Creo que hay una idea popular clara de lo que es un clásico, y si saliéramos ahora a la calle y preguntáramos a cualquier persona, obtendríamos de todos y cada uno de ellos una respuesta correcta. Es más, les invito a que reflexionen durante unos segundos qué idea tienen ustedes de lo que es un clásico. Tendríamos un consenso de obras y autores como: Winnie el Puff, Pippi Calzaslargas, Alicia en el país de las maravillas, Tom Sawyer, el Doctor Dolittle, La cabaña del tío Tom, La isla del Tesoro, las novelas de Julio Verne, Heidi, el Pato Donald, Tom Sawyer, los cuentos de Andersen, Grimm y Perrault, Mujercitas, El Mago de Oz, Pinocho, El viento en los sauces, El libro de la Selva, El señor de los anillos, y algunos pocos más. No importa de dónde sale la referencia: algunos los habrán leído en su infancia, se los habrán leído a sus hijos o nietos, otros citarán porque les suena el título o el autor, otros conocen los personajes por los medios de comunicación. En muchos casos, se citarán autores y libros porque sus figuras y personajes han ido más allá de sus representaciones literarias y han llegado hasta nosotros mezcladas con nuestras ideas sobre la infancia y la necesidad de crecer, incluso con nuestras vivencias infantiles. No importa si, ahora, Peter Pan está encarnado en el cantante Michael Jackson -quien, por cierto, llama a su casa el País de Nunca Jamás- o que el arquetipo del Robinson lo veamos en la televisión convertido en una aventura contemporánea de lucha y poder.
En todos los casos estas historias han pasado por generaciones y han permitido crear arquetipos que tienen vida propia, por varias razones:
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Fuente: Revista Babar
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