lunes, 29 de junio de 2015

LEER PARA VIVIR. Un artículo de Juan Villoro


Aunque el fin de los libros se anuncia con frecuencia, los desastres del mundo refrendan su importancia. En las cárceles, las dictaduras, el exilio, el secuestro y los hospitales, hay quienes han encontrado un consuelo en la lectura.

La lectura es como el paracaidismo: en condiciones normales la practican algunos espíritus arriesgados, pero en caso de emergencia le salva la vida a cualquiera.

Óscar Tulio Lizcano, víctima de la guerrilla colombiana, rindió un inaudito testimonio de la forma en que los libros preservaron su dignidad. En la clínica de Cali donde se recuperó de ocho años de privaciones como rehén de las FARC, habló de la selva donde perdió veinte kilos, pero no la lucidez. De los 50 a los 58 años vivió agobiado por las enfermedades, la desnutrición, las humillaciones de perder todo sentido de la privacidad. Para conservar la cordura, clavó tres palos en la tierra y decidió que fueran sus alumnos. Lizcano les enseñó política, economía y literatura. Como tantos maestros, se salvó a sí mismo con la prédica que lanzaba a sus perplejos discípulos. Un comandante vio el aula donde los palos tomaban lecciones, y decidió pasarle libros. Lizcano leyó a Homero, y seguramente admiró la desmesura de Héctor, que desafía al favorito de los dioses. "La poesía me alimentó", ha dicho el hombre cuya dieta material era tan ruin, que se veía mejorada por un trozo de mono o de oso hormiguero. CONTINUAR LEYENDO

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