viernes, 31 de enero de 2025

"YO SOY UN HOMBRE SINCERO". Un poema de José Martí seleccionado por Andrea Villarrubia Delgado

La habréis escuchado muchas veces en la voz de Pablo Milanés, pero antes que canción fue poema, un hermoso poema de José Martí, uno de los escritores más originales en lengua española. Hijo de españoles, nació en 1853 en la Habana, cuando Cuba todavía era colonia española. Fue escritor, diplomático, ensayista y luchador por la independencia de Cuba. Murió en combate con soldados españoles en 1895. Su obra poética está entrelazada con la suerte de su país y con los problemas de su tiempo. Siempre dijo que la poesía debía hundir sus raíces en la tierra y estar al servicio de la libertad. ‘Yo soy un hombre sincero’, el poema que hoy comparto, es un reflejo de ese pensamiento. Pertenece a uno de sus libros más representativos ‘Versos sencillos’. (Andrea Villarrubia Delgado)

YO SOY UN HOMBRE SINCERO

Yo soy un hombre sincero
de donde crece la palma,
y antes de morirme quiero
echar mis versos del alma.

Yo vengo de todas partes
y hacia todas partes voy:
arte soy entre las artes,
en los montes, montes soy.

Yo sé los nombres extraños
de las yerbas y las flores,
y de mortales engaños
y de sublimes dolores.

Yo he visto en la noche oscura
llover sobre mi cabeza
los rayos de lumbre pura
de la divina belleza.

Alas nacer vi en los hombros
de las mujeres hermosas:
y salir de los escombros
volando las mariposas.

He visto vivir a un hombre
con el puñal al costado,
sin decir jamás el nombre
de aquella que lo ha matado.

Rápida, como un reflejo,
dos veces vi el alma, dos:
cuando murió el pobre viejo,
cuando ella me dijo adiós.

Temblé una vez, —en la reja,
a la entrada de la viña,—
cuando la bárbara abeja
picó en la frente a mi niña.

Gocé una vez, de tal suerte
que gocé cual nunca: —cuando
la sentencia de mi muerte
leyó el alcaide llorando.

Oigo un suspiro, a través
de las tierras y la mar,
y no es un suspiro, —es
que mi hijo va a despertar.

Si dicen que del joyero
tome la joya mejor,
tomo a un amigo sincero
y pongo a un lado el amor.

Yo he visto al águila herida
volar al azul sereno,
y morir en su guarida
la víbora del veneno.

Yo sé bien que cuando el mundo
cede, lívido, al descanso,
sobre el silencio profundo
murmura el arroyo manso.

Yo he puesto la mano osada,
de horror y júbilo yerta,
sobre la estrella apagada
que cayó sobre mi puerta.

Oculto en mi pecho bravo
la pena que me lo hiere:
el hijo de un pueblo esclavo
vive por él, calla y muere.

Todo es hermoso y constante,
todo es música y razón,
y todo, como el diamante,
antes que luz es carbón.

Yo sé que el necio se entierra
con gran lujo y con gran llanto, —
y que no hay fruta en la tierra
como la del camposanto.

Callo, y entiendo, y me quito
la pompa del rimador:
cuelgo de un árbol marchito
mi muceta de doctor.

JOSÉ MARTÍ

jueves, 30 de enero de 2025

"Longjumeau". Un cuento de León Bloy

“El Postillón de Longjumeau” anunciaba ayer el deplorable fin de los Fourmi. Esta hoja tan recomendable por la abundancia y por la calidad de su información, se perdía en conjeturas sobre las misteriosas causas de la desesperación que había precipitado al suicidio a esta pareja, considerada tan feliz.

Casados muy jóvenes, y despertando cada día a una nueva luna de miel, no habían salido de la ciudad ni un solo día.

Aliviados por previsión paterna de las inquietudes pecuniarias que suelen envenenar la vida conyugal, ampliamente provistos, al contrario, de lo requerido para endulzar un género de unión legítima, sin duda, pero poco conforme a ese afán de vicisitudes amorosas que impulsa al versátil ser humano, realizaban, a los ojos del mundo, el milagro de la ternura a perpetuidad.

Una hermosa tarde de mayo, el día que siguió a la caída del señor Thiers, aparecieron en el tren de circunvalación con sus padres, venidos para instalarlos en la propiedad deliciosa que albergaría su dicha.

Los longjumelianos de corazón puro contemplaron con enternecimiento a esta linda pareja, que el veterinario comparó sin titubear a Pablo y Virginia. En efecto, ese día estaban muy bien y parecían niños pálidos de gran casa.

Maître Piécu, el notario más importante de la región, les había adquirido, en las puertas de la ciudad, un nido de verdura, que los muertos hubieran envidiado. Pues hay que convenir que el jardín hacía pensar en un cementerio abandonado. Este aspecto no debió desagradarles, pues no hicieron, en lo sucesivo, ningún cambio y dejaron que las plantas crecieran a su arbitrio.

Para servirme de una expresión profundamente original de Maître Piécu, vivieron en las nubes, sin ver casi a nadie, no por maldad o desprecio, sino, sencillamente, porque no se les ocurría.

Además, hubiera sido necesario soltarse por algunas horas o algunos minutos, interrumpir los éxtasis, y a fe mía, dada la brevedad de la vida, les faltaba el valor para ello.

Uno de los hombres más grandes de la Edad Media, el maestro Juan Tauler, cuenta la historia de un ermitaño a quien un visitante inoportuno pidió un objeto que estaba en su celda. El ermitaño tuvo que entrar a buscar el objeto. Pero al entrar olvidó cuál era, pues la imagen de las cosas exteriores no podía grabarse en su mente. Salió pues y rogó al visitante le repitiera lo que deseaba. Éste renovó el pedido. El solitario volvió a entrar, pero antes de tomar el objeto, ya había olvidado cuál era. Después de muchas tentativas, se vio obligado a decir al importuno.

—Entre y busque usted mismo lo que desea, pues yo no puedo conservar su imagen lo bastante para hacer lo que me pide.

Con frecuencia, el señor y la señora Fourmi me han hecho pensar en el ermitaño. Hubieran dado gustosos todo lo que se les pidiera si lo hubieran recordado un solo instante.

Sus distracciones eran célebres y se comentaban hasta en Corbeil. Sin embargo, esto no parecía afectarlos, y la funesta resolución que ha concluido con sus vidas tan generalmente envidiadas tiene que parecer inexplicable. CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 29 de enero de 2025

"AUSCHWITZ". Salvatore Quasimodo. En el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, y en memoria de todas ellas.

Allá abajo, amor, en Auschwitz, lejos
del Vístula, a lo largo de la llanura nórdica.
en un campo de muerte: fría, fúnebre,
la lluvia sobre la herrumbre de los postes
y los revoltijos de alambre de las cercas:
ni árboles ni pájaros en el aire gris
o en nuestro pensamiento, sino inercia
y dolor que la memoria abandona
a su silencio sin ironía o ira.

Tú no quieres elegías, lirismos: sólo
razones de nuestra suerte, aquí,
tú, tierna a los obstáculos de la mente,
insegura ante una presencia
clara de vida. Y la vida está aquí,
en cada negación que certeza parece:
aquí oiremos llorar al ángel, al monstruo,
nuestras horas futuras
golpear el más allá, que aquí está, eterno
y en movimiento, no en una imagen
ensoñada, de posible piedad.
Y aquí la metamorfosis, aquí los mitos.
Sin nombres de símbolos o de un dios,
son crónicas, lugares de la tierra,
son Auschwitz, amor. ¡De qué manera súbita
se mutaron en sombrío humo
los amados cuerpos de Alfeo y Aretusa!
De aquel infierno que se abría
con la blanca inscripción «El trabajo os hará libres»,
salió con continuidad el humo
de miles de mujeres empujadas afuera,
al alba de los tugurios contra el muro
del tiro al blanco o ahogadas gritando
misericordia al agua con sus bocas
de esqueleto bajo las lluvias de gas.
Tú las encontrarás, soldado, en tu
historia bajo formas de ríos, de animales,
¿o también eres tú ceniza de Auschwitz,
medalla de silencio?
Quedan largas trenzas encerradas en urnas
de cristal aún ceñidas por amuletos
e infinitas sombras de pequeños zapatos
y bufandas de hebreos, son reliquias
de un tiempo de sabiduría, de sapiencia
del hombre hecho a la medida de las armas,
son los mitos, nuestras metamorfosis.

