jueves, 20 de junio de 2024

"TERTULIAS LITERARIAS DIALÓGICAS EN PEÑASCAL-BOLUETA DURANTE EL CURSO 2023-2024"

Durante el presente curso hemos seguido haciendo distintas sesiones de Lectura Dialógica Compartida a través de diferentes Tertulias. Una vez al mes nos hemos juntado para dialogar sobre el tema escogido, teniendo como base distintos materiales y diferentes soportes que el alumnado había trabajado con anticipación. 
Estos materiales eran: Cuentos clásicos y de autor, Álbumes ilustrados, Poemas, Artículos periodísticos y de revistas, así como Viñetas.

Los temas que hemos tratado han sido los siguientes:

  • Cambio climático
  • Igualdad de género
  • Desigualdad.
  • Enamorarse
  • Escuela-Educación
  • In-Comunicación
  • Redes Sociales
  • Salud Mental
  • Tecnología-Inteligencia artificial
Si alguien desea recibir el material de uno o varios temas, no tieme más que solicitarlo en mi correo electrónico: mikelepa@gmail.com

En cuanto a la evaluación, en general, aunque ha habido diferencias de unas sesiones a otras, ha sido bastante positiva, así como el nivel de participación. Ahora nos toca descansar para iniciar el próximo curso con energías renovadas.

"LA VERDAD SOBRE SANCHO PANZA". Un cuento de Franz Kafka

Sancho Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró, con el correr de los años, mediante la composición de una cantidad de novelas de caballería y de bandoleros, en horas del atardecer y de la noche, apartar a tal punto de sí a su demonio, al que luego dio el nombre de don Quijote, que este se lanzó irrefrenablemente a las más locas aventuras, las cuales empero, por falta de un objeto predeterminado, y que precisamente hubiese debido ser Sancho Panza, no hicieron daño a nadie. Sancho Panza, hombre libre, siguió impasible, quizás en razón de un cierto sentido de la responsabilidad, a don Quijote en sus andanzas, alcanzando con ello un grande y útil esparcimiento hasta su fin.

FIN

SANCHO PANZA. “La puerta de la justicia es el estudio. Y sin embargo Kafka no se arriesga nunca a enlazar con dicho estudio los problemas que la tradición conecta con el estudio de la Torá. Sus ayudantes son los empleados que han perdido ya su sinagoga y sus estudiantes, escolares que, a su vez, han perdido la escritura. Ya nada los retiene en ese ‘viaje vacío y alegre’. Pero Kafka ha encontrado la ley de su viaje; al menos una vez, cuando logró igualar la enorme velocidad de dicho viaje al paso épico que buscó toda su vida. Kafka le confió esa ley a un texto [“La verdad sobre Sancho Panza”] que es el mejor de los suyos, no solo por ser interpretación.”

– Walter Benjamin (1892-1940), “Franz Kafka en el décimo aniversario de su muerte” (1934).

"LA HIJA DE MARX". Una novela erótica de Clara Obligado

La gran novela erótica e histórica, Premio Lumen, de la autora consagrada por la crítica, ganadora de varios galardones literarios y traducida a otros idiomas

Karl Marx dejó tras de sí un impresionante legado teórico y una descendencia extensa. Dejó tambien un vástago adicional, hijo de la criada de la casa, al que nunca quiso reconocer y que entregó a su compañero, Engels. A traves de otra hija bastarda de Marx, fruto de la aventura con una aristócrata rusa, Clara Obligado retrata toda una educación amorosa y sexual; no hay variante que no encuentre su preciso y sugerente relato; y conforma el fresco detallado de una epoca esplendida. ¿Y si la aristocracia rusa en el exilio, en lugar de hacer la revolución política, hubiera iniciado una revolución sexual? ¿Y si la Historia, en lugar de contarse en masculino, se hubiera contado en femenino?

La hija de Marx es un prodigio literario lleno de imaginación, documentación rigurosa (modelos de consoladores incluidos), erotismo e ironía; una crónica aguda y suntuosa de los destinos de aquellas mujeres que rodearon a los revolucionarios, utopistas y reformadores del cambio de siglo. Esta deslumbrante novela, que fue galardonada con el Premio Femenino Lumen, se lee hoy con renovada admiración y actualidad.

miércoles, 19 de junio de 2024

"HAY COSAS DEMASIADO PURAS...". Un poema de Pere Qart

Hay cosas demasiado puras
para ser dichas
o simplemente pensadas.
Pero los poetas,
incontinentes, verbosos,
osan inquietar las zonas inefables
con escogidas palabras
al fin y al cabo estúpidas.
Y aún pretenden
ser los trujamanes
de la musa inservible
o de algún dios,
sobrante como todos.
¿O exprimen de sí mismos
quizá celestes zumos?
Menos mal que escasean los espejos,
ya que los poetas, en efecto,
son harto ridículos
en su jactancia.
Más valdría callar,
que todos callásemos.
Y entonces aprestar las grandes orejas
y aprender algo
de los lamentos, los zumbidos,
del cántico de la vida;
de los entrañados latidos
y los admirables ─pese a todo─
silencios animales
del hombre,
casi imposible probatura.

martes, 18 de junio de 2024

"UN ARTISTA DEL HAMBRE". Un cuento de Franz Kafka

En los últimos decenios, el interés por los ayunadores ha disminuido muchísimo. Antes era un buen negocio organizar grandes exhibiciones de este género como espectáculo independiente, cosa que hoy, en cambio, es imposible del todo. Eran otros los tiempos. Entonces, toda la ciudad se ocupaba del ayunador; aumentaba su interés a cada día de ayuno; todos querían verlo siquiera una vez al día; en los últimos del ayuno no faltaba quien se estuviera días enteros sentado ante la pequeña jaula del ayunador; había, además, exhibiciones nocturnas, cuyo efecto era realzado por medio de antorchas; en los días buenos, se sacaba la jaula al aire libre, y era entonces cuando les mostraban el ayunador a los niños. Para los adultos aquello solía no ser más que una broma, en la que tomaban parte medio por moda; pero los niños, cogidos de las manos por prudencia, miraban asombrados y boquiabiertos a aquel hombre pálido, con camiseta oscura, de costillas salientes, que, desdeñando un asiento, permanecía tendido en la paja esparcida por el suelo, y saludaba, a veces, cortésmente o respondía con forzada sonrisa a las preguntas que se le dirigían o sacaba, quizá, un brazo por entre los hierros para hacer notar su delgadez, y volvía después a sumirse en su propio interior, sin preocuparse de nadie ni de nada, ni siquiera de la marcha del reloj, para él tan importante, única pieza de mobiliario que se veía en su jaula. Entonces se quedaba mirando al vacío, delante de sí, con ojos semicerrados, y sólo de cuando en cuando bebía en un diminuto vaso un sorbito de agua para humedecerse los labios. 

Aparte de los espectadores que sin cesar se renovaban, había allí vigilantes permanentes, designados por el público (los cuales, y no deja de ser curioso, solían ser carniceros); siempre debían estar tres al mismo tiempo, y tenían la misión de observar día y noche al ayunador para evitar que, por cualquier recóndito método, pudiera tomar alimento. Pero esto era sólo una formalidad introducida para tranquilidad de las masas, pues los iniciados sabían muy bien que el ayunador, durante el tiempo del ayuno, en ninguna circunstancia, ni aun a la fuerza, tomaría la más mínima porción de alimento; el honor de su profesión se lo prohibía.CONTINUAR LEYENDO

lunes, 17 de junio de 2024

"ENAMORADA". Un poema de Alejandra Pizarnik

Ante la lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra Alejandra no lo niegues.

hoy te miraste en el espejo
y te fuiste triste estabas sola
y la luz rugía el aire cantaba
pero tu amado no volvió

enviarás mensajes sonreirás
tremolarás tus manos así volverá
tu amado tan amado

oyes la demente sirena que lo robó
el barco con barbas de espuma
donde murieron las risas
recuerdas el último abrazo
oh nada de angustias
ríe en el pañuelo llora a carcajadas
pero cierra las puertas de tu rostro
para que no digan luego
que aquella mujer enamorada fuiste tú

te remuerden los días
te culpan las noches
te duele la vida tanto, tanto
desesperada ¿adónde vas?
desesperada ¡nada más!


domingo, 16 de junio de 2024

"UN APÓLOGO". Un cuanto de J. M. Machado de Assis | Brasil

La baronesa tenía a la modista siempre a su lado, para no verse obligada a buscarla cuando la necesitaba. Llegó la costurera, tomó la tela, tomó la aguja, tomó el hilo, introdujo el hilo de la aguja y empezó a coser. Una y otro iban yendo orondos, tela adentro, que era la mejor de las sedas, entre los dedos de la costurera, ágiles como los galgos de Diana —para darle a esto un color poético. Y decía la aguja:

—Y bien, señor hilo, ¿no se da cuenta que esta distinguida costurera sólo se interesa por mí? Soy yo la que va de aquí para allá en sus dedos, pegadita a ellos, perforando hacia abajo y hacia arriba… 

El hilo no respondía nada; iba andando. Cada orificio abierto por la aguja era llenado en seguida por él, silencioso y activo, como quien sabe lo que hace, y no está dispuesto a oír palabras insensatas. La aguja, viendo que no le respondía, también calló y prosiguió su camino. Y era todo silencio en la salita de costura; no se oía más que el plicplic- plicplic de la aguja en la tela. Cuando ya caía al sol, la costurera dobló la prenda hasta el otro día; prosiguió en esa su tarea y aun en el siguiente, hasta que el cuarto día terminó su obra y aguardó la velada del baile. 

