Autorretrato ante el caballete. Rembrandt |
Autorretrato ante caballete (MT. Andruetto)
de un hombre que se muere:
un pincel y la mano agrietada
que sostiene el pardo, el rojo,
el amarillo... la mano que va,
que se desvela, desde el charco
de luz hacia la tela.
Lenta la pincelada oscura,
el hijo del molinero
tantea con ojos ciegos
la espesura
hasta dar con la luz.
Este rostro ya estaba
debajo de la tela, estaba y carcomía
con su podredumbre el retrato del joven
con gorguera. Bajo las arrugas y los ojos
desteñidos están los ojos arrogantes
de otro tiempo, pero ni el otro ni éste
son grandes, a todos los ha herido
esta luz: ya nada es menos,
hasta lo más miserable
tiene su destello.
No es la pieza oscura donde pinta,
ni la pobreza que trajo la desnuda forma.
ni la luz que cae sobre la gorra,
ni el pelo desprolijo, ni la barba,
tampoco el cuerpo vencido,
ni el olor rancio del encierro.
Son los ojos que no encuentran
a Saskia, a Hendrickje, al bienamado Tito;
los ojos que se han vuelto
hacia un lugar de nada,
hacia el vacío.
Otros buscarán la nota pura,
la imagen que persiste, la tersura,
como buscan sus ojos en la tela
(es la mirada lo que abruma,
lo que desvela)
También yo persigo una palabra
oscura en los retratos de Saskia,
en la ternura de Hendrickje, en la viva
luz de Tito, y el aire de bondad,
la carnadura de un hombre
que se deshizo.
la imagen que persiste, la tersura,
como buscan sus ojos en la tela
(es la mirada lo que abruma,
lo que desvela)
También yo persigo una palabra
oscura en los retratos de Saskia,
en la ternura de Hendrickje, en la viva
luz de Tito, y el aire de bondad,
la carnadura de un hombre
que se deshizo.
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