Sobre los espacios en los que el amor y llanto
y piedad se marchitaron, bajo la lluvia,
allá abajo, se rebelaba un no dentro de nosotros,
un no a la muerte, muerta en Auschwitz,
para no repetirme desde aquella fosa
de cenizas, la muerte.

martes, 28 de enero de 2025

"LOS NUEVOS PURITANOS". Por Brian Patrick Eha, Letras Libres 1 abril 2020

 La atmósfera cultural de nuestra época exige que los artistas superen exámenes de ideología y de conducta moral. Sus impulsores, ayudados por las redes sociales, no parecen dispuestos a atemperar su fanatismo.

En octubre de 2019, la Academia Sueca anunció que le daba el Premio Nobel de Literatura al novelista y dramaturgo austriaco Peter Handke, una figura controvertida a causa de su aparente simpatía, expresada más de una década antes, por el fallecido dictador serbio Slobodan Milošević. La respuesta de los miembros bienpensantes del establishment literario fue el oprobio inmediato.

En una declaración de su presidenta, Jennifer Egan, el pen de Estados Unidos se mostró “atónito” por la noticia y dijo “lamentar profundamente” la elección del comité del Nobel. “Rechazamos la decisión de que un escritor que ha cuestionado persistentemente crímenes de guerra totalmente documentados sea celebrado por su ‘ingenio lingüístico’”, dijo Egan. “En un momento de nacionalismo creciente, liderazgo autocrático y desinformación extendida por todo el mundo, la comunidad literaria merece algo mejor que eso.”

La declaración era notable por su abierto rechazo a la primacía del arte. Las comillas de “ingenio lingüístico”, parte de la cita del Nobel para Handke, de quien John Updike escribió que era el mejor escritor en lengua alemana, parecen cuestionar el propio concepto, mientras que la presunción subyacente es que la bajeza moral del artista es por necesidad inherente a su obra. Al celebrar las novelas y obras teatrales de Handke, la Academia Sueca daba auxilio a los autócratas.

Se une a esta creencia la afirmación de Egan de que el mundo literario “merece algo mejor”, lo que, asumo, quiere decir un laureado que esté firmemente instalado en el lado correcto de la historia. Y si ese ejemplo pasado por alto poseía una identidad marginal a la moda, mejor. (Como era predecible, algunos críticos lamentaron que los dos galardones entregados en 2019 –el otro fue para la polaca Olga Tokarczuk– recayesen en autores europeos.)

Aquí vemos el contorno del nuevo moralismo que oscurece la creación cultural en Estados Unidos, como un gran mapa borgiano que se asienta opresivamente sobre el territorio que dice describir. Sus nociones gemelas –que el arte y el entretenimiento, así como quienes los producen, deberían estar sometidos a tests de pureza de ideología y comportamiento, y que los productos culturales y creadores que se consideran “problemáticos” deberían ser apartados en favor de material más edificante– ascienden, si no es que ya dominan.

El nuevo moralismo iliberal sostiene que debería darse preferencia en los programas educativos, en las páginas de reseñas y en las nominaciones para premios importantes a artistas cuyas opiniones políticas coincidan con las de los árbitros culturales y cuyas identidades se puedan celebrar sin peligro. El uso más elevado de las artes, desde este punto de vista, es consagrar una visión del mundo no tal como es sino como debería ser, en particular en asuntos de diversidad racial y de género y otras apreciadas causas progresistas.

Los libros y las películas de artistas problemáticos –y ser heterosexual, blanco y varón es ser tres veces problemático– en el mejor caso no ayudan y en el peor corrompen. Como me dijo un escritor, si quitas el centro de la frase, desvelas el problema actual de la literatura: “Rechazamos la decisión de que un escritor […] sea celebrado por su ingenio lingüístico.”

... “Muchos miembros del club de libros juveniles de Twitter se han convertido en policías culturales, controlan a sus pares en múltiples plataformas a la caza de violaciones”, escribió la autora de obras para jóvenes Kat Rosenfield. “El resultado es un batiburrillo donde se amontona y arrastra, se citan tuits y hacen capturas de pantalla, se coordina el voto y se entablan guerras simbólicas.”

En enero de 2019, la escritora debutante Amélie Wen Zhao se encontró sometida a unas críticas tan feroces –en buena medida por hacer de la esclavitud un elemento de su mundo ficcional– que retiró su novela juvenil de fantasía, Blood heir, el primer volumen de una supuesta trilogía para la que había recibido un anticipo de seis cifras. El mes siguiente, otro autor, Kosoko Jackson, retiró su primera novela después de que una turba tuitera la destruyese por presentar a protagonistas “privilegiados” y a un personaje musulmán como villano.

lunes, 27 de enero de 2025

"ES LÁSTIMA QUE FUERA MI TIERRA". Un poema de Luis Cernuda

Cuando allá dicen unos
que mis versos nacieron
de la separación y la nostalgia
Por la que fue mi tierra,
¿Sólo la más remota oyen entre mis voces?
Hablan en el poeta voces varias:
Escuchemos su coro concertado,
adonde la creída dominante
es tan sólo una voz entre las otras.

Lo que el espíritu del hombre
ganó para el espíritu del hombre
a través de los siglos,
Es patrimonio nuestro y es herencia
De dos hombres futuros.
Al tolerar que nos lo nieguen
y secuestren, el hombre entonces baja,
¿Y cuánto?, en esa dura escala
que desde el animal llega hasta el hombre.

Así ocurre en tu tierra, la tierra de los muertos,
adonde ahora todo nace muerto,
vive muerto y muere muerto;
Pertinaz pesadilla: procesión ponderosa
con restaurados restos y reliquias,
a la que dan escolta hábitos y uniformes,
en medio del silencio: todos mudos,
desolados del desorden endémico
que el temor, sin domarlo, así doblega.

La vida siempre obtiene
revancha contra quienes la negaron:
la historia de mi tierra fue actuada
por enemigos enconados de la vida.
El daño no es de ayer, ni tampoco de ahora,
sino de siempre. Por eso es hoy.
la existencia española, llegada al paroxismo,
estúpida y cruel como su fiesta de los toros.

Un pueblo sin razón, adoctrinado desde antiguo
en creer que la razón de soberbia adolece
y ante el cual se grita impune:
muera la inteligencia, predestinado estaba
a acabar adorando las cadenas
y que ese culto obsceno le trajese
adonde hoy le vemos: en cadenas,
sin alegría, libertad ni pensamiento.

Si yo soy español, lo soy.
A la manera de aquellos que no pueden
ser otra cosa: y entre todas las cargas
que, al nacer yo, el destino pusiera
sobre mí, ha sido ésa la más dura.
No he cambiado de tierra,
porque no es posible a quien su lengua une,
hasta la muerte, al menester de poesía.

La poesía habla en nosotros
la misma lengua con que hablaron antes,
y mucho antes de nacer nosotros,
las gentes en que hallara raíz nuestra existencia;
no es el poeta sólo quien ahí habla,
sino las bocas mudas de los suyos
a quienes él da voz y les libera.

¿Puede cambiarse eso? Poeta alguno
su tradición escoge, ni su tierra,
ni tampoco su lengua; él las sirve,
fielmente si es posible.
Mas la fidelidad más alta
es para su conciencia; y yo a ésa sirvo
pues, sirviéndola, así a la poesía
al mismo tiempo sirvo.

Soy español sin ganas
que vive como puede bien lejos de su tierra
sin pesar ni nostalgia. He aprendido
el oficio de hombre duramente,
por eso en él puse mi fe. Tanto que prefiero
No volver a una tierra cuya fe, si una tiene, dejó de ser la mía,
cuyas maneras rara vez me fueron propias,
cuyo recuerdo tan hostil se me ha vuelto
y de la cual ausencia y tiempo me extrañaron.