Llegó esa noche, y la baronesa se preparó. La costurera, que la ayudó a vestirse, llevaba la aguja prendida a su pechera, por si hacía falta dar algún punto. Y mientras terminaba el vestido de la bella dama, tirando de un lado y de otro, recogiendo de aquí o de allá, alisando, abotonando, abrochando… el hilo, para mofarse de la aguja, le preguntó: 

 —Y bien, dígame ahora quién irá al baile en el cuerpo de la baronesa, haciendo parte del vestido y de la elegancia. ¿Quién va a bailar con ministros y diplomáticos, mientras usted vuelve al costurero antes de terminar en la cesta de mimbre de las mucamas? 

Parece que la aguja no dijo nada; pero un alfiler, de cabeza grande y no menor experiencia, le susurró a la pobre aguja: 

—Espero que hayas aprendido, tonta. Te cansas abriéndole camino a él y es él quien se va a gozar la vida, mientras tú terminas ahí, en el costurero. Haz como yo, que no le abro camino a nadie. Donde me clavan, ahí me quedo.

FIN

sábado, 15 de junio de 2024

"PRESENCIA". Un poema de José Emiliio Pacheco dedicaco a Rosario Castellanos

¿Qué va a quedar de mí cuando me muera
sino esta llave ilesa de agonía,
estas pocas palabras con que el día,
dejó cenizas de su sombra fiera?
¿Qué va a quedar de mí cuando me hiera
esa daga final? Acaso mía
será la noche fúnebre y vacía
que vuelva a ser de pronto primavera.
No quedará el trabajo, ni la pena
de creer y de amar. El tiempo abierto, semejante a los mares y al desierto,
ha de borrar de la confusa arena
todo lo que me salva o encadena.
Más si alguien vive yo estaré despierto.


"BUITRES". Un cuento de Franz Kafka

Erase un buitre que me picoteaba los pies. Ya había desgarrado los zapatos y las medias y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo, volaba en círculos inquietos alrededor y luego proseguía la obra.

Pasó un señor, nos miró un rato y me preguntó por qué toleraba yo al buitre.

-Estoy indefenso -le dije- vino y empezó a picotearme, yo lo quise espantar y hasta pensé torcerle el pescuezo, pero estos animales son muy fuertes y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies: ahora están casi hechos pedazos.

-No se deje atormentar -dijo el señor-, un tiro y el buitre se acabó.

-¿Le parece? -pregunté- ¿quiere encargarse del asunto?

-Encantado -dijo el señor- ; no tengo más que ir a casa a buscar el fusil, ¿Puede usted esperar media hora más?

– No sé -le respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después añadí -: por favor, pruebe de todos modos.

-Bueno- dijo el señor- , voy a apurarme.

El buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado errar la mirada entre el señor y yo. Ahora vi que había comprendido todo: voló un poco, retrocedió para lograr el ímpetu necesario y como un atleta que arroja la jabalina encajó el pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación; que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre irreparablemente se ahogaba.

FIN

viernes, 14 de junio de 2024

"Y TÚ NO REGRESASTE". Un libro de Marceline Loridan-Ivens, Barcelona, Salamandra (2015)

Un libro breve y conmovedor.

Una carta abrierta al padre que no sobrevivió a la deportación a Auschwitz-Birkenau.

El dolor de la pérdida y en el terrible sentimiento de culpa que acompaña siempre a quienes consiguen salir con vida del infierno, pero dejan atrás a los que aman.

Hay libros imprescindibles que dejan una marca indeleble, que aun después de haberlos terminado permanecen vívidos en nuestro recuerdo. Este libro breve e intenso es uno de ellos. Marceline Loridan-Ivens, que ha tenido una larga y reconocida carrera como realizadora cinematográfica, fue deportada a Auschwitz-Birkenau en el mismo convoy que su padre el 13 de abril de 1943, cuando contaba apenas quince años.

«Tú podrás regresar, porque eres joven, pero yo ya no volveré», le dijo su padre a la joven Marceline cuando fueron deportados. Y ella nunca olvidó esas palabras. Después del horror, de vuelta en París, atenazada por la ausencia de aquel padre benevolente y protector, se quedó sin palabras para explicar lo que había vivido. Con el paso del tiempo, logró adaptarse y se labró una carrera fecunda como documentalista y realizadora cinematográfica junto con su marido, Joris Ivens. Ahora, a los ochenta y seis años de edad, ha plasmado su evocación del dolor en un documento impresionante, escrito a cuatro manos con Judith Perrignon, que ha cautivado a los lectores y a la opinión pública, y que demuestra que hay historias que no pueden dejar de ser contadas y que los libros como éste, lejos de haber perdido vigencia, han adquirido en el presente una gran relevancia.


jueves, 13 de junio de 2024

"REIVINDICACIÓN DE LA MUJER DESEANTE: CÓMO LAS ESCRITORAS ESTÁN CAMBIANDO LA MIRADA SOBRE EL SEXO". María Ovelar. El País 26 MAY 2024

Juarez Casanova
El bum de la literatura sobre el deseo da forma a una revolución en marcha

No solo estamos rediseñando nuestro pacto social entre mujeres y hombres en lo público y lo doméstico. Con la ficción, las autoras lo cuestionan, y espolean el cambio. Quizá una de las temáticas donde más se evidencia esta subversión del orden es en la literatura sobre el deseo. Debuts como Lo que hay, de Sara Torres, o La seducción, su esperada segunda novela (lanzada el 4 de abril); óperas primas como Tener la carne, de Carla Nyman, donde lo sexual roza lo escatológico; premios como el de Tusquets a Mira a esa chica (Cristina Pérez Araujo) sobre el consentimiento; el I Premio Lumen de novela a Leticia Martín por Vladimir, una Lolita al revés; Tres maneras de decir adiós, de Clara Obligado… Son decenas las autoras que reflexionan sobre el placer. En el sexo pesan siglos de roles y prejuicios, lógico que sea también en este terreno donde las mujeres luchen por redefinirse y desmontar el canon. El placer permite indagar en la identidad.

Novelas, relatos, poemas y ensayos contemporáneos invitan a repensar el gozo a través de la forma y el fondo: un ritmo que imita el orgasmo femenino, verbos y sujetos que convierten a la mujer en agente, neologismos líricos que se esfuerzan por capturar el goce femenino, una subversión de los roles… “En el momento en que es ella la que desea —y no solo la deseada— y la que escribe —y no solo la descrita—, es normal que las escenas de sexo se vean modificadas. La mujer solía estar a expensas de lo que quisiera el varón; su deseo había sido condenado. Transmitir deseo sexual explícito a una mujer era una ofensa; ahora, es halagador. No hemos cambiado solo nosotras, ha cambiado todo”, opina Marta Jiménez Serrano (1990, Madrid), cuyo último libro, No todo el mundo (Sexto Piso), ofrece un caleidoscopio en 14 relatos de voces que gozan y sufren en el amor.

La periodista Lisa Taddeo ya lo dejó claro en el libro de no ficción Tres mujeres (Principal de los Libros), donde consignaba los testimonios reales de tres estadounidenses en torno al deseo: que las mujeres conecten con su erótica, que se pregunten qué quieren en el sexo y lo materialicen es sinónimo de autoestima. Marina Esborraz demuestra en el ensayo El deseo en femenino (Letras del Sur), donde analiza el goce de las mujeres a través de personajes de ficción, que a los movimientos feministas han correspondido protagonistas con actitudes más liberadas en el sexo. CONTINUAR LEYENDO

"LOS PERROS Y LOS LOBOS". Irene Némirovsky

Teñida de marcados ecos autobiográficos, la novela se construye con retazos de la infancia y del exilio, la crisis de identidad, las historias de amor, todo sujeto a los azarosos caprichos del destino.

Publicada por primera vez en 1940 -año en que Irene Nemirovsky huyó de París en compañía de su marido y sus dos pequeñas hijas para refugiarse en un pueblo de la Borgoña-, esta es la última obra que la autora de la magistral Suite francesa publicó en vida, dos años antes de su deportación y asesinato en Auschwitz.

Ada y Harry Sinner, parientes lejanos, son dos jóvenes judíos procedentes de niveles sociales muy distintos a quienes un recuerdo infantil ha dejado una huella imborrable en sus vidas. Ada abandonó Ucrania poco antes de la revolución bolchevique, se ha casado con su primo Ben y lucha por abrirse camino como pintora. Harry, por su parte, ha contraído matrimonio con una joven francesa, hermosa, rica y católica, y se mueve en el mundo de las altas finanzas. Pero la fascinación que siente al contemplar dos cuadros de Ada en un escaparate lo llevan a recordar el mundo que ambos han dejado atrás.

