Desde la perspectiva de la educación literaria, está claro que obligar a los chicos a leer el Quijote o darles a leer un «Quijote para niños» no garantiza, ni mucho menos, que cuando sean mayores lleguen a leer y apreciar el Quijote. Este objetivo de ponerlos en condiciones de comprender y disfrutar los grandes clásicos, que dicho sea de paso señala que tal educación no consiste sólo en adquirir conocimientos literarios y competencia lectora sino que apunta también a la recepción de valores permanentes, será más fácil conseguirlo si los educadores saben ayudar a los chicos a dar sus primeros pasos con relatos de calidad contrastada.
Y si hay libros de los que se puede afirmar eso sin duda es de los clásicos de la Literatura infantil y juvenil (LIJ), que han pasado la criba de generaciones y ambientes distintos y que han probado ser tan o más capaces de despertar entusiasmo por la lectura como los de Harry Potter, aunque ciertamente sea necesario en algunos casos que los adultos los conozcan y sepan presentarlos bien.
Permanente novedad
Sin entrar ahora en grandes dibujos, a los clásicos de LIJ se les puede aplicar la definición que hacía Chesterton, refiriéndose a Dickens, como «un rey del que se puede desertar, pero a quien no cabe destronar». O la de Borges, cuando dice que son libros que se leen siempre «con previo fervor y una misteriosa lealtad». O la de Italo Calvino cuando asegura que «un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir», una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos..., que sin embargo se sacude continuamente de encima. Los clásicos, sigue diciendo el autor italiano, son libros que cuando más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos, resultan al leerlos de verdad. CONTINUAR LEYENDO
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