No hablo para quienes una burla del destino
compatriotas míos hiciera, sino que hablo a solas
(Quien habla a solas espera hablar a Dios un día)
o para aquellos pocos que me escuchen
con bien dispuesto entendimiento.
aquellos que como yo respeten
el albedrío libre humano
disponiendo la vida que hoy es nuestra,
diciendo el pensamiento al que alimenta nuestra vida.

¿Qué herencia sino ésa recibimos?
¿Qué herencia sino ésa dejaremos?

Desolación de la quimera (1962)

domingo, 26 de enero de 2025

"EL NIÑO REY". Un cuento de Miguel Gila

Los hombres habían muerto. Era normal. Tanto se habían odiado que se habían destruido. También las mujeres habían muerto, incapaces de soportar tanto sufrimiento. Sólo quedaban los niños.
Lo primero de todo era nombrar un Rey. El mundo tenía que subsistir y alguien debía gobernarlo.
Se reunieron aquella tarde en la plazuela.
—Yo seré el Rey.
—No, tú, no, que eres muy pequeño todavía y te pegarán los otros chicos más grandes que tú.
—Pero cuando sea Rey, nadie me pegará, porque los guardias les darán con las porras y les harán correr.
—No, porque como los niños serán más grandes, podrán más que los guardias, les quitarán las porras y luego te pegarán a ti con ellas.
—Y como yo seré el Rey, mandaré que los metan en la cárcel y que los cierren con llaves y cerrojos y candados y de todo para que ya no me peguen.
—Y tampoco puedes ser Rey, porque no tienes corona ni nada.
—Me hago una de cartón y la forro con papel de plata.
—Los reyes no llevan corona de plata. Es de oro con cristales de colores verdes y azules y rojos.
—No son cristales. Son piedras.
—¡Cristales!
—¡Piedras!
—Las piedras están en los ríos y no son verdes ni azules. Los peces sí que son azules y verdes y de más colores.
Y tanto insistió y tanto sabía que le hicieron Rey.
—¡Viva el Rey!
—¡Viva!
También había que hacer una reina, pero no podía ser porque tenían que ser mayores y casarse, así que había que esperar.
Los hombres, antes de destruirse, estaban gobernados por reyes, y esos reyes tenían carrozas y caballos, y cazaban en los montes y pescaban en los lagos y cuando paseaban por las grandes avenidas que no eran aún ruinas, las gentes daban gritos de entusiasmo, agitaban las manos en señal de saludo y miles de banderas flameaban sobre las cabezas de todos los que llenaban las avenidas.
Él, antes de ser Rey, pero siendo niño ya, más aún que ahora, lo había presenciado todo subido sobre los hombros fuertes de su padre. Y ahora que era Rey, necesitaba un caballo y una carroza. CONTINUAR LEYENDO

viernes, 24 de enero de 2025

"MURALLAS". Un poema de Constantino Cavafis

 

Sin consideración, sin piedad, sin recato
grandes y altas murallas en torno mío construyeron.
Y ahora estoy aquí y me desespero.
Otra cosa no pienso: mi espíritu devora este destino;
porque afuera muchas cosas tenia yo que hacer.
Ah cuando los muros construían cómo no estuve atento.
Pero nunca escuché ruido ni rumor de constructores.
Imperceptiblemente fuera del mundo me encerraron.

miércoles, 22 de enero de 2025

"ALICIA Y EL CEREBRO MARAVILLOSO". Un interesante álbum ilustrado sobre el cerebro de la neurocientífica Nazareth Castellanos

La neurocientífica, Nazareth Castellanos, explica a los más pequeños en este maravilloso cuento ilustrado cómo funciona el cerebro y cómo cuidarlo para hacerlo crecer.

Todos sabemos dónde está el cerebro, pero ¿para que sirve? ¿Sabías que está formado por un bosque? Sí, sí, ¡por un bosque de neuronas! ¿Y sabías que esas neuronas se envían cartas entre sí para dar instrucciones al resto del cuerpo? ¡Todo esto y mucho más lo aprenderás junto a Alicia y la coneja Cajal!

A TRAVÉS DE:

*textos sencillos y divertidos
*coloridas ilustraciones
*sencillas metáforas
*pequeñas cajitas con información y consejos

LOS MÁS PEQUEÑOS DESCUBRIR DE UN MODO VISUAL Y CREATIVO:

*de dónde vienen las emociones y los pensamientos
*de que depende nuestra atención
*cuáles son los mejores ejercicios para cuidar del cerebro, uno de los órganos más importantes del cuerpo en su momento más delicado del desarrollo.
*que aprender cómo funciona el cerebro nos ayuda a hacerlo crecer y a utilizarlo bien.

martes, 21 de enero de 2025

"PATRIOTAS Y APÁTRIDAS DE LA LITERATURA". Antonio Muñoz Molina, El País 11 ENE 2024

FRAN PULIDO

La cirugía extirpadora que es el sueño de todos los inventores de identidades no puede ser otra cosa que una cruda amputación

Las leyes de las identidades colectivas son tan severas que hay veces que ni siquiera haber vivido mucho tiempo en un sitio, o incluso haber nacido en él, lo salvan a uno de ser extranjero. La izquierda, y la izquierda española en particular, se ha dejado contagiar durante demasiados años de estas supersticiones, pero cabe imaginar que la temible supremacía de la injusticia, la xenofobia y la mentira están cobrando en el mundo la fuerce a despertarse de tal embobamiento, y a recuperar valores que siempre fueron suyos, como las libertades y derechos civiles, la justicia social, la igualdad de las personas por encima de cualquier pertenencia identitaria: menos obsesión por purezas de origen, y más defensa del libre albedrío y de la solidaridad consciente y voluntaria, no impuesta por rasgos entre fisiológicos e imaginarios que encierran a cada uno en su adecuada burbuja de victimismo y narcisismo.

Los celebradores de las identidades son grandes expertos en crear protocolos que determinen quién es y quién no es, a quién se acepta, a quién se expulsa, a quién se deja fuera, quién es el enemigo, quién el traidor, quién el apóstata, qué palabras deben decirse, cuáles no. A Franz Kafka, por ejemplo, haber nacido y pasado su vida entera en Praga no le basta para ser aceptado como un escritor checo, y ciudadano de pleno derecho en su propia ciudad, según explicaba en estas páginas hace unas semanas Monika Zgustova. Si hay un nombre de escritor que en cualquier parte del mundo y de manera instantánea se asocie a Praga, es el de Franz Kafka. Pero cometió el error de tener dos lenguas maternas, en vez de una sola, y de que su lengua literaria fuera el alemán, a lo cual se añadía la circunstancia siempre sospechosa de ser judío. En Praga, cuenta Zgustova, Kafka es poco más que un atractivo turístico. Se puede declarar a alguien extranjero y al mismo tiempo sacarle beneficio, como esos patriotas que azuzan el miedo hacia los inmigrantes ilegales y al mismo tiempo se aprovechan de su indefensión para esclavizarlos. A James Joyce su Dublín natal no le dio en vida mucho más que disgustos, y le pagó con indiferencia y hostilidad el lugar imborrable que él le dio con su literatura, pero una vez muerto y bien muerto se fue convirtiendo en una de las industrias más rentables para la ciudad que le había dado la espalda y el país del que tuvo que irse para que no lo asfixiara la mezcla cerril del catolicismo y el nacionalismo.

Hay que tener mucho cuidado con el lugar en el que se nace. En mi juventud de funcionario municipal en Granada oí más de una vez, en boca de veteranos en trienios, un comentario referido a Federico García Lorca, enunciado con el peculiar acento entre apenado y desdeñoso de la ciudad: “Ese se hizo famoso porque lo mataron”. Según aquellos paisanos suyos, al poeta no le bastó con ser asesinado: además sacó provecho para hacerse una carrera, aunque fuese póstuma. Como descubrió Ian Gibson cuando llegó a Granada buscando su rastro en los primeros años sesenta, por encima de la tumba anónima de García Lorca había un túmulo enorme de silencio y desprecio que cubría la ciudad entera. García Lorca fue uno de esos escritores que establecen relaciones profundas de exploración y fervor creativo con diversas ciudades, una tras otra —Madrid, Nueva York, Buenos Aires, Barcelona, La Habana— pero el centro de su alma estaba en Granada, en lo recogido y secreto y lo irrespirable de la ciudad y en el paganismo terrenal de la Vega, en su paraíso laborioso de la Huerta de San Vicente en el que quiso encontrar su refugio y al que fueron a buscarlo.