Con su destreza habitual para el retrato psicológico, Nemirovsky delinea con claridad el torbellino de sentimientos de un clásico triángulo amoroso.

miércoles, 12 de junio de 2024

"EL REGISTRO". Un cuento del chileno Baldomero Lillo

La mañana es fría, nebulosa, una fina llovizna empapa los achaparrados matorrales de viejos boldos y litres raquíticos. La abuela, con la falda arremangada y los pies descalzos, camina a toda prisa por el angosto sendero, evitando en lo posible el roce de las ramas, de las cuales se escurren gruesos goterones que horadan el suelo blando y esponjoso del atajo. Aquella senda es un camino poco frecuentado y solitario que, desviándose de la negra carretera, conduce a una pequeña población distante legua y media del poderoso establecimiento carbonífero, cuyas construcciones aparecen de cuando en cuando por entre los claros del boscaje allá en la lejanía borrosa del horizonte.

A pesar del frío y de la lluvia, el rostro de la viejecilla está empapado en sudor y su respiración es entrecortada y jadeante. En la diestra, apoyado contra el pecho, lleva un paquete cuyo volumen trata de disimular entre los pliegues del raído pañolón de lana.

La abuela es de corta estatura, delgada, seca. Su rostro, lleno de arrugas con ojos oscuros y tristes, tiene una expresión humilde, resignada. Parece muy inquieta y recelosa, y a medida que los árboles disminuyen se hace más visible su temor y sobresalto.

Cuando desembocó en la linde del bosque, se detuvo un instante para mirar con atención el espacio descubierto que se extendía delante de ella como una inmensa sábana gris, bajo el cielo pizarroso, casi negro en la dirección del noreste.

La llanura arenosa y estéril estaba desierta. A la derecha, interrumpiendo su monótona uniformidad, se alzaban los blancos muros de los galpones coronados por las lisas techumbres de zinc relucientes por la lluvia. Y más allá, tocando casi las pesadas nubes, surgía de la enorme chimenea de la mina el negro penacho de humo, retorcido, desmenuzado por las rachas furibundas del septentrión. La anciana, siempre medrosa e inquieta, después de un instante de observación pasó su delgado cuerpo por entre los alambres de la cerca que limitaba por ese lado los terrenos del establecimiento, y se encaminó en línea recta hacia las habitaciones. De vez en cuando se inclinaba y recogía la húmeda chamiza, astillas, ramas, raíces secas desparramadas en la arena, con las que formó un pequeño hacecillo que, atado con un cordel, se colocó en la cabeza.

Con este trofeo hizo su entrada en los corredores, pero las miradas irónicas, las sonrisas y las palabras de doble sentido que le dirigían al pasar, le hicieron ver que el ardid era demasiado conocido y no engañaba a los ojos perspicaces de las vecinas.

Pero, segura de la reserva de aquellas buenas gentes, no dio importancia a sus bromas y no se detuvo sino cuando se encontró delante de la puerta de su vivienda. Metió la llave en la cerradura, hizo girar los goznes y una vez adentro corrió el cerrojo.

Después de tirar en un rincón el haz de leña y de colocar encima de la cama cuidadosamente el paquete, se despojó del rebozo y lo suspendió de un cordel que atravesaba la estancia a la altura de su cabeza.

En seguida encendió el montoncillo de virutas y de carbón que estaba listo en la chimenea y sentándose al frente en un pequeño banco, esperó. Una llama brillante se levantó del fogón e iluminó el cuarto en cuyos blancos muros desnudos y fríos se dibujó la sombra angulosa y fantástica de la abuela. Cuando el calor fue suficiente, puso sobre los hierros la tetera con agua para el mate y yendo hacia la cama desenvolvió el paquete y colocó su contenido, una libra de hierba y otra de azúcar, en un extremo del banco donde ya estaba el pocillo de loza desportillado y la bombilla de lata. CONTINUAR LEYENDO

martes, 11 de junio de 2024

Ochenta poemas de la Generación del 27 para leer desde los seis años o antes.


Antología, dirigida al alumnado de Primaria recoge una selección de textos escritos por mujeres que quedaron a la sombra de los representantes masculinos de esta Generación, como Concha Méndez, Josefina de la Torre, Carmen Conde, María Zambrano, Mª Teresa León, Ernestina de Champourcín o Rosa Chacel.

Además, la selección también incluye poemas de otros miembros del Grupo. Los textos recogidos se caracterizan por ser de fácil lectura para el alumnado al que va dirigida la antología. Dividida en cuatro campos temáticos, se complementa con actividades didácticas de diversa índole en las que el juego cumple una función primordial.

domingo, 9 de junio de 2024

"SESIONES DE BIBLIOTECA HUMANA EN LA PRISIÓN DE ZABALLA (ÁLAVA/ARABA) ORGANIZADAS POR LOS MIEMBROS DE LA TERTULIA LITERARIA DIALÓGICA DE LA PRISIÓN


Los próximos martes, 18 y 25 de junio, se van a llevar a cabo dos sesiones de "Biblioteca Humana" en la Prisión de Zaballa organizadas por los miembros de la Tertulia Literaria Dialógica de dicha prisión. 

Creemos, y no es por ser adanistas, que es la primera vez que se lleva a cabo una "Bilioteca Humana" en un entorno penitenciario, y lo que es más importante, organizada y gestionada por internos de la Institución que, en este caso, son miembros de la Tertulia Literaria. Es cierto que hemos contado con el visto bueno de la Dirección y con el apoyo de la Subdirectora de Tratamiento, pero la tarea principal la han llevado a cabo los internos.

Organizar una actividad en un medio penitenciario no es sencillo, y más cuando no es una propuesta de fuera adentro, es decir, cuando la oferta viene del exterior de la prisión y es ofrecida a las personas del interior. Así, cuando la propuesta nace y es gestionada por los propios internos, cuando los recursos son también otros internos y a su vez los destinararios también son presos, la realización de la actividad se complica significativamente.

La idea surgió en febrero en una de las Tertulias Literarias que todos los martes llevamos a cabo en Zaballa. Gustó y se decidió llevarla adelante. En estos cuatro meses los miembros de la Tertulia han llevado a cabo todas las tareas que requerían la actividad: permisos, expliación de la actividad en distintos Módulos, captación de libros humanos, formación de las personas-libro para la sesión y captación de lectores.

No hemos de ocultar que estamos tan ilusionado como expectantes para vivir esta "Biblioteca Humana". El próximo miércoles haremos un pequeño ensayo general y al martes siguiente saldremos al escenario.

Aquí arriba tenéis el cartel que se ha colocado en distintos Módulos para que se apunten los internos (lectores) que quieran participar. Más abajo os dejamos una breve explicación de los que es una Biblioteca Humana.

Más adelante daremos noticia de cómo han ido las sesiones y daremos a conocer una Memoria de la actividad que se está elaborando por las personas más implicadas en esta actividad. Ahora, tal como se suele decir en el mundo de la farándula, sólo nos queda desear: ¡¡¡MUCHA MIERDA!!!

BREVE EXPLICACIÓN DE LO QUE ES Y DE LO QUE PRETENDE UNA BIBLIOTECA HUMANA

Qué es, qué pretende:

“Biblioteca humana” o “Biblioteca viviente” es un concepto relativamente nuevo que da nombre a una práctica orientada a:
  • Fomentar el conocimiento y la comprensión mutua
  • Promover el diálogo y la interacción
  • Reducir prejuicios
Como sugiere el propio nombre, en la biblioteca humana los libros son personas que tienen algo significativo que contar y están dispuestas a hacerlo. Contar verbalmente a otra/s personas, y preferentemente con disposición a dialogar, compartir, interactuar. Para ser funcional, el libro tiene que presentarse, por ejemplo, con un cartel o carátula de libro físico, donde figure el título, autor (o seudónimo) y una sinopsis. Tendrán a su disposición el acompañamiento tutor y toda la ayuda necesaria para sentirse en disposición de ofrecerse a lectores.

Los lectores son también personas deseosas de escuchar (“leer”) alguno de esos libros. Deben asumir el compromiso de respeto absoluto al tipo de interacción que los libros estén dispuestos a admitir.

Los temas pueden ser tan variados como los intereses humanos, aunque adquieren especial relevancia los que se centran en experiencias de vida significativas y diversas: migración, catástrofes vividas, diversidad de género, violencia-s, lengua-s y comunicación…

"LA COLONIA PENITENCIARIA". Un cuento genial del no menos genial Franz Kafka

-Es un aparato singular -dijo el oficial al explorador, y contempló con cierta admiración el aparato, que le era tan conocido. El explorador parecía haber aceptado sólo por cortesía la invitación del comandante para presenciar la ejecución de un soldado condenado por desobediencia e insulto hacia sus superiores. En la colonia penitenciaria no era tampoco muy grande el interés suscitado por esta ejecución. Por lo menos en ese pequeño valle, profundo y arenoso, rodeado totalmente por riscos desnudos, sólo se encontraban, además del oficial y el explorador, el condenado, un hombre de boca grande y aspecto estúpido, de cabello y rostro descuidados, y un soldado que sostenía la pesada cadena donde convergían las cadenitas que retenían al condenado por los tobillos y las muñecas, así como por el cuello, y que estaban unidas entre sí mediante cadenas secundarias. De todos modos, el condenado tenía un aspecto tan caninamente sumiso, que al parecer hubieran podido permitirle correr en libertad por los riscos circundantes, para llamarlo con un simple silbido cuando llegara el momento de la ejecución.

