(Este artículo viene referenciado por Daniel Cassany en su cuenta de Facebook)
Esta reflexión surge al hilo del artículo de David Gil del otro día, así que si no lo habéis leído más os vale empezar por ahí. Dicho eso, si tenéis prisa, os puedo adelantar que todo lo que voy a decir se resume en lo siguiente: las probabilidades de que tu profe de lengua haga que te encante leer son iguales a las probabilidades de que tu profe de lengua haga que odies la lectura. Eso siendo generosos. Ahora vamos a la versión larga.
Yo hice un bachillerato de ciencias y, la verdad, ni fu ni fa. Mis profesores de Lengua y Literatura me fueron relativamente indiferentes. Luego me perdí tres años por el mundo, y finalmente aterricé en Filología Hispánica. Por un motivo o por otro, yo llevaba siendo hasta ese momento un gran lector, y alcancé la carrera lleno de energía e ilusión. Ya os adelanto el resultado (hoy la cosa va de spoilers): acabé la carrera sin ganas de leer nada. O, para ser más exactos, sin ganas de leer nada de lo que se suponía que tenía que leer. En mi primer año mis profesores ya me presentaron el que iba a ser mi gran archienemigo desde entonces: el canon. ¿Y qué es el canon? Los libros que se ha decidido que son importantes y que deben estudiarse. ¿Quién lo decide? Señores viejos con barba (o sin ella). ¿Dónde? Normalmente en universidades serias y sesudas, tras escribir largas publicaciones sobre ellos. Así, curiosamente, muchas veces puedes estudiar sobre esa obra literaria tan esencial con el libro que ha escrito tu profesor. O el profesor de tu profesor. Casualidades del canon. Pero el canon no sólo tiene esta curiosa característica, sino que incluye un par de puñaladas traperas más. La primera es que cambia a través de los tiempos, por motivos ideológicos en general. Durante el franquismo a Lorca no se le estudiaba, y ahora es esencial. Es decir, la ideología del gobierno puede dejar en la cuneta a escritores esenciales. Literalmente. La segunda puñalada es que el canon no se basa nunca en ese criterio para mí esencial (que no único) por el que una obra es buena si le gusta a la gente. Y recordad que estamos hablando de textos que se estudian, es decir, que se escribieron antes de que hubiese márketing y esas cosas. Agradezco infinitamente un momento de sinceridad de mi profesor de Literatura Inglesa de la carrera, que nos dijo más o menos que el Ulyses de Joyce era una obra esencial, por lo que representaba para la historia de la literatura, pero que para leerla era un ladrillo, que eligiésemos otra obra del autor para acercarnos a él. Pero bueno, éramos aspirantes a filólogos, tipos duros, se suponía que teníamos que leer eso. Así que a agachar la cabeza y por Esparta. Digo yo. Al final terminé la carrera con unos cuantos textos esenciales sin leer. Y ahí siguen sin leer. CONTINUAR LEYENDO
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