García Lorca es una de las pocas figuras de verdad universales de la literatura española, pero a aquellos compañeros míos de labores municipales les fastidiaba que su asesinato perjudicara de algún modo el buen nombre de la ciudad. Hay gente que hasta después de muerta sigue molestando. Franz Kafka, explica Zgustova, incomodaba a las autoridades de la Checoslovaquia comunista en la que ella se crio, pero se acabó el comunismo y Kafka siguió incomodando a las nuevas autoridades de la República Checa, porque ni su figura ni su obra concordaban con la nueva patria independiente, empeñada en construirse una identidad por el método más acreditado, que es el de la depuración y la expulsión. También es mala suerte, que el nativo de Praga cuyo nombre está más universalmente asociado a la capital del nuevo país fuera judío y escribiera en alemán: casi tan inconveniente casi como que el granadino más famoso fuera, además de poeta y de asesinado, homosexual. CONTINUAR LEYENDO

lunes, 20 de enero de 2025

"CANTO FÚNEBRE SIN MÚSICA". Un poema de EDNA ST. VINCENT MILLAY seleccionado por Andrea Villarrubia Delgado

Un libro al que vuelvo de vez en cuando es la ‘Antología poética’ de Edna St. Vincent Millay, una de las grandes poetas contemporáneas de Estados Unidos. He declarado en alguna otra ocasión mi admiración por su obra y su actitud ante la vida. El poema que hoy he elegido se titula ‘Canto fúnebre sin música’ y me conmueve especialmente pues ya voy teniendo en mi memoria demasiadas personas desaparecidas, demasiadas ausencias. ‘Es ley de vida’, se suele decir como consuelo. Lo sé, pero yo sigo sintiendo cada pérdida como una injusticia. Cuesta resignarse. (Andrea Villarrubia Delgado)

CANTO FÚNEBRE SIN MÚSICA

No me resigno al encierro de los corazones que aman en la tierra seca.
Así es, y así será, pues así ha sido, desde que el tiempo es tiempo:
en la oscuridad acaban los sabios y los bellos. Coronados
con azucenas y laureles se van; pero no me resigno.

Amantes y pensadores, hundíos bajo tierra.
Fundíos con el anodino, el indiscriminado polvo.
Un ápice de lo que sentíais, de lo que sabíais,
una fórmula, una expresión perdura… Pero lo mejor se pierde.

Las respuestas rápidas y certeras, las miradas sinceras, la risa, el amor…
Se han ido. Se han ido para alimentar las rosas. Elegante y rizada
es la rosa. Aromática es la rosa. Lo sé. Pero no estoy de acuerdo.
Más preciada era la luz de tus ojos que todas las rosas del mundo.

Bajan, bajan, bajan a la oscuridad de la tumba,
discretamente se van, los hermosos, los tiernos, los amables;
en silencio se van, los listos, los ingeniosos, los valientes.
Lo sé. Pero no estoy de acuerdo. Y no me resigno.

domingo, 19 de enero de 2025

"BLANCAFLOR, LA HIJA DEL DIABLO". Un cuento de hadas o de tradición oral (Recogido por Antonio R. Almodóvar)

Había una vez un rey y una reina que, después de casados, estuvieron mucho tiempo sin tener descendencia. La reina iba todos los días a pedirle a Dios que les mandara un hijo, aunque a los veinte años se lo llevara el diablo. El rey iba a cazar fieras todos los días, pero había tantas fieras para él solo, que un día vino del bosque y le dijo a su mujer: 

—El primer hijo que tengamos se lo prometo al diablo. 

Por fin Dios les mandó un hijo tan hermoso, que no había otro como él. Era además tan fuerte, que a los tres años ya iba a matar fieras y mataba más que su padre. 

Pero de mayor se hizo también muy jugador y a todo el mundo le ganaba. Un día se encontró con un caballero que resultó ser el diablo. Se puso a jugar con él, y el diablo dejó que le ganara todo el dinero. Quedaron citados para jugar otro día, pero ese día el diablo le ganó al hijo del rey todo el dinero que llevaba. Entonces le preguntó que si quería jugarse el alma, y el hijo del rey contestó que sí. Se pusieron a jugar y le ganó el alma. El diablo le dijo entonces que si quería recuperarla tenía que ir a su castillo a realizar tres trabajos que le mandaría. 

A esto ya tenía el hijo del rey veinte años, cuando le dijo a su padre: 

—Padre, prepáreme usted un caballo y unas alforjas, que me voy camino adelante. CONTINUAR LEYENDO

Existen bastantes versiones de este cueno. He aquí algunas



sábado, 18 de enero de 2025

"EL PARACAIDISTA". Ana Campoy


El paracaidista es una historia sobre la memoria y cómo la violencia permanece y se expande a través del tiempo y las generaciones.Valiéndose de elementos mágicos y antiguas fábulas, Ana Campoy ha escrito una novela que pone de relieve la vulnerabilidad de las mujeres. Ambientada en el tiempo salvaje de la primera posguerra, nos trae las voces de madres, esposas e hijas, que, a pesar del silencio forzoso, siguieron extendiéndose por los campos y reverberando en el interior de las casas.En este contexto ominoso, la inesperada caída de un paracaidista en las afueras de un pueblo cambiará el destino de sus protagonistas, abriendo una brecha entre pasado y presente por la que puede colarse la única posibilidad de un futuro.

"Tanto daba que la sangre naciera nueva y las riñas fueran antiguas, porque los Cascas habían ganado la guerra y todavía seguían ganándola aun sin luchar, que es la mejor manera. Hacerse con las ovejas, las olivas y las tierras. Con el sudor y las manos de los otros. El mejor modo de ganar. Quedarse con todo. Ganar para escribir las reglas." p. 29

viernes, 17 de enero de 2025

"TODO ES MUY SIMPLE". Un poema de Idea Vilariño

Todo es muy simple mucho
más simple y sin embargo
aún así hay momentos
en que es demasiado para mí
en que no entiendo
y no sé si reírme a carcajadas
o si llorar de miedo
o estarme aquí sin llanto
sin risas
en silencio
asumiendo mi vida
mi tránsito
mi tiempo.

jueves, 16 de enero de 2025

"UN SUCESO EXTRAORDINARIO". Juan José Millás, El País 10 ENE 2025


Todos íbamos dentro de un vehículo menos ella, que iba dentro de un libro

Hoy le cedí el asiento en el metro a una chica. No a una chica con problemas de movilidad, sino a una chica en perfecto estado de salud que se sentó prácticamente sin mirarme. ¿Por qué lo hice? Porque iba leyendo de pie, con problemas de equilibrio, Madame Bovary. Supuse que era la única joven del mundo que en esos instantes leía en el metro a Flaubert. De hecho, hice un repaso mental a toda la red subterránea de Nueva York y a toda la de París y a toda la de Berlín y a toda la de Londres (tengo esa facultad: la de adivinar a distancia qué pasa en las redes de metro) y no descubrí a ningún adolescente con ese libro entre las manos, tampoco a ninguna persona mayor, para decirlo todo. Me pareció una singularidad que se merecía un gesto como el mío. La extraña lectora ni siquiera se había dado cuenta de que quien le cedía el asiento era un viejo. Iba tan embobada o embebida en la lectura que se limitó a musitar un “gracias” casi inaudible antes de sentarse.