El explorador no se interesaba mucho por el aparato y se paseaba detrás del condenado con visible indiferencia, mientras el oficial daba fin a los últimos preparativos, arrastrándose de pronto bajo el aparato, profundamente hundido en la tierra, o trepando de pronto por una escalera para examinar las partes superiores. Fácilmente hubiera podido ocuparse de estas labores un mecánico, pero el oficial las desempeñaba con gran celo, tal vez porque admiraba el aparato, o tal vez porque por diversos motivos no se podía confiar ese trabajo a otra persona.

-¡Ya está todo listo! -exclamó finalmente, y descendió de la escalera. Parecía extraordinariamente fatigado, respiraba con la boca muy abierta, y se había metido dos finos pañuelos de mujer bajo el cuello del uniforme.

-Estos uniformes son demasiado pesados para el trópico -comentó el explorador, en vez de hacer alguna pregunta sobre el aparato, como hubiera deseado el oficial.

-En efecto -dijo este, y se lavó las manos sucias de aceite y de grasa en un balde que allí había-; pero para nosotros son símbolos de la patria; no queremos olvidarnos de nuestra patria. Y ahora fíjese en este aparato -prosiguió inmediatamente, secándose las manos con una toalla y mostrando aquél al mismo tiempo. Hasta ahora intervine yo, pero de aquí en adelante el aparato funciona absolutamente solo.

El explorador asintió y siguió al oficial. Éste quería cubrir todas las contingencias, y por eso dijo:

-Naturalmente, a veces hay inconvenientes; espero que no los haya hoy, pero siempre se debe contar con esa posibilidad. El aparato debería funcionar ininterrumpidamente durante doce horas. Pero cuando hay entorpecimientos, son sin embargo desdeñables, y se los soluciona rápidamente. ¿No quiere sentarse? -preguntó luego, sacando una silla de mimbre entre un montón de sillas semejantes, y ofreciéndosela al explorador; éste no podía rechazarla. Se sentó entonces; al borde de un hoyo estaba la tierra removida, dispuesta en forma de parapeto; del otro lado estaba el aparato. CONTINUAR LEYENDO

sábado, 8 de junio de 2024

"LETANÍA DE MIS DEFECTOS". Un poema de Pita Amor recitado por Amaro Garrido


Soy vanidosa, déspota, blasfema;
soberbia, altiva, ingrata, desdeñosa;
pero conservo aún la tez de rosa.
La lumbre del infierno a mi me quema.

Es de cristal cortado mi sistema.
Soy ególatra, fría, tumultuosa.
Me quiebro como frágil mariposa.
Yo misma he construido mi anatema.

Soy perversa, malvada, vengativa.
Es prestada mi sangre y fugitiva.
Mis pensamientos son muy taciturnos.

Mis sueños de pecado son nocturnos.
Soy histérica, loca, desquiciada;
pero a la eternidad ya sentenciada.
Soy perversa, malvada, vengativa.

Es prestada mi sangre y fugitiva
Mis pensamientos son muy taciturnos
Mis sueños de pecado son nocturnos
Soy histérica, loca, desquiciada
¡Pero a la eternidad ya sentenciada!

"PUTAS LLORANDO". Un cuento de Eduardo Halfon

Yo estaba enamorado de Nastassja Kinski. Un amigo la tenía desplegada sobre su cama, semidesnuda y abrazando horizontalmente a una enorme pitón. Recuerdo pensar que había algo de inútil en su pose, algo de ambiguo entre morir en las fauces de la serpiente y al mismo tiempo ser penetrada en un tenebroso e inefable acto sexual. Nastassja Kinski. Yo estaba enamorado hasta de su nombre y, sentado en la orilla de la cama de mi amigo mientras la miraba hacia arriba en todo su erótico esplendor, lo solía pronunciar con mi mejor y más claro acento alemán, despacio, quedito, alargando las sílabas hasta que perdiesen todo significado, como un derviche canta sus plegarias, supongo. Casi toda mi adolescencia estuve perdidamente enamorado de Nastassja Kinski hasta que conocí a Dulcinea y aprendí que el amor no existe.

El prostíbulo se llamaba (quizás se llama, no estoy seguro si aún existe pero me gustaría creer que ya no) El Puente, o por lo menos así le decían, ya que estaba ubicado justo debajo de un puente cerca del Estadio Mateo Flores.

Habíamos ahorrado con Mejía suficiente plata durante casi un mes. No recuerdo mucho de él ni cómo terminamos yendo juntos, quizás fue porque todos los demás ya habían ido o porque vivíamos en el mismo vecindario o simplemente porque así sucedió, vaya uno a saber. Éramos amigos, pero no íntimos. Tres cosas recuerdo muy bien de Mejía. Uno: fue el primero entre todos nosotros en tener que rasurarse el bigote. Dos: tenía un tucán de mascota. Y tres: no discutía, jamás, como si de alguna manera aceptase que nadie, incluyéndolo a él, sabía nada de nada. Algunos le decían Mortadela pero nunca entendí por qué. La cuestión es que decidimos ir juntos y en un tecolote de arcilla echábamos todas las monedas de cinco y diez y veinticinco centavos que nos sobraban del recreo de media mañana, para poder llegar cada uno a la mágica cifra de diez quetzales (un dólar y medio en esos días) que nos había dicho el hermano mayor de Mejía que costaba una vuelta. Esa palabra usó, vuelta, como si se tratara de un carrusel o de una montaña rusa.

―Cinco pesos si quieren sólo una mamada, muchachos, quince pesos si quieren dos vueltas ―nos dijo sentados los tres hasta atrás del bus del colegio y juro que con sólo imaginármelo tuve que poner mis cuadernos sobre el regazo para esconder mi tremenda erección, o bueno, tan tremenda como puede ser a esa edad. Más tarde me explicó Mejía qué era eso de una o dos vueltas.

Al final, rompimos la alcancía y tuve que venderle a no sé qué compañero un par de postales de los futbolistas de la Naranja Mecánica para completar el dinero, con todo y el quetzal de viáticos que necesitaríamos entre los dos.

Era un martes. Decidimos con Mejía que yendo un martes habría menos clientela, pero no recuerdo por qué. Así razonan los niños. Después del colegio tomamos un par de camionetas, él sabía cuáles, hasta que la última nos dejó enfrente del estadio nacional que lleva el nombre (latinizado, por supuesto, ya que las autoridades de la época consideraron que un nombre indígena no sería muy apropiado para un héroe nacional) del único guatemalteco que ha ganado la Maratón de Boston, y quien ahora, a pesar de tener su propio estadio, trabaja de caddie en una cancha de golf. Recuerdo que, al bajarnos, el conductor nos siseó «burgueses de mierda» o algo por el estilo. Mejía iba enfrente de mí y se detuvo en el último escalón, sin darse vuelta, por supuesto, hasta que yo lo empujé y entonces dio un brinco hacia afuera y comenzó a lanzarle insultos al tipo, pero el ruido de la camioneta era ya escandaloso. Caminamos un par de cuadras medio perdidos, buscando ingenuamente algún rótulo o letrero de bienvenida. Nos tuvimos que detener ante una tienda de esquina para pedirle direcciones a un viejito que al hablar fruncía el ceño y cerraba los ojos, como si tuviese un dolor de cabeza. Mejía entró. Yo esperé afuera, pensando en todo tipo de cosas y viendo cómo el viejo detrás del mostrador le sonreía con travesura a mi amigo, o al menos eso percibí yo. CONTINUAR LEYENDO


viernes, 7 de junio de 2024

"UN LUGAR DONDE VIVIR". Gustavo Martín Garzo (El País 11 JUN 2012)

El tiempo de la lectura es el tiempo intenso de la ‘kairós’ griega, con sus momentos irrepetibles y sus epifanías.

“¿En qué libro te gustaría vivir?”, tal es la pregunta que, a través de Winston Manrique, este periódico ha hecho a un grupo de escritores durante la Feria de Libro de Madrid. Es una pregunta compleja, pues suele ocurrir que los libros que más nos gustan no sean demasiado aconsejables para vivir en ellos. Los dolorosos cuentos de Katherine Mansfield, las inquietantes parábolas de Franz Kafka, las oscuras historias de William Faulkner, son algunos de los textos indiscutibles de la literatura reciente y sin embargo ¿por qué habríamos de elegirlos para vivir en sus páginas si en ellos sólo hay tristeza, angustia y dolor? Augusto Monterroso recogió en su Antología del cuento triste una selección de los cuentos más tristes de la literatura occidental del pasado siglo. Y para justificarse escribió en su prólogo: “Si es verdad que un buen cuento se concentra toda la vida y si la vida es triste, un buen cuento será siempre un cuento triste”.

