Todo empezó cuando una chica interrumpió mi clase leyendo un poema de un tal Mario Benedetti. Lo recuerdo como hoy porque la trova estaba escrita en un papel de carpeta de secundario, con tinta birome y faltas sobresalientes de ortografía. No te salves, decía, no te quedes inmóvil, al borde del camino, decía, no congeles el júbilo, no quieras con desgano, no te salves ahora ni nunca, decía todo eso. Cuando pregunté quién era el poeta, uno sólo del aula supo contestar, aunque la mayoría había leído poemas del autor.
El episodio me pareció real maravilloso. Jóvenes con muy pocas lecturas, algunos entre el alfabeto y el precipicio, lo habían recitado sin conocer siquiera el nombre del poeta. Lo que ocurre en la vida académica es exactamente lo contrario, primero se sabe todo o casi todo del autor y luego se lo lee.
¡Pero he aquí otro camino! Una delgada hebra en las condiciones del colonialismo avanzado. Empecé a creer que algún loco había escrito poemas de Benedetti como en una cadena, tirando tres bajo las puertas, o poniéndolos en las carpetas de los pibes: Copiá tres veces este poema y entregalo exigiendo lo mismo al receptor, de lo contrario a tu madre le pasará una desgracia, y tu casa se incend... Algo de esto debía ocurrir, porque en estos tiempos de cultura de fotocopia los pibes ni siquiera llevaban estos versos fotocopiados. Los poemas circulan manuscritos; se leen, se disfrutan, se sienten a contramano, a contrapelo, a contrahaz de la cultura oficial, de los grandes textos ilustrados, de las aburridas páginas literarias, de todo.
Chicos que jamás leyeron otra cosa que la sección deportiva de los diarios o la revista del video, conociendo eso que si te dejas caer los párpados, y si te sacas los labios, y te duermes sin sueños, y te piensas sin sangre, y te quedas inmóvil, y te salvas, entonces no te quedes conmigo, ¡genial! Llevan la hoja manuscrita por un tal Benedetti a la pizzería y lo leen, y discuten un poco si el autor es Duran Duran, un hippy, Silo, un astronauta descorazonado, un médico enfermo de sida, un pastor evangelista, un indio amazónico, un escritor de aforismos, un locutor de radio o un tenista envejecido.
Se acercó un pibe y me contó un cuento de un tal Mario B., que él no creía nada porque no le interesaba saber de quién se trataba. En un Congreso de lingüística, de filólogos y semiólogos, después de la ovación de la sesión plenaria se levanta una hermosa taquígrafa ante la que los congresistas fascinados dicen a su paso: ¡qué sintagma! ¡Qué polisemia! ¡Qué significante! ¡Qué diacronía! ¡Qué morfema! Pero ella inmutable, sólo sonríe cuando al llegar a la puerta el joven ordenanza le murmura casi en el oído: «Cosita linda».
Ahora sí, creo que Mario Benedetti es el más famoso de los poetas subterráneos. Es casi Homero. Su obra circula libre, desaforadamente sus citas sin corpus, sin libros, sin fotocopias. Circula porque sí, manuscrita, porque forma parte de los sentimientos más elementales y profundos de los chicos. Pero es posible también que otros que no se animen a escribir lo hagan, porque sentir sienten a lo loco, y luego lo firmen Benedetti. Ahora estoy casi seguro que anda mucho de todos nosotros en esas hojas de carpeta; acentos frescos, nuevas comas, puntos incorporados, palabras que faltan, otras recién agregadas. Una gran memoria oral soplada desde la caligrafía primorosa. No te salves, no te salves, mi hija también lleva el manuscrito pero ya sin firma del autor. No hace falta, es de todos. Es la función última y visceral de la poesía. No te salves, porque todos sentimos eso, no hace falta una autoría. Estoy pensando en efecto que Mario Benedetti no existe. Nunca existió. Como Homero. Fue creado por los sentimientos de estos chicos, y lograron meter dentro de ese nombre lo mejor de ellos mismos y lloran/ríen por ellos mismos a modo de un mote imaginario, fantástico, latinoamericanamente cósmico.
Por eso es que no van a librerías a buscar un autor llamado Benedetti, y cuando ven un libro de tal, lo miran con desconfianza. Los libreros se desesperan, cada vez se lee más y se compra menos. Benedetti son ellos. Somos nosotros. La poesía nos une en el desconcierto del anonimato, mientras volamos a la luna sobre una estrella fugaz que en vez de bajar, sube.
Lo más curioso, es que a alguien se le ocurrió ponerle al apellido dos te, para hacerlo más creíble. Pero no lograron engañarnos.
Un poeta sin escritura, como en los tiempos heroicos donde la masa general de los hombres carecía de alfabeto. Un retorno espiralado. Necesidad de decir lo humanamente sentido entre los muros de la ignorancia prehistórica.
Vi un manuscrito, donde entre los versos, no te pienses sin sueños, no te pienses sin sangre, no te juzgues sin tiempo, una chica había apoyado los labios,y al marcar con el rouge el diseño exacto de su boca, absorbía desde el papel de carpeta todas las sangres, todos los sueños y todos los tiempos.
Publicado en Vidrios espejados, Buenos Aires, Letra Buena, 1998
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