Yo di unos pasos hacia atrás para evitar las miradas de las que estábamos siendo objeto y desde allí continué observándola. ¡Ah, Flaubert, Flaubert! ¡Cuánto tiempo sin recaer en él! En esto, la chica cerró el volumen y permaneció ensimismada unos instantes. Miraba sin ver hasta que algo se despertó en su interior. Entonces volvió los ojos, reparó en mi presencia e hizo el gesto de cederme el asiento. Yo negué con la cabeza, pero ella insistió y no tuve otro remedio que aceptarlo. Acababa de dar la vuelta al mundo para volver al mismo sitio.

La muchacha continuó la lectura del volumen en el pasillo del vagón, sosteniéndolo con una mano mientras se sujetaba a la barra con la otra. Al poco, estaba completamente sumergida de nuevo en ese texto extraordinario. Todos íbamos dentro de un vehículo menos ella, que iba dentro de un libro. Yo he llegado a todas partes dentro de un libro, pero a veces lo olvido y me empeño en llegar de otros modos.

miércoles, 15 de enero de 2025

"ANTOLOGÍA DE CUENTOS E HISTORIAS MÍNIMAS. SIGLOS XIX Y XX. VVAA". Edición Miguel Díez R.

La imaginación y la fantasía, la curiosidad y la atracción por lo maravilloso y el temor ante el misterio son características propias del hombre, como también la necesidad de distracción, de evasión y de expresar las emociones. De ahí surgen, desde el principio de los tiempos, las narraciones orales y los viejos cuentos. Sin embargo, el cuento como expresión literaria, autónoma y definida, es una de las conquistas más hermosas de un siglo tan importante narrativamente como fue el XIX, y alcanza su máxima expresión en el XX. Esta Antología, ofrece treinta y tres cuentos, y cuarenta y dos  istorias mínimas de los autores más representativos del género en ambos  siglos, como Poe, Maupassant, Chéjov, Kipling, Borges, Lovecraft, Valle-Inclán, Cortázar, Carver, Aldecoa o Calvino. Con estilos y temas diferentes, que van desde el fantástico o terrorífico al realista y cotidiano, consiguen provocarnos una emoción intensa y duradera. Miguel Diez R., autor de Antología del cuento literario y Antología de la poesía española del siglo XX, ha publicado en Austral la edición de Jardín Umbrío, de Valle-Inclán, y La memoria de los cuentos, en colaboración con Paz Diez Taboada.



martes, 14 de enero de 2025

"UN AMIGO DE KAFKA". Un cuento de Isaac Bashevis Singer

Mucho antes de leer sus obras, supe de la existencia de Kafka por boca de su amigo Jacques Kohn, quien fue actor del Teatro Yiddish. Y he dicho «fue», porque cuando le conocí llevaba ya años retirado de su profesión. Corrían los primeros años treinta, y el Teatro Yiddish de Varsovia había perdido gran parte de su público. El propio Jacques Kohn era un hombre viejo y derrotado. Pese a que aún vestía como un pisaverde, sus ropas presentaban el aspecto de las prendas muy usadas ya. Lucía monóculo en el ojo izquierdo, anticuado cuello alto (del tipo llamado, en aquel entonces, «matapadres»), zapatos de charol y sombrero hongo. Los cínicos del club de escritores yiddish de Varsovia, que tanto él como yo frecuentábamos, le habían dado el mote de «el Lord». Pese a que su espalda se le encorvaba cada vez más, hacía titánicos esfuerzos para andar con los hombros echados hacia atrás. Peinaba los escasos restos de su amarillento cabello de manera que formara un puente que le cubriera la calva cabeza. Siguiendo las tradiciones teatrales de pasados tiempos, de vez en cuando hablaba en un yiddish germanizante, lo cual hacía de un modo muy principal cuando contaba su amistad con Kafka. Últimamente, Jacques Kohn había comenzado a escribir artículos para los periódicos, pero los directores se los rechazaban unánimemente. Vivía en una buhardilla de la calle Leszno, y estaba siempre enfermo. Los miembros del club le aplicaban la siguiente frase mordaz: Pasa el día en una tienda de oxígeno, de la que sale al anochecer hecho un donjuán.

Siempre coincidíamos en el club, al caer la tarde. La puerta se abría lentamente y daba paso a Jacques Kohn. Entraba con el aire de una importante celebridad europea que se dignaba visitar el ghetto. Miraba a su alrededor, y en su rostro se dibujaba una mueca, indicativa de que los olores de ajo, arenques y tabaco barato no eran precisamente sus favoritos. Con desdén paseaba la mirada por las mesas cubiertas de periódicos, viejas y rotas piezas de ajedrez, y ceniceros rebosantes de colillas, a cuyo alrededor los miembros del club discutían sin cesar, a gritos, temas literarios. Jacques Kohn sacudía la cabeza, como diciendo: ¿qué cabe esperar de semejantes palurdos? Tan pronto le veía entrar, me metía la mano en el bolsillo para coger entre mis dedos el zloty que siempre me pedía, en concepto de préstamo.

Aquella tarde, Jacques parecía de mejor humor de lo usual en él. Esbozó una sonrisa, mostrando los falsos dientes de porcelana, que no encajaban debidamente en sus encías, por lo que se movían cuando hablaba, y avanzó lentamente hacia mí, como si se encontrara en mitad de un escenario. Me ofreció su huesuda mano de largos dedos y me dijo:

—¿Qué tal? ¿Cómo está hoy la gran promesa demuestra literatura?

—¿Ya empezamos?

—En modo alguno, mi querido amigo. Se lo he dicho con toda seriedad. Descubro a los hombres con talento tan pronto les echo la vista encima, pese a que yo carezco de él. En 1911, cuando estábamos actuando en Praga, nadie había oído hablar de Kafka. Pues bien, Kafka vino a los camerinos, y en el mismo momento en que le vi comprendí que me encontraba en presencia de un genio. Lo olí de la misma manera que un gato huele las ratas. Y así comenzó nuestra gran amistad.

Había oído aquella historia mil veces, con otras tantas variantes, pero sabía que no me quedaba más remedio que escucharla otra vez. Se sentó a mi mesa, y Manya, la camarera, nos sirvió sendos vasos de té y galletas. Jacques Kohn alzó las cejas, dejándolas como elevados arcos sobre sus ojos pardoamarillentos, con el blanco cruzado por sanguinolentas venillas. Su expresión parecía decir: ¿Este líquido es lo que los bárbaros denominan té? Echó cinco terrones de azúcar al té y lo removió en movimientos circulares, de dentro afuera, con la cucharilla de hojalata. Con índice y pulgar, de uñas insólitamente largas, partió una galleta y se llevó la porción a la boca, diciendo Nu ja, lo que significaba: El pasado no sirve para llenar el estómago. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 12 de enero de 2025

"KAFKA, NUESTRO CONTEMPORÁNEO". Un artículo de Monika Zgustova, El País 11 ENE 2024

'La metamorfosis' (2014), en Praga, obra cinética de 11 metros de
altura del escultor checo David Cerny que representa
a Franz Kafka y cuyas 42 secciones van rotando
a distintas frecuencias descomponiendo su rostro.
El autor de ‘El proceso’ profetizó lo que a lo largo del siglo XX se convertiría en una práctica de los totalitarismos europeos: las delaciones. Ahora, la práctica de la denuncia se ha vuelto cotidiana en las redes sociales

En la Praga comunista Kafka estaba prohibido. Algo parecido pasaba en la Unión Soviética y otros países totalitarios, de modo que sus ciudadanos no habían podido leer a Franz Kafka. Las autoridades políticas de esos países eran conscientes de que el retrato que el autor hizo de los totalitarismos era tan preciso y lúcido que cualquier lector lo reconocería como una hipérbole del sistema político en el que vivía.

Durante mis años escolares en Praga, mis profesores, si es que alguna vez llegaron a mencionar a Kafka, no se referían a él como a un autor propio sino, siguiendo la línea oficial, como a un escritor alemán. El hecho de ser judío tampoco ayudaba a abrirse camino en aquel sistema. La persecución de la obra del escritor llegó hasta el punto de que una vez, cuando salía del país cruzando la frontera entre Checoslovaquia y Austria, la policía de aduanas checa me confiscó un ejemplar de El proceso.