No hay un personaje femenino más cautivador que Fortunata, pero ¿querríamos enamorarnos como ella de un patán como Juan de Santa Cruz? Es imposible no adorar a Colometa, la protagonista de La plaza del diamante, pero su testimonio habla de un tiempo tan lleno de injusticias que nadie en sus cabales querría vivir en él para estar a su lado. En El esclavo, la novela de Singer, se nos cuenta una de las más bellas historias de amor que se han escrito nunca, sin embargo sus protagonistas, Wanda y Jacob, no hacen sino sufrir en un entorno dominado por la violencia social, las supersticiones y la rígidas reglas religiosas, y aunque envidiamos su pasión inagotable nos espanta la magnitud de su pena. La obra de Carson McCuller nos dice que no hay salvación en el amor; y es mejor no enamorarse de las leves y encantadoras muchachas de Scott Fitzgerald porque suelen terminar como esas mariposas que se queman las alas en los farolillos de las fiestas del verano. Y qué decir de Billy Bud, el marinero protagonista de la novela de Herman Melville, o de Catherine y Heathcliff, los amantes de Cumbres borrascosas. ¿De verdad querríamos parecernos a ellos? Nos gustan las historias tristes, porque nos permiten conjurar nuestros propios temores y realizar a través suyo lo que tal vez en nuestra propia vida no nos atrevimos a hacer, pero algo muy distinto es querer que nos pasen a nosotros.

Charles Dickens escribió un cuento en que un fantasma elegía invariablemente para volver al mundo los lugares en los que fue desgraciado. Sus apariciones solían ser terroríficas, pues estaba cargado de antiguo odio, hasta que alguien sensato se lo recriminó. Su argumento no pudo ser ni más delicado ni más concluyente. “Puesto que puedes regresar de la muerte, ¿por que no lo haces a los lugares y a los instantes en que fuiste feliz, en vez de hacerlo a aquellos en que fuiste maltratado?”

¿Por eso nos gustan los libros tristes: porque nos permiten volver a los lugares en que fuimos desgraciados? La desdicha es mucho más literaria que la felicidad. Basta recordar el famoso dictamen de Tolstoi, en el arranque de Anna Karénina: “Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera”. No es cierto sin embargo que los libros hablen solo de esa desgracia que es vivir. Por ejemplo, Las Mil y una noches o las gozosas comedias de Shakespeare o de Lope de Vega no lo hacen. Es la ventaja de las comedias, donde nada es irreparable y hasta las mayores desgracias contienen el germen de nuevos e imprevistos comienzos. CONTINUAR LEYENDO

"HUMOR LITERARIO"

 

"LUZ Y SILENCIO". Un poema de José Emilio Pacheco

 

Todo lo que has perdido, me dijeron, es tuyo.
Y ninguna memoria recordaba que es cierto.

Todo lo que destruyes, afirmaron, te hiere.
Traza una cicatriz que no lava el olvido.

Todo lo que has amado, sentenciaron, ha muerto.
No quedó ni la sombra, se acabó para siempre.

Todo lo que creíste, repitieron, es falso.
Se hundieron las palabras con que empezó tu tiempo.

Todo lo que has perdido, concluyeron, es tuyo.
Y una luz fugitiva anegará el silencio.

"EL INVENCIBLE VERANO DE LILIANA". Un libro de Cristina Rivera Garza

El 16 de julio de 1990, Liliana Rivera Garza, mi hermana, fue víctima de un feminicidio. Era una muchacha de 20 años, estudiante de arquitectura. Tenía años tratando de terminar su relación con un novio de la preparatoria que insistía en no dejarla ir. Unas cuantassemanas antes de la tragedia, Liliana por fin tomó una decisión definitiva: en lo más profundo del invierno había descubierto que en ella, como bien lo había dicho Albert Camus, había un invencible verano. Lo dejaría atrás. Empezaría una nueva vida. Haría una maestría y después un doctorado; viajaría a Londres. La decisión de él fue que ella no tendría una vida sin él.

Hace apenas un año decidí abrir las cajas donde depositamos las pertenencias de mi hermana. Su voz atravesó el tiempo y, como la de tantas mujeres desaparecidas y ultrajadas en México, demandó justicia.

"El invencible verano de Liliana" es una excavación en la vida de una mujer brillante y audaz que careció, como nosotros mismos, como todos los demás, del lenguaje necesario para identificar, denunciar y luchar contra la violencia sexista y el terrorismo de pareja que caracteriza a tantas relaciones patriarcales. Este libroes para celebrar su paso por la tierra y para decirle que, claro que sí, lo vamos a tirar. Al patriarcado lo vamos a tirar.

jueves, 6 de junio de 2024

Manifiesto a favor de la Educación Literaria que necesitamos (26 de diciembre de 2023)

El conocimiento humano no es neutral. Este Manifiesto habla de la manera de enseñar y aprender la Lengua y la Literatura para que sean significativas y aplicables en las vidas de las personas; es decir, de cómo desarrollar conocimiento competencial en el ámbito de la comunicación.

Esa es la orientación de los vigentes currículos escolares, elaborados por equipos de docentes y otros especialistas, y aprobados en 2022 en desarrollo de la nueva Ley de Educación (LOMLOE). Se trata de un planteamiento, recomendado desde hace décadas por organismos como la OCDE, la UE o la UNESCO, que, sin embargo, topa con resistencias entre aquellas personas que no aceptan la necesidad de una orientación actualizada, a través de unos nuevos marcos curriculares, ya que quieren que se enseñe este ámbito de conocimiento tal y como lo aprendieron, de manera reproductiva, gramatical, historicista y memorística.

Tales resistencias se difunden en profusos relatos y se reafirman por distintos canales, en algunos casos con especial énfasis ideológico. Por eso, ahora, las personas que firmamos este Manifiesto, queremos reivindicar y respaldar públicamente la didáctica comunicativa y competencial de la Lengua y la Literatura, en base a fundamentos que aplicamos en la práctica profesional y que pasamos a compartir.


"INTEMPERIE". Un poema de Dulce Chacón

Era el domingo pasado
de hace mucho tiempo,
venía
con un paraguas en cada mano,
por si llovía por las dos partes.
Y es que uno nunca sabe
si está bien protegido,
a veces llueve sólo la palabra
y moja o no moja según los labios,
o llueve un sueño circular
que se pega a la piel.
¿Quién puede protegerse de un sueño?
¿Quién puede calcular el dolor
y preparar la defensa
de acuerdo a su peso?
Era domingo
y no llovía.

miércoles, 5 de junio de 2024

HUMOR LITERARIO por El Forges


 

"UNA HERIDA ESQUEMÁTICA". Un cuento de la escritora rumana Ana Blandiana, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2024

“Realmente, en cuanto oí el violento traqueteo de la lancha supe que iba a morir”, reconoció para sus adentros el delfín, un tanto intimidado ante el poder de la inmanencia. Sólo de él había dependido el alejarse, ni siquiera le habría hecho falta correr a gran velocidad. Que no lo hiciera era demostración de que todo tenía que ocurrir tal y como ocurrió. Además, eso hasta tenía un cierto encanto. Si se hubiese atrevido a confesarlo todo, habría reconocido que tenía una sensación en cierto modo placentera, como si se sintiera halagado por la importancia que, de pronto, se le daba, por convertirse aunque sólo fuera unos instantes en el centro de la atención.

Ahora se dejaba llevar por esas olas que estaba acostumbrado a hender sin tener nunca tiempo de contemplarlas y descubría lo placentero que era estar muerto y a merced de unos elementos tan inesperadamente apacibles. Cuando fue arrojado a la orilla (o, más exactamente, cuando, tras depositarlo delicadamente en la arena y asegurarse de que podía abandonarlo con toda tranquilidad, el mar se retiró mansamente dejando su macizo y largo cuerpo cubierto de gotas, aureolado de un brillo metálico) tuvo un momento de terror; como si hubiese querido volver a toda prisa y, al constatar que no podía hacerlo, comprendiera que ya no tenía nada que temer. Se quedó así, inmóvil, por primera vez en su vida y, aunque la expresión le pareciera totalmente impropia, no renunció al superlativo aplicado a una realidad a la que ya no tenía derecho. Por primera vez inmóvil representaba una revelación tal que el descubrimiento de la inmovilidad se englobaba, paradójicamente, en la vida. Era tan intensa que no podía considerarse independiente de la vida. Luego, a excepción de la inmovilidad, ya no ocurría nada, y esa nada era uno de los estados más plácidos que había conocido nunca.

—Parece un molde- oyó de pronto una voz sorprendentemente cercana.

—En cualquier caso, un cuerpo geométrico perfectamente ideado. Lo tiene todo para correr por el agua a gran velocidad. La cabeza, como la de un submarino; el cuerpo, un fuselaje aerodinámico; la cola, timón y hélice al mismo tiempo. No le falta nada ni le sobra nada; entre todas las suposiciones, la más difícil de admitir es que estemos ante un animal, una criatura —completó alguien hablando despaciosamente y que tuvo la virtud de poner nervioso al delfín.

—Sobre todo el ojo, totalmente antinatural- agregó la primera voz en un tono tan serio que al delfín se la pasó el enfado.

Le habría gustado cerrar el párpado dos o tres veces en plan demostrativo pero el hecho de que ya no estuviera en situación de demostrar nada no lo entristecía sino que lo divertía sobremanera.

—Y esa piel parece plástico —precisó alguien pedante y bien educado.

