ocasión la vuelta ha llevado 57 años. El libro venía con una nota anónima escrita con ordenador en la que “un alumno de cuyo nombre no quiero acordarme” pedía “humildemente perdón”.

Hay memoria de otros libros viajeros. Los que regresaron a sus bibliotecas cuando cayó el muro de Berlín en 1989, por ejemplo. Quienes los habían sacado en préstamo 28 años antes se encaminaron al otro lado de la ciudad, ahora abierta, para entregar lo que era de todos. A un gesto aparentemente tan pequeño los griegos antiguos bien hubiesen podido llamarlo gesta, porque gesta era lo que tenía importancia para la comunidad. Y quizá habrían estado de acuerdo en que la devolución de un libro es un alegato contra los idiotas, pues la palabra idiota proviene de la raíz griega idios, que hace referencia a lo privado. En aquella época, un idiota era alguien que solo se preocupaba de sus asuntos particulares y se desentendía de lo público.

La persona que devolvió el ejemplar de la Ilíada podría haberse desentendido del asunto después de tantos años, pero escribió una nota de disculpa, buscó la dirección postal del destinatario, fue a Correos, esperó turno para ser atendido, aguardó a que pesaran el libro —¿cuánto pesa la Ilíada?— y pagó un extra para que llegara cuanto antes por Correos Express. En su decisión primó la idea de formar parte de una comunidad, de un cuerpo vivo, en el que la transmisión de los conocimientos es vital para el bienestar de los individuos. Al actuar, pensó a la contra de una sociedad que antepone el Yo al Nosotros.

La Ilíada no es un libro cualquiera. Junto con la Odisea es el libro fundacional de la literatura occidental. Narra la guerra que destruyó Troya en torno al año 1200 a.C. Describe el asedio de la ciudad por una confederación de reyes micénicos, su conquista, saqueo y destrucción. Pero narra mucho más que eso: habla de la ambición, del deseo de gloria, de la codicia, de la paternidad, del odio, de la ira, de la negociación, de la violencia, de la amistad, de la venganza… De las múltiples formas que adoptan el amor y la muerte. Es mucho más que un libro; es un espejo de la naturaleza humana. Dicen que Alejandro Magno se sabía la Ilíada de memoria. Las historias de Helena y Paris, de Agamenón, de Aquiles y Héctor, de Príamo, de Odiseo… han atravesado los siglos y siguen hoy tan vivas como entonces. CONTINUAR LEYENDO