Este año el mundo recuerda el centenario del fallecimiento de Kafka. En junio, el mes de su muerte, participé en uno de los raros coloquios que le dedicó su ciudad: el congreso internacional que organizó el Museo Judío de Praga. Entonces visité las actividades que la capital checa brindó a su gran escritor. El Museo de la Literatura le consagró apenas un rincón de una de sus grandes salas, subrayando su uso del alemán; así, la visión nacionalista actual se emparentaba con la narrativa oficial de la era comunista: Kafka sigue siendo un forastero. El prestigioso museo de arte contemporáneo DOX dedicó al escritor una exposición, aunque gran parte del arte expuesto no tenía mucho que ver con el homenajeado.

En definitiva, Kafka nunca ha sido profeta en su tierra, salvo como reclamo turístico banalizado. En cambio, sí en Europa. Y la clarividente obra del escritor nos habla de una Europa que es también la de nuestros días.

Kafka, un judío cuya lengua materna era el alemán, nunca dejó de lamentar no escribir en checo, un idioma minoritario que él dominaba a la perfección. Además, se sentía desarraigado en su ciudad. Ese desarraigo que caracteriza su obra le hermana con quienes hoy lo leen en las metrópolis europeas multilingües donde el sentido de pertenencia a una cultura predominante se está debilitando. Además, el lector actual que experimenta el desasosiego del mundo “líquido” contemporáneo hace suya la angustia del destierro que llena la obra del autor praguense en la cual nada es sólido y todo parece una pesadilla.

Kafka, que acabó la carrera de Derecho y trabajó en varias compañías aseguradoras, pudo observar de cerca la vulnerabilidad humana frente a la maquinaria sin alma de las instituciones. Sus personajes se encuentran permanentemente observados; en El proceso siempre hay alguien que mira por la ventana, ya sea cuando a Josef K. le arrestan o cuando le asesinan. “Como a un perro”, dice el narrador, pero parece como si lo pensara el observador anónimo en la ventana. En El castillo, una pareja de acompañantes espía al agrimensor K en todo momento, incluso cuando éste hace el amor con Frieda. Kafka predijo la vigilancia que impera en nuestro mundo contemporáneo: hay cámaras en los supermercados y en los aeropuertos; las conversaciones telefónicas con hospitales y bancos se graban. Pero los europeos actuales incluso superamos la vigilancia kafkiana: encantados, facilitamos el trabajo a quienes lo quieren saber todo de nosotros al postear imágenes de nuestra intimidad en las redes sociales y dejar por todas partes huellas de lo que hacemos y de lo que nos gusta o rechazamos.

Las denuncias contra los vulnerables forman parte del universo kafkiano como algo fatídico. Kafka profetizó lo que a lo largo del siglo XX se convertiría en una práctica de los totalitarismos europeos, donde las delaciones estaban a la orden del día, especialmente contra los inocentes. La práctica de la denuncia se ha vuelto cotidiana en las redes sociales de la Europa de hoy, donde el denunciado no tiene posibilidad de defensa. Hay jueces que dan curso a denuncias como arma política y procesan a ciudadanos, aunque en años no le encuentren ningún delito. Esos jueces forman parte del ejército de funcionarios anónimos kafkianos que toman a un inocente y ya no lo sueltan, convirtiéndolo en culpable, de modo que al lector no le extraña cuando la víctima es ejecutada.

Los protagonistas de Kafka suelen estar atrapados en situaciones sin salida, causadas por reglas absurdas aplicadas por burócratas mecanizados. La cultura centroeuropea de la época de Kafka quería huir del orden impuesto por un Estado todopoderoso —el Imperio Austrohúngaro—, del control que la burocracia ejercía sobre el individuo y regresar a la intimidad humana. Kafka comprendió esa tendencia y la analizó en sus libros antes de que tomara su terrible dimensión en forma de totalitarismos y guerras mundiales. Su obra es profética porque retrata el mundo que, desde su muerte, se fue construyendo a lo largo de todo un siglo: por segunda vez, los autoritarismos acechan. Habrá que leer siempre a Kafka para saber con precisión lo que esto significa.

Monika Zgustova es escritora; su última novela es Soy Milena de Praga (Galaxia Gutenberg, 2024).

sábado, 11 de enero de 2025

"INVIERNO". Un poema de José Luis Hidalgo

Hace unos días tuvo lugar el solsticio de diciembre. El invierno ha llegado a nuestro hemisferio. Es un ciclo astronómico que no por sabido y esperado deja cada año de sorprendernos. La literatura, y en especial la poesía, le ha dedicado muchas páginas. Hoy quiero compartir el poema ‘Invierno’ de un poeta ausente hasta ahora de esta sección. Me refiero a José Luis Hidalgo, uno de los grandes poetas de la posguerra española. El poema pertenece a su libro póstumo ‘Los muertos’ publicado en 1947. La tradición ha asociado el invierno a la desolación y a la muerte, al tiempo oscuro que precede al resurgir de la naturaleza. Quiero suponer que esa sensación dramática gravitaba sobre el poeta al escribir, más aún en aquellos años de penuria y desesperanza. Aun así, desafiaba con sus versos las tristezas invernales, no solo las ocasionadas por el frío o la nieve sino por las aciagas circunstancias políticas y sociales. (Andrea Villarrubia Delgado)
INVIERNO
Cuando me acerco hasta tu orilla,
luz del invierno, me deshojas
y el amarillo de mis frutos
sufre desnudo por la sombra.
Van por el cielo nubes grandes,
celestes rocas misteriosas,
mientras un pájaro abatido
hiere la tarde y se desploma...

Triste es la carne, triste el alma,
triste la tierra oscura y roja.
Bajo los árboles helados
toda mi vida es una boca
que ya no sabe de los zumos
con que embriagaba su sed honda.

Puedo morirme... Ya he sabido
cómo se mueren otras rosas,
cómo se ocultan en la nada
todos los ramos de las frondas...
Pero mi vida no es lo mismo,
puede aún decir algunas cosas
contemplando cómo tus dedos,
luz del invierno, me deshojan.

jueves, 9 de enero de 2025

"ANEMIA DE GRAFITO". Un interesante cuento de Remedios Zafra sobre la mujer en el mundo rural y en otros mundos

Si el blanco y negro estaban condenados a guardar silencio en el zulo de una caja yerma incluso para el polvo, no era así con el color que se había proclamado depositario de los recuerdos recientes. Dos cámaras de fotos hacían el trabajo. Una de ellas la última Polaroid traída de unos grandes almacenes de la capital como regalo de cumpleaños. Y, si las cámaras eran las hacedoras de la imagen-recuerdo en color, el museo donde se mostraban los retratados era la mesa camilla. Bajo el cristal ovalado que protegía a la madera se apretaban varias capas de fotos. Cada estrato una época, una cena, una fiesta, un nacimiento, una navidad congelada.

Cabía esperar que, así como las fotos, las personas que aparecían en ellas fueran también de color. Lo eran, pero no los que habitualmente estaban detrás de la cámara, los dueños de la casa: Sierra y Frasco. Ellos eran en blanco y negro.

Tal vez ese fuera uno de los motivos por los que sus nietas les tenían miedo y aprensión, respectivamente. Hasta cierto punto el miedo a Frasco era comprensible pues apenas le veían ya que pasaba sus jornadas de jubilado en el campo. Algo más extraña era la aprensión que sentían hacia Sierra, a cuyo color debieran estar acostumbradas, ya que con ella compartían gran parte de su tiempo. Quizá si hubieran sabido que pronto Sierra iba a morir una vida su actitud habría cambiado. De momento nada hacía sospecharlo.

El caso es que regalarles cada semana una de esas bolsitas que venden en el quiosco del pueblo y que contiene una zanahoria, una cacerola, dos platos y dos tenedores de plástico -todo en miniatura-, prepararles desayuno y merienda, llevarlas al colegio y consentir alguno de sus caprichos almibarados, no parecía ser suficiente para que Sierra se hiciera acreedora del afecto regular de las crías. Su apego estaba marcado por visibles momentos de rechazo y por esa crueldad punzante sólo consentida a los niños. Por el contrario, hicieran lo que hicieran las nietas, Sierra parecía inmune a sus desdenes y nunca las amonestaba con un reproche o una demanda de cariño. Ella siempre sonreía y cuando decían "no quererla" se marchaba, ni siquiera cabizbaja, a la cocina.