—¿Cómo que parece? ¡Es plástico, polietileno, poliuretano, policroruro de vinilo! ¡Mira aquí, se ve la fibra del tejido industrial, la marca de fábrica!

Naturalmente, al delfín le habría gustado ver también el sitio donde su piel demostraba ser un producto industrial pero ya no necesitó acordarse de que no podía moverse. Estaba empezando a descubrir los límites y las ventajas de su nueva situación. CONTINUAR LEYENDO

martes, 4 de junio de 2024

"CERO". Un poema pacifista de Pedro Salinas

"Cero" es uno de los mejores poemas de la poesía contemporánea; poema de 389 versos, dividido en cinco partes, -que corona el libro "Todo más claro", publicado en 1949-, y que está inspirado en las explosiones atómicas que asolaron las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, en agosto de 1945. 
En estos días estamos viviendo, entre otras, un nueva tragedia provocada por los bombaradeos sobre la población civil, en este caso, sobre Gaza.

CERO

Y esa Nada, ha causado muchos llantos,
y Nada fue instrumento de la Muerte,
y Nada vino a ser muerte de tantos.


FRANCISCO DE QUEVEDO

Ya maduró un nuevo cero
que tendrá su devoción.


ANTONIO MACHADO

I

Invitación al llanto. Esto es un llanto,
ojos, sin fin, llorando,
escombrera adelante, por las ruinas
de innumerables días.
Ruinas que esparce un cero —autor de nadas,
obra del hombre—, un cero, cuando estalla.

Cayó ciega. La soltó,
la soltaron, a seis mil
metros de altura, a las cuatro.
¿Hay ojos que le distingan
a la Tierra sus primores
desde tan alto?
¿Mundo feliz? ¿Tramas, vidas,
que se tejen, se destejen,
mariposas, hombres, tigres,
amándose y desamándose?
No. Geometría. Abstractos
colores sin habitantes,
embuste liso de atlas.
Cientos de dedos del viento
una tras otra pasaban
las hojas
—márgenes de nubes blancas—
de las tierras de la Tierra,
vuelta cuaderno de mapas.
Y a un mapa distante, ¿quién
le tiene lástima? Lástima
de una pompa de jabón
irisada, que se quiebra;
o en la arena de la playa
un crujido, un caracol
roto
sin querer, con la pisada.
Pero esa altura tan alta
que ya no la quieren pájaros,
le ciega al querer su causa
con mil aires transparentes.
Invisibles se le vuelven
al mundo delgadas gracias:
La azucena y sus estambres,
colibríes y sus alas,
las venas que van y vienen,
en tierno azul dibujadas,
por un pecho de doncella.
¿Quién va a quererlas
si no se las ve de cerca?

Él hizo su obligación:
lo que desde veinte esferas
instrumentos ordenaban,
exactamente: soltarla
al momento justo.

Nada.
Al principio
no vio casi nada. Una
mancha, creciendo despacio,
blanca, más blanca, ya cándida.
¿Arrebañados corderos?
¿Vedijas, copos de lana?
Eso sería...
¡Qué peso se le quitaba!
Eso sería: una imagen
que regresa.
Veinte años, atrás, un niño.

Él era un niño —allá atrás—
que en estíos campesinos
con los corderos jugaba
por el pastizal. Carreras,
topadas, risas, caídas
de bruces sobre la grama,
tan reciente de rocío
que la alegría del mundo
al verse otra vez tan claro,
le refrescaba la cara.
Sí; esas blancuras de ahora,
allá abajo
en vellones dilatadas,
no pueden ser nada malo:
rebaños y más rebaños
serenísimos que pastan
en ancho mapa de tréboles.
Nada malo. Ecos redondos
de aquella inocencia doble
veinte años atrás: infancia
triscando con el cordero
y retazos celestiales,
del sol niño con las nubes
que empuja, pastora, el alba.

Mientras,
detrás de tanta blancura
en la Tierra —no era mapa—
en donde el cero cayó,
el gran desastre empezaba.

II

Muerto inicial y víctima primera:
lo que va a ser y expira en los umbrales
del ser. ¡Ahogado coro de inminencias!
Heráldicas palabras voladoras
—«¡pronto!», «¡en seguida!», «¡ya!»— nuncios de dichas
colman el aire, lo vuelven promesa.
Pero la anunciación jamás se cumple:
la que aguardaba el éxtasis, doncella,
se quedará en su orilla, para siempre
entre su cuerpo y Dios alma suspensa.
¡Qué de esparcidas ruinas de futuro
por todo alrededor, sin que se vean!
Primer beso de amantes incipientes.
¡Asombro! ¿Es obra humana tanto gozo?
¿Podrán los labios repetirlo? Vuelan
hacia el segundo beso; más que beso,
claridad quieren, buscan la certeza
alegre de su don de hacer milagros
donde las bocas férvidas se encuentran.
¿ Por qué si ya los hálitos se juntan
los labios a posarse nunca llegan?
Tan al borde del beso, no se besan.

Obediente al ardor de un mediodía
la moza muerde ya la fruta nueva.
La boca anhela el más celado jugo;
del anhelo no pasa. Se le niega
cuando el labio presiente su dulzura
la condensada dentro, primavera,
pulpas de mayo, azúcares de junio,
día a día sumados a la almendra.

Consumación feliz de tanta ruta,
último paso, amante, pie en el aire,
que trae amor adonde amor espera.
Tiembla Julieta de Romeos próximos,
ya abre el alma a Calixto, Melibea.
Pero el paso final no encuentra suelo.
¿Dónde, si se hunde el mundo en la tiniebla,
si ya es nada Verona, y si no hay huerto?
De imposibles se vuelve la pareja.

¿Y esa mano —¿de quién?—, la mano trunca
blanca, en el suelo, sin su brazo, huérfana,
que buscas en el rosal la única abierta,
y cuando ya la alcanza por el tallo
se desprende, dejándose a la rosa,
sin conocer los ojos de su dueña?

¡Cimeras alegrías tremolantes,
gozo inmediato, pasmo que se acerca:
la frase más difícil, la penúltima,
la que lleva, derecho, hasta el acierto,
perfección vislumbrada, nunca nuestra!
¡Imágenes que inclinan su hermosura
sobre espejos que nunca las reflejan!

¡Qué cadáver ingrávido: una mañana
que muere al filo de su aurora cierta!
Vísperas son capullos. Sí, de dichas;
sí, de tiempo, futuros en capullos.
¡Tan hermosas, las vísperas!
¡Y muertas!

III

¿Se puede hacer más daño, allí en la Tierra?
Polvo que se levanta de la ruina,
humo del sacrificio, vaho de escombros
dice que sí se puede. Que hay más pena.
Vasto ayer que se queda sin presente,
vida inmolada en aparentes piedras.

¡Tanto afinar la gracia de los fustes
contra la selva tenebrosa alzados
de donde el miedo viene al alma, pánico!
Junto a un altar de azul, de ola y espuma,
el pensar y la piedra se desposan;
el mármol, que era blanco, es ya blancura.
Alborean columnas por el mundo,
ofreciéndole un orden a la aurora.
No terror, calma pura da este bosque,
de noble savia pórtico.
Vientos y vientos de dos mil otoños
con hojas de esta selva inmarcesible
quisieran aumentar sus hojarascas.
Rectos embisten, curvas les engañan.
Sin botín huyen. ¿Dónde está su fronda?
No pájaros, sus copas, procesiones
de doncellas mantienen en lo alto,
que atraviesan el tiempo, sin moverse.

Este espacio que no era más que espacio
a nadie dedicado, aire en vacío,
la lenta cantería lo redime
piedras poniendo, de oro, sobre piedras,
de aquella indiferencia sin plegaria.
Fiera luz, la del sumo mediodía,
claridad, toda hueca, de tan clara
va aprendiendo, ceñida entre altos muros
mansedumbres, dulzuras; ya es misterio.
Cantan coral callado las ojivas.
Flechas de alba cruzan por los santos
incorpóreos, no hieren, les traen vida
de colores. La noche se la quita.
La bóveda, al cerrarse abre más cielo.
Y en la hermosura vasta de estos límites
siente el alma que nada la termina.

Tierra sin forma, pobre arcilla; ahora
el torno la conduce hasta su auge:
suave concavidad, nido de dioses.
Poseidón, Venus, Iris, sus siluetas
en su seno se posan. A esta crátera
ojos, siempre sedientos, a abrevarse
vienen de agua de mito, inagotable.
Guarda la copa en este fondo oscuro
callado resplandor, eco de Olimpo.
Frágil materia es, mas se acomodan
los dioses, los eternos, en su círculo.

Y así, con lentitud que no descansa,
por las obras del hombre se hace el tiempo
profusión fabulosa. Cuando rueda
el mundo, tesorero, va sumando
—en cada vuelta gana una hermosura—
a belleza de ayer, belleza inédita.
Sobre sus hombros gráciles las horas
dádivas imprevistas acarrean.
¿Vida? Invención, hallazgo, lo que es
hoy a las cuatro, y a las tres no era.
Gozo de ver que si se marchan unas
trasponiendo la ceja de la tarde,
por el nocturno alcor otras se acercan.
Tiempo, fila de gracias que no cesa.
¡Qué alegría, saber que en cada hora
algo que está viniendo nos espera!
Ninguna ociosa, cada cual su don;
ninguna avara, todo nos lo entregan.
Por las manos que abren somos ricos
y en el regazo, Tierra, de este mundo
dejando van sin pausa
novísimos presentes: diferencias.

