En el mismo invierno los atenienses, siguiendo la costumbre tradicional, organizaron públicamente las ceremonias fúnebres de los primeros que habían muerto en esta guerra (Guerra del Peloponeso) , de la siguiente manera: montan una tienda y exponen los huesos de los difuntos tres días antes del entierro, y cada uno lleva a su deudo la ofrenda que desea que fue muy mala. Y cuando tiene lugar la conducción de cadáveres, unos carros transportan los féretros de ciprés, cada uno de una tribu y en su interior se hallan los huesos de los pertenecientes a cada una de las tribus. Se transporta también un féretro vacío preparado en honor de los desaparecidos que no fueron hallados al recuperar los cadáveres. Acompaña al cortejo el ciudadano o extranjero que quiere, y las mujeres de la familia quedan llorando sobre la tumba. Los depositan, pues, en el cementerio público (Cerámico) que está en el más hermoso barrio de la ciudad, que es donde siempre dan sepultura a los que han muerto por la ciudad, excepción hecha de los que murieron en Maratón, pues a éstos, al considerar la brillantez de su valor, los enterraron allí mismo.Y después que los cubren de tierra, un hombre elegido por la ciudad, el que por su inteligencia no parezca ser un necio y destaque en la estimación pública, pronuncia en honor de éstos el pertinente elogio, tras lo cual se marchan todos. Este es el modo como los entierran. Durante el transcurso de toda la guerra seguían esta costumbre cada vez que la ocasión se les presentaba. Así pues, para hablar en honor de estos primeros muertos fue elegido Pericles, hijo de Jantipo. Llegado el momento, se adelantó desde el sepulcro hacia una alta tribuna que se había erigido a fin de que pudiera hacerse oír ante tan gran muchedumbre, y habló así:
"La mayoría de los que aquí han hablado anteriormente elogian al que añadió a la
costumbre el que se pronunciara públicamente este discurso, como algo hermoso en honor
de los enterrados a consecuencia de las guerras. Aunque lo que a mí me parecería
suficiente es que, ya que llegaron a ser de hecho hombres valientes, también de hecho se
patentizara su fama como ahora mismo ven en torno a este túmulo que públicamente se les
ha preparado; y no que las virtudes de muchos corran el peligro de ser creídas según que
un solo hombre hable bien o menos bien. Pues es difícil hablar con exactitud en momentos
en los que difícilmente está segura incluso la apreciación de la verdad. Pues el oyente que
ha conocido los hechos y es benévolo, pensará quizá que la exposición se queda corta
respecto a lo que él quiere y sabe; en cambio quien no los conoce pensará, por envidia,
que se está exagerando, si oye algo que está por encima de su propia naturaleza. Pues los
elogios pronunciados sobre los demás se toleran sólo hasta el punto en que cada cual
también cree ser capaz de realizar algo de las cosas que oyó; y a lo que por encima de
ellos sobrepasa, sintiendo ya envidia, no le dan crédito. Mas, puesto que a los antiguos les
pareció que ello estaba bien, es preciso que también yo, siguiendo la ley, intente satisfacer
lo más posible el deseo y la expectación de cada uno de vosotros. CONTINUAR LEYENDO
Este texto lo leímos en la tertulia literaria de la prisión Araba y en el dialogo que compartimos salieron reflexiones profundas sobre la muerte y su relación con la existencia.
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