Puede que fuera por su color blanco y negro, o por ese olor peculiar consecuencia del mismo, como a grafito sobre papel de estraza, que emitían ella y su marido. Puede que para las niñas esta diferencia de los abuelos no estuviera todavía asimilada y que les produjera rechazo porque al mirarles sólo veían esto. Aunque, curiosamente, para los demás, acostumbrados a la peculiaridad cromática del matrimonio, ésta pasara absolutamente desapercibida.

O puede que el afecto no correspondido que sufría Sierra tuviera que ver justo con lo contrario, no con la visión de su rareza sino con la no-visión de la mujer. Concretamente, con lo que su hijo diagnosticó como "ceguera por incondicionalidad". Las niñas la rechazaban porque no la veían ya que ella siempre estaba allí, disponible para la familia a cualquier hora y en cualquier situación, sin negociación previa.

Por lo demás Sierra era una mujer de pueblo que ni por aspecto, trabajo o conversación dejaría de pasar desapercibida en su contexto. Nunca ser cumplidora ama de casa y jornalera del montón, tener rostro amable pero ni guapo ni feo y hacer siempre, repetitivamente, lo mismo, fue motivo para resaltar. Nunca a esto se le llamó cosa distinta que "ser normal" aquí, o "mujer de pueblo" para los de fuera. Tan normal era su vida que siempre fue como era entonces, pocas diferencias. Quizá la única visible era el considerable aumento de peso que Sierra había experimentado en los últimos años y, de forma paralela, una creciente (y no escondida) obcecación por la comida. CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 8 de enero de 2025

"LAS PALABRAS QUE CONFIAMOS AL VIENTO". Un precioso libro de Laura Imai Messina (Ed. Salamandra)


Una novela sobre el duelo y la alegría de vivir

Cuando Yui, una joven de treinta años, pierde a su madre y a su hija de tres años en un tsunami, empieza a medir el paso del tiempo a partir de entonces: todo gira alrededor del 11 de marzo de 2011, cuando la ola gigantesca devastó Japón y el dolor se apoderó de ella.

Un día oye hablar de un hombre que tiene una cabina de telefono abandonada en su jardín, adonde las personas acuden desde todos los rincones de Japón para hablar con quienes ya no están y hallar la paz en el duelo. Pronto, Yui emprende su propio peregrinaje hasta allí, pero al levantar el auricular no encuentra las fuerzas para pronunciar una sola palabra. Entonces conoce a Takeshi, un medico cuya hija de cuatro años ha dejado de hablar tras la muerte de su madre, y su vida da un vuelco.

martes, 7 de enero de 2025

"1936". Un poema de Luis Cernuda

Voluntarios de la Brigada Lincoln
España. Guerra Civil 
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros,
cuando asqueados de la bajeza humana,
cuando iracundos de la dureza humana:
este hombre solo, este acto solo, esta fe sola.

Recuérdalo tú y recuérdalo a otros.
En 1961 y en ciudad extraña,
más de un cuarto de siglo
después. Trivial la circunstancia,
forzado tú a pública lectura,
por ella con aquel hombre conversaste:
un antiguo soldado
en la Brigada Lincoln.

Veinticinco años hace, este hombre,
sin conocer tu tierra, para él lejana
y extraña toda, escogió ir a ella
y en ella, si la ocasión llegaba, decidió apostar su vida,
juzgando que la causa allá puesta al tablero
entonces, digna era
de luchar por la fe que su vida llenaba.

Que aquella causa aparezca perdida,
nada importa;
que tantos otros, pretendiendo fe en ella
sólo atendieran a ellos mismos,
importa menos.
Lo que importa y nos basta es la fe de uno.

Por eso otra vez hoy la causa te aparece
como en aquellos días:
noble y tan digna de luchar por ella.
Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido
a través de los años, la derrota,
cuando todo parece traicionarla.
Mas esa fe, te dices, es lo que sólo importa.

Gracias, compañero, gracias
por el ejemplo. gracias porque me dices
que el hombre es noble.
Nada importa que tan pocos lo sean:
uno, uno tan sólo basta
como testigo irrefutable
de toda la nobleza humana.

domingo, 5 de enero de 2025

"ESENCIA Y MISIÓN DEL MAESTRO". Por Julio Cortázar

Escribo para quienes van a ser maestros en un futuro que es ya casi presente. Para quienes van a encontrarse repentinamente aislados de una vida que no tenía otros problemas que los inherentes a la condición de estudiante; y que, por lo tanto, era esencialmente distinta de la vida propia del hombre maduro. Se me ocurre que resulta necesario, en la Argentina, enfrentar al maestro con algunos aspectos de la realidad que sus cuatro años de escuela normal no siempre le han permitido conocer, por razones que acaso se desprendan de lo que sigue, y que la lectura de estas líneas - que no tienen la menor intención de consejo - podrá tal vez mostrarles uno o varios ángulos insospechados de su misión a cumplir y de su conducta a mantener.

Ser maestro significa estar en posesión de los medios conducentes a la transmisión de una civilización y una cultura; significa construir, en el espíritu y la inteligencia del niño, el panorama cultural necesario para capacitar su ser en el nivel social contemporáneo y, a la vez, estimular todo lo que en el alma infantil haya de bello, de bueno, de aspiración a la total realización. Doble tarea, pues: la de instruir, educar, y la de dar alas a los anhelos que existen, embrionarios, en toda conciencia naciente.

El maestro se tiende hacia la inteligencia, hacia el espíritu y, finalmente, hacia la esencia moral que reposa en el ser humano. Enseña aquello que es exterior al niño; pero debe cumplir asimismo el hondo viaje hacia el interior de ese espíritu, y regresar de él trayendo, para maravilla de los ojos de su educando, la noción de bondad y la noción de belleza: ética y estética, elementos esenciales de la condición humana.

Nada de esto es fácil. Lo hipócrita debe ser desterrado, he aquí el primer duro combate; porque los elementos negativos forman también parte de nuestro ser. Enseñar el bien, supone la previa noción del mal; permitir que el niño intuya belleza no excluye la necesidad de hacerle saber lo no bello. Es entonces que la capacidad del que enseña -yo diría mejor: del que construye descubriendo- se pone a prueba. Es entonces que un número desoladoramente grande de maestros fracasa. Fracasa calladamente, sin que el mecanismo de nuestra enseñanza primaria se entere de su derrota; fracasa sin saberlo él mismo, porque no había tenido jamás el concepto de misión. Fracasa tornándose rutinario, abandonándose a lo cotidiano, enseñando lo que los programas exigen y nada más, rindiendo rigurosa cuenta de la conducta y la disciplina de sus alumnos. Fracasa convirtiéndose en lo que se suele denominar "un maestro correcto". Un mecanismo de relojería, limpio y brillante, pero sometido a la servil condición de toda máquina.

Algún maestro así habremos tenido todos nosotros. Pero ojalá que quienes leen estas líneas hayan encontrado también, alguna vez, un verdadero maestro. Un maestro que sentía su misión; que la vivía. Un maestro como deberían ser todos los maestros en la Argentina.

Lo pasado es pasado. Yo escribo para quienes van a ser educadores, y la pregunta surge, entonces, imperativa ¿Por qué fracasa un número tan elevado de maestros? De la respuesta, aquilatada en su justo valor por la nueva generación, puede depender el destino de las infancias futuras, que es como decir el destino del ser humano en cuanto sociedad y en cuanto tendencia progreso.

¿Puede contestarse la pregunta? ¿Es que acaso tiene respuesta?