¿Flor? Flores. ¡Qué sinfín de flores, flor!
Todo, en lo igual, distinto: primavera.
Cuando se ve la Tierra amanecerse
se siente más feliz. La luz que llega
a estrecharle las obras que este día
la acrece su plural. ¡Es más diversa!

IV

El cero cae sobre ellas.
Ya no las veo, a las muchas,
las bellísimas, deshechas,
en esa desgarradora
unidad que las confunde,
en la nada, en la escombrera.

Por el escombro busco yo a mis muertos;
más me duele su ser tan invisibles.
Nadie los ve: lo que se ve son formas
truncas; prodigios eran, singulares,
que retornan, vencidos, a su piedra.
Muertos añosos, muertos a lo lejos,
cadáveres perdidos,
en ignorado osario perfecciona
la Tierra, lentamente, su esqueleto.
Su muerte fue hace mucho. Esperanzada
en no morir, su muerte. Ánima dieron
a masas que yacían en canteras.
Muchas piedras llenaron de temblores.
Mineral que camina hacia la imagen,
misteriosa tibieza, ya corriendo
por las vetas del mármol,
cuando, curva tras curva, se le empuja
hacia su más, a ser pecho de ninfa.
Piedra que late así con un latido
de carne que no es suya, entra en el juego
—ruleta son las horas y los días—:
el jugarse a la nada, o a lo eterno
el caudal de sus formas confiado:
el alma de los hombres, sus autores.
Si es su bulto de carne fugitivo,
ella queda detrás, la salvadora
roca, hija de sus manos, fidelísima,
que acepta con marmóreo silencio
augusto compromiso: eternizarlos.
Menos morir, morir así: transbordo
de una carne terrena a bajel pétreo
que zarpa, sin más aire que le impulse
que un soplo, al expirar, último aliento.
Travesía que empieza, rumbo a siempre;
la brújula no sirve, hay otro norte
que no confía a mapas su secreto;
misteriosos pilotos invisibles,
desde tumbas los guían, mareantes
por aguja de fe, según luceros.
Balsa de dioses, ánfora.
Naves de salvación con un polícromo
velamen de vidrieras, y sus cuentos
mármol, que flota porque vista de Venus.
Naos prodigiosas, sin cesar hendiendo
inmóviles, con proas tajadoras
auroras y crepúsculos, espumas
del tumbo de los años; años, olas
por los siglos alzándose y rompiendo.
Peripecia suprema día y noche,
navegar tesonero
empujado por racha que no atregua:
negación del morir, ansia de vida,
dando sus velas, piedras, a los vientos.
Armadas extrañísimas de afanes,
galeras, no de vivos, no de muertos,
tripulaciones de querencias puras,
incansables remeros,
cada cual con su remo, lo que hizo,
soñando en recalar en la celeste
ensenada segura, la que está
detrás, salva, del tiempo.


V

¡Y todos, ahora, todos,
qué naufragio total, en este escombro!
No tibios, no despedazados miembros
me piden compasión, desde la ruina:
de carne antigua voz antigua, oigo.

Desgarrada blancura, torso abierto,
aquí, a mis pies, informe.
Fue ninfa geométrica, columna.
El corazón que acaban de matarle,
Leucipo, pitagórico,
calculador de sueños, arquitecto,
de su pecho lo fue pasando a mármoles.
Y así, edad tras edad, en estas cándidas
hijas de su diseño
su vivir se salvó. Todo invisible,
su pálpito y su fuego.
Y ellas abstractos bultos se fingían,
pura piedra, columnas sin misterio.

Más duelo, más allá: serafín trunco,
ángel a trozos, roto mensajero.
Quebrada en seis pedazos
sonrisa, que anunciaba, por el suelo.
Entre el polvo guedejas
de rubia piedra, pelo tan sedeño
que el sol se lo atusaba a cada aurora
con sus dedos primeros.
Alas yacen usadas a lo altísimo,
en barro acaba su plumaje célico.
(A estas plumas del ángel desalado
encomendó su vuelo
sobre los siglos el hermano Pablo,
dulce monje cantero.)
Sigo escombro adelante, solo, solo.
Hollando voy los restos
de tantas perfecciones abolidas.
Años, siglos, por siglos acudieron
aquí, a posarse en ellas; rezumaban
arcillas o granitos,
linajes de humedad, frescor edénico.
No piso la materia; en su pedriza
piso al mayor dolor, tiempo deshecho.
Tiempo divino que llegó a ser tiempo
poco a poco, mañana tras su aurora,
mediodía camino de su véspero,
estío que se junta con otoño,
primaveras sumadas al invierno.
Años que nada saben de sus números,
llegándose, marchándose sin prisa,
sol que sale, sol puesto,
artificio diario, lenta rueda
que va subiendo al hombre hasta su cielo.
Piso añicos de tiempo.
Camino sobre anhelos hechos trizas,
sobre los días lentos
que le costó al cincel llegar al ángel;
sobre ardorosas noches,
con el ardor ardidas del desvelo
que en la alta madrugada da, por fin,
con el contorno exacto de su empeño...
Hollando voy las horas jubilares:
triunfo, toque final, remate, término
cuando ya, por constancia o por milagro,
obra se acaba que empezó proyecto.
Lo que era suma en un instante es polvo.
¡Qué derroche de siglos, un momento!
No se derrumban piedras, no, ni imágenes;
lo que se viene abajo es esa hueste
de tercos defensores de sus sueños.
Tropa que dio batalla a las milicias
mudas, sin rostro, de la nada; ejército
que matando a un olvido cada día
conquistó lentamente los milenios.
Se abre por fin la tumba a que escaparon;
les llega aquí la muerte de que huyeron.
Ya encontré mi cadáver, el que lloro.
Cadáver de los muertos que vivían
salvados de sus cuerpos pasajeros.
Un gran silencio en el vacío oscuro,
un gran polvo de obras, triste incienso,
canto inaudito, funeral sin nadie.
Yo sólo le recuerdo, al impalpable,
al NO dicho a la muerte, sostenido
contra tiempo y marea: ése es el muerto.
Soy la sombra que busca en la escombrera.
Con sus siete dolores cada una
mil soledades vienen a mi encuentro.
Hay un crucificado que agoniza
en desolado Gólgota de escombros,
de su cruz separado, cara al cielo.
Como no tiene cruz parece un hombre.
Pero aúlla un perro, un infinito perro
—inmenso aullar nocturno ¿desde dónde?—,
voz clamante entre ruinas por su Dueño.

lunes, 3 de junio de 2024

"RELATO DE UN NÁUFRAFO". Un cuento de Gabriel García Márquez

que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre.

La historia de esta historia

El 28 de febrero de 1955 se conoció la noticia de que ocho miembros de la tripulación del destructor "Caldas", de la marina de guerra de Colombia, hablan caído al agua y desaparecido a causa de una tormenta en el mar Caribe. La nave viajaba desde Mobile, Estados Unidos, donde había sido sometida a reparaciones, hacia el puerto colombiano de Cartagena, a donde llegó sin retraso dos horas después de la tragedia. La búsqueda de los náufragos se inició de inmediato, con la colaboración de las fuerzas norteamericanas del Canal de Panamá. que hacen oficios de control militar y otras obras de caridad en del sur del Caribe. Al cabo de cuatro días se desistió de la búsqueda, y los marineros perdidos fueron declarados oficialmente muertos. Una semana más tarde, sin embargo, uno de ellos apareció moribundo en una playa desierta del norte de Colombia, después de permanecer diez días sin comer ni beber en una balsa a la deriva. Se llamaba Luis Alejandro Velasco. Este libro es la reconstrucción periodística de lo que él me contó, tal como fue publicada un 
mes después del desastre por el diario El Espectador de Bogotá.

Lo que no sabíamos ni el náufrago ni yo cuando tratábamos de reconstruir minuto a minuto su, aventura, era que aquel rastreo agotador había de conducirnos a una nueva aventura que causó un cierto revuelo en el país, que a él le costó su gloria y su carrera y que a mí pudo costarme el pellejo. Colombia estaba entonces bajo la dictadura militar y folclórica del general Gustavo Rojas Pinilla, cuyas dos hazañas más memorables fueron una matanza de estudiantes en el centro de la capital cuando el ejército desbarató a balazos una manifestación pacífica, y el asesinato por la policía secreta de un número nunca establecido de taurófilos dominicales, que abucheaban a la hija del dictador en la plaza de toros. La prensa estaba censurada, y el problema diario de los periódicos de oposición era encontrar asuntos sin gérmenes políticos para entretener a los lectores. En El Espectador, los encargados de ese honorable trabajo de panadería éramos Guillermo Cano, director; José Salgar, jefe de redacción, y yo, reportero de planta. Ninguno era mayor de 30 años.

Cuando Luis Alejandro Velasco llegó por sus propios pies a preguntarnos cuánto le pagábamos por su cuento, lo recibimos como lo que era: una noticia refrita. Las fuerzas armadas lo habían secuestrado varías semanas en un hospital naval, y sólo había podido hablar con los periodistas del régimen, y con uno de oposición que se había disfrazado de médico. , El cuento había sido contado a pedazos muchas veces, estaba manoseado y pervertido, y los lectores parecían hartos de un héroe que se alquilaba para anunciar relojes, porque el suyo no se atrasó a la intemperie; que aparecía en anuncios de zapatos, porque los suyos eran tan fuertes que no los pudo desgarrar para comérselos, y en otras muchas porquerías de publicidad. Había sido condecorado, había hecho discursos patrióticos por radio, lo habían mostrado en la televisión como ejemplo de las generaciones futuras, y lo habían paseado entre flores y músicas por medio país para que firmara autógrafos y lo besaran las reinas de la belleza. Había recaudado una pequeña fortuna. Si venía a nosotros sin que lo llamáramos, después de haberlo buscado tanto, era previsible que ya no tenla mucho que contar, que sería capaz de inventar cualquier cosa Por dinero, y que el gobierno le había señalado muy bien los límites de su declaración. Lo mandamos por donde vino. De pronto, al impulso de una corazonada, Guillermo Cano lo alcanzó en las escaleras, aceptó el trato, y me lo puso en las manos. Fue como si me hubiera dado una bomba de relojería.

Mi primera sorpresa fue que aquel muchacho de 20 años, macizo, con más cara de trompetista que de héroe de la patria, tenía un instinto excepcional del arte de narrar, una capacidad de síntesis y una memoria asombrosa-s, y bastante dignidad silvestre como para sonreírse de su propio heroísmo. En 20 sesiones de seis horas diarias, durante las cuales yo tomaba notas y soltaba preguntas tramposas para detectar sus contradicciones, logramos reconstruir el relato compacto y verídico de sus diez días en el mar. Era tan minucioso y apasionante, que mi único problema literario sería conseguir que el lector lo creyera. No fue sólo por eso, sino también porque nos pareció justo, que acordamos escribirlo en primera persona y firmado por él. Esta es, en realidad, la primera vez que mi nombre aparece vinculado a este texto. CONTINUAR LEYENDO

HUMOR LITERARIO, Por Quino


 

domingo, 2 de junio de 2024

"AMOR, AMOR". Un poema de Federico García Lorca recitado por Lucía Quintana


HERIDO DE AMOR

Amor, amor, que estoy herido,
herido,
de amor huido.
Herido,
muerto de amor.
Decid a todos que ha sido
el ruiseñor.
Herido,
muerto de amor.

Bisturí de cuatro filos,
garganta rota,
y olvido.
Cógeme la mano, amor,
que vengo muy malherido,
herido,
de amor huido.
Herido,
muerto de amor

"VOLVER A EDCUAR SIN PRISA". Un texto de ALBANO ALONSO

En el prólogo de Aurora (1881), Nietzsche adelantaba una necesidad cuya imperiosa urgencia retrata una de las fallas de nuestra era: la necesidad de “aprender la calma y la lentitud”.

El “tiempo de lento” al que se refería para aludir a una máxima que debía instaurarse en el trabajo del filólogo puede también ser aplicable a otras parcelas de nuestra cotidianeidad, como por ejemplo la escuela contemporánea: hemos desaprendido la habilidad de educar sin prisa, si es que alguna vez existió esta en la retina de nuestro recuerdo.

La pandemia reciente destapó las vergüenzas de una educación frágil que no puede soportar, como en otras esferas, la metamorfosis de un planeta sumido en la incertidumbre de los cambios. Vivimos en un continuo giro de guion advenedizo en lo climático, social y cultural. Y lo más preocupante es que lo vivimos en medio de la prisa, de lo que Nuccio Ordine llamaba “la lógica devastadora del fast”.

  Ya no sabemos educar despacio porque la celeridad es la máxima de la educación moderna, marcada por el goteo de un calendario académico que angustia. Asignaturas encorsetadas en tiempos y espacios encorsetados, donde ya no podemos pararnos a la sombra de árboles o bajo techos protegidos de la lluvia para buscar calor humano, ponernos a leer, intercambiar o mirarnos, solamente, los unos a los otros. Y compartir. Ya casi ninguna mirada da cobijo, porque la ausencia de pausas conduce a la clarividencia enlatada de verdades absolutas y al nacimiento del estremecedor nuevo privilegio de sentirse escuchado.

Porque educar sin prisa es, de alguna manera, educar en la sombra; educar en lograr entrelazar unos saberes con otros para no perder la capacidad de asombrarse: de ensombrecer una idea con otra idea, de los unos a otros, agazapados bajo el paraguas del conocimiento y el cobijo de las emociones. “He aquí el resorte del arte mecánico y misterioso de educar la razón sin rebajarse a cultivar los sentimientos y los afectos. Nunca asombrarse”, nos cuenta Charles Dickens en Tiempos difíciles (1854), donde el personaje del Sr. Gradgrind representa ese afán por traducir la educación de los hijos en la rentabilidad y el control asfixiante del tiempo, alejados de la capacidad de asombro. Porque educar con prisa es eso, una metáfora de los continuos requerimientos de la escuela contemporánea. En ella, los centros escolares actuales sobreviven afanosos en la superficialidad; sus miembros ya no conviven, sino que compiten por llegar antes y ganar una especie de carrera adelantando a los demás.

Educar con prisa nos ha traído la distopía de nuevas restricciones: prohibido aburrirse, prohibido ensuciarse las manos o los zapatos en el huerto, prohibido salirse de la programación escolar (hay incluso quien sigue el férreo dictado de un libro de texto diseño por una editorial), prohibido trepar más allá de lo que el remolino de normas y papeles nos señala. No podemos educar sin prisa en la educación de los plazos y de los asfixiantes controles burocráticos del “vuelva usted mañana”, aunque mañana sea, ahora, demasiado tarde. Ya no sabemos educar en la lentitud.

El movimiento impetuoso de educar sin prisa no es un susurro novedoso. Sobre la necesidad de enseñar lento, de conocer despacio, sin interrupciones pero con afán de cuestionar a ralentí múltiples formas del pensamiento único o lineal que no conduce a entender el mundo actual, han pensado filósofos y ensayistas de todas las épocas, atormentados por el tempus fugit. Ellos y ellas se han percatado de que la inmediatez entronizada es enemiga del pensamiento crítico, el que nos permite encontrarnos en el otro y escapar de los dogmatismos.

Solo educando sin prisa, sin la tiranía del corto plazo, enseñaremos la necesidad de la interdependencia. Protegernos y ayudarnos es ese magisterio que se ha perdido en una escuela rápida, fugaz, mecánica. Vivimos en un sistema educativo que incrusta en su engranaje aulas desbordadas de alumnado desatendido, porque es imposible darles lo que precisan en medio de la multitud y la prisa. Hace unos días un compañero docente me hablaba de cómo alumnos inmigrantes, desconocedores del idioma, lo agarraban del brazo para requerir su atención, en medio de su impotencia al no poder llegar a todos. Nunca hay tiempo para ellos: la trágica alegoría de lo que supone educar con prisa.

La forja de la educación como un requerimiento individual fundamental no puede darse en el correteo que impide detectar una dificultad a tiempo que lastra el aprendizaje de los débiles: el que se bloquea con una operación matemática, a la que le cuesta hacer los trazos de las letras o al que no entiende cuando el profesor explica. Joan Domènech lo dice claro en su Elogio de la educación lenta (Graó, 2014): “cuando hablamos de desacelerar, hablamos también de priorizar y, por lo tanto, de definir aquellas cuestiones que pueden ser más básicas y a las que debe destinarse más tiempo.” Lo básico es, también, darse cuenta de que el alumnado vulnerable fue el principal dañado el día en el que nos olvidamos de educar despacio. El día en que nos inhabilitaron para vivir en un mundo maduro, sin prisas.

En el debate educativo ocurre igual: los amantes de las prisas, los sumergidos en la filia a la velocidad, no reconocen la importancia del diálogo, la tertulia sosegada y el tiempo que requiere la construcción colectiva de los cambios en cualquier democracia. A medida que la virtud de la lentitud se pierde, en los centros comienzan a proliferar las actuaciones veloces, las resoluciones inmediatas, el pasilleo constante y las soluciones aparentemente fáciles a problemas complejos. Todo para olvidar que en medio de una educación con prisas estamos decidiendo apresuradamente sobre el devenir de uno de los derechos humanos más trascendentales, el derecho a ser educado de forma responsable.

En 1909, Filippo Marinetti publicaba en Le Figaro su Manifiesto Futurista. “Nosotros afirmamos que la magnificencia del mundo se ha enriquecido con una nueva belleza: la belleza de la velocidad”, recogía uno de sus principios. Más de cien años después, el imperio de la fugacidad anunciado en los ismos deja un mundo sin memoria en el que olvidamos educar en el detalle, en lo germinal. Es tiempo ahora de volver a ello, reencontrarnos en debates intensos, reflexiones compartidas, discusiones enriquecedoras.

Repensarnos en miradas y palabras. Tiempo de volver a educar sin prisa.