Yo poseo mi respuesta, relativa y acaso errada. Que juzgue quien me lee. Yo encuentro que el fracaso de tantos maestros argentinos obedece a la carencia de una verdadera cultura, de una cultura que no se apoye en el mero acopio de elementos intelectuales, sino que afiance sus raíces en el recto conocimiento de la esencia humana, de aquellos valores del espíritu que nos elevan por sobre lo animal. El vocablo “cultura” ha sufrido, como tantos otros, un largo malentendido. Culto era quien había cumplido una carrera, el que había leído mucho; culto era el hombre que sabía idiomas y citaba a Tácito; culto era el profesor que desarrollaba el programa con abundante bibliografía auxiliar. Ser culto era – y es , para muchos – llevar en suma un prolijo archivo y recordar muchos nombres…

Pero la cultura es eso y mucho más. El hombre – tendencias filosóficas actuales, novísimas, lo afirman a través del genio de Martin Heidegger –no es solamente un intelecto. El hombre es inteligencia, pero también sentimiento, y anhelo metafísico, y sentido religioso. El hombre es un compuesto; de la armonía de sus posibilidades surge la perfección. Por eso, ser culto significa atender al mismo tiempo a todos los valores y no meramente a los intelectuales. Ser culto es saber el sánscrito, si se quiere, pero también maravillarse ante un crepúsculo; ser culto es llenar fichas acerca de una disciplina que se cultiva con preferencia, pero también emocionarse con una música o un cuadro, o descubrir el íntimo secreto de un verso o un niño. Y aún no he logrado precisar qué debe entenderse por cultura; los ejemplos resultan inútiles. Quizá se comprendiera mejor mi pensamiento decantado en este concepto de la cultura: la actitud integralmente humana, sin mutilaciones, que resulta de un largo estudio y de una amplia visión de la realidad.

Así tiene que ser el maestro.

jueves, 2 de enero de 2025

"LA AVENTURA DE UN LECTOR". Un cuento de Italo Calvino

En el cabo la carretera del litoral pasaba por la parte más alta; abajo, en el fondo del acantilado y todo alrededor, el mar se extendía hasta el horizonte alto y esfumado. También el sol estaba en todas partes, como si el cielo y el mar fueran dos lentes de aumento. Allá abajo, contra la melladura irregular de los escollos del cabo, el agua batía tranquila, sin espuma. Amedeo Oliva bajó por una rampa de peldaños empinados con la bicicleta al hombro y la dejó en un lugar a la sombra, después de poner la cadena antirrobo. Siguió bajando la escalerilla entre desmoronamientos de tierra amarilla y seca y agaves suspendidos en el vacío, e iba buscando con la mirada el pliegue rocoso más cómodo para tenderse. Llevaba bajo el brazo una toalla enrollada y en medio de la toalla, el bañador y un libro.

El cabo era un lugar solitario: unos pocos grupos de bañistas se zambullían o tomaban el sol escondidos unos de otros por las anfractuosidades del terreno. Entre dos rocas que lo ocultaban a la vista, Amedeo se desvistió, se puso el bañador y empezó a saltar de una cresta a otra de los escollos. Atravesó así, brincando con sus piernas flacas, la mitad de la escollera, por momentos volando casi sobre las narices de parejas de bañistas semiocultas, tendidas sobre toallas de baño. Después de un bloque de arenisca, de superficie porosa e irregular, empezaban los escollos lisos, de contornos redondeados; Amedeo se quitó las sandalias y llevándolas en la mano siguió corriendo descalzo, con la seguridad del que sabe calcular a ojo las distancias entre roca y roca y tiene unos pies cuyas plantas no le temen a nada. Llegó a un lugar donde la pared rocosa caía a pico sobre el mar: la pared estaba atravesada a media altura por una especie de escalón. Allí Amedeo se detuvo. Sobre un saliente plano acomodó su ropa bien doblada, y encima puso las sandalias con la suela hacia arriba, para que una ráfaga de viento no se lo llevara todo (en realidad apenas soplaba una ligerísima brisa del mar, pero ese gesto de precaución debía de ser habitual en él). Llevaba consigo una bolsita que era un cojín de goma; sopló hasta inflarlo, lo apoyó en un punto, y desde allí hacia abajo, en un tramo del borde rocoso en ligero descenso, tendió la toalla. Se dejó caer boca arriba y ya abría con las manos el libro en la página señalada. Así pasó largo rato tendido en la roca, bajo el sol que reververaba por todas partes, la piel seca (tenía el bronceado opaco, irregular, de quien toma el sol sin método pero es resistente a las quemaduras), apoyó en el cojín de goma la cabeza cubierta con una gorra de tela blanca, mojada (sí: había bajado hasta un escollo al nivel del agua para empaparla), inmóvil, solo los ojos (invisibles detrás de las gafas oscuras) seguían por las líneas blancas y negras el caballo de Fabrizio del Dongo. A sus pies se abría una pequeña cala de agua verdeazul, transparente casi hasta el fondo. Los escollos, según la exposición, eran de un blanco calcinado o estaban cubiertos de algas. En el fondo había una playita de guijarros. Cada tanto Amedeo alzaba los ojos hacia el espectáculo circundante, los posaba en un centelleo de la superficie y en la marcha oblicua de un cangrejo; después volvía absorto a la página donde Raskolnikof contaba los peldaños que lo separaban de la puerta de la vieja o Lucien de Rubempré, antes de meter la cabeza en el nudo corredizo, contemplaba las torres y los techos de la Conciergerie.

Desde hacía un tiempo Amedeo tendía a reducir al mínimo su participación en la vida activa. No es que no le gustara la acción; más aún, del gusto por la acción se alimentaban todo su carácter y sus preferencias; y sin embargo, de año en año, el furor de ser él quien actuaba iba disminuyendo, disminuyendo tanto que era como para preguntarse si alguna vez lo había sentido realmente. No obstante, el interés por la acción sobrevivía en el placer de la lectura: su pasión eran siempre las narraciones de hechos, las historias, la trama de las vicisitudes humanas. Novelas del siglo XIX, ante todo, pero también memorias y biógrafías y así sucesivamente hasta llegar a las novelas policíacas y a la ciencia ficción, que no desdeñaba pero que le daban menos satisfacción aunque solo fuera porque eran libritos breves: a Amedeo le gustaban los volúmenes gruesos y sentía al abordarlos el placer físico que da hacer frente a un gran esfuerzo. Sopesarlos en la mano, apretados, espesos, sólidos, observar con un poco de aprensión el número de páginas, la vastedad de los capítulos; después entrar en ellos: un poco reticente al principio, sin ganas de hacer el primer esfuerzo de recordar los nombres, de seguir el hilo de la historia; después confiar en ellos, deslizándose por los renglones, atravesando el enrejado de la página uniforme, y más allá de los caracteres de plomo aparecía entonces la llama y el fuego de la batalla y la bala que silbando en el cielo caía a los pies del príncipe Adrei, ahora es la tienda atestada de estampas, de estatuas y Frédéric Moreau palpitante hacía su aparición en casa de los Arnoux. Más allá de la superficie de la página se entraba en un mundo en el que la vida, antes era más vida que la de aquí, de este lado: como la superficie del mar que nos separa del mundo azul y verde, grietas hasta perderse de vista, extensiones de fina arena ondulada, seres mitad animales mitad plantas. CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 1 de enero de 2025

"LAS DOS AMIGAS (UN RECITATIVO)". Un texto de la Premio Nobel de Literatura Toni Morrison

 

Dos niñas son obligadas a compartir habitación en un centro de acogida. Una blanca y otra negra. Ambas se rechazan de inmediato, pero poco a poco se dan cuenta de que tienen en común más de lo que esperaban. “La sal y la pimienta”, como las empiezan a llamar los demás, se vuelven inseparables, y con el paso del tiempo se van encontrando en distintos lugares: un restaurante, un supermercado, una manifestación, siempre en lados opuestos de los conflictos sociales. En el único relato que escribió, la gran Morrison imagina el mapa de las identidades raciales de forma alternativa y sitúa al lector en el centro de uno de sus experimentos literarios más complejos. Esta edición incluye, además, un epílogo en el que Zadie Smith ahonda en la maestría de este sofisticado artefacto literario.